Áfrika (2)

Al día siguiente continúa la historia, en donde Javi ve recompensada su larga espera.

Me despertó temprano mi vejiga pidiendo con urgencia ser evacuada cuando el reloj no marcaba todavía las 08:30. Frente al excusado, y pese a las intensas ganas, necesité concentrarme y tomarme mi tiempo para comenzar a orinar debido a la tremenda erección con la que había amanecido. Cuando hube terminado, esta al menos ya no era tan dolorosa, se había suavizado algo, y no pude evitar preguntarme si había permanecido en ese estado durante toda la noche...

Hacía menos de cinco horas que había vivido una de las experiencias sexuales más impactantes de mi vida, e increíblemente para mí sin llegar siquiera a correrme. De hecho solamente cuando Áfrika cayó dormida y comprendí que por segundo día consecutivo iba a quedarme sin sexo, sólo en ese preciso instante fui consciente del grado de excitación en el que se encontraba mi cuerpo. No estaba simplemente cachondo, no: estaba en un estado de calentura tan extremo, tan acuciante, que no pude soportarlo más y comencé a masturbarme, no ya por ganas sino por auténtica necesidad. Sin embargo Áfrika, dormida, se movió lanzando un pequeño suspiro al aire, y desplazando su cuerpo hacia mí me abrazó en su inconsciencia, quedándose en una posición que me impedía seguir moviendo mi brazo tal y como venía haciéndolo. Desistí frustrado, pero mi desesperada excitación no me permitió conciliar el sueño hasta bien entrada la madrugada.

Luego, durante la noche, desperté en dos ocasiones. En una de ellas – no sé cuál vino antes – me encontraba con el cuello en una posición extraña, la cabeza fuera de la almohada, así que tras colocarme bien volví a dormir. En la otra sudaba y tenía calor, así que giré el temporizador del ventilador y volví a dormir. Si bien los dos sucesos parecen en principio totalmente incorrelados, lo cierto es que algo tuvieron en común: en ambos disponía de la misma dolorosa erección con la que había amanecido. Pero volvamos al la mañana siguiente...

Cuando hube terminado en el excusado, salí a tientas del cuarto de baño para volver a la cama junto a su cuerpo. Al atravesar la puerta de mi cuarto sufrí el primero de los dos déjà-vus que viviría aquel día. Áfrika, que aún dormía, había ocupado toda la cama y se encontraba colocada boca arriba. Tenía el pelo rojizo alborotado, igual que siempre, pero lo que sin duda más llamaba la atención eran sus piernas. Estaban muy abiertas formando un ángulo obtuso inverosímil, además de ligeramente flexionadas hacia adentro, en una pose antinatural para cualquier otro cuerpo que recordaba, o al menos a mí así lo hacía, a las eróticas posturas de las actrices de los años 40 y 50, muy a lo Marylin en aquella famosa escena en que se le levanta la falta por pasar sobre las rendijas del metro. No obstante, mi déjà-vu no era debido a esa famosa escena del cine clásico, ni a la propia Marylin, sino a la primera mañana - posterior a la tarde-noche en que nos conocimos - que amanecimos juntos. También aquel día fui al baño por el mismo motivo y al volver me la encontré así; e igual que entonces mi miembro viril alcanzó su máximo esplendor.

Lo malo de aquella mañana era que ese máximo esplendor significa una dolorosa erección, y no sé si por el sueño, la hora o por qué cosa comprendí en un momento transitorio de locura irracional - o quizás de la más reveladora lucidez - que ese estado de excitación sería perpetuo a no ser que hiciera el amor con Áfrika y descargase dentro de ella toda mi aflicción.

Casi obsesionado con la idea, me acerqué a ella como hipnotizado y por segunda vez en pocas horas hundí mi cabeza en su entrepierna, comprobando que su humedad todavía no se había disipado y descubriendo de nuevo con mi lengua recónditos detalles.

He de confesar que no me animaba ningún sentimiento altruista, ya que mi único objetivo era despertarla lo más cachonda posible y hacer el amor salvajemente. Sin embargo estaba tan profundamente dormida que lo único que conseguí fue calentarla en sueños, como pude atestiguar cuando comenzó a gemir y dije en voz alta:

Estoy cachondísimo Áfrika, necesito follar. -Sin embargo al pronunciar estas palabras y cesar momentáneamente la excitación de su sexo, su respiración comenzaba a recuperar el ritmo monótono de quien aún se encuentra entre sueños.

Me retiré de su húmeda gruta absolutamente desolado, sin saber ya qué hacer. No sabía si debía despertarla y rogarle que me dejara metérsela o si masturbarme allí mismo. La necesidad de descargar en aquel momento eran tan necesaria como el respirar. Así que opté por la segunda opción, y a los pies de la cama con la extraordinaria visión de su cuerpo desnudo comencé a masturbarme con desesperación.

Lamentablemente, no tardé mucho en darme cuenta de que mi mano ya no era suficiente. Necesitaba más, necesitaba sentir la fricción de nuestros sexos, de nuestros cuerpos y nuestras bocas, así que aprovechando la posición que me ofrecían sus piernas me coloqué sobre ella, la besé en la boca y coloqué mi pene a la entrada de su raja. Con cuidado comencé a meter el glande, y como no ofrecía gran resistencia debido a su humedad seguí introduciéndola lentamente. Retrocedí levemente un par de veces, acomodándome al reducido espacio que me ofrecía, y volví a la carga, con el firme objetivo de metérsela hasta lo más hondo.

Los escalofríos que me recorrían el espinazo en aquel momento eran increíbles. Después de la larga espera, habiendo deambulado inconscientemente durante toda noche entre visiones de sexo y lujuria desbocada, había dejado por fin a mi subconsciente tomar las riendas de la situación y penetrar a Áfrika, daba igual que fuese dormida. En ese momento sólo importaba la acción; el cómo y el por qué eran secundarios. Por eso cuando ella abrió los ojos, coincidiendo con el momento en que la penetración fue completa, ni siquiera me inmuté, y se la saqué casi por completo para comenzar a montarla desesperadamente, imprimiendo un ritmo que poco tardó en sacarla de su sopor.

No hubo palabras entre nosotros. Yo estaba poseído, inmerso en un imparable mete-saca, cada vez más y más violento. Ella había visto en mis ojos mi extrema excitación y se dejaba hacer. Los dos teníamos los ojos abiertos y nos mirábamos fijamente de pupila a pupila. No había besos ni caricias posibles en aquella habitación, sólo el inconfundible olor a sexo que lo impregnaba todo y el continuo crujir del somier de la cama. Yo bombeaba como un poseso, penetrando lo más profundo posible en cada embestida y arrancándole gemidos de placer. En ese momento su cara cambió su pose rígida, cerró los ojos y se abandonó de nuevo a mi suerte. La agarré de ambas piernas y las puse sobre mi culo, alentándola a que ayudase en cada embestida para que la penetración fuese más profunda. Lo comprendió al instante, y comenzó a moverse con fuerza y a jadear a la vez con un entusiasmo desmedido, brutal y primitivo. Los gemidos se habían convertido en jadeos, y los jadeos se estaban convirtiendo en algo más. Cada envite era más violento que el anterior. Mi subconsciente la culpaba de la enorme calentura que me había embargado y embriagado – no son lo mismo - durante toda la noche, y eso no hacía sino violentar el ritmo de mis embestidas, sin control alguno, hasta tal punto que comenzó a gritar en una mezcla de dolor y placer.

¡Oooorrrghhh! No tan fuerte Javi. ¡Oghh! ¡Me duele!

Aunque mis oídos recogían la información, mi cabeza no era capaz de procesarla, y sólo podía comprenderlos como vagos sonidos que me hacía bombear con mayor fuerza. Cuando paré para cambiar a otra posición que me permitiera penetrarla más profundamente todavía, ella lo interpretó como si yo la estuviera entendiendo. Por eso cuando tiré sin miramientos de sus caderas hacia abajo, elevé sus piernas hasta colocarlas sobre mis hombros y coloqué la punta de mi cipote de nuevo a la entrada de su coño protestó:

Así –jadeó- me vas a hacer más daño -le costaba hablar-. Mejor sigue como estabas pero no seas tan bruto.

Eché mis hombros y mi cuerpo hacia delante obligándola a flexionar sus piernas y se la clavé hasta el fondo sin ningún tipo de miramiento. Áfrika pegó un grito desgarrador pero me dio igual, yo seguí empujando totalmente fuera de mí.

¿¿¿Qué haces Javi...!!! -no le di tiempo a terminar la frase, y con una nueva embestida provoqué otro grito- ¡Aaaghhh! -. Algo me decía que lo que estaba haciendo no estaba bien, pero en el estado en que me encontraba sólo podía pensar en correrme dentro de ella hasta hacerla rebosar por completo.

Pese a sus quejas, en ningún momento hizo verdadera oposición a mis violentas embestidas, oponiendo solo una leve resistencia física como tratando de atenuarlas, sin ningún éxito. Pero en poco rato dejo de luchar, y ya no es que se mantuviera pasiva, sino que desde la difícil e incómoda posición en que se encontraba empezó progresivamente a acompasar sus movimientos a los míos, y en poco rato tenía sus manos en mi culo empujando como una posesa pretendiendo que la partiese en dos, y ambos comenzamos a sudar y a emitir sonidos sordos y profundos provenientes de los más hondo de nuestras gargantas, tan broncos y primitivos que aquello sonaba como una orgía de sexo encarnizado, en donde se alcanzó tal intensidad en el coito que daba verdadero miedo pensar en el daño que podía estar sintiendo Áfrika en aquel momento. Pero no; el placer invadía cada terminación nerviosa de su cuerpo. Mis huevos chocaban violentamente contra su sexo una y otra vez, y en poco rato sus gritos se transformaron en chillidos ahogados que no eran ni siquiera capaces de salir del fondo de su garganta. Lo que sí pudo articular fue esto:

¡Fóllame joder! ¡Párteme en dos cabronazo! ¡Aghh! -vociferó.

Yo no era de piedra, los gritos y esos comentarios no habían hecho más que encenderme y calentarme durante largo rato, y notaba como me acercaba irremediablemente al orgasmo. Eso fue lo único que pudo sacarme de mi letargo, y me sorprendí a mí mismo gritando e insultándola mientras el sudor de mi frente iba a parar a mi nariz y goteaba sobre su cuello y sus pechos.

¡Te voy a llenar el coño de lefa!

Áfrika no pudo soportarlo más y, clavándome las uñas en el culo me atrajo con fuerza hacia sí misma, forzando aún más la ya de por sí brutal penetración y dificultando, sin llegar a imposibilitar, mis últimas embestidas.

¡Lléname siiiiiiiii! ¡Agh, ahh, ahhhhhhh! -chilló ella, justo cuando yo también llegaba al ansiado momento.

¡¡¡OOOhhhhhhhh!!! ¡Oooohh! - grité yo.

Y exploté, ambos lo hicimos, en un orgasmo brutal y sin complejos. Nunca, ni en nuestros más gloriosos polvos, había gritado con tanta fuerza ni con tanto ímpetu como en aquel momento. Notaba como potentes chorros de semen, uno tras otro, iban llenándola completamente por dentro, sin dejar de continuar perforando sin piedad su intimidad.

En el momento en que aflojó las piernas y las dejó caer de lado, yo me desplomé sobre ella, cayendo de cara sobre la almohada y con mi pene aún dentro de su ahíto coño.

Estuvimos un largo minuto en silencio, recuperando la respiración. Mi pene, que poco a poco iba perdiendo su dureza, todavía permanecía en la calidez de su intimidad. Áfrika fue la primera en hablar.

¿Estás bien cariño? -. No sólo era una verdadera diosa en la cama, sino que además era una dulzura.

Uhmmm... -fue toda mi contestación. Aún estaba con la cara pegada a la almohada, con apenas un trozo de boca libre para poder respirar.

Pues yo no porque me estás aplastando...

¡Uy! - y me eché al lado de inmediato.

Estábamos completamente cubiertos de sudor, jadeantes y completamente exhaustos. Acercamos nuestras bocas y nos besamos con una lentitud y ternura que para nada casaban con lo vivido instantes antes.

Tu boca sabe a mi coño –apostilló.

Hombre, después del trabajito que te hice ayer no sé qué esperabas. Además esta mañana mientras dormías volví a comértelo pero no te diste ni cuenta – repliqué.

Jajaja, eso... Bueno, la verdad es que sí que me di cuenta pero como estaba medio dormida y me estaba gustando tanto me hice un poco la sueca. Cuando dijiste que estabas cachondo y que querías follar casi se me da la risa jajajaja.

¡Pero serás perra! ¿Es que no sabías como estaba? Menuda novia que tengo si es que... -me tapó la boca besándome, buscando mi lengua con avidez y enredándola con la suya, para acabar entremezclándolas hábilmente en un apasionado beso.

Llevé mis manos a su cara para separarla de mí con dulzura y le dije:

Parece que tu órdago se quedó finalmente en nada, ¿eh? -era especialista en tensar y llevar al límite ese tipo de situaciones, para o bien romperlas o para disfrutarlas aún más: de ella dependía. Afortunadamente para mí, ocurrió lo segundo, y simuló disgustarse golpeándome en el pecho. Yo le agarré las manos y nos fundimos en un tierno abrazo.

Así estuvimos largo rato, practicando toda clase de juegos de artificio, hasta que nuestros cuerpos volvieron totalmente a la normalidad. Sólo entonces, nos dimos cuenta del grado de humedad de las sábanas, y propuse darnos una ducha.

Uffff, la verdad es que preferiría dormir otro ratito, tengo un sueño... –contestó melosa.

¡Pero si esto está hecho una guarrada! Venga, nos pegamos una ducha, echamos las sábanas a lavar y nos tumbamos un rato en la cama grande de invitados –le propuse.

No sé... -se mostraba reticente. La besé en el cuello y añadí.

Además, para que vuelvas a dormirte te daré un masaje erótico de los que a ti te gustan... -y lamí el lóbulo de su oreja.

Persuadida, se levantó y nos dirigimos a la ducha. Desde luego con lo que nos costaba dormir a ambos era más que seguro que no íbamos a volver a la cama para dormir precisamente, pero eso era lo de menos.

Mientras ella se metía en el baño yo recogí las sábanas y junto algo de ropa blanca sucia de días precedentes bajé a la cocina y puse una lavadora. Aproveché el viaje para dar un largo trago de agua fría.

¡Javiiii! – gritó Áfrika desde la ducha.

Subí rápidamente las escaleras. Al correr la cortina allí estaba ella, con mirada de fingida reprobación y diciendo con voz dulce:

Ya pensaba que te habías olvidado de mí...

Estaba sencillamente espectacular. El agua le caía sobre el pelo y fluía por su piel trigueña. La miré de arriba abajo mientras sonreía embelesado, y cuando llegué a sus ojos, con mirada lasciva, comenzó a tocarse un pezón, mientras que llevó la otra mano a su entrepierna, y tras introducirse un par de dedos y hurgar dentro de su rajita se los llevó a la boca y los lamió.

Hmmm que rico –dijo, lanzándome una mirada tremendamente lasciva que me puso como una moto-. ¿No entras? -añadió.

Es cierto, me había quedado embobado fuera de la bañera, totalmente subyugado por el espectáculo. De nuevo comencé a notar la fuerza de una nueva erección, así que entré apresuradamente en la bañera y nos fundimos en un apasionado beso. Casi inconscientemente, en mi desasosiego sexual, la acorralé contra la esquina de la bañera mientras mi pene, totalmente erguido ya, se colocó instintivamente a la entrada de su entrepierna amenazando con penetrarla nuevamente. Áfrika me la agarró con una mano y se la restregó por toda su húmeda raja.

¿Tienes ganas de más, eh? Después de como te has portado estos últimos días la verdad es que no te debería darte lo que quieres –me dijo, y me miró con vicio-. Sin embargo después del polvazo de esta mañana y de lo de ayer te lo mereces todo... - y se metió el capullo en su brillante coño.

Pude sentir de nuevo el ardiente calor que desprendía su raja y que envolvía mi pene, y sin poder evitarlo de un empujón se la clavé hasta el fondo, lo que provocó que su boca lanzase un grito ahogado por mis labios. Me rodeó el cuello con sus brazos y apoyó la cabeza en mi hombro, entregándose de nuevo al placer. Desde luego, se mostraba más pasiva que de costumbre. Yo elevé una de sus piernas con mi brazo para poder penetrarla con mayor facilidad, y aunque la posición era realmente incómoda para mí, inicié un lento vaivén al compás de su respiración y sus gemidos. Era increíble ver a la rebelde Áfrika tan dócil, y es que empezó a gemir en el mismo momento en que se la metí en el coño, cuando normalmente necesitaba tomarse su tiempo comenzar a disfrutar del coito. Estaba verdaderamente caliente. Sin embargo algo la hizo parar.

Javi, Javi – dijo con voz entrecortada -. Espera, para un momento.

Lo cierto es que aunque sin duda yo lo estaba disfrutando, la posición me resultaba un poco incómoda, ya que debía hacer el esfuerzo extraordinario de cagar con gran parte de su peso.

Joder Javi, me tienes super cachonda, pero vamos a tomárnoslo con más calma. Follar aquí es bastante incómodo –era cierto, ya lo habíamos intentado otras veces– y yo me había metido en la ducha con la idea de agradecerte todo el placer que me diste ayer... - dijo mientras se agachaba frente a mi polla, brillante de sus propios flujos.

El erotismo y la sensualidad de sus movimientos fueron infinitos. Mientras descendía hacia mi duro cipote sus ojos se mantenían clavados en los míos, y en sus pupilas se adivinaba el brillo especial de la lujuria. Sólo cuando su boca encontró mi pene perdimos el contacto visual, y sin más dilación engulló de un tirón mi duro miembro, provocándome un sonoro suspiro de placer. Poniendo las manos en mi culo, se la introdujo por completo en su boca hasta que sus labios chocaron con mis huevos. La sola sensación de saberme en los más hondo de su garganta era ya de por sí orgásmica. Si bien es cierto que el verdadero placer de una felación está en la excitación del glande, cualquier tío sabe que el hecho de hundir tu miembro hasta lo más profundo de la boca de tu pareja provoca un placer indescriptible.

Mientras el agua deslizaba por mi cuerpo hasta precipitar sobre su pelo, ella comenzó a retirarse lentamente. A través de su pelo mojado podía ver como seguía mirándome fijamente a los ojos, y eso me estaba calentando hasta límites insospechados. Se la sacó de la boca y la tomó por la base con una de sus manos. Con la otra, la descapulló por completo y comenzó a darme pequeños lametones en la punta provocando mis primeros suspiros de placer. De nuevo, volvió a introducirse por completo mi ardiente miembro hasta lo más profundo de su garganta, siempre con exasperante lentitud. Sin haber empezado siquiera a usar su maestra lengua en mi glande ya me tenía absolutamente fuera de mí. Solo ella sabía llevarme hasta tal extremo de deseo sin llegar a enloquecer por completo. Comenzó entonces a hacer un movimiento de vaivén sacando por completo y volviéndose a meter mi pene hasta que sus labios chocaban con mi pubis, lentamente, y con sus pupilas fijas en las mías. A veces cerraba los ojos y emitía un sonido sordo y apagado demostrándome que ella también lo disfrutaba. A pesar de que en cada movimiento podía sentir mi glande chocar con el fondo de su garganta, tocando su campanilla, a ella parecía no molestarle, e incluso se permitía el lujo de albergarla durante unos segundos en su interior en esa posición. Lo hacía con pasmosa facilidad.

En el mismo momento en que comenzaba a impacientarme ella de alguna forma adivinó mi necesidad, y al sacársela de la boca comenzó a utilizar su lengua sobre mi cabecilla como solo ella sabía hacerlo, con un movimiento anárquico en apariencia pero irrefutablemente experto, recorriéndola de arriba a abajo, de un lado a otro, rápida y lentamente a la vez, sin pausa y sin prisa, sin descanso... Devoraba literalmente mi dilatada polla, obligándome a poner las manos en la pared so pena de desfallecer súbitamente ante tal grado de placer.

Sin embargo no se limitó a una sola tarea, sino que pronto empezó a alternar sabiamente su lengua experta con sus completas engullidas, variando los ritmos y los tempos con inexplicable empatía vital.

Una de las manos ancladas en mi trasero se movió hasta su entrepierna, y mientras seguía con su tarea sin descanso comenzó a masturbarse. No sé cómo pude aguantar para llenar su boca con mi leche en aquel momento, sobre todo cuando ella, sin cesar un momento, alzó su mirada felina un corto instante, lo justo para confirmarme que ella también estaba disfrutando sobremanera.

A medida que mis gemidos aumentaban en intensidad ella se afanaba más y más en su extraordinaria felación, habiendo alcanzando un ritmo trepidante mientras aumentaba a la vez el ritmo de su masturbación. Mi cuerpo y mi mente ya no pudieron soportarlo más, y comencé a notar que pronto acabaría y ella de nuevo, no sé cómo, lo adivinó, y usando la otra mano que había permanecido anclada en mi trasero comenzó a masturbarme mientras su boca y su lengua, que ya solo se dedicaba a mi cabecilla, mantenían el ritmo frenético torturando mi glande sin piedad.

Su movimientos fueron a más, su boca ya follaba mi miembro, su lengua chupaba y succionaba, y su mano se masturbaba llevándola a ella también al éxtasis, en una perfecta conjunción sobrenatural, hasta que yo no pude más, dije basta, y con la mayor violencia exploté en su boca:

¡Oohhhhhh! - grité, mientras llenaba con potentes chorros de semen que ella no dejaba de tragar, no dejando escapar ni una sola gota de su boca.

No paró de succionar en ningún momento de mi largo orgasmo, y cuando hube terminado me la exprimió incluso con sus manos obteniendo así hasta la última gota. Cuando retiró su boca de mi miembro me derrumbé contra la pared al notar la flaqueza de mis piernas, viendo como Áfrika se retiraba también, sentada en la bañera, y... ¡Se masturbaba! Sólo ahí me di cuenta de que su cara mostraba también los inequívocos principios de un orgasmo. Gemía con profusión y tenía los ojos entreabiertos. Casi de inmediato, entre gritos, acabó:

Ahhhmmmm.

Nos miramos y sonreímos. Terminamos de ducharnos y, entre besos y caricias, desnudos y con nuestros cuerpos aún húmedos, nos dirigimos a la cama grande de invitados. Después de tanto sexo salvaje las muestras de afecto eran muy acusadas. Supongo que es cuestión de balance, ya lo dice la sabiduría oriental: balance is the key. Tras la tempestad llega la calma, pero además de verdad: las caricias se llenan de ternura, los abrazos se alargan y las miradas... las miradas lo son todo.

En un momento de sosiego Áfrika me preguntó:

¿Te ha gustado la mamada?

Uff, decir que me ha gustado es decir poco mi vida. ¡Ha sido la mamada del siglo! Además eso de masturbarte al mismo tiempo... Eso nunca lo habías hecho, y me ha puesto como loco. ¿Cómo se te ha ocurrido?

No sé, me ha salido solo. Estaba tan caliente que tenía que hacerlo.

Vaya. Pero podíamos haber seguido haciéndolo, mujer. Aunque, a decir verdad, yo con la mamada he disfrutado infinitamente más que si hubiéramos seguido con el incómodo coito.

Ey, no lo digas como si yo no hubiese acabado, porque sí que me he corrido. Desde luego no ha sido la corrida de esta mañana, ni la de ayer, pero lo he disfrutado, de verdad. Es que lo de ayer... ¡Tienes una lengua que da gusto hijo mío! Jajaja –y riéndose me besó-. Bueno, ¿tú no ibas a darme un masaje erótico o es que ya te has arrepentido?

Por supuesto que no, milady.

Me incorporé y volteé su grácil cuerpo para colocarla boca abajo. En la esbelta figura sobresalía el culito respingón. No pude reprimir el darle un mordisco que provocó en ella un fingido gesto de dolor. En el momento en que me colocaba sobre ella y posicionaba mis manos sobre la parte alta de su espalda, un móvil comenzó a sonar en mi cuarto.

¡El móvil! -y rápidamente pero sin brusquedad se zafó de mí y fue con paso rápido a mi cuarto.

¿Zoraida? -¡Zoraida!- ¡Hola! ¿Qué tal? ¿Cómo que llamas?

¡Zoraida! Segundo gran deja-vu del día. Zoraida, Zoraida...

La mañana siguiente a la primera noche en que nos habíamos acostamos por primera vez nos despertó una llamada telefónica de una tal Zoraida. Recuerdo que ese día llamó y al poco rato apareció en su piso una chica espectacular. Y cuando digo espectacular sé que me quedo corto. Aquella chica poseía un exotismo extraterrestre, una belleza salvaje a la que nadie puede quedar indiferente. Mucho más adelante Áfrika me contaría que su madre era asiática y su padre islandés, habiendo resultado en una mezcla explosiva. Era cierto que poseía ciertos rasgos orientales, pero con muchos matices. Los ojos eran grandes y almendrados, de un color miel claro, en perfecta entonación con una piel bronceada por naturaleza. Era alta, esbelta, con una figura envidiable en la que sobresalía un culo absolutamente ideal, un vientre plano, unos pechos no demasiado grandes pero que se ajustaban a la perfección con el resto de su cuerpo y unas larguísimas piernas de un erotismo inenarrable. Vestía además con ropa de estética hippie, y llevaba unos diminutos pantaloncitos –por llamarlos de alguna forma– que mostraban sus magníficas piernas. Si Áfrika resultaba lasciva en plena acción, aquella chica era la lascivia personificada, en conjunción con una belleza sobrenatural.

Tanto me llamó la atención la imponente belleza de Zoraida que en aquel momento apenas presté atención al beso que le plantó en la boca con toda naturalidad a Áfrika. El beso en los labios fue fugaz pero de una cotidianeidad muy elocuente. No negaré que pese a lo veloz de la escena me pareció sumamente excitante ver a las dos chicas besarse. ¡Y es que qué dos chicas! Pese a ser ahora Áfrika quien es en mi vida, no puedo evitar reconocer la espectacularidad de Zoraida. Esa chica es el sueño de cualquier hombre -y mujer, créanme– de este planeta. Recuerdo también que cuando me la presentó en aquel momento hice algo muy torpe, y es que mientras se acercaba junto con la que es ahora mi novia, la miré de arriba a abajo inconscientemente sin reparar en que la chica con la que acaba de pasar la noche estaba ahí mismo. Cuando ambas se miraron al advertir mi conturbación, podéis imaginar mi azoramiento. Mientras Áfrika negaba divertida con la cabeza, Zoraida no perdió el semblante y me saludó con gran efusividad. Áfrika dijo algo así como "Causas el mismo efecto en todos los tíos" y ambas se rieron. Pese a que parecía que nadie se lo tomaba a mal, yo estaba bastante cortado.

El caso es que desde ese día (al poco rato yo dejé su piso) no volví a ver a la susodicha Zoraida, sin embargo sí que hablamos de ella. Lo hicimos por primera vez, ya durante el verano, el primer día que Áfrika pasó en mi casa y salimos por la noche. Estábamos en pleno botellón con mis amigos cuando, furtivamente, me uní al grupo de conversación de las chicas, en donde para variar se encontrado el pájaro de mi amigo Juanjo. Áfrika había caído muy bien entre mis conocidos, nada extraño dado su gran don de gentes. Estaban hablando de relaciones homosexuales, y Mara (que es lesbiana) parecía llevar la voz cantante en la conversación, dirigiéndose sin disimulada acritud a Gloria y Marta.

[...] no tenéis ni idea. Habláis de este tema siempre sin tener ni idea. ¿Cómo sabes tú que no disfrutarías con una mujer? - se dirigía a Marta -. Puedo entender que digas que no te pone una tía, pero estoy convencida de que si una te come el coño te correrías como una loca.

Pues yo estoy segura de que no.

Marta nos miró a Juanjo y a mí. Parecía que quería decir algo pero que nosotros la cohibíamos. Pero la mirada inquisidora de Mara la alentó:

Estoy segura de que no porque yo no me corro así, solo lo hago con la penetración.

Jajajaja –rió Mara con superioridad-. Lo que te pasa a ti es que tienes un novio que no te sabe comer lo que te tiene que comer.

Y a ti lo que te pasa es que nunca te has acostado con un tío de verdad como mi novio. Si un tío te hubiera hecho correrte como es debido seguro que no te hubieses cambiado de acera –contestó Marta muy airada.

Pese a la respuesta de Marta, la confianza de Mara impregnaba el ambiente. Todas las miradas del grupo se dirigieron automáticamente hacia mí. Por alguna razón, tengo la virtud de hacer acto de presencia en conversaciones siempre que alguna situación incómoda surge, normalmente teniendo yo algo que ver en ella.

El porqué de ese vuelco hacia mí viene de cierta fiesta nocturna unos dos años atrás. La buena de Marta al parecer no se acordaba –siempre tan despabilada– y esgrimió un tímido "Perdón Javi". Grosso modo, la historia es que con 17 años Mara y yo nos acostamos. Nos habíamos conocido un año y pico antes al entrar ella en el instituto. Desde aquel entonces nos habíamos hecho grandes amigos. Durante un tiempo creí estar profundamente enamorado de ella, sin embargo más tarde me daría cuenta de que lo nuestro era una relación de amistad platónica. Yo conocía sus dudas sobre su sexualidad, y ella lo sabía prácticamente todo sobre mí. El caso es que, una vez superado eso y forjada una gran amistad, una noche poco antes de la Selectividad (el examen previo al ingreso en la universidad en España) me pidió ayuda con las matemáticas, y puesto que ella estudiaba de noche me quedé a dormir en su chalet de la playa. Después de estudiar gran parte de la noche nos fuimos a dormir y me ofreció dormir con ella para así poder charlar de nuestras cosas antes de dormir. Solíamos tener conversaciones muy profundas sobre los aspectos más sentimentales de nuestras respectivas vidas, pues ambos éramos en muchos aspectos muy místicos. Mientras las manos y los dedos jugueteaban sin ninguna malicia por parte de ninguno de los dos, y la cosa es que, sin saber cómo ni por qué, en un momento dado las caricias pasaron a ser abrazos y los abrazos se transformaron en besos, e hicimos el amor una y otra vez hasta el amanecer con una ternura y un cariño que hasta Áfrika no volvería a conocer. Quizá fue solo la magia de la noche que dio pie a unas muestras de cariño más sentidas de lo habitual, o puede que simplemente fuese el desenlace natural de una amistad profunda y sincera, no lo sé. Sea como fuere, eso es lo que pasó. No volvió a repetirse, y aunque ambos lo aclaramos todo al poco tiempo y ninguno de los dos se arrepentía de lo ocurrido, nos fuimos alejando poco a poco hasta distanciarnos, y tras empezar la universidad y mudarnos a nuestros respectivos lugares de estudio apenas volvimos a vernos algún fin de semana furtivo, nunca pasando del más huero de los saludos.

Al verano siguiente, hizo público oficialmente su homosexualidad. A los que ya la conocíamos de verdad, que no éramos más de tres personas, no nos sorprendió en absoluto, sin embargo para el resto de borregos chapados a la antigua supuso la comidilla del verano y frases tan aberrantes como "Parecía tan normal", "Quién lo hubiese dicho" o "Que yo la respeto, ojo" se hicieron casi el pan de cada día, en lo que para nosotros fue un fantástico verano reconciliatorio, pues su salida del armario propició un acercamiento decisivo entre nosotros y una liberación mental última y definitiva de todos los tapujos que aún podían quedarnos, salvo quizá uno para ella, que tiene que ver con lo que sigue.

Ese verano se estableció como broma del momento el que Javi era tan malo en la cama que la chica con la que se acostó se hizo lesbiana. Si bien la burla era una soplapollez, más de una vez no pude evitar mosquearme cuando la cantinela se repetía hasta la saciedad. Al principio el chiste no se hacía delante de Mara, por viejos tabúes, pero al poco tiempo ya eso no era problema y ella, con su único y último cliché bajo el brazo de "los hombres no son capaces de hacer gozar a una mujer" no era capaz de desmentir la chanza, aunque a mí en privado me había confesado que sí que disfrutó aquella noche que pasamos juntos –cosa que por otro lado yo ya sabía-, y que de hecho había sido el único chico con la que había llegado al orgasmo, además en repetidas ocasiones. Me decía que lo realmente importante de aquella noche habían sido las muestras de amor y cariño que nos habíamos demostrado mutuamente. Yo eso lo sabía perfectamente, pero ella me pidió encarecidamente que no lo dijera, que tenía sus motivos.

Sin embargo una noche, durante la fiesta en casa de un amigo, y ante la continua mofa de algunos conocidos, sorprendió a todo el mundo (a mí incluido) con un pasional y erótico discurso sobre cómo yo había sido el único hombre que la había hecho –y la haría, en eso hizo hincapié– gozar porque hacía el amor no sólo con el miembro sino con también con todo mi cuerpo y mi mente. Para mí el discurso fue precioso, muy profundo y sentido, pero los demás lo único que entendieron fue que yo era muy bueno en la cama. Bien así, porque gracias a eso esa misma noche tuve sexo.

Volviendo a la noche de la conversación, y tras el incómodo silencio por el comentario de la botarate de Marta, Áfrika, a la que yo ya había contado toda esta historia y que por otro lado no parecía nada molesta por el comentario, dijo con toda naturalidad:

Pues yo pienso como tú, Mara. Creo que cualquier hombre o mujer heterosexual puede disfrutar de un orgasmo con otra persona del mismo sexo, siempre que sus estúpidos tabúes se lo permitan, sin perder además su condición de heterosexual. Igualmente, también alguien homosexual puede disfrutar de una relación esporádica heterosexual en cualquier momento.

Vaya, que bueno que pienses así –contestó Mara, contenta de encontrar una nueva voz amiga.

Sí. Porque creo que nos empeñamos en clasificarlo todo, y hay cosas que simplemente ocurren y las que no habría que darle tanta importancia. Yo por ejemplo me he acostado con una mujer y he disfrutado plenamente.

La cara de Mara era una mezcla de grata sorpresa y una ascendente complicidad, mientras que la mía, siendo también de sorpresa, era más bien de desconcierto. Áfrika prosiguió.

Quizá lo mío no es exactamente el ejemplo que propones, porque a mí, pese a no gustarme las mujeres, esta chica de la que hablo resulta que sí que me gusta, aunque sea una mujer. Pero ya te digo, las chicas en general no me gustan. Pero esta sí.

Es interesante destacar la entonación de "sí que me gusta". Lo es porque en su dicción recalcó esa frase evidenciando claramente que verdaderamente le atraía. Pero lo más inquietante fue como usó el verbo en tiempo presente... Me parece que mi cara ya no era de sorpresa o desconcierto sino de auténtica incredulidad y pasmo. Áfrika lo notó.

¡Javiiii! -dijo mientras se acercaba hacia a mí-. No te preocupes, que estoy absolutamente enamorada de ti.

Mara rió y todos rieron, y yo para disimular hice un poco el payaso. Lo que pensaran los demás me la traía al pairo, sinceramente, pero no negaré que la revelación me había dejado fuera de juego. Y no por la noticia en sí, sino porque automáticamente me asaltó la imagen de Zoraida besando a Áfrika en su piso la primera mañana que amanecimos juntos. Esa misa noche, más tarde y ya solos, me confirmaría este presagio, mostrándose sorprendida por mi clarividencia.

Y a todo esto, aquella mañana mientras oía a Áfrika hablar con su gran amiga Zoraida, sentí tumbado en la cama una inexplicable desazón que no entendía pero que no conseguía sacar de mi cabeza, barruntando quizá ya lo que acontecería en los días sucesivos.

De repente, me sobrevino una idea que me asustó profundamente, pero Áfrika apareció en el cuarto casi a trompicones, y rezumando felicidad dijo casi gritando:

Zoraida está aquí, en la ciudad. ¡Viene a vernos! ¡Voy a desayunar!

La congoja que me había petrificado durante unos breves instantes desapareció, y en cuanto se hubo ido me reproché a mi mismo las absurdas paranoias que pululaban en mi cabeza y me puse un bañador para ir a desayunar junto con mi chica.

Continuará...