Áfrika (1)

Un joven de 21 años intenta seducir a su novia para atenuar su enfado. Primera entrega.

Por séptimo día consecutivo llegué a casa de madrugada. Intentando no hacer ruido, pero sin la menor pausa, me cepillé los dientes en el aseo y subí las escaleras para darme la habitual ducha post-curro. Quién iba a decirme a mí que el trabajo de camarero era tan agotador cuando acepté este empleo de verano.

Al igual que otros días, antes de entrar en el baño me asomé a mi cuarto para comprobar que Áfrika efectivamente estaba allí. Pese a la tenue iluminación, pude admirar sobre mi cama su magnífico cuerpo semi-cubierto por las sábanas. Como era habitual, estaba completamente desnuda. Siempre dormía así. Se encontraba boca abajo, de espaldas a la puerta y con la cabeza mirando hacia la pared. Sus turgentes piernas estaban visibles y no pude evitar recorrerlas lentamente y por completo con la mirada, de los pies a los muslos. Doradas en las largas tardes de playa, habían adquirido un color trigueño casi irreal y parecían tener luz propia. Subí lentamente por sus rodillas, comiendo con los ojos cada centímetro de su piel hasta llegar a los firmes muslos. El inicio de uno de ellos se mostraba erguido, tentador y desafiante a la vez, y justo en el punto en que perdía su nombre, la sábana aparecía, cubriéndola apenas unos pocos centímetros de piel casi providencialmente. Pese a mi sigilo sabía que me había sentido llegar, y sabía además que su postura no era casual: no podía serlo. Aquella sábana había sido colocada así premeditadamente con la única intención de provocarme. Pero me daba igual. Seguí subiendo desde sus nalgas y a través de su espalda. A la altura del torso se podía ver el perfil de unos de sus senos aplastado contra las sábanas por el propio peso de su cuerpo. Por último, su siempre alborotado pelo teñido de rojo ponía punto y final a una visión de enorme carga erótica.

Me quedé embelesado, absolutamente hechizado por su cuerpo. La escena era tan sensual que mientras la admiraba experimenté una cálida erección, y al poco rato me sorprendí a mí mismo tocándome por encima del pantalón. Deseé en aquellos momentos acercarme a ella, abrazarla, cubrir su espalda de besos y decirle lo mucho que la quería y lo mucho que sentía estar desatendiéndola por unos míseros euros, trabajando 8 horas sin descanso y con el desasosiego que me producía no estar junto a ella a cada instante, pero en verdad necesitaba aquel dinero. Conocía su enfado y sabía mi culpa, así que refrené mis mas ansiados anhelos y seguí mi camino hacia el cuarto de baño para darme la ducha, consciente de que ella había notado mi presencia y sobre todo mi turbación. A pesar de que nos conocíamos desde hacía apenas dos meses nuestra la relación era sin la más auténtica que había tenido nunca (big words para un joven de 21 años, pensarán algunas y algunos) y la única realmente basada en el amor –aderezada con muchísimo sexo, dicho sea de paso -. A decir verdad, estábamos totalmente locos el uno por el otro. Lo nuestro fue de "Lovers at first sight", como reza la canción.

Después de Áfrika y de todo lo que estuviese relacionado con ella, aquella ducha era sin duda lo mejor del día. Bajo el chorro de agua fría me liberaba no sólo del sudor pegajoso y del olor a comida que envolvía mi cuerpo, sino además de todos esos detalles insignificantes que marcan el día a día: la mala cara de un compañero, una contestación a destiempo, las broncas del jefe... Pequeños e inconexos detalles que se acumulan en algún lugar del subconsciente y merman sin descanso lo mejor de nosotros mismos. Sin embargo, el solo hecho de pensar en Áfrika me descargaba de todo ello y me hacía sentir en una nuba, en donde me encontrada inerme pero inmune frente a cualquier agravio.

En esas me encontraba, por séptimo día consecutivo como ya he dicho, cuando me di cuenta que de tanto pensar ella ni siquiera me había enjabonado, así que me apresuré y en poco rato ya estaba camino de la cama.

Llegado a este punto debería decir que soy un joven universitario de 21 años del sur de España. Aunque provengo de la costa, vivo y estudio durante el curso lectivo en Sevilla, en donde conocí a la susodicha Áfrika en plenos exámenes finales, en una hilarante historia de odio, amor y sexo (por ese orden) que algún día quizá me decida a escribir. Inteligente, espontánea, divertida, culta, sofisticada, gran lectora, con inquietudes de todo tipo y tremendamente hermosa, me cautivó desde el primer instante.

El caso es que pronto acabó otro curso, llegó el verano, y por supuesto volví al hogar, a la vida de playa y de relax de día, y a la fiesta, desenfreno y amigos durante la noche. A los pocos días ninguno de los dos pudimos soportar la falta del otro y, pese a sus iniciales reticencias, se vino a pasar unos días a mi casa. Todo era sencillamente perfecto, vivía en mi propio paraíso. Pero a los pocos días, poco después de que mis padres junto con mi hermana (aún menor de edad) se fueran todo un mes de vacaciones al norte de la península a visitar a varios amigos, me surgió un trabajo como camarero, el cual necesitaba para sufragarme dos de mis más imprescindibles vicios: viajar y leer. El segundo no es realmente un problema, vivo literalmente rodeado de libros en el seno de una familia de lectores empedernidos. Pero lo de viajar... Lo de viajar es ya es otro cantar. A Áfrika como es natural no le hizo mucha gracia, ya que eso iba a significar estar menos tiempo juntos, y ella al fin y al cabo era mi invitada, pero con gran elocuencia y locuacidad logré convencerla para que se quedara conmigo, asegurándole que ni siquiera iba a notar mi ausencia durante las horas de trabajo. Evidentemente mentía.

Pero volvamos a aquella noche. Tras salir de la ducha me dirigí al cuarto, con mi cuerpo desnudo todavía fresco y mojado. Me puse unos calzoncillos y me metí en la cama junto a Áfrika. Había cambiado ligeramente de posición y ahora ya no se encontraba boca abajo sino de lado, pegada a la pared. Pronto advertí que mi suposición era cierta y que estaba despierta, ya que al acercarme a ella pude sentir un ligero pero inconfundible olor a tabaco, así que no hacía mucho que se había acostado. La besé delicadamente el cuello. Como no hubo respuesta, seguí intentándolo, alternando leves besos con suaves mordiscos en la nuca y los hombros, mientras mi mano no dejaba de acariciar sus muslos. Me encantaba sentir como se le erizaba la piel cuando la besaba en el cuello y espalda.

Desde luego no dormía. Su respiración apenas se oía, signo inequívoco de que aguantaba mis aproximaciones conscientemente. Conocía sus debilidades y casi podía sentir sus escalofríos cada vez que amenazaba su piel con mi respiración. Continué así unos minutos, ella fingiendo no sentir y yo erre que erre, hasta que desistí frustrado, encendí el ventilador –siempre duermo con uno al lado durante los meses de calor -y me quedé observando la espalda de Áfrika.

Al igual que yo ella también padecía de insomnio, y también como yo conocía el mejor remedio: el sexo. Sin embargo hacía más de 48 horas que no hacíamos el amor -algo inaudito desde que comenzó nuestra relación-, desde que le había dado la noticia de que había renunciado -o mejor dicho el jefe me había hecho renunciar- a mis dos días libres tras mis primeros 7 días de trabajo ininterrumpido. Desde luego no estaba siendo el mejor anfitrión y yo no me sentía nada bien por ello. Me recosté boca arriba en la cama y me quede un rato pensativo, primero mirando el techo y luego cerrando los ojos. Estaba seguro de que, como yo, ella también deseaba la reconciliación, pero ambos éramos igualmente tercos y testarudos.

A pesar de mis usuales problemas para conciliar el sueño, el cansancio iba poco a poco haciendo mella y cuando ya apenas era dueño de mis pensamientos di un violento respingo al sentir el abrazo de Áfrika. Me dio un dulce beso en la mejilla y me dijo:

 Te quiero Javi, - para añadir de inmediato - pero estoy harta. Vas a tener que elegir entre tu trabajo y yo. Para estar así prefiero irme a mi casa, a pesar de ser consciente de que te echaría de menos. Tú decides.

Discutimos brevemente. Me hizo prometer que hablaría con el jefe y que conseguiría unos días libres; al fin y al cabo me sabía en posición de poder exigirlo dado que estaba falto de camareros y la amenaza de dejarle en la estacada le era mucho más peligrosa que la de darme los días libres que me correspondían.

En poco rato y tras unos tiernos besos, solventamos nuestras diferencias y llegamos a un acuerdo, sorprendentemente rápido por otra parte. Ni siquiera había protestado ante mi vaga promesa de hablar al día siguiente con el jefe, lo cual implicaba por de pronto otro día más de trabajo. En un instante iba a saber el porqué de tan fácil acuerdo. Mientras yo pensaba precisamente en esto, colocó su mano sobre mi paquete y me susurró al oído:

 Estoy muy caliente Javi, llevamos más de dos día sin hacerlo. Esta tarde en la ducha he tenido que masturbarme por lo desatendida que me tienes, ¿te parece bonito?

Esbocé una amplia sonrisa y dije:

 ¿De verdad? Pues será porque tú no quieres, porque ayer por la noche y esta misma mañana cuando nos hemos levantado me has rechazado, guapa.

Nos besamos y añadió:

 Será porque no te lo mereces, ¿no crees? Desde luego es una pena que no tenga a mano a mi chico porque hoy he estado todo el día muycachonda – desde que empezamos a hablar no había dejado de masajearme el paquete, y mi erección comenzaba a ser ya considerable-. Quizá lo que deba hacer es buscarme algún "concubino" para que le alivie un poco cuando tú no estás, ¿qué te parece?

Instintivamente me lancé sobre ella pero con agilidad felina interpuso una de sus manos entre nuestras bocas. La otra mano se introdujo hábilmente bajo mi calzoncillo.

 ¿No pretenderás encima llevar tú la voz cantante no? Déjame hacer a mí... – y comenzó a darme el beso más húmedo y apasionado de las últimas 48 horas.

Su mano había dejado de jugar con mi ya totalmente erguido cipote para pasar a masturbarlo lentamente. Ambos coincidíamos en montones de cosas, y una de ellas era la paciencia para el sexo y la afición por los preliminares. Acto seguido me hizo girar el cuello hacia el lado contrario al que ella se encontraba y comenzó a aplicarme la misma técnica que minutos antes yo había utilizado para intentar seducirla, con la diferencia de que yo estaba totalmente a su merced. A veces apenas me rozaba con sus labios. Pronto se fueron alternando con mordiscos en mi cuello y en mis orejas, a ratos suaves y dulces, a ratos violentos. En dos ocasiones intenté llegar con mi mano a su entrepierna, pero en ambas ocasiones me lo impidió, emitiendo un leve ronroneo de desaprobación.

 Shhhh, ni se te ocurra.

Estaba bastante dominante y yo me dejaba hacer. Su mano se movía cada vez con mayor rapidez mientras su boca había llegado a la mía y nos besábamos con avidez. Su otra mano fue a parar a mis huevos, y comenzó a masajearlos mientras seguía masturbándome con lentitud. Desde luego lo hacía muy bien y me estaba llevando al séptimo cielo. Aprovechando que sus manos estaban ocupadas comencé a tocarle los senos y a pellizcarle los pezones, que en poco rato endurecieron.

A medida que transcurría el tiempo su mano se movía cada vez con mayor rapidez. Al cabo de unos minutos el ritmo de su brazo se tornó frenético y comencé a notar como mi orgasmo iba acercándose poco a poco. Aunque lo que yo quería era echar un polvo lo estaba disfrutando sin duda alguna, por eso me dejé llevar confiado en que luego habría más, sobre todo después de los dos días de abstinencia. Sin embargo me tenía reservada una ingrata sorpresa.

En un acto instintivo, alcé mis brazos y me aferré a la cabecera de la cama al notar como me acercaba irremediablemente al éxtasis, y justo antes del momento culmen Áfrika hizo lo inesperado: paró en seco y dijo con toda naturalidad:

 No seas impaciente cariño. Tú habla mañana con tu jefe y cuando dejes de trabajar tendrás sexo. Piensa que yo tengo las mismas ganas que tú, así que nuestro bien común depende exclusivamente de ti.

Durante un breve instante pensé que bromeaba, pero a medida que mi orgasmo se disipada y que ella no hacía nada para evitarlo me di cuenta de que hablaba en serio. Mientras me miraba fijamente a los ojos fue apareciendo en su cara una sonrisa victoriosa y en sus ojos pude ver el inconfundible brillo de la venganza. Era la poseedora de la llave de mi placer y lo sabía. Yo no tenía espejo alguno delante mía, pero estoy seguro de que mi cara en aquel momento era la de un auténtico imbécil. Me dio un delicado beso en mi incrédula boca y se tumbó dándome la espalda.

 Buenas noches mi amor.

Cuando quise quejarme no salió de mi boca más que un hilillo de voz, lo que provocó la risa de mi amante, así que carraspeé y absolutamente indignado exclamé:

 ¿Pero Áfrika, tía, que haces? ¿Me vas a dejar así? ¿No ves como me has puesto?

Ni se inmutó.

 ¿Áfrika?

 ¿Sí?

 Que estoy brutísimo, no me hagas esto.

Rio. Era inútil. Sabía que una discusión con ella sería totalmente en vano y además estaba tremendamente cabreado, así que todo lo que me salió fue un "zorra" que provocó ya no risa sino auténticas carcajadas. Me di la vuelta a mirar como giraba el difusor del ventilador en un pueril acto de respuesta, como si darla la espalda le afectara en algo. No sólo me había dejado con un calentón de tres pares de narices, sino que ademas la muy pécora había logrado espabilarme por completo. No podía creérmelo.

Harto de refunfuñar y más harto aun de sus risitas salté de la cama y decidí bajar a la cocina a comer algo. Realmente no tenía hambre, pero estaba tan ofuscado por la situación y por la repentina ausencia de sueño que necesitaba escapar de la cama. Bajé pesadamente las escaleras, contrariamente al sigilo con el que había subido, y abrí la nevera. En realidad más que enfadado con Áfrika lo estaba conmigo mismo por haberme dejado engañar de esa manera, convencido de que su maquiavélica mente había previsto todo aquel falso teatro de placer para dejarme jodidamente cachondo. Me serví un gran vaso de leche fría y salí al patio, en calzoncillos, sintiendo en mi carne trémula el frescor de la noche.

El patio de mi casa es particular, un auténtico oasis en medio del desierto urbano, sobre todo en verano y primavera, en donde a pesar no haber jardín el frondoso arriate te sitúa en plena naturaleza. De repente, sin saber cómo ni por qué, y con mi erección ya totalmente extinguida, me sentí relajado, a gusto, sin el menor ápice de rabia u ofuscación que hasta hacía un instante me había embargado, y como un relámpago concebí en mi mente la más dulce de las venganzas. No había tiempo que perder. Apuré el vaso de leche y volví con energías renovadas a la cama, mientras la más amplia de las sonrisas volvía imperceptiblemente a mi cara.

Allí seguía, en la misma posición en que la había dejado instantes atrás. El ventilador ya no giraba. Sin más dilación me tumbé, pegando mi cuerpo al suyo, posando mi boca directamente en su nuca y besándola aun con mayor suavidad y delicadeza que cuando salí de la ducha. Con la yema de mis dedos acariciaba la parte interior y exterior sus muslos. Mi idea, que en realidad nada tenía de original, no carecía sin embargo de cierta lucidez. Si en efecto Áfrika había previsto mi reacción a su provocación, y todo lo acontecido hasta el momento apuntaba a ello, creía conocerla lo suficiente como para saber que su mayor placer radicaba no en el hecho de su pequeña victoria, que también, sino en mi rabieta mal disimulada y sobre todo en la satisfacción del que se sabe en una posición de privilegio. Por ello dilucidé mentalmente que la mejor forma de hacerla caer de su pedestal era haciéndola ver que mi rabieta y mi enfado eran pasajeros, demostrando así que el asunto de la discusión era efímero y de tan poca importancia en el fondo que no me había calado en absoluto. Después de dos semanas conviviendo con ella bajo el mismo techo la conocía lo suficientemente bien como para saber que eso era precisamente lo que más podía sacarla de quicio, demostrarle de alguna forma mi capacidad para olvidar en poco rato su legítimo reproche, y por otro lado hacer como el que no ha sabido valorar su brillante añagaza, hiriendo al mismo tiempo su enorme ego. En efecto, no tardó en responder:

 ¿Qué pasa?¿Ya no estás enfadado? Hace un momento me has llamado zorra.

Su tono por supuesto no estaba exento de cierta burla. Sin dejar de acariciarla con la yema de los dedos respondí con calma.

 Bueno, ya sabes que no lo he dicho con el tono despectivo que pudiera parecer. Además, tampoco vamos a enfadarnos por una discusión tan tonta, ¿no?

Había dado en el clavo, y es que el hecho de restar importancia al asunto en cuestión, que era mi sobrecarga de trabajo y su consecuente descontento, la hería en lo más hondo. Amagó por un instante por responder airadamente, pude notarlo, pero en el instante decisivo su orgullo pudo más y la refrenó, añadiendo:

 Pues perfecto, ya pensaba que ibas a estar de morros hasta volver a irte mañana.

 Vamos, pero si sabes que los mosqueos por estas chorradas no me duran nada... -solté una leve risa justo antes de morderle en el lóbulo de la oreja. Sabía que mi tono condescendiente no hacía sino encenderla aún más.

Paralelamente a esta conversación mis manos, en conjunción con mi cuerpo, no habían cesado sus caricias en ningún momento, y las yemas de mis dedos ya habían recorrido enteramente sus muslos y su vientre sin oposición alguna. Mi boca fue de su oreja a la parte alta de su espalda, mientras que uno de mis brazos lo pasé por debajo de su cuello y el otro comenzó a masajear sus senos. La primera queja no se hizo esperar:

 ¿Qué haces? Te he dicho que no va a haber sexo, no sé para qué insistes.

 Ya bueno, sólo te estoy dando besos y acariciándote, y a eso no te puedes negar.

Tenía toda la razón, y es que hacía no mucho habíamos acordado, tras una pequeña discusión, que a pesar de que uno de los dos estuviese enfadado no podía negarse a recibir besos y caricias del otro siempre que no fuesen dados sobre los propios genitales. La norma parece algo absurda, soy consciente, pero en su momento surgió como un justo acuerdo en uno de nuestros juegos de amor.

Áfrika se resistía, no se dejaba llevar, y aunque no era de piedra seguía luchando en su fuero interno por no caer. Yo por mi parte no cesaba en mi empeño, y tenía ya una considerable erección la cual descaradamente apoyé en su trasero.

 Te he dicho que no Javi.

 Sshhh, que no te la voy a meter, tranquila –le respondí.

Sus piernas se mantenían prietas y no dejaba que introdujese mi polla entre ellas, así que decidí cambiar de estrategia y bajé por su espalda lamiendo cada centímetro de piel hasta llegar a sus nalgas, las cuales mordí y sobé con auténtica devoción.

 Tienes que hablar mañana con el Pedro de las narices –mi jefe– y decirle que necesitas unos días de descanso... ¿Crees que yo no tengo ganas de sexo? Lo que te he dicho de la ducha hoy no ha sido ninguna mentira -había aflojado sus piernas y pude introducir una de mis manos entre ellas, que amenazó con dirigirse directamente a su coño–. Javi te he dicho que... -sin embargo mi manó pasó de largo su conejito para acariciarle la parte baja del vientre. Ahora era ella la que se quedaba sin palabras.

Seguí bajando por su cuerpo, besando y lamiendo desde sus muslos hasta los dedos de sus pies, en donde me afané durante unos minutos en aplicarle un erótico masaje. Cuando volví a la parte alta de su cuerpo, estando a la altura de su pubis, no necesité decir nada para obligarla a desplazarse hacia el centro de la cama. Mi cara quedó a la entrada de su fruto prohibido que exhalaba ya un penetrante olor a hembra en celo. Admiré su brillante humedad, acerqué mi nariz a escasos centímetros de ella e inhalé su inconfundible fragancia, para luego emitir lentamente todo el aire sobre su caliente coñito.

En mi atrevimiento, me acerqué aún más y sin previo aviso di un rápido lametón desde casi su agujerito posterior hasta su clítoris.

 ¡Ahhhhhh! - se quejó.

Lo hice tan rápidamente que ni siquiera le dio tiempo a poder pararme. Pero es que una vez lo hube hecho no fue capaz de reprenderme. Su cuerpo no había hecho el menor gesto de disgusto antes mi fugaz osadía, y su voluntad de hierro parecía disiparse por momentos.

Tuve yo que contenerme para no comer de inmediato el manjar que veían mis ojos y ella para no aplastarme la cabeza contra su húmeda gruta, pero para desesperación de ambos subí poco a poco por su vientre, deteniéndome en sus pechos que besé y chupé con fruición, mientras dejaba apoyaba una mano sobre su pubis, inmóvil. Entonces pude notar como comenzaba a impacientarse, estaba deseando que mis dedos invadiesen su intimidad, pero ahora era yo el que llevaba la batuta del placer. Su respiración hacía rato que era entrecortada y ya se oían algunos gemidos de placer.

Dejé de torturar sus pezones para continuar mi camino por su cuello hasta su boca, en donde me recibió con un beso desesperado, agarrándome y tirándome con fuerza del cabello. La sujeté suavemente pero con firmeza de las muñecas y las llevé a la cabecera de la cama, obligándola a su vez a extenderse por completo usando para ello todo mi cuerpo. Casualmente, mi ya totalmente erguido miembro quedó a las puertas de su entrada. Ahí es cuando me di cuenta de que ya estaba totalmente sometida, sin rastro de su habitual voluntad férrea y dispuesta a practicar el sexo más salvaje y desbocado. Pero aún no había acabado mi tortura, sino que apenas en ese momento daba comienzo.

Dejé de besarla, me alejé unos centímetros de su boca y durante unos breves instantes nos miramos a los ojos. Su mirada ardía de rabia por saberse totalmente sometida a mis caprichos. Sonreí triunfalmente y me abalancé de nuevo sobre ella sin soltar sus muñecas. Hábilmente coloqué mi glande a la entrada de su coño, restregando mi miembro de arriba a abajo mientras nos besábamos violentamente. No sé cuánto tiempo estuvimos así, yo restregando mi capullo contra su caliente monte de venus y ella gimiendo mientras continuaban mis besos en su boca, cuello y orejas, hasta que en un momento dado me di cuenta de había surgido un paulatino movimiento que tornó a ser casi rítmico, como en una simulación de un coito entre dos novicios, cada vez mayor rapidez. Llegó un momento en que parecía que estuviéramos follando, pero pese a sus esfuerzos no conseguía que mi polla entrase en su estrecha gruta. Fue entonces cuando, entre beso y beso, me dio un violento mordisco en el labio.

 ¡Aaaahhh! ¡Joder! ¡Ten cuidado! - le reprendí.

 No sé a qué estás esperando cabronazo – contestó arisca, con voz ronca y entrecortada.

 No entiendo a qué te refieres. Si quieres algo vas a tener que pedírmelo, y además por favor.

En ese momento mi miró con tanto odio que por un momento pensé que todo acabaría ahí, pero en un acto de rabia y resignación, cerró los ojos y ladeó el cuello, sometiéndose por completo a mí y a mi cuerpo.

La situación había llegado a un punto de no retorno, en donde toda la tensión emocional que pudiera haber habido entre nosotros se había transformado en una carga sexual tan insoportable que tuve que hacer verdaderos esfuerzos de autocontrol para no penetrarla salvajemente y acabar con estos juegos artificiosos.

Arengado por mi creciente sentimiento de poder, acerqué mi boca a su oído y susurré:

 ¿Quieres que te folle verdad? Se te va la fuerza por la boca.

 Cabrón... - es lo único que acertó a decir.

Su orgullo todavía no le dejaba caer en la súplica. Acerqué de nuevo mi pene a su húmeda raja y cuando parecía que finalmente iba a ser penetrada moví hacia atrás la pelvis y desplacé todo mi cuerpo hacia abajo para succionar sus excitados pezones. Mis manos ya no aprisionaban sus muñecas, pero en un acto de sumisión absoluta -quizá inconsciente– simulaba tenerlas aún inmovilizadas. Volví de nuevo a su oreja y le dije:

 Si quieres que te la meta vas a tener que pedírmelo.

Pegué de nuevo mi glande a las puertas de su húmeda cueva, sin introducir ni siquiera la punta, y una de mis manos se colocó sobre su clítoris, provocándole un leve espasmo que no pudo disimular. Comencé a masturbarla suavemente con el dedo corazón.

 ¿Ahora ya sí que tengo permiso para poner ahí mi mano eh? -la busqué con la mirada pero mantenía los ojos cerrados y gemía con profusión.

 ¡Aaahhhh!

Busqué su boca y me besó apasionadamente mientras sus gemidos se escapaban por la comisura de nuestros labios. Permanecimos así durante un rato con sus gemidos aumentando en intensidad poco a poco, mientras yo alternaba la excitación de su clítoris con penetraciones manuales en su coño. Cuando consideré que tenía suficiente paré en seco y le pregunté:

 ¿Y bien Áfrika? ¿Qué es lo que quieres que hagamos ahora?

Sus manos, que habían estado un buen rato totalmente inmóviles, despertaron y una de ellas se dirigió a mi entrepierna, en donde agarró mi pene y lo condujo a su húmeda raja. Yo me detuve a la entrada, y ella hizo lo posible para metérsela pero no era capaz.

 Ya no te a a bastar con pedírmelo, quiero que me supliques que te la meta.

 ¡Aggrrr! - gritó y con inusitada violencia movió su pelvis hacia adelante para intentar ser penetrada, pero yo anduve ágil y también me moví hacia atrás. Acto seguido comenzó a retorcerse y me clavó las uñas en la espalda obligándome a pegar mi cuerpo al suyo, pero ni con esas logró la ansiada penetración.

Poniendo mis manos bajo sus axilas logré zafarme de ella y llevé mi mano otra vez a su entrepierna para evitar que perdiera la excitación. Fue como apretar el botón de OFF, volvió a la calma. A continuación bajé a sus pezones, que se mostraban aún más duros y desafiantes que antes, y los lamí con violencia mientras tres de mis dedos entraban y salían con facilidad de su dilatado y mojado coño. Áfrika gemía ya sin ocultar lo más mínimo todo el placer que estaba sintiendo, y en mis dedos podía notar como contraía sus músculos vaginales cada vez que la penetraba con ellos. Era tal la humedad de su entrepierna que la sábana sobre la que se apoyaba su culo estaba literalmente empapada.

Fui más abajo, lamiendo su vientre hasta su fruto ya-no-prohibido. Aunque iba con la idea de volver a provocarla, en el momento que aspiré de nuevo el olor a hembra que desprendía su sexo, esta vez fui yo el que no pude soportarlo más y hundí mi cara en él. Respondió con un violento latigazo, estremeciéndose todo su cuerpo y de su boca salió un ronco gemido de placer:

 ¡OOOOGGGHHHHHHHH!

Pocas sensaciones existen en este mundo tan placenteras como la de tener el excitado sexo de tu amante en tu boca, sabiéndolo sometido a tu lengua y a tus caprichos, pudiendo chupar sus más íntimos jugos, lamiendo, sorbiendo y saboreando cada rincón.

Introduje mi lengua en su vagina todo lo que pude y mientras me retiraba lamí con desesperación cada pliegue de sus labios vaginales, succionando hasta mi boca sus sabores más recónditos. Apenas me retraía unos instantes para respirar, mi amante me obligaba a volver cerrando sus muslos en torno a mi cabeza emitiendo incomprensibles sonidos de placer. Alcé mi boca hasta su erguido clítoris y en el momento que lo envolví con mis labios ella lanzó un grito salvaje y me aplastó la cabeza con toda la fuerza de sus piernas mientras yo succionaba con desesperación. Acerqué una de mis manos libres a la zona e introduje dos dedos en su raja mientras mis labios rodeaban y recorrían su clítoris desde todas direcciones. Estaba tan mojada que sus flujos chorreaban hacia su otro agujerito, precipitándose finalmente hacia la sábana. Mientras seguía chupando su botón de placer saqué mis dos dedos de su coño y los llevé hasta su agujero posterior.

 ¡Ah, ah, ah, ahhhh!

Los gemidos de Áfrika eran increíbles, su boca no paraba de emitir ininteligibles sonidos. A veces parecía que iba a decir algo coherente pero no lograba articular palabra alguna.

 ¡Aaggghhhhh!

A pesar de que en otras ocasiones no me había dejado penetrar su agujerito posterior, ni siquiera con los dedos, esta vez estaba tan caliente que no se opuso, y cuando metí apenas el primer dedo comenzó a gritar de tal forma que me asusté verdaderamente y lo saqué de inmediato.

 ¡Ahhh no! ¡Sigue, sigue! ¡Mételo, párteme el culo cabrón!

Estaba fuera de sí, completamente fuera de control. Haciendo caso a sus súplicas, volví a penetrarla el culo, cuando lo movió bruscamente de tal forma que le metí sin quererle el dedo al completo en un instante. Gritó de dolor pero no se retiró, así que tras trabajar un poco más la zona me animé a probar con un dedo más, y cuando quise darme cuenta tenía dos de mis dedos follándola el culo, entrando y saliendo de él sin ningún tipo de contemplación. Mi lengua entonces reanudó su trabajo en el clítoris mientras Áfrika se contorsionaba violentamente, tanto que tuve que sujetar sus caderas con mi brazo libre, empujándola contra el colchón, para poder seguir comiéndome el coño.

Había alcanzado tal grado de excitación que si no hubiese empezado a controlar la situación hace rato, alternando mis manos y mi boca en las distintas zonas erógenas de sus genitales, y reduciendo el ritmo de mis trabajos en los momentos adecuados, hace ya rato que hubiese terminado en mi boca. Mi excitación también era enorme, pero todavía no lo suficiente como para hacerme perder el control, así que haciendo de tripas corazón eché mano de la poca sangre fría que me quedaba y la mantuve en la frontera con el orgasmo.

Decidí entonces ir un paso más allá, y metiendo dos dedos en su culo y otros dos en su vagina –por la cual más que entrar resbalaban- comencé un doble mete-saca que acompasé a mi boca y a su clítoris, arrancándole salvajes gritos de placer.

Retiré momentáneamente mi cara de su entrepierna, continuando con la doble penetración, y admiré la cara de Áfrika. Mis ojos se habían acostumbrado ya a la oscuridad y pude verla brillando de sudor en la noche, convulsionándose de placer y gritando sin voz a pleno pulmón. Sus ojos estaban cerrados y su rostro hermoso, con la boca entreabierta, reflejaba el profundo placer que estaba sintiendo.

Yo por mi parte comenzaba ya a notar auténtico dolor en el miembro con la tremebunda erección que duraba ya desde mi regreso a la cama. Sin dejarla terminar, esperaba mi momento pacientemente mientras ella disfrutaba. Cuando noté que comenzaba a alejarse del orgasmo volví a la carga con mi boca en su botoncito de placer y seguí con mi ataque a tres bandas. En el momento que mi boca entró de nuevo en contacto con su clítoris sentí sus manos aferrarse a mi cabeza y me oprimió hasta casi asfixiarme contra su coño. Se encontraba ya al borde del orgasmo, y en el momento que sus gritos y chillidos desaparecieron para dar paso a un sonido cavernoso que nacía en lo más hondo de su garganta cesé repentinamente toda actividad, me separé de su clítoris y saqué mis manos de sus dos agujeritos y dije respirando con dificultad por el esfuerzo:

 No pienso dejar que te corras. Suplícame que te folle.

Abrió los ojos como platos e hizo algo totalmente inesperado para mí que a buen seguro no olvidaré en lo que me resta de vida: se llevó las manos a su entrepierna y se metió de golpe cuatro dedos en su coño. Con la otra mano comenzó a masturbarse frenéticamente el clítoris mientras gritaba:

 ¡Aaaahhh! ¡Aaaahhh!

En un acto reflejo que no pude controlar aparté sus manos y coloqué mi boca de nuevo en su clítoris y metí mi mano por completo en su coño.

 ¡AAAAHHHH JODER JODER! ¡ME CORRO ME CORRO! - chilló mientras clavaba sus uñas en mi cabeza y arqueaba su cuerpo sobre los omóplatos, elevándolo violentamente y encontrando resistencia sólo en mi cara y cabeza, las cuales quedaron totalmente aplastadas. Sus piernas además me aprisionaron con tal fuerza que por un momento pensé que me ahogaría, aunque ni por esas dejé de chupar y sorber cada ápice del manjar que no paraba de manar de su sexo.

Su orgasmo fue eterno, estremecedor. Al fin, cedieron sus brazos, su cuerpo, sus piernas, y yo, dando una bocanada de oxígeno tan vital como la del primer aliento de vida, caí rendido sobre sus propios flujos que inundaban la sábana...

Permanecimos casi un minuto en silencio, ella extenuada por un orgasmo brutal y primitivo, y yo recuperando el oxígeno que me faltaba y que poco a poco volvía a llenar mis pulmones y mi organismo.

Por fin recuperé la normalidad, me eché a un lado y repté hasta llegar a la altura de su cabeza. Todavía mantenía los ojos cerrados y su cara expresaba sensación tal de tranquilidad y de placer consumado que por un momento llegué a pensar que se había quedado repentinamente dormida. Pero abrió los ojos, que no albergaban ya el menor enfado, y mirándome fijamente a las pupilas dijo:

 Gracias Javi, ha sido el orgasmo más increíble de mi vida. Te quiero -y pese a tener mi cara completamente empapada de sus propios jugos me dio un beso tan apasionado y lleno de ternura a la vez que me conmovió. A continuación se reclinó, apoyó la cabeza en la almohada y cayó, esta vez sí, en un profundo sueño.

Continuará...