Africa, el desenfreno ha comenzado.

Segunda parte de "Lo que pasa en África, se queda en África"

Acababa de llegar a mi habitación en el hotel. Deslice la tarjeta por el lector de la puerta, y entre; solo quería tomar una ducha caliente para pensar y relajarme. La verdad es que me sentía confundido, por un lado, lo que había hecho con Renoir me había llamado la atención, por llamarlo de alguna forma, porque no quería decir que me había gustado. Pero tras eso, me preguntaba, ¿Por qué no decir que me había gustado? Por eso digo que gran parte de mi era pura confusión.

Me saque la ropa lentamente, ido en mis pensamientos; tocaba mi cuerpo y reaccionaba extrañamente, mientras solo pensaba en lo que había hecho y lo que eso me había producido. Desnudo, y con una fuerte erección, entre a la ducha; la tina tenía un tapón, para aprovechar que se llenara y poder recostarme en el agua caliente –como yo-.

Cuando los gemelos interrumpieron nuestras acciones, nos levantamos y fuimos a la cocina donde se encontraban. Estaban con sus torsos desnudos, marcados y atléticos, como suelen ser los cuerpos de hombres como ellos. Tenían toallas blancas adosadas en sus cinturas, que contrastaban con el color de su piel. Cada vez que podía, veía sus cuerpos detenidamente, y me mordía los labios recreando lo que había hecho con Renoir. Desayunamos tranquilos, pero con un hambre voraz. Posiblemente el abuso de las drogas que habíamos consumido el día anterior tenía la culpa.

Estábamos en eso, y Marcel comento que en la noche había una fiesta en casa de un amigo de él, a solo dos cuadras del hotel donde yo vivía. Pero no me animaba a ir; nunca había estado en una fiesta “entre negros” y, por lo que había visto en películas, creo que me daba algo de temor ir, o, quizás, lo único que se me venía a la mente al pensar en Renoir, era lo que me hacía rechazar dicha situación. Asique, terminando de desayunar, me despedí de ellos, les compre algo, y me retire, yendo al hotel aprovechando el día para despejarme; necesitaba una buena tina caliente.

Entreabrí mis ojos, y el vapor había consumido toda la habitación; el agua seguía caliente, y mi cuerpo lo sentía hinchado, debía haber estado ahí por al menos media hora; no sé cómo no me ahogue al quedarme dormido: estaba tan calmado y tranquilo, solo sumido en mis pensamientos, que sin darme cuenta el sueño me había ganado. Pero esa pequeña siesta me recompuso y me hizo saber que no tenía que seguir buscando excusas para lo que me pasaba: me gusto lo que había pasado, si no, no lo habría hecho. Lo siguiente era pensar si lo volvería a hacer, y, por mi parte, lo deseaba fervientemente, y lo sabía porque me había encantado el sabor de aquel pene en mi boca; su grosor en las paredes de mis mejillas internas, su suavidad, su olor a hombre: todo me parecía fuertemente excitante, incluso, el sabor de su semen, aunque no me haya gustado tanto como ahora en ese momento.

Tras unos cincuenta minutos en la tina, la cual vacié hasta la mitad mientras, al mismo tiempo, rellenaba con agua caliente, volví a pensar en aquella casa, pero esta vez me imaginaba siendo dominado por los gemelos: terriblemente guapos, sus cuerpos apretados y marcados y, sobre todo, los paquetes prominentes que a cada momento amenazaban con romper las toallas que tenían puestas. Mi mano subía y bajaba a muy alta velocidad, como nunca antes, recorriendo toda la longitud de mi pene. Mi orgasmo era inminente, y no tenía tiempo para acomodarme y dirigir la eyaculación: solo lo hice encima de mí, levantando mi cuerpo y recibiendo gruesas oleadas de semen en mi pecho, oleadas que también fueron a parar directo al agua y en mi cara. Pensé inmediatamente en probarlo para comparar, y, a diferencia mía, el de Renoir era mucho más apetecible. Y ya sabía cómo conseguirlo.

Fuera del baño, me vestí. Jeans azules con las rodillas algo rotas, una camisa por fuera de color negro, de esas para salir; nada elegante. Y una vez listo, llame a Renoir para quedar en la plaza e ir a la fiesta. Íbamos los 4 caminando; estaban todos muy guapos: los gemelos iban casi iguales, Marcel llevaba zapatillas amarillas, y todo lo demás era igual a su hermano. Renoir iba con buzo y camiseta blanca sin mangas, que marcaba sus músculos maravillosamente.

Llegado el momento, sentía música y risas que provenían de una casa blanca, algo descuidada, como esas típicas casas norteamericanas con escaleras al principio, con un techo que tapaba la terraza de entrada. Ingresamos, e inmediatamente me ardieron los ojos por la cantidad de humo, proveniente de muchas fuentes, que allí había. Salude a muchas personas; parecían ser buena gente, pero lamentablemente nadie manejaba el inglés tan bien como mis tres amigos. Como sabía que tenía un plan, debía desinhibirme, y lo hacía bebiendo constantemente, cerveza tras otra, para luego beber otro tipo de tragos, de los que no conocía en lo absoluto, pero vamos, que debía ser del tipo de tragos comunes para sus fiestas, así como los típicos en mi país. Había un trago en especial que fue el que más busque, era algo así como Res...No sé qué, pero era muy agradable.

En un momento, me encontré solo, Renoir y los gemelos no estaban por ninguna parte, y a mi lado habían dos hombres, quizás de mi edad o unos años más, sin camiseta, e inconscientes por el alcohol que habían consumido. Me levante y empecé a caminar por la casa, pero no los encontraba. Para ese momento sentía miedo, porque no podía ver bien; parecía como si una tormenta de niebla hubiera inundado la casa, y además, no encontraba a mis amigos. Fui a la última puerta que había, y entre, pero todo estaba oscuro; sentía una respiración entrecortada, y prendí un encendedor que tenía en el bolsillo: era Renoir, estaba solo, consumiendo drogas y bebiendo. Me vio e inmediatamente sonrió, ofreciéndome de la mencionada. Consumí con él, bastante, porque sabía que era mi momento.

Charlamos, nos reímos y hasta cantamos, pero en un momento de silencio, me quede mirándolo, y el a mí. Mi mano estaba en su rodilla, y la suya en mi hombro. Era ahora o nunca. Pero tenía que hacerlo lento. Me acerque a él rápidamente y lo bese, sin moverme, sintiendo sus gruesos labios contra los míos, calientes y húmedos, y yo esperaba no tener que tener la iniciativa de todo lo que sucedería más adelante. Y llego, el abro su boca despacio, me permitió sentir el aroma de su aliento, su calor, fue solo un segundo, pero me pareció el segundo más largo de mi vida. Abrí mi boca, y metí mi lengua en la de él, acariciando la suya, sintiendo se saliva. Nos besamos mucho rato, acariciándonos tímidamente, aunque el denotaba algo más de seguridad.

La mano que tenía en su rodilla ahora se encontraba en su ingle, mis dedos recorrían decidida pero tímidamente el camino hasta mi deseo, y cuando logre llegar a dicha montaña, lo agarre con fuerza. Su mano entonces, se puso en mi nuca y me apretó con fuerza, mientras seguía besándome. Abrí su bragueta, metí mi mano dentro del pantalón y con algo de dificultad, saque su enorme pene, enhiesto y bien erecto, esperando mi atención. La presión sobre mi nuca aumento, y ya entendía a que se debía. Me hinque frente a él, y tímidamente pase mi lengua por su extensión, mientras lo masturbaba lentamente. Mi mano la recorría completa, de arriba abajo, y mi boca contenía uno de sus testículos, para luego, subir y literalmente enterrármelo en la boca. Lo deseaba, lo anhelaba, tenía que sentir ese pene dentro de mi boca, inundándomela por completo; la excitación que sentía era macabra, lo estaba masturbando rápidamente, pero con mi boca, y con mi mano acariciaba mi cuerpo. Seguí aumentando la velocidad cada vez, hasta que sus gemidos acusaron lo inminente: me prepare, abriendo bien la boca; con mi mano izquierda lo masturbaba a él, y con la derecha, me lo hacía a mí. Cuando la primera oleada golpeo mi garganta, me corrí como desesperado, manchando el suelo con una buena cantidad de semen, me encantaba, de eso estaba seguro. Su semen chocando en mi garganta era lo mejor que había probado, y  no dejaba de salir y salir. Lleno mi boca, y no lo trague. Lo mire con ojos distintos, y escupí el semen sobre su pene, y lo chupe nuevamente, acariciando su glande prácticamente con mi garganta, y todo lleno de semen.

Su pene retomaba vida a pasos agigantados, y cada situación la aprovechaba para seguir y seguir sintiendo el placer que me producía. Seguí lamiendo toda su longitud, pero de repente me tomo con sus manos en las axilas y me sentó a horcajadas sobre él. Me beso, lamio mis orejas, apretaba mí culo, mi espalda recibía todas sus manos: estaba en el cielo. Me saco toda la ropa que me quedaba, y siguió con su tarea, pero esta vez me tenía de espaldas a los pies de la cama, y el, hincado entre mis piernas, comenzó a lamer toda mi parte trasera, pasando por mi culo, mi ingle, parte de mis testículos y el ano, lugar donde se centró más. Sentía maravillas con su lengua recorriendo mi cuerpo; todo húmedo y caliente.

Tenía los ojos cerrados, solo sintiéndolo todo, pero de repente sentí más de lo que tenía en mente. Un dedo intruso se introdujo casi de golpe en mi ano, y un ligero pero constante dolor recorrió mi espalda. Solo me quede callado, pensando que quedaría ahí, pero ese dedo se dividió y triplico; sentía mi esfínter dilatado y mojado. Se puso de pie, pero lamiendo mis pezones, luego subió a besarme y, mirándome a los ojos, comenzó a empujar lentamente dentro de mí. Lo que menos podía hacer en ese momento era mirarlo, ya que mis ojos se cerraban con rápidos parpadeos, sin poder evitarlo. Era dolor, mucho dolor, pero también era placer. Hasta que en un momento, sentí su cuerpo chocar con el mío; su estómago en el mío; sus testículos en mi culo. Era todo muy excitante y placentero, además de doloroso. Pero el dolor cesaba, y el placer aumentaba, hasta que solo deseaba mayor velocidad de penetración. Nunca me habría imaginado que llegaría a tener ni siquiera 10 cm de cualquier cosa dentro de mí, y menos aun 22 cm o más de un gran pene africano, pero bueno, ahora supe que definitivamente seguiría siendo así, tanto durante mis vacaciones acá, como con algún afortunado en mi país.

Seguíamos en la misma posición, Renoir me penetraba alternando en velocidad; lo hacía rápidamente, sintiendo el paso de su pene ante las contracciones de mi ano, y también lo hacía despacio, haciendo que el placer aumentara muy rápido. En un momento, saco su pene de golpe, y sentí un pequeño escozor; me puso de 4 patas, y me lo metió de nuevo, de golpe, completo dentro de mí. Un gemido se escapó de mi boca, y varios le siguieron, recibiendo pasivamente cada estocada de su gran herramienta, que casi sentía hasta mi garganta de lo grande que era. Yo, mientras recibía todo lo que me daba, me masturbaba frenéticamente, sintiendo como se acercaba mi orgasmo, el que no se demoró mucho más en llegar. Y dado ese momento, eyacule como nunca lo había hecho, y fue ahí cuando sentí aún más su potente herramienta dentro de mí, dado que mis paredes anales se contraían como si tuvieran vida propia. Y supongo que por lo mismo, sus penetraciones aumentaron alocadamente, hasta que un rio de semen inundo mis entrañas, caliente y espeso semen que llego hasta lo más profundo de mí. Se recostó encima de mí aun con su pene en mi interior hasta que este, al perder la erección, salió de la cueva en la que dormía.

Luego de la gran ración de sexo, se acostó a mi lado, besándome tiernamente, y yo correspondiéndole, mientras con mis dedos palpaba el semen que fluía por mis piernas. Nos quedamos mirando y sonreímos, hasta que, juntos, nos levantamos de la cama y fuimos a continuar la fiesta, que, según parecía, recién comenzaba, dado que acababan de llegar 10 hombres y 13 mujeres como acompañantes. Yo ya tenía cierta confianza en el lugar, dado lo que había ocurrido con Renoir quien ahora estaba a mi lado sin despegarse. Bebimos bastante y reímos entre todos, pero seguía pensando que había ocurrido con los gemelos, que aún no aparecían desde que los había empezado a buscar. Pregunte a Renoir por ellos, y me dijo que se habían ido a la casa porque Marcel se había sentido mal. Lástima por ellos.

Tras unas cuatro horas de irrefrenable fiesta, decidimos irnos. Íbamos caminando en dirección a mi hotel, y cuando llegamos a él, Renoir se despidió, pero insistí en que, por la hora, debía quedarse a dormir conmigo esa noche, proposición a la que acepto sin dudar. Entramos a mi habitación, y me propuso tomar una ducha, cosa que ya había pensado. Pero quería algo más, deseaba seguir sintiendo el placer que me inundaba cuando estaba con él. Asique fui al despacho del hotel a pedir una habitación de Jacuzzi, la que contaba con un pequeño spa para una persona, una ducha, una camilla para masajes y el mismo jacuzzi; eran aproximadamente 7 habitaciones, una al lado de la otra, y se podían pedir gratis, mientras durara la estadía, a la hora que se requiriera.

Asique íbamos de camino a esa habitación. Renoir entro primero, y yo lo seguí, quitándonos la ropa para disfrutar de la estancia allí. Para nuestra sorpresa, el jacuzzi ya estaba lleno, liberando mucho vapor, con la pared de espejo que lo rodeaba totalmente empañada; el pequeño spa personal tenía también una toalla en la entrada, y estaba encendido; dentro de él, había una larga banca de madera que rodeaba el perímetro del mismo. A la izquierda, estaba la camilla, para la que había que pedir un masajista, y al otro lado, un mueble blanco. Lo abrí y había pequeñas botellitas de jabón, aceite para masajes y debajo, dos toallas más. Saque una y se la di a Renoir, quien ya estaba desnudo con su prominente pene mirando al cielo. Tomo la toalla y la dejo sobre la camilla, y me tomo a mí, ubicándome cuidadosamente sobre ella, cara abajo, y mirando se pene. Lo tome con mis manos, y lo comencé a chupar placenteramente, sintiendo como el pliegue que cubría su glande se retraía y contraía con el paso de mi curiosa lengua. Me lo metí en la boca, lo más profundo que pude, algo así como 17 cm que me producían arcadas que podía aguantar. Y todo eso mientras lo masturbaba lentamente, sin dejar que eyaculara para permitir una noche más larga y llena de placer.

Me tomo por la cintura y, en brazos, como quien carga su tesoro, me llevo al jacuzzi, para luego meterse el. Nos acomodamos y yo quede encima de él, dándole la espalda. Entonces, sus dedos buscaron mi ano y entraron en él, mientras me besaba con furia. Tome una botellita de aceite y me puse una buena cantidad en la mano, la que luego fue a parar a mi culo, para que luego, sus dedos siguieran jugueteando con él. Ya bien dilatado, me acomode y me senté sobre su gran pene, de golpe, haciendo caso omiso al dolor que nuevamente sentía, quería llegar al fondo para poder relajarme. Y así fue. Sus piernas chocaron con las mías, y comencé a dar bote, dejando que su taladro me destrozara por dentro, sintiendo cada estocada llenar mi interior anal.

Luego, me puse de rodillas en el jacuzzi y apoye mis codos en la base que quedaba fuera de él, mirándome con dificultad al espejo, mientras el, dentro del mismo, me lo volvía a introducir, comenzando a penetrarme ferozmente. Yo gemía y gritaba sin preocupaciones, dejándome llevar por tantas oleadas de placer. Entre gemidos y palabras me dijo que se corría, y saliendo rápidamente y dándome una vuelta, me lo metí de golpe en la boca, y lo masturbe frenéticamente, recibiendo varios chorros de semen, los que trague como si de un elixir se tratara.

Terminamos muy cansados, acostados y abrazados dentro del jacuzzi, haciéndonos cariños y quedándonos dormidos. Unas horas después, ya amaneciendo, nos despertamos, con frio. Nos secamos, limpiamos un poco y nos fuimos a mi habitación, donde nos acostamos y nuevamente dormimos.

Tras todo lo ocurrido, mientras Renoir dormía, pensaba en cómo serían los 10 días que me quedaban ahí, pero sabía que, con Renoir al lado, esos días serian de maravilla.

Continuara...

Qwertyxx.-