Aerobic (2)

Desenlace: una novia inexistente despierta los celos de su hermana mayor, que decide perder con él su virginidad bajo los efectos del cannabis.

A e r o b i c ( I I )

por

Effrenus

Con cierta frecuencia, cuando yo llegaba a casa y me encerraba en mi cuarto a estudiar, haciendo un esfuerzo sobrehumano por no asomarme a verla practicar aerobic enfundada en aquella segunda piel de su maillot, era ella la que aparecía al rato en mi cuarto con cualquier excusa (que si le daba un cigarro, que si le había cogido un disco de sus estantería que ahora no encontraba, cosas así). Por un lado, me resultaba extraño: era como si viniera a mi cuarto a exhibirse, a comprobar si los ojos se me iban a sus encantos. Encantos que aquel maillot de ajustada lycra morada seguía evidenciando maravillosamente. Pero por otro lado, me costaba creer que a mi hermana pudiera afectarle tanto la existencia de mi ficticia "novia".

Para no alargar demasiado mi historia, os contaré lo más increíble e inesperado que yo jamás vivido: la "gran tarde" en que ocurrió "todo".

Fue una tarde como otra cualquiera. Faltaba poco para acabar el curso, empezaba a apetecer mucho más ir a la playa que quedarse en casa estudiando, pero no había más remedio. Llegué del instituto. Como venía siendo habitual, mis padres no estaban en casa y la música a todo trapo se escuchaba ya desde la calle. Pensé que mi hermana estaría haciendo aerobic y subí a casa y me dirigí a la salita ensayando una forzada cara de indiferencia, pero ilusionado por dentro ante la posibilidad de echarle un vistazo fugaz a Mónica en maillot….

—Hola, Món… —Pero no fui capaz de acabar ni de decir su nombre. Mónica estaba tumbada de lado en el sofá, con los ojos cerrados y ropa normal, fumándose un porro… Llevaba puestos unos vaqueros ajustados, y mis ojos se me fueron como siempre al redondo y apetecible dibujo de sus nalgas y sus caderas… Mi hermana estaba como ausente, no me había oído llegar debido al alto volumen de la música, y ni siquiera me había visto asomarme. Me di cuenta de que, en la mesita ante el sofá, reposaba un cenicero lleno hasta arriba de ceniza y con restos de varios porros, es decir, que el que estaba fumándose en ese momento no era precisamente el primero que se fumaba.

—¡Hola! —insistí con cara de bobo. Mi hermana entreabrió los ojos y me vio al fin.

—Ho…la… —me contestó sonriendo como aturdida. Pero yo ya le había dado la espalda y me iba a mi cuarto. Estaba decidido a mostrarme indiferente y a evitar que ella siguiera considerándome un "nenito mirón". Llegué a mi habitación y me quité la ropa hasta quedar desnudo de cintura para arriba, sólo con un pantalón corto de deporte y unas ganas terribles de cascarme una paja fantaseando con hacerle a Mónica de todo. Sin embargo, quizá porque se aproximaban los exámenes finales del curso y tenía mucho por estudiar, ni siquiera llegué a tocarme la polla. Me senté ante mi mesa de estudios y me dispuse a varias horas de aburridas memorizaciones.

La puerta de mi habitación se abrió sin previo aviso, y mi hermana se asomó apoyándose en el quicio… Parecía haberse espabilado de repente.

—Oye, Ángel, ¿tú no tendrás un cigarro por ahí? —preguntó, y entró del todo situándose junto a mí, apoyándose esta vez en la mesa con una mano. Levanté la mirada.

—Pues…, creo que sí, pero tengo que buscarlo. —respondí. Me puse a abrir y cerrar cajones aunque sabía perfectamente dónde tenía guardada mi cajetilla de Chester (fingía no saberlo o no acordarme para tener más tiempo a mi hermana en la habitación). Me fijé en que su manera de apoyarse le daba una apariencia agotada, esa especie de inestabilidad que da el estar chispado… "o a quien se ha fumado ya varios porros" , pensé. De hecho, mi hermana tenía permanente en el semblante una extraña media sonrisa

Mientras yo revolvía en los cajones de mi mesa, Mónica resopló:

—¡Uuuf, qué calor tienes aquí!

—Es que si abro la ventana entra más calor aún de la calle… —le expliqué.

—Pues yo no aguanto con toda esta ropa. —dijo ella, y empezó a desabrocharse con rapidez su blusa y sus ajustados vaqueros… Por un momento, creí que iba a mostrárseme tal cual en bragas y sostén. Tragué saliva… Pero mi sorpresa fue mejor aún que eso… ¡Bajo la ropa, mi hermana llevaba puesto su maillot morado…!

No sé ni cómo logré disimular aquella súbita dilatación de mis pupilas ante la reacción que me produjo verla desnudarse y quedarse en maillot ante mí. Todo en mi cuerpo me pedía a gritos dirigir los ojos hacia esos pezoncitos marcados en la lycra del maillot, aquella cintura, aquellas caderas, ese monte de Venus, que me había excitado tanto y que ahora estaba ahí, resaltado en la ceñida prenda de aerobic de mi hermanita

—Oye, Mónica —dije buscando todavía el cigarro—, quizá no sea muy aconsejable fumar mientras se hace deporte… Creo que nueve de cada diez médicos recomiendan eso además de los chicles sin azúcar, je, je..

—Vaya, qué graciosito —acusó mi hermana recibo del comentario—. Lo que pasa es que lo quiero para luego, so bobo. Además, ¿desde cuándo eres tú el consejero de salud de nadie? —preguntó mi hermana— ¿Desde que tienes novia?

Eso de "novia" lo dijo ella con cierto retintín que sonaba a… ¿celos? ¿Podían ser realmente celos, por parte de mi propia hermana mayor?

De pronto, se inclinó hasta apoyarse de codos en la mesa, justo a mi lado. La gravedad hizo que se marcaran aún más sus tetitas en el maillot, todo ello a escasos treinta centímetros de mi cara… En un tono extrañamente dulce, me soltó:

—Bueno, mira, no te preocupes, que tu hermana no quiere darte la brasa, ¿eh? ¿Tienes o no tienes un pitillo?

¡Joder, aquello sí que era nuevo! ¿Qué demonios pretendía, torturarme?

—No, perdona tú. Es que estoy nervioso… —repliqué, consciente de cuánto me costaba seguir haciéndome el indiferente sobre la proximidad de mi hermana en maillot.

—¿Sí? —sonrió ella— ¿Y por qué te puedo poner yo nervioso? ¡Si soy tu hermana!

Yo, ocultando desesperadamente lo atónito que me tenía aquella conversación, saqué directamente la cajetilla de Chester del bolsillo de mi mochila, donde sabía que estaba desde el principio. Saqué un cigarrillo y se lo tendí procurando que no me temblara demasiado el pulso

—Cosas mías. —gruñí.

Mi hermana siguió sonriéndose mientras tomaba mi cigarro (¿se sonreía, me sonreía a mí, se estaba burlando o qué?).

—¿De qué te preocupas, de los exámenes finales? Pues eso tiene ¿sabes lo que te vendría de miedo para relajarte?

—No, qué.

—Pues que probaras… algo que yo tengo…, algo mío.

—¿Có… cómo? —me quedé de piedra creyendo que se refería a probarla a ella en persona. Mónica se echó a reír y añadió en plan medio de guasa medio insinuante.

—Pues eso, algo… ¡Ja, ja, ja…! ¡Tonto, me refiero al porro que voy a hacerme ahora mismo con tu pitillo.

—¿Un…, un petardo aquí? ¡Qué dices!

—Sí, hombre, sí… ¿No lo has probado nunca? Pues ya es hora. —dijo ella de nuevo con ese tono dulzón que me desconcertaba tanto.

Definitivamente, todo estaba siendo muy raro, mi hermana estaba rara de verdad, y yo… Yo dudé todavía unos pocos segundos en los que Mónica no apartó su mirada de mis ojos, con ese extraño brillo de complicidad y confianza que me sonreía desde el fondo de sus ojazos, entre aquellas larguísimas cortinas de sus pestañas...

—Pues…, mira, a mí me parece que te estás volviendo una drogadicta, pero bueno, vale, que no se diga que no me atrevo. —Dije al fin.

—Chachi, este es mi hermano pequeño.

Se irguió, giró sobre sí misma y dio un brinco hacia atrás aupándose a mi mesa de estudios… Nueva descarga de electricidad recorriéndome de los pies a la cabeza. ¿De dónde había sacado aquel trocito de hachís y aquel papelito de liar? ¿O los traía ya en la mano y yo no me había dado ni cuenta, de tan ocupado como estaba mirándole de reojo los bultitos de sus pezones y esas dulces areolas cónicas marcándose en el maillot?

—Te has vuelto un esaborío, Angelín, ya nunca te cuentas nada… —comentó Mónica llamando mi atención. La miré a los ojos, que seguían clavados en los míos con ese enigmático aire entre cómplice y pícaro que me ponía a mil pulsaciones. Parecía estudiarme con esos ojos sonrientes incluso cuando puso el cigarrillo ante su boca y le dio una larga lamida desde la boquilla hasta el extremo para empapar el papel de saliva… Quizá por dentro se estuviera burlando de mí, que me sentía un pobre diablo deseando en secreto sentir dentro de mi boca el extremo de su húmeda lengua

—¿Por… por qué haces eso? —le pregunté.

—¿"Eso"? ¿El qué?... —me hizo ella un mohín pícaro, burlón, y a continuación, como indicándome con la mirada que pusiera atención, rasgó el cigarrillo a lo largo fácilmente por el trazo húmedo de su saliva. Entonces, en un gesto rápido, lo volcó sobre la palma de su otra mano, vaciándolo en ésta.

—¿Por qué no traes a casa a tu novia que la conozcamos?—preguntó como inocentemente, como si se le acabara de ocurrir la cuestión.

—Pues… Es que no sé para qué… No me he planteado eso todavía, la verdad… —dije yo desconfiadamente.

—¿Y tampoco la has traído nunca a casa… cuando no hubiera nadie más? Para estar a solas, me refiero… —me interrogó en el mismo tono despreocupado, en ese tono típico de "a mí puedes contármelo sin miedo".

—Pues…, no, la verdad, de momento no

—Pero entonces, ¿es que tú y tu novia nunca…? —Mónica dejó a medias la pregunta dando a entender que el final de la misma se sobreentendía.

—¿Nunca qué? —me hice yo el tonto.

—Que si nunca…, tú me entiendes lo que quiero decir, ¿no? ¡Joder, que si tu novia y tú os dais el lote!

—Eeeer, ssssí, claro, sssssí… —preferí mentir para no quedar como un inocentón.

—Ah… —dijo ella asintiendo sin interrumpir su elaboración del porro— Ya, ya me imaginaba yo que sí. Sobre todo porque, vaya, cuando no tenías novia, te pasabas la vida mirándome a mí. Se te caía la baba, no me digas que no, y ahora, en cambio

—Eh, esto… No sé de qué hablas… —titubeé.

Pero ella ignoró mi intento de negar aquella verdad como un templo: mientras calentaba la china de hachís con el mechero y la desmenuzaba sobre el montoncito de tabaco que tenía en su otra palma, insistió como si no tuviera otra meta en la vida que hacerme sentir más y más desconcertado:

—¿Y… tu novia y tú llegáis a "mucho"?

—¡¿Q…, qu…, quééé?!

—Que si llegáis a meteros mano, hombre, que si te deja tocarla arriba y abajo y ella te hace a ti lo mismo. —Me aclaró concentrada ya en liar el canuto.

Maldita sea, ¿a qué venía ese interrogatorio? Pero yo, comprendiendo que debía responder a cosas así con coherencia si no quería desperdiciar aquel trato de tú a tú que mi hermana me brindaba por primera vez en mi vida, me decidí a mentir como un cosaco.

—Ah, pues… es que no me parece bien airear esas cosas por ahí, claro. ¿No suele decirse que un caballero no presume de esas cosas? —contesté.

Mi hermana Mónica me miró de hito en hito, como si aquella respuesta la sorprendiera.

—Oye, mira, Mónica —quise arreglarlo—, no es que no me fíe de ti, no creo que seas una cotilla que vaya a ir por ahí contando lo que yo te diga, pero… joder, que no me parece bien hablar de eso y ya está.

—¿No? —preguntó como incrédula— ¡Joder, pues esa chica tiene suerte contigo, ojalá todos los tíos fueran como tú! La mayoría, en cuanto les dejas que te den un piquito de nada, ya andan por ahí diciendo a los cuatro vientos que se han te han cepillado. Y al día siguiente ya sabes lo que te espera: que te mire todo el mundo como si fueras una puta.

—Ya ves, yo no soy de los que le hacen esas faenas a una chica.

—Pues eso me parece un puntazo, hermanito. —dijo ella encendiéndose el porro. Le dio una profunda calada y trató de retener el humo en sus pulmones mientras me lo ofrecía. Yo no sabía si aceptarlo o no, estaba super-nervioso de tener a mi hermana en maillot sobre la mesa de estudios, tan cerca que hubiera bastado extender los brazos para sobarle cualquier zona de su anatomía

—Gracias… —musité cogiendo el porro. Le di una calada al canuto e intenté imitar a Mónica reteniendo el humo dentro del pecho, pero al no estar acostumbrado al hachís, me dio tal ataque de tos que casi se me saltaron las lágrimas.

—¡Ja, ja, ja…! ¡Bueno, por lo menos he llegado a tiempo de ser la primera chica con la que te fumas un buen petardo!

¿"Por lo menos"? ¿Qué significaba eso? No tuve tiempo ni de planteármelo, mi hermana ya volvía a la carga tras quitarme el porro de la mano y darle una segunda calada.

—"Petardo" sí será pero lo de "bueno"… —dije tosiendo todavía.

—Es que la primera vez es lo que pasa, como cuando te fumas el primer pitillo. Anda, toma, dale otra calada.

—No, mira, mejor no. —repliqué en el mejor tono que pude.

Ella siguió sin moverse de mi mesa, fumándose el resto del canuto (o sea, todo) y mirándome con esa media sonrisa enigmática que me producía tanto desasosiego y ansiedad como verla en maillot, ahí, tan cerca. Yo no sabía qué hacer, salvo reprimir las ganas de mirarle descaradamente el relieve de los pezones.

—Oye, Ángel, y… ¿qué tal besa tu novia? —preguntó echándome el humo a la cara como si tal cosa mientras aplastaba la colilla del porro en el cenicero.

—¿Eh? Pues…. —resoplé cansado de improvisar trolas— ¡Pues yo qué sé! Bien

—¿Bien? ¿Sólo… "bien" a secas? —Insistió mi hermana.

—¿Cómo quieres que lo sepa? —me rebelé, nervioso— ¡Es la primera chica con la que he salido, no tengo nadie con quien comparar una cosa así!

Mónica puso una extraña y pícara expresión, como si pensara para sus adentros "ahí quería yo verte" y, de pronto, sin inmutarse, con esa extraña sonrisa frívola iluminando su rostro, me dijo:

—Y… ¿te gustaría poder comparar? Porque, a lo mejor, yo puedo solucionar eso

—¿So…, solu… cio…n…nar eso? —tartamudeé cada vez más convencido de que había terminado esquizofrénico y que nada de aquello era real sino un delirio de mi sucia mente.

—Pues claro, tonto. Mira y alucina.

Y, de pronto, se desató un sinfín de celestiales sensaciones, todo el infinito horizonte del placer carnal se concentró en mis atónitos sentidos… Porque fue entonces cuando mi hermana elevó una pierna extendida pasándola sobre mi cabeza y se dejó caer sobre mí desde el borde de la mesa quedándose de pronto a horcajadas sobre mi pelvis… Y, sobre todo, cuando, sin mediar más palabras, me cogió la cara con ambas manos y, ni corta ni perezosa, acercó su boca a la mía y empezó a rozar mis labios sensualmente con los míos

¡No podía creer que semejante sueño estuviera ocurriendo! ¡Mi hermana me estaba besando de verdad, y ahora sentía su lengua separando mis labios e internándose en mi boca, con toda su blanda dulzura ensalivada…! ¡Y la tenía en maillot sobre mi bragueta, abierta de piernas, con todo el peso de su cuerpo sobre mi oculta erección, que latía contra su mismísimo monte de venus! Era el primer beso con lengua de mi vida, ¡y me lo estaba dando mi hermana!

Sin poder creerlo aún, saboreé su saliva, la ternura de sus labios… Ella dejó de sujetar mi cara y abrazó suavemente mi cuello… Mis manos se fueron solas a ambos lados de su cintura, por primera vez disfruté el tacto del maillot, la sólida realidad de un cuerpo llenando aquella ajustada prenda de lycra… Me costaba creer que todo aquello fuera real, mi hermana me morreaba dejándose acariciar la cintura y la espalda… No me atrevía a desplazar las manos hacia sus senos o su culo por miedo a que ella de repente lo considerase un atrevimiento excesivo… Pero sólo la maravillosa sensación de cómo nuestros labios se movían en torno al juego de su lengua con la mía, sólo eso ya me estaba endureciendo y dilatando la polla hasta extremos que superaban con creces el tamaño que adquiría en una simple paja

Y mi hermana tenía que estar notándolo a la fuerza, ya que el tierno bollo de su sexo reposaba en pleno sobre mi bragueta, que parecía querer reventar y sumergirse sin cremallera de por medio en la hendidura cuyo trazo se presentía dividiendo en dos carnosos labios la entrepierna del maillot

Al cabo de unos instantes, quizá sólo un minuto pero tan intenso y placentero que me había parecido un solo segundo, Mónica separó su boca de la mía y sin dejar de abrazarme el cuello, me preguntó en un pícaro susurro:

—Bueno, hermanito, ahora ya puedes comparar… ¿Quién besa mejor, tu novia o yo?

—Eeeh, esto… No sé… —Dije con la respiración agitada y deseando moverme para frotar el bulto de mi pantalón con el bulto púbico de su maillot

—¿No lo sabes? Tú simplemente dime si este beso te ha dado más gusto que los que te des con esa "niña".

Tuve una inspiración.

—A lo mejor, si repetimos, me aclaro mejor. —probé suerte.

—¿Ah, sí? ¡Ja, ja, ja! Me parece que mi hermanito está más espabilado de lo que yo creía… ¡Ja, ja, ja! No hay más que ver lo pulpo que te estás poniendo, no me quitas las manos del cuerpo

—¿Te molesta? —dije yo tímidamente, ya que era completamente cierto: mis manos se habían mostrado incapaces de desprenderse del cuerpo de Mónica, anhelando recorrerlo centímetro a centímetro en una caricia interminable.

Para mi sorpresa, mi hermana susurró:

—Por ahora, no… —y volvió a besarme la boca un instante, antes de decirme al oído como ahogando una risita— Pero ¿a que no te atreves a hacerme a mí las mismas, ejem, "cositas"?

¡Había funcionado! ¡Mi trola estaba dando tanto fruto que casi di un respingo de incredulidad, pero por suerte reaccioné como más me convenía: de inmediato, yo mismo la besé a ella su tierna boca entreabierta y, esta vez, el morreo, correspondido por ella, se vio acompañado de un placer mucho más intenso, enloquecedor: dejé a un lado la timidez y empecé a subir y baja mi mano derecha por la cintura de mi hermana, pero esta vez atreviéndose a llegar a una nalga. Mi mano la apresó y la amasó casi agarrotada de gusto… Después, fui subiendo de nuevo, recorriendo en círculos el contorno de su cuerpo hasta que llegó a donde estaba aquel seno izquierdo de mi hermana… Aún me detuve un instante, vigilando si ella hacía algún gesto de rechazo a lo que claramente yo deseaba hacer… Pero no hizo nada, parecía incluso esperarlo y estar dispuesta a consentirlo… Y al fin, sintiendo un increíble gozo cuyas ondas hacían temblar todo mi vientre (de más abajo, no tengo ni palabras), puse delicadamente esa mano sobre la teta… Con la mirada extraviada de puro gusto, empecé a palpársela, a oprimírsela suavemente… Dios, qué gusto vertiginoso notarla viva, definida, real… ¡Estaba tocando una teta! ¡Y era de Mónica, mi hermana mayor…! ¡Podía sentirla vibrar con el pezón extraordinariamente tieso ahí, tras la lycra del maillot

—Mmmmmffff… —gimió mi hermana sin abandonar nuestro prolongado morreo… Aquel gemido fue más elocuente que cualquier consentimiento hablado… Yo, loco de placer, le palpé la teta una y otra vez… Acabé suspirando como ella, era una sensación increíble, la primera vez que las yemas de mis dedos pellizcaban un pezón, la primera que mi mano percibía el delicioso centro de gravedad de un seno de verdad, con esa consistencia que me mataba y me excitaba más de lo que jamás me había excitado jamás ninguna otra cosa... Nuestras respiraciones se pusieron agitadas, nos costaba mantener sellados nuestros labios… Mónica interrumpió el beso un momento y suspiró:

—Mmmmfff, Ángel… Huy, huy, huy, me parece que tú tienes las manos muy largas

—Es que no puedo evitarlo… —me sonrojé.

—La verdad, no sé quién está siendo más guarro, si tú por meterme mano o yo por dejarte… Dime la verdad, tú nunca habías tocado una teta, ¿a que no?

Aquello me pilló desprevenido.

—Pues…, ejem, no

—Y qué, te está dando gusto, ¿eh?

—Sí, sí, sí, ya lo creo, sí, sí… Ooooh, Mónica

—Se te nota, qué cara de salido tienes.

Le di un nuevo y largo beso, que aceptó de buen grado, mientras mi mano pasaba ahora a conocer la otra teta… Qué dos maravillosas realidades, qué gusto alternarlas, sentir cómo reaccionaban… Era increíble que todo aquello estuviera pasando, era vivir un sueño palpar una y otra vez sus tetas sin descanso… Imperceptiblemente, habíamos empezado a mover las caderas, más ella que yo, por el peso de su cuerpo sobre el mío; lo bastante, desde luego, para que me fuera imposible no sentir cómo la entrepierna de su maillot se restregaba contra mi bragueta…Estuve a punto de desbordarme, notaba que mi polla supuraba líquido pre-seminal

—Mmmmmmffff…, mmmmmffff… —gemía mi hermana profundamente. Llegó un momento en que decidí arriesgarme más allá… Bajé mi mano derecha de su teta izquierda y la deslicé por el abdomen de mi hermana en busca de su sexo… Ahora sí que la noté de pronto tensarse como alarmada e interrumpió el morreo diciéndome entre dulces jadeos:

—No, eso no puede ser, Ángel… Mira, lo siento, me parece que me estoy poniendo demasiado cachonda…, hacer todo esto siendo hermanos es pasarse mucho de la raya

—Bueno, perdona… —acepté dando por perdida mi oportunidad de saber lo que se experimentaba al acariciarle a una chica el sublime bollito del sexo. Paradójicamente, esa mansa resignación impresionó a mi hermana más de lo que yo esperaba.

—Qué bueno eres, hermanito, yo me rajo y tú ni te pones pesado ni montas el numerito del machito indignado como todos los chicos. ¿Sabes lo que es pasarse la vida oyéndote llamar calienta-pollas y estrecha y cosas así? ¡Un asco! Pero tú sabes ser muy dulce… ¿O es porque soy tu hermana?

—Pues… eee…, no. No.

—¿Por qué entonces?

—Bueno, ejem…Vaya, Mónica, es que, cuando te veo así, como estás ahora mismo, con ese maillot, yo… Me da igual que seas mi hermana, la verdad es que me excito viéndote con este maillot. No puedo evitarlo, de verdad… Lo siento

—Pues yo no lo siento, ¡ja, ja, ja...! —se rió y, sin mediar más palabra, mi hermana se abalanzó de pronto sobre mí plantándome un soberbio morreo. Su lengua jugaba con la mía de la manera más apasionada imaginable. Después, separando apenas su boca de la mía, suspiró jadeando:

—Gracias… ¡Ay, cómo me halaga mi hermanito malo! ¿Sabes que tú también estás muy bueno con este pantaloncito?

—Oh, Dios, Mónica… —me puse a besarla por todas partes, la boca, la cara, el cuello

—Uuuufff, Ángel, ayyyyy, aaaaah

Mis manos reanudaron su ferviente repaso por todo el cuerpo de mi hermana, apresaron de nuevo aquellas tetitas, pellizcando tiernamente los erectos pezones… La polla me latía como un ser vivo independiente de mí, con su propio corazón, pero trasmitiéndome cada una de las maravillosas sensaciones de frotarse con el monte de venus de mi propia hermana. Mientras mis labios alternaban chupones y mordiscos apasionados a su boca, sus orejas y su cuello y le sobaba el pecho delirando de gusto, mi hermana jadeaba:

—¡Ay, Ángel, guarro, que eres un guarro…! ¡Aaaaah…! ¡Qué dura se te está poniendo!

Aquella alusión a mi polla evidenciaba que ella había notado mi paquete desde el principio contra su pubis y el comienzo de su entrepierna, incluso contra su mismísimo chocho… Aquello me puso a mil revoluciones… Sin saber muy bien lo que hacía, obedeciendo a los sublimes dioses del instinto, le así su muñeca derecha, le solté la mano de mi cuello y la guié hasta mi polla.

—¿Quieres…, ooooh, quieres tocarla y ver lo dura que la tengo? —le dije con una osadía que ni yo mismo esperaba escucharme y le puse la mano bien abierta sobre el poco espacio de mi bragueta que asomaba entre sus estilizados muslos

—Ooooh, claro, qué gracioso, me lo dices como haciéndome un favor cuando eres tú el que se muere porque se la toquen.

—Bueno, bueno, déjalo si no quieres, malpensada.

—¿Que lo deje? De eso nada. Qué malo eres… Tengo un hermanito muy malo… —suspiró mi hermana acercando su mano derecha a mi verga y palpándola con una ansiosa sonrisa en los labios… Me la presionó con toda su mano como deseosa de comprobar con atónita sorpresa la dureza y rigidez de una verga empalmada

—Ay, Mónica… Ooooooh

—¿Sabes qué te digo? —exclamó— Que sí, que quiero verlo. Sí…, quiero verte la polla… Ven.

Separó su boca de la mía; ágilmente, se levantó de mi pelvis y se arrodilló sobre el suelo, entre mis piernas. Mirándome con picardía, asió mi pantalón corto por la cintura e hizo amago de desabrochar el único botón que lo mantenía cerrado aparte de la cremallera.

—¿Te importa…? —me preguntó con una sonrisa burlona.

—Bueno, me da un poco de vergüenza, pero… no, no me importa.

El botón cedió a su pellizco. Sin dejar de sonreírme pícaramente, cogió la cremallera y me la bajó lentamente, dejando al descubierto el bultazo que apenas me cabía en el slip. Mi hermana lo miró y murmuró como hipnotizada:

—Maaaadre mía… Ángel, qué es todo esto que tienes aquí, pillín

Apretó mi bulto con una mano, como embelesada.

—Ooooooaaaaah…, Mónicaaaaa… —gemí de gusto.

—Oye, hermanito: levanta… —susurró para darme a entender que separase el culo de la silla y la dejara tirar del pantalón y de mi slip. Obedecí sin rechistar, y ella no tuvo el menor reparo en hacerlo de un violento tirón. Parecía como llevara meses y meses ansiando hacer aquello, eso era lo que más alucine me daba. Nada más surgir mi enorme falo apuntando al techo y cabeceando, mi hermana lanzó una exclamación de asombro:

—¡Joder, Ángel, joder, joder…! Pero…, pero, pero… ¡QUÉ PEDAZO DE POLLA TIENES…!

Sin pensárselo dos veces, acercó una mano al tronco de mi verga y me la agarró con fuerza… Aquello me hizo gemir de gusto, era la primera vez que una mano femenina empuñaba mi pene con deseo

—Joder, hermanito… Tienes un pene más gordo y más duro que un rodillo… Déjame verte bien los huevos, anda, separa las piernas

Satisfice su ruego; ella, sin la menor muestra de asco, más bien todo lo contrario, empezó a palparme toda la bolsa del escroto, localizando con una sonrisa de fascinación cada uno de mis huevos… Parecía hipnotizarla con qué facilidad podía distinguirse un huevo de otro al tacto… Acabó apoyando los codos en mis mulos para sobarme con toda comodidad: su mano izquierda sujetaba el nacimiento de mi polla apretando mis huevos, y su mano derecha recorría todo mi falo complaciéndose en masajear su fina piel y mirando embobada cómo mi prepucio se retraía dejando al aire la enorme, roja y brillante campana de mi glande.

—Ooooooh, Mónicaaaaaa… Aaaaaah… —suspiraba yo. Las manos de mi hermana eran las primeras manos ajenas que me tocaban algo tan íntimo

—¿Te da gusto que te toque así? —preguntó como si no fuera evidente que estaba matándome de placer.

—Sí, sí, sí, mucho, mucho, muchísimo… —jadeé.

—No hace falta que lo jures, estás poniéndote colorado. —observó sin soltarme la polla un solo momento, y sonriendo.

Yo no repliqué nada, pero, mientras mi hermana seguía sobándome la polla y los huevos, vi clara la oportunidad de introducir una mano por el escote de su maillot. Quería sobarle los pechos a mi hermana sin nada por medio, sentir directamente de una vez el tacto de sus tiesos pezones y pinzarlos entre mis dedos, pellizcarlos… Temía que esa audacia despertara a Mónica del ensimismamiento y que se apartaría de golpe para impedirme sumergir la mano por el escote del maillot. Pero no lo hizo… Pude deslizar mi mano bajo la lycra y apresar una teta, abarcarla, oprimirla sintiendo al fin la increíble y genuina textura carnal de su pezón. Directamente, sin tejido alguno por medio. Y la sensación era… ¡alucinante! Mis yemas descubrían y se extasiaban sobre aquella rugosidad de la areola, circundando y reconociendo en su centro el enhiesto y vibrante pezón (¡un pezón de verdad, estaba tocando un pezón de verdad!!). Era un botón que se erguía, vibrante, cuantas veces mis dedos lo acamaran contra la areola, cada vez más duro, más real, más erótico

—¡Auuuuh, síííí…! ¡Malo…, malo, hermanito maloooooo, aaaaay , aaaah…! —protestaba tiernamente mi hermana, pero sin el menor atisbo de reproche, más bien todo lo contrario, en el temblor de su voz

—¡Ay, Mónica, qué gusto, qué gusto, qué gusto, qué gusto, qué tetas tienes tan maravillosas! —jadeaba yo sobando un pecho y otro con la mano bajo el maillot… Mi hermana estaba prácticamente pajeándome con su manera de apretar mi polla; retiraba la piel del glande y volvía a cubrirlo con ésta una y otra vez, suave, apasionadamente… Yo estaba a punto de eyacular, sabía que no aguantaría ni dos segundos más sin expulsar un chorro inverosímil de leche… Temí que aquello le pusiera fin a todo y farfullé:

—¡Oooooh, Móóónicaaaa, cuidado, que me parece que voy a eyaculaaaar!

—¿Sí, de verdad? Pues quiero ver cómo sale, déjame verlo, quiero ver cómo es el esperma de un tío, déjame probarlo, anda… —Dijo ella obligándome a sacar la mano de su maillot y permaneciendo de rodillas sin soltarme la polla, al contrario, sobándola más aún, con la mirada ávida.

—Mónica… —trataba yo de advertirle— ¡Mónica, aaaah, que voy a eyacular, que voy a ponerte perdida…! ¡Ah, ah, ah…, AAAAAAH…!

—Pues no hay problema, tonto, me lo echas en la boca y ya está.

Haber escuchado a mi hermana mayor decir eso y verla ahora inclinar su cabeza hasta capturar mi cabeceante polla con su boca, notar la femenina ternura de sus labios succionando mi capullo y su lengua ahí dentro lamerlo golosamente… Aquello sí que fue la gota que colmó el vaso. Mejor dicho: fue un chorro apoteósico.

—¡¡¡AAAAAAH…!!! —grité mientras mi glande explotaba dentro de esa tierna boca y la inundaba de un incontenible chorro de semen

—¡¡¡MMMMMM….!!! —recibió ella todo aquel esperma como si colmara su más inconfesable sed.

Dejó escapar mi pene, cuyo segundo chorro de eyaculación se estrelló en su nariz y parte de una mejilla, y cuyo espesor blanquecino quedó colgado de su piel… Era una visión tan erótica que no pude evitar seguir explotando, disparando más semen contra su cara, sus labios, su barbilla. Mi hermana volvía a lamerme el capullo como si fuera un chupa-chup que deseara disolver en tiempo record a lengüetazos… Yo no sabía qué me excitaba más, si estar eyaculando a escasos centímetros de la cara de Mónica o la visión de mi esperma resbalando por sus mejillas, su boca, su mentón

—¡Ay, hermanito, cuánta leche saleeeeee…! ¡Oooooooh…!

En mi ingenuidad e inexperiencia, me resultaba inaudito que a una chica pudiera agradarle hacer lo que ella estaba haciendo… (¡cómo si yo no ardiera en deseo de hacerle a ella lo mismo y tragarme cuanto flujo pudiera arrancarle con mi lengua en medio de un orgasmo suyo!)

Quedé derrengado en mi silla de estudiar, jadeando, acariciando entre mis manos la melena de Mónica, que aún me lamía el glande con ternura, jadeando ella también

Al cabo de un minuto, limpiándose parte del esperma con la mano y llevándoselo directamente a su boca, Mónica comentó con curiosidad:

—Sabe raro, pero me gusta… ¿Os sale siempre tanto semen a los chicos?

—Pues…, no lo sé, la verdad

Ella cogió mi verga y la apretó con ternura.

—Y ahora que has echado el semen es cuando se os desinfla, ¿verdad?

—Pues… sí, vaya, ejem, sí, supongo... —le contesté. No sabía qué experiencias había tenido Mónica fuera de casa, y casi me preocupaba que me creyera un bicho raro si las cosas no ocurrían del modo al que ella pudiera estar acostumbrada.

—Pero no se te pasa, mira, tienes el pene super-duro todavía, Ángel.

Tenía razón: mi verga apenas había perdido tamaño, sólo estaba algo morcillona, pero sin desinflarse ni dar muestras de necesitar descanso (bendita adolescencia). Viendo que mi hermana no le quitaba ojo al miembro cuyos líquidos aún le brillaban en la cara, yo creí mi deber justificar la insistencia de mi erección.

—Es que, como me la estás acariciando tú, sigo excitado… —dije.

—¿Pero porque soy yo la que te la toca?

—Sí… —asentí, y tuve una nueva y feliz inspiración: la de añadir:— Es que a ti…, tú… me excitas mucho… Mucho…, mucho

Ella estaba aún de rodillas entre mis piernas; ahora fui yo quien se inclinó con la valentía suficiente para besarle su boca dulce, apasionadamente. Nos morreamos con parsimonia, jugando lentamente con nuestras lenguas, saboreando nuestras salivas…, y sintiendo ambos cómo se avivaba la ansiedad de abrazarnos sensualmente, hasta el punto de que mi hermana sólo interrumpió aquel morreo para, levantándose, soltarme entre suspiros:

—¿Y… crees que todavía puedes volver a eyacular más leche…?

—Sí. —reconocí.

—Pues entonces, vamos. —y me cogió de una mano indicándome que me levantara de la silla.

—¿Vamos? ¿A…, a dónde…? —pregunté ingenuamente.

—A dónde va a ser, venga, ven aquí, tonto

Me hizo ponerme de pie. Allí mismo, se morreó conmigo una vez más por unos segundos y luego me fue dando empujoncitos hasta mi cama, donde me hizo caer de espaldas, con el pantaloncito corto por los tobillos. Acto seguido, se abalanzó sobre mí y se puso a mi lado, recostada sobre un codo, y… ¡sobándome la polla! Me acariciaba el glande mientras, inclinándose sobre mí, me brindaba un nuevo morreo entrecortado por exclamaciones que me enardecían de una manera bestial:

—¡Ay, Ángel, Ángel, Ángel, qué va a pasar aquí…, qué estamos haciendo…! ¡Mmmmmfff…!

Su monte de venus se restregaba estremeciéndose contra mi muslo… En esa posición, me di cuenta de que podía sobarle a mi hermana no sólo sus tetas, que me rozaban el pecho poniéndome a cien, sino también el culo, cuyas nalgas se sentían ligeramente abiertas… Oh, Dios, ella movía sus caderas restregando su sexo con mi pierna, yo notaba al otro lado de la lycra cómo crepitaba el abundante vello de un coño super-caliente, dilatado, húmedo

Sin poder contenerme, hice a mi hermana tumbarse y esta vez fui yo quien se cernió sobre ella. Loco de gusto, quise empezar a quitarle el maillot… Lo hacía torpemente de pura excitación. Mónica me cogió las manos para guiarlas hasta ambos lados del elástico escote de la prenda, y, sonriendo orgullosa de la visión que estaba a punto de ofrecerme, comentó:

—Ya era hora… Pensaba que no ibas a quitármelo nunca

El escote se estiró dejando escapar sus hombros, luego la parte superior del busto, y al fin, lentamente, se dejó deslizar hacia abajo liberando las tetas de mi hermana. Tuve que contener el aliento del impacto que me produjo ver por primera vez dos tetas, tan reales, tan a mi alcance… Pero, sobre todo, tan preciosas… No eran grandes, no, pero… ¡con que insolencia maravillosa proyectaban hacia mí aquellas areolas redondas y respingonas de color rosa oscuro, con aquellos dedalitos tiesos en su centro que me hechizaron para siempre…!

—¿Te gustan? —preguntó Mónica, coqueta.

—Yo… ¿Que si…? Yo… ¡OH, DIOS, QUÉ BONITAS!

—¿A que tu novia no te ha enseñado así las suyas? ¿Te parecen bonitas mis tetas? —preguntó maliciosamente.

Ni siquiera respondí, no pude más, mi boca atrapó uno de sus pezones y empecé a lamérselo como un poseso mientras le palpaba el otro seno con una mano. Mónica gimió al sentir mi lengua atropellando una y otra vez su pezón, pinzándolo y absorbiéndolo entre mis labios:

—¡Aaaayyyy… Ooooooooouuuffffsssss, ayyyy, Ángel, que me haces arder…!

Le succioné golosamente ambos pezones, duros, dilatados y sensibles, no podía creer que estuviera viviendo aquello, darme un lote así con Mónica, mi hermana, era vivir el gran sueño de mi sucia mente. Estaba prácticamente encima de ella; mi polla presionaba su monte de venus… Esta vez sí que se me escapó un leve chorro de semen ensuciando el maillot morado de mi hermana por esa zona de Venus. Ella debió notar que ahí abajo ya no era sólo su propia humedad la que empapaba su maillot, porque suspiró refiriéndose a éste:

—Espera, espera… Déjame quitarme esto del todo

Pero no tuvo que quitarse ella el maillot, ya estaban ahí mis manos recorriendo sus caderas hacia abajo y arrastrando el maillot con ellas… Al fin y al cabo, ella me había visto mi parte más íntima, mi polla; ¿por qué iba yo a inhibirme de verle a ella lo que tanto ansiaba verle? ¡Su coño! ¡Iba a vérselo! ¡Lo que jamás creí que pudiera lograr en toda nuestra vida, por mucho que lo deseara y que hubiera soñado mil y una veces con ello haciéndome pajas!

Y ahí estaba, sí… Primero apareció una mata de vellos enmarañados apenas más oscuros que la melena casi rubia de mi hermana; sólo aquello ya estuvo a punto de hacerme eyacular todo el esperma que a duras penas retenía mi glande… Después, excitada y quizá sintiendo cierto morbo exhibicionista, ella misma desmontó de mí, se quitó del todo el maillot sin dejar de sonreírme y, de nuevo, se situó de rodillas por encima de mi pelvis, sin dejarse caer. Con sus muslos separados por mi cintura, se quedó quieta, dándome tiempo a mirar y remirar y remirar el prodigioso espectáculo de su coño

Era un coño super carnoso dividido en dos labios sublimes que apenas se entreveían tras el vello… Yo no acertaba a expresar mi placer, cosa hacía casi reír a mi hermana, complacida en su vanidad

—¡Oh…! ¡Dios mío…! —murmuré definitivamente vencido por aquella visión celestial del coño de Mónica.

—Dame tu mano… —Dijo ella y guió mi mano derecha vuelta hacia arriba para que las yemas de mis dedos índice y corazón atravesaran la esponjosa y húmeda maraña de vello íntimo y se hundieran en el más profundo, suave, cálido y mojado pliegue vaginal que jamás haya explorado hombre alguno

—Mmmmmmm… —gimió mi hermana guiando mi mano y usándola para masturbarse… Yo, alucinado, excitado más allá de lo impensable, dejé que ella desplazara mis dedos por el fondo de aquel surco indescriptible, hacia atrás, hacia delante, otra vez hacia atrás

—Oh, Mónica… Ooooooooh

Ella detuvo mis dedos sobre el principio de su sexo y los hizo moverse en pequeños círculos… De entre aquella parte de los labios, emergió como un rugoso gusanito que ella frotó con mis yemas gimiendo desde el centro mismo de su ser… Era su clítoris, sí, y mi hermana mayor tenía que hacer fuerza con las mandíbulas para no gritar de gusto.

—Mmmmmmfffffssssss… Mmmmmmffffssss… —profería cerrando los ojos—, así, así… ¡Mi hermano es malo, malo, me está haciendo un dedito…!

—¡Oh, Mó…ni… caaaaaa…!

Con ambas manos, me hizo cerrar el puño dejando extendido tan solo el dedo corazón y se lo colocó nuevamente en el coño… Sin preámbulos, usó la yema de mi dedo corazón para estimularse el clítoris, pero esta vez, gimiendo de gusto y sonriéndome pícaramente, como diciéndome "verás qué alucine", guió después el dedo entre los labios de su sexo hasta la jugosa oquedad de su vagina, donde ella misma empujó mi dedo hacia dentro de sí misma

—Mmmmmmffff, Ángel, aaaaauuuufffffsssss

—Dios mío, Mónica

—¿Te gusta?

—Oooooh, Diooooossss… ¡Claro que sííííí… ooooaaaaah…!

—Húrgame un poquito, así, así… ¡Ay, espera, no lo metas tanto, que me haces daño, sácalo, sácalo!

—Perdona… —me puse colorado, ya que en verdad, con el entusiasmo, casi le había querido meterle aquel dedo a mi hermana hasta el nudillo.

—No pasa, nada… Ooooooooouuuffffsssss, oooooooouuuffffsssss… —suspiró cuando volví a frotarle el clítoris con el dedo que había salido enmielado de flujo vaginal espeso y sedoso

El olor que despedía esa vagina estaba volviéndome loco… Sin pensármelo, me llevé un momento la mano a la boca y me lamí los dedos con toda la esencia más íntima de Mónica, saboreando aquel jugo que era lo más delicioso que jamás hubiera soñado, directamente del coño de mi hermana. Ella, sorprendida de este gesto, sonrió como si aquello la conmoviera profundamente y, quizá no muy segura de si yo accedería, susurró señalando su propio sexo con la mirada:

—Oye, hermanito, ¿te atreves a chupármelo? Yo te he chupado la polla, ¿no? Te toca

Pero en el fondo, ella intuía que sí, que yo por supuesto no estaba deseando otra cosa a esas alturas.

—Claro que sí, ya lo creo que sí… —contesté frenético, y me escurrí entre sus muslos hasta ubicar mi cara y mi boca justo en la vagina… Miré el maravilloso espectáculo de su sexo, el primero que veía en mi vida al natural, y me maravillé de su salvaje belleza. Una maraña de vellos recubría los labios mayores del coño de mi hermana, rodeando la roja y mojada flor de sus labios menores. Entonces me así con ambas manos a las caderas de mi hermana, apretujando sus nalgas, y alcé mi boca abierta hasta su ansiada selva

—¡Oooooaaaaah…! —escuché gritar a mi hermana con el primer lametón en pleno surco de su coño… Empecé un lento y minucioso deslizamiento de mi lengua por entre los labios mayores, comprobando cómo se dilataban y entreabrían los pétalos menores del coñito permitiendo que mi lengua se adentrara en el empapado vestíbulo de su vagina… Era lo más suave, húmedo y oloroso que mi lengua había probado jamás, sabía ácido pero delicioso, enloquecedor… Yo traté de meter al máximo mi lengua en ese jugoso y vibrante orificio mientras mi nariz enloquecía a mi hermana rozando el rugoso brote de su clítoris por entre los vellos… Cuando mi lengua salía de aquella abertura y avanzaba hacia ese botoncito rugoso, mi hermana se retorcía de gusto. Una y otra vez lamí todo el jugoso cauce entre los pétalos menores de aquella dilatada flor maravillosa.

—¡AAAAAH, AYYYYY, ÁNGEL, AAAAAAH… FFFFFSSSSS…! —gritaba Mónica fuera de sí, moviendo sus caderas para acrecentar la fricción de mi lengua justo sobre la parte de su coño más sensible— ¡AAAAY, HERMANITO, SÍÍÍͅ!

—¡Oh, Mónica, aaaaAAAAAAH…, QUÉ DELICIOSO, QUÉ DELICIA, QUÉ SABROSO ES TU LÍQUIDO, QUÉ BUENA ESTÁÁÁÁÁÁSSSSSS…! —gritaba yo entre lametones babeantes a su coño mientras mis manos subían a magrear aquellas tetitas maravillosas y bajaban recorriendo su cintura y sus caderas temblorosas para magrearle el culo y apretujarlo contra mi barbilla… En un momento dado, era tanta ya mi lascivia que deseé prolongar mis lamidas por toda la entrepierna de mi hermana y me encontré hurgando en su ojete con la lengua, saboreando cada plieguecito de aquel ojete femenino... para en seguida mover de nuevo mi lengua y relamer todo el resbaladizo surco de su coño y succionarle frenéticamente su clítoris

—¡AAAAY, ÁNGEL, HERMANITO, QUÉ ME HACES, QUÉ ME HACES, AAAAAH, QUÉ GUARROOOO, AAAAH, AY, AY, AY, QUE ME LLEGA, QUE ME LLEGA, SIGUEEEE, SÍ, SÍ, ASÍÍÍÍ, ASÍÍÍÍͅ, MÁÁÁÁSSSSS…! ¡AY, POR DIOS, QUE ME LLEGA, QUE ME LLEGA YA, ME LLEGA, SÍÍÍͅ, OOOUUUFFFSSS, SÍÍÍÍͅ, DIOOOSSSS, SÍÍÍÍͅ AAAAAH, AAAAH, AAAAAH…!

Yo, de tan ingenuo, ni siquiera entendía el significado de esa expresión, "me llega"; pero no tardé en saberlo…: mi hermana, retorciéndose y viviendo mil y una convulsiones con su sexo justo encima de mi boca, soltó un largo alarido entrecortado de jadeos y resoplidos mientras restregaba casi con violencia su coño por toda mi cara y yo le lamía como un loco todo el surco delicioso de aquel coño

—¡¡¡¡OOOOOUUUUFFFFFSSSS, OOOOOOUFFFFSSSSSS, SSSSSSÍ, SÍ, SÍ, SÍÍÍÍÍ, AYYYYY, SÍÍÍÍÍͅ!!!! —gritaba ella. Después de todos aquellos alaridos, sin dejar de restregarse contra toda mi cara, fue relajándose hasta quedar extendida, jadeando mientras yo me sentía pletórico de felicidad con el sabor más íntimo de Mónica rebosando mis labios...

Entonces, mi hermana empezó a reírse a medias entre la felicidad y el atontamiento.

—¡Ja, ja, ja…! ¡Quién iba a decirnos que tú y yo…! ¡Mi hermano pequeño! —articuló entre risas pegando sus labios a mi oreja, y añadiendo:— ¡Ay, qué gusto da esto, Ángel, por Diosssss…! Soy una guarra por hacer esto con mi propio hermanito, pero es que…, es que… —y tiró de mi cuello hasta dejarme sobre ella para besarme la boca mordiéndome los labios, cariñosamente. Ahora, mi polla rozaba su vientre y parte de sus vellos púbicos. Yo le acaricié una teta, pero ella me cogió la mano y la apartó de su pecho:

—Espera, hombre, espera, que ahora lo tengo todo demasiado sensible… ¿No ves que he tenido ya dos orgasmos? Me voy a quedar seca, y no quiero. Todavía no

—Perdona.

—No pasa nada, tonto… ¡Pero, joder, qué dilatada me has puesto, Dioooosss…! Mira, fíjate lo dilatado que me has dejado el coño, ni yo misma sé si eso es normal.

Así como estaba, flexionó sus piernas separándolas cuanto pudo para ofrecerme el bárbaro espectáculo de sexo… Yo, instintivamente, lo miré y no fui capaz de renunciar a ponerme de rodillas entre sus muslos, al principio fingiendo que tan sólo iba a mirar de cerca una vez más ese maravilloso jardín de vellos y los entreabiertos labios mayores, separados entre sí por los labios menores, que boqueaban relucientes del flujo vaginal en incesante brote…; pero luego, sin poder evitarlo tampoco, me tendí sobre mi hermana, lamiéndole los pezones y apoyando todo el peso de mi tórax en mi antebrazo izquierdo para, con la mano derecha, asir mi verga y restregarla por aquel empapado y resbaladizo coño… La verdad es que yo casi no tuve ni que moverme, fue más bien mi hermana la que se movió de tal modo que, de pronto, sentí mi glande encajar de lleno entre los pétalos menores de su coño...

—Angel, no…, no hagas eso —suspiró—, no, no sigas, ayyy, no, que al final vas a querer metérmela y no sé si yo voy a ser capaz de negártelo.

Sin embargo, juraría que era ella quien movía sus caderas facilitándole a mi glande un profundo deslizamiento por todo el jugoso cauce de su coño… Al menos hasta que, de pronto, mi verga se detuvo justo en el vestíbulo de la vagina y comenzó a horadar el orificio, agrandándolo, ajustándolo a su medida exacta, para después internarse apenas un centímetro en el conducto sagrado

Mi hermana soltó un chillido, no supe muy bien si de dolor o de éxtasis, y se echó atrás de inmediato de modo que su coño liberase mi glande, que quedó rígido en el aire, hambriento de repetir aquella tímida penetración

—¡Ayyyy, espera, que me duele, joder, Ángel, que no puede ser! —suspiraba Mónica. Tímidamente, repuse en pura súplica.

—Yo creo…, yo creo que merece la pena intentarlo

Aquello hizo reír a mi hermana, que me dio un beso en la mejilla y me dijo en tono jadeante:

—Claro, qué listo, ¿verdad? Como a ti no tiene que rompérsete ninguna membrana

Me puso las manos en el pecho y me obligó a incorporarme, desilusionado. Lo que no esperaba, desde luego, es que entonces fuera ella quien me empujara para dejarme boca arriba sobre la cama, montándose ella sobre mí y quedando a horcajadas, con su coño directamente encima de mi pelvis… Cerró con deleitación los ojos y empezó a restregar todo el dilatado cauce de su coño por mi verga, aplastándomela contra mi propio abdomen con todo el peso de su maravilloso cuerpo

—¡¡¡Uuuuuuffffsssss, Ángel… Uuuufffssss…!!! Vale, nos estamos pasando mucho, pero… ¡¡¡uuuffffssss…!!! Pero vamos a ver…, sí…, vamos a ver

En seguida, ella misma cogió mi verga y la guió hasta encajar en la divina y rezumante entrada de su vagina… Mis sensaciones eran demoledoras, sentir la punta de mi verga parcialmente rodeada por el tierno y estrecho orificio de un coño, ¡un coño auténtico…! ¡Y encima ser consciente de que ese coño era el de mi propia hermana…! Todo aquello me producía un vértigo morboso, una excitación infinita… Mónica se alzó con mi glande directamente encajado en su orificio vaginal y trató de descender sobre mí empalándose ella misma, pero aquello parecía dolerle muchísimo, varias veces acabó aspirando grandes bocanadas de aire entre dientes a causa del dolor. A mí, ese sublime acto de meter y sacar el glande, o su punta para ser más preciso, del coño de mi propia hermana, empezaba a traicionarme, era algo tan maravilloso, una sensación tan suave y líquida que temía seriamente eyacular sin remedio en cualquier momento; creo que, si aguanté, fue gracias a que ya había eyaculado una primera vez en su boca y su cara… Afortunadamente, en una de las intentonas, mi verga de pronto penetró en mi hermana hasta un tercio. Ella apretó los ojos conteniendo no sabía si un grito de queja o de plena alegría… Lo único que yo acertaba a percibir era cómo mi polla se abría paso e invadía aquel maravilloso interior, cómo topaba con una especie de falso fondo que en seguida retrocedió, o se deshilachó, no lo sé muy bien, y que dejó libre el acceso a un resbaladizo y dulce conducto que oprimía mi polla aún más que el orificio de entrada…, y que a la vez la impregnaba de flujo facilitando su avance, absorbiéndome todo el grosor de la verga... Un calor indescriptible en forma de músculos desconocidos acogía y exprimía todo mi falo… Yo, entonces, no me di ni cuenta, pero acababa de desvirgar a mi hermana mayor, que gritaba arqueándose y moviendo las caderas como poseída por un demonio

—¡¡¡AAAAYYYY, ÁNGEEEEEEEL, AYYYYYYY, MADRE MÍAAAA…!!! ¡¡¡QUE LO ESTAMOS HACIENDOOOOO, QUE ME ESTÁS METIENDO TU POLLA, JODER, QUE ME ESTÁS FOLLANDOOOO, AAAAH, SÍÍÍÍÍ, ME ESTÁS FOLLANDO DE VERDAAAAAD, AAAAAAAAAH…!!!

—¡¡¡DIOS MÍO, MÓNICA, DIOS, DIOS, QUÉ GUSTO, DIOOOOOSSSSS…!!!

Logré aguantar la eyaculación de puro milagro (quizá jugó a mi favor el loco deseo de prolongar aquel cúmulo de placer que me producía estar perforándole el coño a mi hermana). Ella comenzó a moverse elevando las caderas y dejándose caer, primero lenta y cadenciosamente, recreándose en cómo mi polla la invadía y llenaba por completo. Y, luego, a un ritmo cada vez rápido, casi frenético, que sólo interrumpía algunas veces para restregar su clítoris con el nacimiento de mi verga

—¡¡¡QUÉ BUENA ESTÁÁÁÁSSSSS!!! ¡¡¡AAAAAAAH, AAAAAAAH, DIOOOOOSSSS…!!! —gritaba yo.

—¡¡¡AYYYYY, ÁNGEEEEEL, ESTAMOS FOLLANDOOOOO, QUÉ HACEMOOOOOSSSS, AAAAAAH…!!!

Cada colisión de su vagina con mi pubis provocaba un sonido de chapoteo que me sonaba a música del Paraíso. Me pareció incluso que parte del flujo atrapado entre sus labios vaginales y mi polla era realmente orina que ella no lograba controlar, o quizá sangre, no lo sabía ni quería saberlo, estaba extasiado.

—¡¡¡AAAAAH, AAAYYYYYY, SÍÍÍÍÍ, HERMANIIIITOOOOO…!!! ¡¡¡ASÍ, ASÍ, ASÍ, QUÉ BUENO ES ESTO, ASÍÍÍÍÍͅ, AAAAAYYYYY…!!! ¡¡¡CÓMO ME ESTÁS FOLLANDO, HERMANITO MALO, MALOOOO, ME LA ESTÁS METIENDO TODA, SÍÍÍͅ TODAAAA…!!!

—¡¡¡MӅ MÓNI… CAAAAAAAA…, NO AGUANTO MÁÁÁÁÁSSSS!!!

Mi hermana se echó hacia atrás apoyando sus manos en mis en mis tobillos. En esa posición, pude contemplar mi propia polla entrando por completo y saliendo de su coño, dilatado y estremecido. Al meterla, casi metía pegados a mi verga los vellos que rodeaban aquel coño empapado… Al sacarla de nuevo en cada movimiento, parecía como si mi polla arrastrara tras de sí la piel interna del sublime orificio chorreante de mi hermana… Había regueros de sangre mezclados con nuestros líquidos. El olor de su flujo inundaba el aire y a mí no sólo no me importaba sino que redoblaba las violentas pulsaciones internas de mi polla en continua fricción con el conducto de su vagina

—¡¡¡AAAAAH, MÓÓÓÓÓNICAAAAA…, AAAAAAH, AAAAH…!!!

Me incorporé como pude levantándola en peso y la empujé con un beso en los labios hasta dejarla boca arriba conmigo encima; ni siquiera había tenido que sacar mi polla de dentro de ella para seguir follándola pero ahora en la posición del misionero, hundiéndome en ella. A veces me dejaba caer sobre mi hermana y besaba su cuello, su boca, su barbilla… Otras me alzaba sobre ambas manos y lamía sus pezones frenéticamente, adorándolos en cada succión

—¡¡¡AYYYYYY, HERMANITOOOOO, AAAAAAAH, AUUUUUFFFSSSS…!!! ¡¡¡QUÉ BIEN FOLLAAAASSSS!!! ¡¡¡AAAAAAAUUUUFFFSSSS, AAAAAAAAH…!!!

Lo inevitable terminó ocurriendo. Mi glande se hinchó más que nunca, alojado al fondo de aquella tierna y calida vagina que lo sometía a una presión inverosímil… Hubo un instante de silencio repentino, mi hermana puso los ojos en blanco agitándose como una muñeca desmadejada, yo elevé mi pelvis apoyándome en mis manos y ensartando en seguida a Mónica hasta los huevos, que colisionaron ruidosamente contra su ojete… Era consciente de que iba a eyacular dentro de ella

Y así fue: mi glande estalló, desatando un auténtico maremoto de semen dentro de mi propia hermana… Ella pasó de tener en blanco los ojos a apretarlos como si notara que un surtidor de lava le golpeara las entrañas, y después a abrirlos como platos. El primer chorro de esperma me salió con tal violencia que hasta temí agujerearle el útero, o lo que fuera que tuvieran las mujeres al final de la vagina, donde mi capullo golpeaba como un ariete que arrojara metales fundidos. Mónica contenía la respiración como aturdida, y finalmente, cuando ya un segundo o un tercer chorro de esperma golpeaba su cuello uterino, gritó con todas sus fuerzas:

—¡¡¡¡¡OOOOOAAAAAAAH, OOOOOOH, OOOOH, AAAAAAAYYYYY, AAAAAAH!!! ¡¡¡HERMANITOOOOOOO… AAAAAAAYYYYY…!!!

Yo jadeaba moviendo mi pelvis una y otra vez, hundiendo a mi hermana en el colchón mientras toda mi leche se proyectaba dentro de sus entrañas

Así estuvimos medio minuto sin tregua… La polla no expulsaba más esperma, pero tenía tanta excitación que no se desinflaba, y seguía perforando a mi hermana, que sufría un orgasmo tras otro medio convulsa y medio desmayada. Estábamos empapados en sudor, toda la habitación olía a líquidos íntimos, a semen, a flujo, a sangre… Sí, a sangre, la sangre que bañaba mi polla cuando fue, poco a poco, relajándose y el coño de mi hermana la dejó salir despacito. Nos estábamos morreando, ambos de costado; mis manos acariciaban su espalda húmeda y aún bajaban a su culo, donde le amasaba las nalgas

Estábamos agotados.

—Ooooh —suspiré sacando mi lengua de su boca—, y ahora qué va a pasar si te quedas embarazada

—Dímelo a mí, ya podemos rezar para que no ocurra eso, ya —dijo tiritando aún de gusto entre espasmos retardados—

Joder… , todavía no me puedo creer que hayamos hecho esto tú y yo. Darnos el lote ya era raro, pero esto… No sé si han sido los porros o qué… Las tías nos pasamos la vida pensando cómo será la primera vez, cómo será el chico, si será en la luna de miel… Lo último que a mí se me habría ocurrido en la vida es que me desvirgaras tú. ¡Dios, mi propio hermano me ha roto el himen, he dejado que me follaras…! Pero… ¿sabes qué? Lo hecho, hecho está

Ella parecía haber hecho todo conmigo por un raro afán de competencia, o celos, o no sabía ni cómo llamarlo

—¿Te ha dolido mucho? —le pregunté algo avergonzado.

Mi hermana no dijo nada, recostó su cabeza en mi pecho, respiró muy hondo, como adormecida, y habló con toda tranquilidad:

—A ver, qué esperabas, claro que me ha dolido. Te has cargado mi himen de un solo pollazo.

Yo me puse rojo, sintiéndome culpable. Ella se dio cuenta y se rió:

—¡Qué tonto eres, hermanito! No pongas esa cara, que el dolor se me ha pasado en seguida y… —se relamió entre dientes con ojos soñadores— ¡Ja, ja, ja…, y los gritos que se me han escapado luego ya no eran de dolor precisamente…!

Ahora sí se echó a reír con una intensa felicidad en su mirada.

—¡Lo que me ha hacía gritar después era que tengo un hermanito muy, muy malo…! ¡Malo, malo, malo, más que malo!

Y me dio un largo y dulce beso con lengua. El aroma y sabor de su saliva todavía lo conservo en la memoria. Después, de pronto, miró hacia el despertador de mi mesilla y se llevó una mano a la frente; había caído en la cuenta de cuánto rato llevábamos encerrados en mi cuarto.

—¡Ostras, Ángel, papá y mamá tienen que estar a punto de llegar a casa! Lo siento, pero yo me largo a mi cuarto, hermanito.

Se levantó de un salto, desnuda como estaba y llegó hasta la puerta. Allí, giró sobre sí misma, mirándome con una pícara y cómplice sonrisa.

—Para otra vez mejor le robamos a papá algún condón de los que guarda en el cajón de su mesilla. ¡Total, para el caso que les hacen ni papá ni mamá…!

—¿Q…, qué…?

Se rió viendo mi cara de pasmado y se fue tan deprisa que no siquiera se acordó de recoger sus vaqueros y su maillot. A mí me habían entrado unas ganas locas de orinar, pero se me pasaron de golpe en cuanto agarré el maillot de lycra y me lo llevé a la nariz y la boca, oliendo la parte que correspondía al sexo de mi hermana y deslizando mi lengua por ese suave y delicioso tejido impregnado de su oloroso flujo íntimo

Era el exquisito sabor de un incesto consumado que me marcó para siempre como el mejor y más erótico de todos mis recuerdos, y aquel maillot es una prenda que aún conservo y acaricio de vez en cuando, cuando estoy a solas. Una prenda de elástica y brillante lycra en color morado oscuro. El maillot con el que Mónica, mi hermana mayor, solía practicar aerobic y que llevaba puesto cuando nos desvirgamos ella a mí y yo a ella.