Aerobic (1)
Un chico ve a su hermana mayor en maillot de aerobic y se obsesiona con poseerla.
" A e r o b i c "
por Effrenus
Hola a todos: me llamo Ángel y quiero contaros cómo experimenté, por primera vez, y con sólo quince años, el inmenso e indescriptible placer de follar. Algo que ya por sí mismo se conserva en la memoria para siempre, pero con más razón en mi caso, ya que esa primera e inolvidable experiencia tuvo para mí el tremendo morbo añadido de vivirla follándome ¡a mi hermana mayor, Mónica! Sí, como lo estáis oyendo: ¡me follé a mi propia hermana...!
Si ella supiera que estoy contando todo esto me mataría, así que los nombres que he elegido para narrar mi vivencia son ficticios, al contrario que los hechos. Tampoco quiero arriesgarme a mencionar en qué provincia de España vivíamos cuando todo ocurrió, me limitaré a especificar que yo tenía quince años, como ya he mencionado, y que Mónica, mi hermana, tenía diecisiete.
En realidad éramos cinco de familia. Mi padre, albañil, tenía treinta y nueve años en la época de mi relato y mi madre, trabajadora de la industria conservera, treinta y ocho. Se habían casado muy jóvenes y habían traído al mundo primero a mis dos hermanas mayores: Carolina y Mónica. Pese a que andaban siempre con problemas para llegar a fin de mes, y más con dos hijitas ya por criar, papá y mamá no cejaron hasta cumplir su ilusión de tener también un hijo varón, y finalmente lo lograron conmigo, que nací dos años después de Mónica.
Mis hermanas, lógicamente, se desarrollaron antes que yo, pero no me fijé en ellas como otra cosa que hermanas mías hasta mis doce años más o menos; a partir de mi "estirón" y mi entrada en la pubertad, me empecé a hacer pajas soñando con poder meterles mano y hasta follármelas, tanto a Carolina, la mayor, como a Mónica. Incluso recuerdo haberme hecho más de una paja pensando en mi madre, que no estaba nada mal Eran sucias fantasías que me hacían sentir culpable y un guarro de mucho cuidado; aun así, la idea de hacer sexo con ellas podía mucho más que cualquier norma moral. Era como si mis ojos se hubieran abierto a una faceta de la realidad que me costaba creer que no me hubiera llamado la atención hasta entonces Mis hermanas estaban buenísimas para su edad; hasta mamá me atraía Sus caras, sus cuerpos, todo en ellas me daba vicio, eran la encarnación de todo lo que excita sexualmente a un chico, y encima tenían el matiz de lo prohibido, lo intocable Yo venía masturbándome en honor a ellas casi a diario, y tres años después, a los quince, mi ansia no sólo no había decrecido sino que parecía ir en aumento: me la meneaba pensando en follarme a alguna de mis dos hermanas o a mi madre, eyaculaba todo mi esperma y, antes de limpiarme el pene, ya sentía de nuevo mis testículos alborotados de lascivia y mi glande poniéndose otra vez morcillón, reclamando el enésimo desahogo.
Para ser sincero, me pajeaba con bastante más frecuencia pensando en Mónica que en mamá o en Carolina. Quizá se debiera a llevarme Mónica sólo dos años. Ella aún iba al instituto, como yo, y su mundo me parecía un poco más cercano al mío, mientras que Carolina, la mayor de los tres hijos, ya se había marchado de casa cuando todo ocurrió; en cuanto a mamá, la lujuria que sentía hacia ella tenía un matiz distinto; representaba de alguna manera el gran desafío de degustar lo más aberrante de entre lo aberrante por sí mismo; ya era pervertido excitarse pensando en tus hermanas; pero, pensando en follarse a tu propia madre, el morbo alcanzaba cotas de perversión tan aberrantes como irresistibles.
En fin, que estaba escrito que Mónica fuera mi primera gran experiencia sexual, y fue a mis quince años. Hasta entonces, yo siempre había ido a colegios religiosos, sólo para chicos, lo cual me había hecho muy tímido ante el sexo opuesto. Aunque en esa etapa de la vida los dos años que me llevaba suponen una diferencia considerable, mi hermana Mónica era la única chica de una edad cercana a la mía con la que tenía trato, aunque ese trato fuera sólo el trato entre hermanos que viven bajo el mismo techo con papá y mamá.
Era una chica super simpática, nerviosa, espontánea y alegre, de esas chicas que parecen estar siempre risueñas y dispuestas a tomarlo todo a broma. Ese carácter suyo, por cierto, hacía más encantadores y deseables cada uno de sus rasgos físicos. un largo y lacio cabello castaño claro y de reflejos trigueños hasta media espalda enmarcaba su rostro fino y sonriente. No tenía facciones de modelo, pero sí bastante aceptables, incluso atractivas. Tenía una boca grande y de mandíbulas suaves que formaban sendos hoyuelos a cada lado de su gran sonrisa, que exhibía unos dientes, algo grandes pero uniformes. Su nariz era fina y recta, un poco angulosa, y sus ojos verde-azules tendían a cerrarse al sonreír, sin que dejara de percibirse su destello entre aquellas larguísimas pestañas. Su cara, en fin, contagiaba algo así como un risueño y atolondrado goce de vivir.
Pasemos a cuanto había bajo aquel largo y fino cuello de chica adolescente. Mi hermana era de constitución bastante delgada, pero su figura resultaba tan femenina que a mí, por mucho que se tratara de ese a ser su hermano, me ponía a cien sólo verla, ya que solía vestir vaqueros ajustados resaltando su cintura estrechísima y unas caderas super-tentadoras que eran el perfecto marco para su culito juvenil: dos nalgas perfectas, rotundas y firmes. con una raja que podía adivinarse ascendía hasta poco más debajo de la cintura, dividiendo en dos mitades aquella redondez apetitosa.
Más arriba de la cintura, reconozco que era donde más delgada se notaba a mi hermana. No es que yo hubiera podido verla sin ropa, salvo en bikini o bañador algunos años atrás (de lo cual no recordaba mucho porque aún era demasiado niño para prestarle atención); ahora que, en cambio, sí me llamaba la atención, ¡y cómo!, me encontraba con que Mónica no era de las que se pasean en ropa interior por la casa ni de las que se desnudan sin molestarse en cerrar antes su puerta. Pero, como digo, podía intuirse que Mónica tenía unos senos más bien medianos, unas tetitas no muy voluminosas, de acuerdo, pero preciosas ; oh, sí, se notaba que estaban muy bien formadas: turgentes, duritas y con unos pezones perfectamente situados en su definido vértice ligeramente respingón ¿qué más necesitaban para resultarme sumamente deseables, obsesionantes ? Mónica, en fin, era de esas chicas que usan sostén simplemente porque ya les toca usarlo y es una prenda más con que a las jovencitas les gusta mirarse en el espejo, no como una prenda realmente necesaria dada la turgencia de sus senos.
Porque, y eso sí que saltaba a la vista incluso con ropa de invierno, la forma de esas tetitas tenía que ser por fuerza sublime: se notaba que mi hermana Mónica las tenía Para que os hagáis una idea de la sensación al verla, os diré que hoy día quienes más me recuerdan físicamente a como era mi hermana son actrices jóvenes del tipo de Michelle Jenner.
El resultado era que, entre su físico y lo salido que yo estaba, mi hermana Mónica me erotizaba de pies a la cabeza. Ardía ensimismado imaginando situaciones imposibles en que me daba el gustazo de sobarle a Mónica las tetas, sus caderas, ese culo redondo y perfecto, y lamer todas esos atributos centímetro a centímetro; explorar a mi hermana hasta el último recoveco, enterita, con mi lengua Me pajeaba una y otra vez soñando incluso que, gracias a algún extraño milagro, mi hermana se volvía tan loca como para dejarme a mí, su hermano menor, penetrar su coño, meterle toda mi polla
Como es natural, Mónica me sorprendió alguna vez mirándola con ese tipo de pensamientos brillándome en las pupilas, pero nunca le dio importancia; al contrario, se sonreía como ante una chiquillada inofensiva, sin decir nada, y se marchaba del cuarto de estar o de la cocina o de donde fuera exagerando el contoneo de su cintura, como para mortificar con su coquetería a un chico más, aunque se tratara de su "hermanito Angelín"
Claro: ella debía estar acostumbrada a que todo chico del barrio la mirara así, aunque esto ni la envanecía demasiado ni la molestaba, simplemente le hacía gracia. Las chicas suelen reírse comentando lo salidos e ilusos que somos los chicos, y contemplarnos con la misma compasión risueña y superior con que se mira a los monos del zoológico.
En cuanto a nuestra relación de hermanos, nos llevábamos bien, más que nada por el carácter expansivo y alegre que ella tenía, que le daba a todo ese aire intrascendente, como de comedia superficial. Por ser de sexo distinto y yo dos años menor que ella, la verdad es que yo estaba muy lejos de inspirarle ganas de hacerme confidencias. Mónica tenía para eso a sus amigas. De todos modos, tampoco nos peleábamos nunca. Es más, mi hermana debía verme tan "pipiolo" que, a veces, tenía conmigo gestos espontáneos que me derretían
Precisamente, ése es el primer recuerdo erótico que tengo de ella. Una Nochevieja, teníamos a un montón de familiares invitados en casa. La cena, como es natural, había sido pantagruélica y tanto a Mónica como a mí, excepcionalmente, nos habían dejado beber vino y champán a raudales. Chistes, bromas, brindis por aquí y por allá Aquella Nochevieja, hasta mis padres estaban chispados. Con tantos tíos, tías, primos, etc. en casa, faltaban asientos para esperar frente al televisor a que retransmitieran las campanadas en la Plaza del Sol de Madrid. Yo estaba sentado en un sillón, y de repente mi hermana se dejó caer de golpe sobre mi regazo con una copa de champán en una mano y un platillo de uvas en la otra:
¡Alegría, alegría, hermanito! No te importará servirme de sillón, ¿verdad? ¡Huy, míralo, si se pone colorado !
Se notaba que estaba más chispada que todos los demás. A nadie le llamó la atención aquello, pero a mí A mí, sentir de pronto el peso de Mónica en mi regazo, la forma de sus muslos, la redondez de su culito femenino casi directamente encima de mi bragueta, y tener a pocos centímetros de mi cara el perfil de uno de sus senos (Mónica llevaba un ceñido traje de fiesta) ¡Aquello me puso malo!
Me atraganté tomando las uvas, claro. Al acabar las campanadas, Mónica dejó el platillo vacío en una mesita y me rodeó el cuello con sus brazos libre sin soltar su copa de champán.
¡Feliz Año Nuevo, Angelín! chocó su copa con la mía, y me besuqueó cariñosamente una mejilla hasta ponérmela colorada (o quizá ya tenía colorado todo el rostro, ya que estaba sufriendo una erección tan bestial que no me explicaba cómo ella no la sentía latir salvajemente justo bajo sus nalgas ) Sin más, se levantó para besar y felicitar el año nuevo al resto de la familia, cosa que yo también hice con la esperanza de que nadie se percatara del bultazo que le daba forma de iglú a la bragueta de mi pantalón.
Por suerte, toda la familia pasaba de los besos y buenos deseos a bailar ya en plan desmadrado, pero yo todo eso lo viví ya como un autómata. No podía olvidarme de lo que había sentido teniendo a mi hermana mayor encima...
Éste, como decía, fue el primer recuerdo erótico respecto a mi hermana, algo que para ella no fue más que un instante de alegre espontaneidad familiar, pero que a mí, ya con dos años de pajas en su honor sobre la conciencia, me había causado una huella imborrable.
En fin: las gónadas de un adolescente, para qué vamos a engañarnos, jamás hacen distingos ni siquiera para con tu propia hermana, y menos cuando ésta luce maravillosamente los atributos femeninos que tanto te obsesionan y cuya sola visión hace empalmarse tu polla hora sí, hora también, día sí, día también...
En la época que comienza mi historia, la mayor de los tres, Carolina, acababa de abandonar el sencillo hogar de barriada en que vivíamos, para irse a vivir con una especie de novio medio delincuente (o delincuente entero más bien) con el que se había liado pese a las broncas y trifulcas que eso le había acarreado por parte de mis padres. Al irse Carolina, quedamos en casa sólo Mónica y yo, testigos de la consternación que abatía a papá y a mamá, sumiéndoles en una permanente mezcla de impotencia, insomnio y preocupación. Ni mi padre ni mi madre comentaban nada en voz sobre la marcha de Carolina, pero se percibía en el aire cómo ese asunto les amargaba día y noche, especialmente a la hora de comer, cuando sólo éramos cuatro en lugar de cinco a la mesa. Tanto papá como mamá miraban de reojo la silla vacía de Carolina y terminaban suspirando con tanto disimulo que, paradójicamente, resultaba imposible no adivinar la causa de aquellos resoplidos lastimeros.
Así estaban las cosas. Yo acababa de cumplir quince años, y Mónica diecisiete. Y justo entonces, ocurrió algo que disparó mi deseo sexual por ella de un modo inimaginable, acuciante, casi insoportable
Me refiero a ¡la moda del aerobic!
Por aquel entonces, el aerobic se convirtió de la noche a la mañana en una moda tan extendida entre todas las mujeres de todas las edades que, en mi opinión, no hubo chica o mujer entre los doce y los cuarenta años que no se apuntara a hacer ese tipo de ejercicios en su casa o en gimnasios que surgieron como setas en cada barrio, del mismo modo que, algunos años después, ocurrió con las academias en las que se aprendía a bailar sevillanas. No importaba la clase social; el aerobic causó el mismo furor entre chicas pobres y ricas, jóvenes y adultas, o incluso viejas. Contribuyó mucho a eso que, por primera vez en mi país, la televisión emitiera un programa diario de ejercicios cuya presentadora llegó a hacerse muy popular.
El aerobic en sí mismo carecía de aliciente erótico; quiero decir que no fue una moda como, por ejemplo, lo fue mucho después la lambada, o el famoso dirty-dancing. Sin embargo, para un quinceañero como yo, aquella moda tuvo un ingrediente mágico... , un ingrediente que sí me afectó de veras: me refiero al hecho de que, para practicarlo, todas las chicas se compraran ceñidas mallas y maillots de lycra Y aquello sí que me impactó a mí, cuando vi a mi hermana Mónica en casa, enfundada en uno de aquellos maillots
Todavía recuerdo la primera vez. Fue a media tarde. Yo llegaba del instituto y ya desde la calle se oía música a todo meter atronando desde nuestras ventanas.
No esperaba encontrarme así a mi hermana mayor Con la música a nivel de estruendo, ella ni siquiera me había oído llegar y permanecí casi dos minutos recreándome la vista con aquella inesperada confirmación de lo preciosa y apetecible que era
Había arrinconado la mesa camilla y dos sillones de la sala de estar para tener más espacio y amplitud de movimiento. Al ritmo de una música pegadiza y llena de percusión, Mónica estaba ensimismada, con los ojos prácticamente cerrados mientras realizaba saltos y flexiones en mitad de la salita, y no era eso lo maravilloso, sino que lo estaba haciendo enfundada en un maillot de aerobic que la convertía en la chica más demoledoramente sexy del mundo Se trataba de un maillot de lycra de intenso color violeta. La elástica y metalizada textura del tejido se adhería a su cuerpo de un modo morboso, enloquecedor, o al menos ése fue el efecto que inmediatamente me hizo a mí el verla Era como mi hermana mayor llevara solamente un bañador de una pieza, sólo que con mangas. Pero el maillot resultaba mucho más seductor, ya lo creo que sí Aquel maillot se ceñía centímetro a centímetro a todos y cada uno de los atributos femeninos de mi hermana con una minuciosidad increíble Era la primera vez en mi vida que veía a Mónica con una prenda en los pezones de sus tetitas se percibían tan nítidamente: esas areolas ligeramente cónicas con sendos botoncitos en la punta se marcaban increíblemente rematando aquellas tetitas vibrantes y duras ceñidas por la elástica lycra brillante del maillot Oh, Dios, cuando mis ojos vieron estos detalles con semejante claridad, creí que la polla iba a estallarme súbitamente por la erección que sufrí Mi hermana movía sus caderas abriendo o cerrando las piernas y aquella prenda revelaba la impactante protuberancia de su espléndido monte de venus a juego con un carnoso y tierno coño entre los muslos. Y todo eso estaba ahí, a mi vista, llenándome los ojos y excitándome las gónadas. Tan embebido estaba mirándole todas sus partes que no me di cuenta de que ella abría los ojos y se sobresaltaba de verme parado bajo el umbral de la puerta.
¡Ay! ¡Joder, Ángel, qué susto me has dado! exclamó dejando de bailar al instante y corriendo a apagar el radio-cassette que tenía sobre la mesa camilla.
¿Susto? Yo acabo de llegar me excusé como pude. ¿No están papá y mamá?
¿No ves que no?contestó Mónica. Yo hubiera debido disimular mejor, pero me resultaba imposible no mirar continuamente las tetitas y la protuberancia púbica de mi hermana, todo su cuerpo... Ella se dio cuenta en seguida y reaccionó tapándose los pechos con ambas manos. No estaba muy irritada, pero sí decidida a seguir practicando aerobic sin un hermanito mirándola y echando babas por la boca.
¿Se puede saber qué miras, pasmarote? Anda, vete a tu cuarto y déjame seguir tranquila, que estoy haciendo ejercicio.
Es que , yo quería ver la tele un poco. mentí con la esperanza de poder quedarme en la salita.
De eso nada. ¿Será posible? ¡Y no mires tanto, nene, que se te van a caer los ojos!
Bueno, ya me voy, ya me voy me ruboricé. Cuando me di media vuelta y me fui de la salita, mi hermana cerró la puerta a mis espaldas y me pareció entender que mascullaba entre dientes algo así como "¿Será salido el pavo éste?" . Segundos después, oí de nuevo el radio-cassette a todo volumen.
En cuanto al "pavo", sí estaba salido, sí, ¡pero ahora con más motivos que nunca! Mi memoria había retenido cada detalle del cuerpazo de mi hermana y el mero recuerdo de cómo la había visto y cómo le sentaba aquel maillot violeta, de cómo perfilaba sus senos, cómo delataba la sólida realidad de sus pezones, su vientre, su prominente y combado monte de venus , sólo ese mero recuerdo bastaría para alimentar por siempre el mundo de mis sueños eróticos. Nada más verme en la intimidad de mi habitación, me tumbé boca arriba en mi cama y me hice una paja. Estaba tan excitado que apenas necesité dos o tres meneos de polla para correrme con la imagen de mi hermana en la mente, liberando como a presión un disparate de chorros seminales que me pusieron perdido todo el abdomen y los pectorales
En mi fuero interno, yo era consciente de que no estaba bien desahogarme pensando en mi hermana Mónica, de hecho lo era desde los trece años. Pero es que ¡estaba tan buena, tan deseable, tan increíblemente excitante por mucho que no fuera su intención, y menos para con su hermano menor! ¡Había sido más de lo que podía resistir el ver a Mónica así, embutida en aquel maillot destellante cuya lycra violeta esculpía minuciosamente su preciosa anatomía !
Bueno, será mejor que prosiga mi historia. A partir de aquel día, con aquella imagen y aquel goce grabados a fuego en mi memoria, traté por todos los medios de estar en casa siempre que existiera la sola posibilidad de volver a ver a mi hermana en maillot Afortunadamente, hubo más ocasiones, entre otras razones porque Mónica aprovechaba para hacer aerobic los ratos que mis padres no estaban en casa: casi siempre se trataba de las horas entre la salida del instituto y la cena. Mi padre solía estar largas horas jugando al mus en un bar del barrio y luego iba a recoger a mi madre a la salida de la fábrica de conservas.
Una tarde en concreto la suerte volvió a sonreírme de un modo especial. Al igual que la primera vez, yo regresaba del instituto y ya desde la calle escuché música a todo volumen procedente de nuestro balcón. Subí a casa a toda mecha y con el corazón coceándome el pecho por dentro ante la perspectiva de ver nuevamente a mi hermana en su maillot violeta. Sin embargo, aquella vez no estaba practicando el aerobic a solas. En esta ocasión, mi hermana estaba practicándolo con su mejor amiga, una chica morena de su misma edad pero con un considerable sobrepeso llamada Noelia. Las dos estaban en maillot.
¡Aquello era demasiado, era brutal, era un sueño! ¡Dos tías en maillot en el cuarto de estar de mi casa! ¿Qué tendría esa prenda de lycra que incluso la amiga gordita de mi hermana se veía favorecida en ella? Mi hermana llevaba el maillot violeta que yo ya conocía, y su amiga llevaba uno de color perla que parecía a punto de reventar por las costuras
Temiendo que mis ojos me traicionaran como la primera vez, hice un esfuerzo sobrehumano para saludarlas con naturalidad, con aire indiferente, como si verlas con esas prendas, sobre todo a mi hermana (la amiga no era mi tipo ni mi obsesión) no me afectara en absoluto de cintura para abajo.
Hola, buenas Ya estoy en casa.
Tanto mi hermana mayor como su amiga me miraron fugazmente sin abandonar su tabla de flexiones. Noelia se limitó a saludar agitando una mano, le faltaba respiración para hablar a causa del ritmo que intentaban seguir; mi hermana Mónica sí contestó.
Vale, pues hola, "Angelín". Dijo entre fuertes inspiraciones y espiraciones de aire. Y en seguida, quizá acordándose de la primera tarde, se detuvo, se cruzó de brazos (procurando taparse los pechos) y me espetó: Oye, mira, ya ves que ahora mismo necesitamos la salita, así que vete a tu cuarto, ¿eh?, que no queremos público.
Bueno, bueno, mandona. ¡Hay que ver ! traté de protestar, pero mi hermana me atajó chasqueando los dedos y sonriendo irónica:
Precisamente eso es lo que no queremos, ¿sabes, Angelín? Aquí los mirones están de sobra.
Esta vez me puse aún más colorado que la primera, sobre todo porque la ironía me ponía en evidencia delante de una extraña, la amiga de mi hermana.
¡Anda que sí, ya, te vale! exclamé y me fui.
Salí de la salita, pero no me fui del todo: me pegué a la pared del pasillo, procurando que no me vieran. No sé por qué, deseaba saber si chismorreaban algo sobre mí después de aquel sarcasmo. Y así fue. Nada más desaparecer de su vista, creyendo las dos que yo me había encerrado en mi habitación, la tal Noelia le dijo a mi hermana entre mugidos de agotamiento:
¡Uuuuf ! ¡Uuuuf ! Oye, ¿por qué le has dicho eso a tu hermano? Por lo que veo, sois la típica parejita de hermanos que se llevan fatal, ¿eh?
No, no es que nos llevemos mal repuso mi hermana, pero es que últimamente se me ha vuelto un mirón de cuidado, ¿sabes lo que quiero decir?
Ah, claro, claro... ¡Ja! Se ve que tu hermanito está en "esa edad". ¿A qué curso va, a tercero de B.U.P?
Qué va, él está en primero todavía.
Oye, pues está bueno tu hermanito, ¿eh? ¡Parece mayor! comentó la amiga Noelia. A mí me dio la sensación de que esta amiga lo que estaba deseando era charlar sobre cualquier cosa con tal de interrumpir la tabla de aerobic; se la escuchaba extenuada.
¡Ja, ja, ja ! Bueno, sí, la verdad es que tengo un hermanito bastante macizo ¡Ja, ja, ja! respondió Mónica Pero ya ves, la edad el pavo le ha dado bien fuerte y, por guapo y bueno que esté, ponte en mi lugar, tía: en cuanto llega a casa el niño y me ve así, en maillot, ¡ni te imaginas qué "repaso" me da el nenito con la mirada! ¡Parece que se le vaya a caer la baba!
Claro, qué remedio le queda al pobre argumentó la amiga en plan comprensivo: imagínate lo mal que lo pasan todos los chicos de catorce o quince años, siempre con la curiosidad y las ganas de hacer "lo que ya sabes", pero sin tener con quién.
Sí, será eso. Ahora que lo dices, la verdad, nunca he visto a Ángel por ahí con ningún ligue Pero joder, eso no es excusa para disfrutar mirandole las tetas a su propia hermana, digo yo Trató de zanjar Mónica.
¿Tanto te las mira?
Ya lo creo. Las tetas y todo lo demás, pero todo, todo, tía. Hace poco, llegó a casa, ¿no? y yo estaba como ahora mismo, haciendo aerobic aquí. Bueno, pues de repente, me lo veo ahí, parado en la puerta, mirándome de arriba abajo como si quisiera comérseme. Se le caía la baba al muy tonto. Me puse hasta nerviosa.
¿Sí? se sorprendió Noelia, y a continuación preguntó en tono de broma pero con retintín pícaro: Oye, pero ¿te pusiste nerviosa sin más, o , (ja, ja, ja) "nerviosa-nerviosita"? ¡Ja, ja, ja ! ¡A ver si en el fondo te gustaría que tu hermanito te metiera mano un día cualquiera! ¡Ja, ja, ja, ja !
Cuidado que eres retorcida, ¿eh? ¡Ja, ja, ja, ja ! aceptó Mónica la broma.
Anda, golfa insistió en broma su amiga, confiésalo, que en el fondo te mola poner a tu hermano salido.
Qué cabrona eres, ¿te vas a callar o qué? ¿No ves que puede oírnos?
Nada, nada, confiésalo o no me callo.
¡Ja, ja, ja, ja ! Vale, vale, sí, me pone caliente, ¿pasa algo?
¡Ajá, o sea, pillina, que, en el fondo, te gusta que tu hermano se empape de tus curvas ¡Ja, ja, ja, cómo te conozco! ¡Ja, ja, ja ! estalló en risas la amiga.
¡Sssss Calla, idiota. En serio, deja de reírte, que no quiero que nos oiga ! la urgió mi hermana.
¡Ufff, mira, Moni, yo ya ni me siento las piernas! ¡Uf, uf, uf!, no puedo hacer ni una flexión más de éstas. ¡Se me van a desencajar las piernas !
¡Pero te lo agradecerá tu culo, venga, ánimo, Noe, que ya queda poco! ¡Y uno, dos, tres, cuatro !
Tía, en serio, si quieres que te diga lo que opino, yo no creo que tu hermano te moleste tanto, debería halagarte. Lo que pasa es que eres una puritana, si tuviera yo un hermanito con ese cuerpo serrano, ya le daría yo cosa buena ¡Ja, ja, ja!
Pero bueno, ¿de qué vas? se irritó mi hermana ¿Quieres dejar ya el tema o qué?
Al cabo de un minuto, se rindieron y dejaron la rutina aeróbica. Cuando apagaron el radio-cassette, yo me apresuré a meterme en mi cuarto de puntillas. Reconozco que aquellos comentarios de mi hermana Mónica sobre mí me habían dejado hecho polvo. Y también, por qué no decirlo, un poco indignado. ¿Tan mayor se creía comparada conmigo llevándome sólo dos años? Y todo aquello de los pobres chicos tontos que llegan a los veinte sin estrenarse, ¿lo decían de verdad como quien está de vuelta de todo? ¿Sería posible que mi hermana mayor hubiera follado ya con alguien por ahí? Todo aquello me producía una extraña mezcla de asco y envidia. No me hacía gracia pensar en mi hermana como una chica facilona, de las que se dejan hacer todo por cualquier chulito de discoteca que la abordara. Por otro lado, no sé cómo expresarlo, me excitaba esa idea, esa imagen mental de mi hermana dejándose tocar y quién sabía si incluso meter la polla Eso de algún modo la humanizaba, la hacía vulnerable al placer, alguien capaz de sentir apetito sexual, como yo, que más que apetito o deseo lo que sufría era un ansia sobrehumana Además, pensé, las chicas maduran bastante antes y más que los chicos, entre otras cosas por la maldita manía de salir con chicos bastante mayores que ellas, ya sabéis a lo que me refiero: niñatos de dieciocho en adelante con motocicletas que uno no podía ni soñar en comprarse y cosas así. Mónica, que yo supiera, no tenía novio; al menos, no un novio que hubiera aparecido por casa, ni que le hubiera presentado a mis padres; sin embargo, el que Mónica y su amiga Noelia hubieran usado palabras como "ligue" o "rollo" indicaba que no eran precisamente unas puritanas cuando salían por ahí juntas.
Como una o dos horas después, salí de mi cuarto. Mi hermana y su amiga seguían en la sala de estar, pero charlando. Seguramente se habían sentado en el sofá y llevaban charlando todo ese tiempo, ahora relajadas y en plan confidente. Desde mi puerta no podía escuchar claramente lo que decían; en cambio, sí noté que por todo el pasillo se había extendido en segundos un olor extraño, parecido al del tabaco pero mucho más intenso Me picó la curiosidad; fui acercándome sigilosamente hasta el umbral de salita sin llegar a asomarme y las escuché atentamente procurando no hacer el menor ruido. ¡Joder, estaban fumando hachís! ¡Ése era el penetrante olor que invadía el pasillo desde donde ellas estaban! Yo ya sabía que mi hermana fumaba tabaco, más de una vez la había visto encendiéndose cigarrillos y yo mismo también solía encenderme alguno que otro. ¡Pero hachís !
Cuando llegué a la puerta, me detuve conteniendo el aliento. Ellas estaban calladas, me imaginé que pasándose tranquilamente un porro de mucho cuidado y dándole concienzudas caladas.
Qué colocón me está dando, tía le susurró al fin Noelia a mi hermana.
Pues si mantienes un poco más el humo sin echarlo, ya verás contestó Mónica, pero déjame algo a mí, ¿eh?
Pensé rápidamente que mi hermana debía estar loca. ¡Papá o mamá podían llegar en cualquier momento! No hubiera sido la primera vez que papá decidiera abandonar su partida de mus en ¡Hasta se acercaba la hora de salir mamá de la fábrica de conservas! ¿Cómo era mi hermana tan idiota, tan alegre, tan inconsciente? ¿No se daba cuenta de que, si llegaban papá o mamá, le armarían la de Dios en cuanto les llegara a las narices esa peste a cannabis?
¡Eh, Mónica, ¿estás loca o qué?! irrumpí en la sala de estar sobresaltándolas.
¡Ay ! se sobresaltó ella ¡Joder, Ángel! ¿Es que te ha dado por darme sustos cada santo día ahora o qué?
Yo no pude evitar fijarme en que seguían en maillot, con todo lo que eso me ofrecía a la vista Controlando a duras penas el trayecto de mis pupilas, le dije un poco nervioso:
¿Tú estás gilipollas? ¿Es que no sabes lo que papá y mamá están pasando desde que Carolina se marchó de casa con el puto camello ése? ¡Y a ti no se te ocurre más que llenar la casa entera con ese pestazo! ¡Una cosa es que nos pillen fumando cigarros y otra muy distinta que, después de lo de Carolina, te encuentren a ti ya colocada con esa mierda!
Oye, tía, yo creo que tiene razón intervino cautelosamente su amiga Noelia. Deberíamos haber tenido más cuidado, no sé, por lo menos habérnoslos fumado en tu cuarto y no aquí en la salita, donde va a notarse mogollón.
Mónica se quedó como perpleja, confusa. Tenía los ojos completamente colorados de fumar hachís.
Pero si papá y mamá no llegan hasta las ¿qué ? ¿qué hora es?
Hora de que papá o mamá entren en cualquier momento por la puerta de la calle. contesté más serio de lo que pretendía realmente aparentar.
Joder, es verdad, cómo pasan las horas. murmuró comprendiendo que su hermanito menor tenía toda la razón.
Hazle caso a tu hermanito, Moni, mejor abrimos el balcón que se ventile un poco todo esto y ya seguiremos charlando otro día. propuso la amiga.
Venga, vaaaale cedió mi hermana, que al momento me miró enfadada y me espetó con tono vulnerable:
Si te chivas de esto, Ángel Como te chives
Yo le sostuve la mirada sin más.
Coño, Mónica, está claro que tu hermano lo que quiere es salvarte de una buena, ¿por qué iba a chivarse a tus padres entonces?
Eso, Mónica, por qué. dije yo serenamente. Pero mi hermana ya no me estaba prestando atención, sino abriendo el balcón de la salita de par en par para que dejar salir el aire viciado. Yo regresé a mi cuarto y, una vez allí, me maldije. "¡Mierda, pensé, qué he hecho Ellas tan a gusto y aparezco en plan aguafiestas en vez de hacerme el cómplice..."
Pensé que, pretendiendo hacerme el maduro, lo que le había dado a mi hermana era una imagen de nenito puritano; aquello iba a cerrarme las puertas de su confianza para siempre. No es que ella hubiera tenido nunca mucha confianza conmigo, vaya, pero ahora que la había oído hablar de "ligues", "rollos" cosas así con su amiga, una parte de mí quería poder acercarse a esa faceta suya. Y no precisamente por mero interés científico.
Después de aquel incidente, no pasó nada durante varias semanas. Afortunadamente, con la llegada de la primavera se hicieron más frecuentes las sesiones de aerobic en mi casa, siempre que mis padres estaban ausentes. La mayoría de las veces era mi hermana la que hacía ejercicios. Nunca había usado ropa interior bajo el maillot, pero es que, con el buen tiempo, dejó incluso de usar mallas-panty y ahora sí que era de verdad como si llevara sólo puesto un super-erótico bañador de ajustada lycra Yo, cada vez que la veía así, aunque fuera por una fracción de segundo, tenía que acabar yéndome a hacer una paja. Las tetitas de Mónica, con aquellos pezones marcándose en el maillot; su cinturita, aquellas caderas de chica delgada pero maravillosamente formada, aquel culo de nalgas anchas y redondas, aquel pubis Todo en ella me excitaba, y más con esa prenda que parecía pensada para destacar al máximo todos y cada de uno de sus atributos femeninos
Entre tanto, comprendiendo que la idea de poder morrearme con ella, mi propia hermana, y de acariciarle todo el cuerpo, las piernas, el cabello, todo ; comprendiendo que todo aquello jamás pasaría del terreno de la mera fantasía, condenada a una eterna frustración, yo había intentado por todos los medios animar a mis amigos a intentar ligar por ahí con chicas de nuestra edad. Pero si mi hermana me consideraba a mí un inmaduro, tendría que haber conocido a mis compañeros de clase. Yo sabía que más de uno ya se hacía pajas, como yo, pero a la hora de la verdad, ninguno quería otra cosa que ir a billares o salones recreativos a dejarse la paga semanal matando marcianitos digitales y cosas por el estilo.
Al final, no recuerdo ni cómo, logré que una chica del barrio se dejara invitar al cine por mí. No recuerdo ahora mismo ni cómo se llamaba. Comparada con mi hermana, la pobre era un adefesio. Pero era una chica, qué demonios, y dudo mucho que hubiera aceptado salir al cine conmigo si hubiera sospechado que mi única intención, realmente, era airear aquello en casa y demostrarle a mi hermana que yo no era tan "pipiolo" como ella me creía.
Recuerdo que aproveché la hora de la comida para soltarlo en la mesa de paso que le pedía a mis padres dinero para el cine.
Mamá, ¿me podríais dar algo de dinero? Es para invitar al cine a una amiga mía.
Me fijé en que mi hermana, al escucharme decir lo de la amiga, se sonrió.
Vaya, vaya, Angelín, conque una "amiguita", ¿eh? Ja, ja, y parecía tonto cuando lo compramos. Bromeó, siempre dispuesta a sacar un chiste frívolo de todo.
Hijo, ¿qué has hecho con la paga del domingo? ¿Ya te la has gastado entera? preguntó mi madre algo consternada (la situación económica era tan desastrosa como siempre, y sólo mis padres sabían cuánto les costaba que no fuese peor todavía).
No, toda no, pero es que no me llega casi para nada. Voy a hacer el ridículo si la invito al cine y luego no puedo ni comprarle palomitas.
Mi padre, que era de pocas palabras, intervino:
Bueno, bueno, ya veremos y se dirigió a mamá Ya era hora de que al niño le empezaran a gustar otras cosas que los billares o la música del melenudo ése, Supertramp o como se llame. Mejor le damos dinero y que convide a esa, ejem, amiguita suya
¡Ja, ja, ja ! Papá, Supertramp es un grupo, no un cantante solo se rió Mónica, y me dedicó una nueva ironía de hermana mayor:¡Y tú, a ver cómo te portas con la nenita, ¿eh, don Juan?, ¡que no me entere yo que le rompes el corazoncito!
Eh, eh, a ver si te crees que yo soy uno de esos chulitos de discoteca con los que tú vas siempre por la calle.
¿Ves, Vicente, ves cómo hablan? le espetó mamá a papá con cara de reproche y la eterna desconfianza de todas las madres Eso, eso es precisamente lo que me preocupa, que ahora le dé al niño por cambiar pero más de la cuenta. ¡Como la otra !
Estaba clarísimo que eso lo había dicho refiriéndose a nuestra hermana mayor, la única ausente de la mesa.
Venga, venga, mujer, el chico no es Carolina repuso mi padre, y de inmediato, el simple nombre de la su primogénita les ensombreció las caras a los dos. Mónica y yo nos miramos en silencio. El nombre de nuestra hermana mayor llevaba camino de convertirse en una palabra tabú, por cómo les afectaba su simple pronunciación.
Pero me dieron el dinero, evidentemente. ¡Por algo era el mimado benjamín de la casa y encima el único hijo varón que tenían!
Salí con la chica, fui correctísimo, procuré no darle a entender que quisiera nada con ella, ni tampoco ofenderla con un desinterés grosero. En fin, que la dejé en su portal ya anochecido, preguntándose por qué demonios la había invitado a ver cómo Newman y Mc Queen sudaban la gota gorda para apagar el incendio del Coloso, todo ello sin haber intentado ni besarla durante la película. Había tenido unas ganas bestiales de aprovechar para morrearme con ella, aunque sólo fuera por saber lo que se sentía al dar un beso con lengua, pero en aquella época eso suponía casi sellar un compromiso de boda y no podía traerme más que complicaciones, así que me abstuve de intentar nada.
Eso sí, al volver a mi casa, y nada más comprobar que mi hermana estaba allí, adopté un aire calculadamente misterioso, como quien se calla quién sabe qué fechorías inconfesables
Mis padres estaban cenando en la cocina y Mónica estaba cenando en el sofá, ante la televisión. Al verme aparecer, con su eterna sonrisilla, me dijo en plan de sorna.
¿Qué, Angelín? ¿Te ha gustado la peli o, de tanto hacer manitas con la niña, no te has enterado ni del argumento?
Oye, oye, alto ahí. ¿Te pido cuentas de tu vida yo a ti acaso? Contesté evasivamente Pues tú a mí tampoco me las pidas.
¡Oooooh, huy, huy, huy, don Juan, qué habrás estado haciendo que prefieres tenértelo calladito, ja, ja, ja !
Tanto por el tono con que dijo "la niña" como por lo forzado y falso de aquella risita, me dio la impresión de que mi hermana estaba reprimiendo ciertos chisporroteos de ¡celos! Pero ¿celos ella? No, imposible; la imaginación debía estar engañándome, no podía ser
Sin embargo, durante varias semanas, yo mantuve aquella actitud de chico que lleva una vida amorosa sobre la cual prefiere mantenerse discreto (¡y eso que, en realidad, nunca más volví a salir con aquella pobre muchacha del barrio!). Llegué incluso a darme largos paseos con amigos del instituto y hasta más solo que la una con tal de llegar algo tarde a casa. Después, en el rellano de la escalera, me desordenaba un poco el cabello y los faldones de la camisa antes de sacar la llave y entrar en casa, todo para fingir ante mi hermana que mi supuesta vida sentimental estaba adquiriendo tintes de auténtica pasión. En realidad, ni yo mismo sabía muy bien el motivo de tanto teatro. Pero algo en mi interior me decía que estas simples bobadas me daban un extraño prestigio a los ojos de mi hermana, y que me hacían parecer mayor. Era como decirle sin palabras "tú, que siempre te has creído la que está de vuelta de todo comparada conmigo, fíjate ahora: cómo, con dos años menos, yo no sólo estoy también de vuelta sino que te llevo vuelta y media de ventaja" Y curiosamente, funcionaba. Mónica seguía con su vida de siempre sin interesarse en apariencia por la mía, pero me miraba de un modo distinto Quizá sería más exacto decir, simplemente, que empezó a mirarme: punto. Yo lo notaba con el consiguiente desconcierto, pero temía estar dejándome llevar por la fantasía. Lo cierto es que Mónica ya nunca más volvió a llamarme "Angelín", salvo en contadas ocasiones y de un modo distinto, cariñoso, es decir, sin el matiz o la intención de recordarme "tú eres menor que yo".
(Continuará)