Adultera con permiso para follar
Soy adultera,lo confieso pero que quieren que les diga:me gusta y adema mi marido me ha concedido permiso para follar.
Adultera con permiso para follar.
Soy adultera, lo confieso, pero qué quieren que les diga: me gusta, y además mi marido me ha concedido permiso para follar.
Soy Paola, tengo 36 años, estoy casada, tengo dos hijas de 12 y de 10 años, vivo en Lérida y soy adultera, o mejor dicho, acabo de cometer adulterio por segunda vez y les confesaré algo: "me encanta" pero si quieren que les diga la verdad, a quien realmente le encanta que me este convirtiendo en una mujer adultera es a mi marido, que desde que ha probado los cuernos, se siente el hombre más feliz y realizado del mundo, pero permítanme que se lo cuente desde el principio.
Llevo catorce años felizmente casada con mi marido, un taxista de Lérida, buen hombre, gran trabajador, mejor padre y fantástico amante y podría decirles que vivimos una vida acomodada, razonablemente pasional, suficientemente feliz y discretamente divertida. Alguna escapada consentida de mi marido con sus amigos, de copas y supongo de picos pardos, y alguna escapa por mi parte de Boys en despedidas de soltera a tocar paquete y a quedarme compuesta y con ganas.
Eso hasta hace unos meses, que he decidido incorporarme a la vida laboral, dado que mis niñas ya están crecidas y precisan cada vez menos de mis atenciones, de modo que para recuperar el tiempo perdido me he metido de lleno a prepararme en ofimática, Word, Power Point, y demás programas de imprescindible conocimiento, pero claro esta, poniendo un ojo en la enseñanza y otro en la variada oferta de ocio y sexo que las nuevas tecnologías me ofrecían y así, pasito a pasito, contacto a contacto, llegue a contactar con Alfonso, un casado adultero de Barcelona que navegaba cada día en busca de casada adultera, hasta encontrarnos.
Primero los encuentros solo fueron en el Chat con alguna confidencia, alguna insinuación y poco más, hasta que pasamos a mayores, al MSN, donde ya las confidencias, las insinuaciones, las proposiciones deshonestas eran la comidilla de cada sesión, a la vez que las conversaciones telefónicas subían y subían el tono, hasta que por fin, después de días, quizás semanas, nuestra relación llegaba a mayores y pasamos directamente al Pórtico de la Gloria, a la Web Cam, donde ya desaparecieron las confidencias, las insinuaciones, las proposiciones deshonestas y dimos paso a las imágenes mas eróticas, mas atrevidas, más sensuales, vamos que nos hacíamos cada paja que mis jadeos y estertores llegaban a casa de Alfonso y sus corridas, sus salpicaduras me llenaban la cara de leche, o eso al menos es lo que yo sentía que me estaba sucediendo.
Pero como ya saben que cuando el demonio no tiene nada que hacer con el rabo mata moscas, pues el muy "jodio" quiso que nuestro pecaminoso proceder fuese a mas y, cierto día, Alfonso va y me propone venir a Lérida para invitarme a comer y a tomar un café. Yo acepté en barbecho, aunque debo confesarles que lo del café me dejó un tanto desubicada, no sabía si tomaríamos el café antes o después de follar, porque claro esta, la propuesta no era más que una manera decente de proponerme adulterio, a lo cual yo estaba absolutamente entregada.
Y así fue como hace apenas un mes Alfonso me llamó por teléfono a las 12 de la mañana y me dijo que estaba aparcado delante de mi casa. Me asomé por la ventana y allí, en doble fila y justo delante de mi portal estaba un coche azul esperándome. Yo le dije que era muy comprometido para mí porque allí, en el barrio, todo el mundo me conocía pero que me siguiera hasta alejarnos un poco, lo que hizo a regañadientes, porque nada más doblar la esquina se puso a mi altura y me abrió la puerta del coche. Yo toda nerviosa me metí dentro y casi podría decirles que salimos de estampida rumbo al Paraíso, perdón, rumbo a las afueras de la ciudad.
Yo conocía un descampado relativamente cerca donde podíamos aparcar y magrearnos tranquilamente un rato antes de comer, pero no pudimos llegar. Alfonso nada más encontrar una calle poco transitada y una plaza de aparcamiento libre, enfiló su coche hacia ella y sus manos a mis bragas. No me digan cómo lo hizo, pero aún no había parado el motor del coche cuando mis bragas ya se encontraban enredadas en mis tobillos.
Yo intenté vanamente tranquilizarle un poco y tomarnos nuestro tiempo, pero como les dije, inútilmente, porque al momento mis tetas ya estaban siendo sobadas, no con suavidad y lujuria como debería ser el caso, sino con impaciencia y premura, como era el caso.
Como pueden suponer, a mí esto más que ponerme cachonda, me ponía nerviosa, y más cuando Alfonso, haciendo gala de un virtuosismo propio de un contorsionista de circo, se encaramó encima de mí y con su polla en la mano intentaba vanamente metérmela. Yo, como pude, tumbé el asiento, me abrí de piernas, le cogí su polla y la puse justo en la entrada de mi chochito.
Me la metió con impaciencia, me folló con torpeza y se corrió con precipitación. No habían pasado más de quince minutos desde que entré en su coche cuando ya se me había corrido y jadeaba casi exhausto encima de mí. Yo en ese momento pude mirarme y pude mirarle y tome conciencia de la situación: Estaba desnuda en el coche de un casi desconocido, con las tetas al aire, abierta de piernas y con un tío encima de mí y su polla chorreando dentro de mi almibarado chochito.
Me gustaría contarles que en ese momento me sentí humillada, que me sentí utilizada, que me sentí una guarra, y me gustaría también decirles que en ese momento me acordé de mi marido, de mis hijas, y que me sentí avergonzada, pero les mentiría.
En efecto el polvo no fue lo que yo esperaba y el chico tampoco, pero que quieren que les diga, me sentí enormemente feliz de haber sido follada. Si, si que pensé en mi marido, pero lejos de sentir pena por lo que le había hecho, me sentí satisfecha de haberle puesto los cuernos y fue entonces, en ese mismo momento, cuando me conjuré que mi próximo polvo sería apoteósico.
A Alfonso aún no lo despaché de mi vida, le encanta follar y le vuelve loco que le folle con las tetas, pero ya ando liada con Alberto, un joven empresario de Madrid al que conocí también en el Chat, aunque llegado a este momento debería contarles que ese día, cuando llegué a casa y me encontré a mi marido tumbado en el sofá, le eché el polvo más salvaje, apasionado, impetuoso, indecoroso e indecente que una casada de bien puede echarse con su marido después de 14 años de feliz matrimonio.
-Dónde has estado- me preguntó mi atribulado marido después de tan salvaje polvo.
-Follando- le dije impertérrita, a la vez que en mis labios se dibujaba una leve sonrisa de complicidad y complacencia. Era una adultera feliz y eso se notaba, pero no podría asegurarles a ciencia cierta si mi felicidad procedía de mi adulterio o de la nueva etapa por la que mi marido comenzaba a transitar: Sospechaba que le estaba poniendo los cuernos y cada día me follaba como si en ello le fuese la vida. Que lejos quedaban aquellos días de cansancio, tedio y follar por follar.
Lo de Alberto fue muy diferente desde el principio. Alberto es un chico más o menos de mi edad, soltero, sin compromiso, pero recuperándose de un trauma sexual importante. Alberto militaba desde muy joven en una conocida y prestigiosa orden religiosa de España, y el muy ingenuo, practicaba la castidad como manera de alcanzar "La Excelencia", pero lo único que llegó a conseguir fue una represión sexual que le tuvo apartado del mundo del sexo durante su adolescencia y juventud.
Cuando por fin sucumbió al mundo de las tentaciones, se incorporó a la práctica del sexo a trompicones y despropósitos. Lo primero que hizo fue follarse a su madre, veinte años mayor que él. Después se lió con una veinteañera quince años menor que él. Más tarde recaló en mi Web Cam y ambos comenzamos un idilio a caballo entre lo místico, lo sensual, lo contemplativo, lo erótico... lo mundano desde luego.
Alberto ardía en deseos de estar conmigo, y yo también; Alberto se moría de ansias de follar conmigo, y yo también; Alberto quería pasarse toda una noche follando conmigo, y yo también; Alberto quería casarse conmigo, y yo tampoco. Ya estaba casada, ya tenía dos hijas, ya disfrutaba de un matrimonio razonablemente feliz y ya me había convertido en una casada apasionada del adulterio, no lo cambiaria por nada, pero... la idea de follar con Alberto me volvía loca, de modo que lo que sucedió no fue más que un improvisar al rebufo de los acontecimientos.
Como conocen todos los españoles, y a los que no lo son les pongo en antecedentes, En España no hace mucho se ha inaugurado una nueva línea de ferrocarril de Alta Velocidad, esta vez entre las poblaciones de Madrid y Lérida y como pueden suponer, aquí, quien más quien menos, presume de haber viajado en ella y nadie que se precié y se tenga cierta estima social, puede permitirse el lujo de no haber viajado en sus fantásticos trenes.
Cierto día hablando con Carmenchu, la madre de una compañera del colegio de mis hijas, me propuso pasar un fin de semana juntas en Madrid y estrenar el tren de Alta Velocidad. A mi la idea no es que me gustara, sencillamente me entusiasmó. Como pueden suponer lo del tren me la traía al fresco, yo con lo que babeaba es con pasar la noche follando con Alberto. Y dicho y hecho, se lo propusimos a nuestros respectivos maridos, y a Madrid, a follar, perdón, a estrenar el tren de Alta Velocidad.
Salimos el sábado al mediodía y nuestros respectivos maridos vinieron a la estación a despedirnos. Debo decirles que no sentía el más mínimo remordimiento por lo que pensaba hacer en Madrid, pero mi marido ese día se portó como un jabato al despedirse:
-Que te diviertas y échate un buen polvo- me dijo a la vez que me daba el beso de despedida.
-Gracias, lo haré- le dije casi, casi inconscientemente.
El viaje lo llevábamos tan sólo hilvanado, porque lo de las reservas del hotel lo teníamos tan sólo apalabrado, no reservado. Como pueden suponer yo la noche no la pensaba pasar con Carmenchu, pero tenía que resolverlo e improvisar una disculpa para justificarme ante ella, aunque la cosa nos salió bastante bien. Cuando apenas arrancó el tren Carmenchu me hizo una breve alusión al hotel y la vi un tanto nerviosa.
-Yo a lo mejor paso la noche con un amigo que conozco en Madrid- le dije un tanto precavida por su reacción.
-Yo también- me contestó de inmediato y aliviada.
Ambas nos miramos y nos echamos a reír.
-Alberto me estará esperando en Atocha- le dije compulsivamente.
-Dionisio viaja en este mismo tren- me dijo ella divertida.
-¿Dionisio? No será el director del colegio- le pregunté intrigada.
-El mismo- me dijo con cierto aire de complacencia.
Que hijos de puta, me dije para mí, tan formales en el colegio y follan a escondidas. El caso es que al rato nos fuimos a tomar un aperitivo al bar del tren y allí nos lo encontramos, sentado y muy puesto, con cierto aire de intelectual.
Nada más vernos entrar en el vagón se hace el encontradizo y nos saluda como si la cosa no fuese con ellos.
-No te preocupes- le dije yo también voy a Madrid a lo mismo que vosotros. Y ya no les volví a ver hasta el regreso a Lérida.
El encuentro con Alberto aunque esperado, me sorprendió. Nada más atravesar la línea de salida corrió a mi encuentro, me abrazó, me suspendió en el aire y me beso tierna, muy tiernamente en la boca. No, no era un encuentro al uso entre amantes, aunque eso es lo que éramos, era un encuentro entre enamorados, aunque eso no es lo que éramos. Yo flotaba a su lado, era guapo, rabiosamente guapo el condenado, moreno de pelo azabache, con ojos verdes profundos, con labios carnosos y sugerentes, de manos delgadas y elegantes, un auténtico metrosexual enfundado en una ropa de lo más fashion.
Yo, como les dije, flotaba a su lado. Siempre me he considerado como una mujer atractiva, más que guapa, pero normal, de las que pasean por la calle y pasan desapercibidas sin levantar especial admiración, pero Alberto era justo lo contrario. Era imposible pasar a su lado sin volver la mirada, y así, en volandas o que se yo, me llevó al aparcamiento a recoger su coche, un modelo deportivo en el que jamás me había subido y solo me sonaba como a película.
Ya dentro del coche me cogió la cara con las dos manos, abrazándomela y me beso en la boca y pronto su lengua salió al encuentro de la mía y el tiempo se paró, desaparecieron por encanto las paredes y los coches del aparcamiento y sentí que volábamos rumbo a no sé qué lugar, pero volábamos, porque aquello, por donde transitábamos debía ser el cielo.
Cuando al cabo del rato, no podría decirles cuánto porque para mí el tiempo desapareció, paró el motor de su coche, o avión, o vaya usted a saber qué, me encontré en una habitación medio iluminada, con una luz tenue y acogedora, y allí en medio de la habitación una enorme cama redonda cubierta por una sábana de satén a listas blancas y verdes, donde Alberto me depositó con tanta suavidad que más parecía una finísima figura de porcelana, que una amante para follar, pero no se confundan, allí habíamos ido a follar.
Se subió encima de mí y se miró en mis ojos. Yo lo abracé y de inmediato comencé a desnudarlo, estaba impaciente, quería quitar el envoltorio y ver mi regalo al natural, y créanme si les digo que me quede fascinada, porque apenas había terminado de desnudarlo cuando sentí entre mis braguitas su calida lengua que hurgaba en busca de mi exuberante chochito, que el pobre no paraba de emitir secreciones para mantenerse suave y receptivo, pero aún tuvo que esperar, porque a continuación sentí que se lengua comenzaba a jugar con mis pezones que, ahora el derecho, ahora el izquierdo, eran generosamente estimulados para mayor deleite de una servidora que no daba crédito a cuanto le estaba sucediendo.
Las caricias se sucedían en todas las zonas erógenas de mi homenajeado cuerpecito, a cual más satisfactoria y placentera, hasta que por fin sentí que me bajaba las braguitas. A continuación toda la atención se centró en el bello púbico que embellece mi chochito, me lo acarició, me lo manoseó, me hurgó en toda su extensión, entre los muslos, entre los labios superiores, con suavidad, con ternura, con destreza, hasta que sentí que me la estaba metiendo y pronto comenzaron los envites.
Yo me sentía trastornada de tanto placer, pero no estaba dispuesta a no participar activamente en la follada que me iban a meter, de modo que crucé mis piernas aprisionando sus muslos y utilicé mis músculos vaginales para aprisionarle con todas mis fuerzas su polla en mi chochito que no dejaba de emitir secreciones. Alberto comenzó a susurrarme cosas al oído, cosas que hacían alusión al adulterio que estábamos cometiendo, cosas que se referían a la infidelidad. Yo creo que había idealizado de tal manera a las mujeres casadas que le volvía loco estar follándose a una, y una servidora ya estaba loca del todo, de modo que cuando comencé a gemir ante cada envite, me abrazó con fuerza, con rabia, con pasión y sus envites se prolongaron, y se prolongaron, y se prolongaron...
-¿Que te pareció Madrid?- me preguntó Carmenchu de regreso en el tren de Alta Velocidad a casa el domingo por la tarde.
-¿Madrid? Ah, si Madrid, creo que no esta mal- le dije como sonámbula, y me quedé pensativa, ¿Qué he hecho en Madrid todo el fin de semana?: al teatro no he ido, a visitar la ciudad tampoco, ¿a museos?, no, a museos tampoco... Madrid, ah si, Madrid, joder con Madrid, como se folla en Madrid.
-Que te pareció Madrid? Me preguntó mi marido nada más recibirme en la Estación de Lérida.
-¿Madrid? Ah, si Madrid... como se folla en Madrid.
Paola de Lérida pao_mundo@hotmail.com