Adrianne (6)

Dejé de pensar en si él era un chico y yo otro, o en si yo quería convertirme definitivamente en mujer o no.

Ted me entregó el teléfono. Y se quedó parando, observándome. Por supuesto, quería ser testigo de mi conversación con la madre de Adrianne. Mi voz no había cambiado, así que esperaba que fuera ella misma quien planteara las primeras dudas.

"Hello", dije.

"Ma chere fille", me respondió una alegre voz.

Yo no hablaba francés, así que me quedé mudo. Para rematar, justo en ese momento sonó el timbre. Ted se asomó por la ventana.

"Es Andy, el hijo de David", me informó en voz baja. "Lo haré pasar; habla, mientras".

"Mom", titubee en inglés. "How are you?".

"Je préfère parler en français", insistió.

¿Qué decía? ¿"Français", "francés"?

"Hablemos en inglés, mamá. Estoy cansada".

"Te oigo rara, Adrianne? ¿Qué ocurre? Tu voz suena un petit différent... distinta. No sé. ¿Estás bien?".

Era el momento de soltar la verdad. De decirle que yo no era Adrianne sino Christopher, el hijo de la difunta esposa de Ted; pero que éste, en franco desequilibrio, me estaba transformando en niña. Desafortunadamente, en ese momento entró Ted con Andy. Y, para remate de mi mal fortuna, éste se veía matador: recién bañado, vestía un pantalón cargo travel de Freeman T. Porter, que revelaba tanto sus formidables y musculosas piernas como su dotado pene; una delgadísima playera Versace de manga larga en color blanco azuloso, que traslucía el pecho masculino que me había fascinado; y unas sandalias comodísimas. La intensidad del Hugo Boss llegó a mi olfato, haciéndome estremecer.

Pensé en decir la verdad de cualquier manera. La presencia de Andy me resguardaría de la reacción de Ted. Así que clavé mi mirada en los ojos de Andy, como para solicitarle auxilio; éste me respondió con un destello esmeralda que me dejó desarmado. Vi amor; interés sexual también, es cierto; pero sobre todo amor: ese chico se había prendado de mí, en forma genuina y maravillosa. Sabía que mi padre y mi madre me habían amado incondicionalmente; había percibido el afecto desinteresado de Adrianne. Pero nunca, nunca, nunca antes me había sentido así: amado con tal intensidad, deseado. Había muchísima pasión en los ojos de Andy, pero también ternura; toques lúbricos y sensuales, a la par de abrazos dulcísimos y juguetones; la búsqueda erótica de mis senos combinada con un altivo gesto de niño. En el fondo de una segura rudeza masculina, por decirlo así, brillaba un afán protector y un millón de suaves caricias.

"¿Adrianne? ¿Adrianne?", escuché en el teléfono.

Contarle todo a la mamá de Adrianne, frente a un testigo, me salvaría. Podría volver a ser niño (aunque ignoraba si en mi cuerpo quedarían secuelas), denunciar a Ted y hacerlo pagar. Pero perdería definitivamente a Andy. La verdad, estaba cierto, lo alejaría de mí. Y ahora, al verlo de pie frente a mí, yo tenía la seguridad interna de quererlo en mi vida.

"Te escucho mamá. Es que...".

Andy, Andy. No sabía si quería ser su novia o no. Pensé que le convenía más buscarse una verdadera chica y ser feliz, ¡era alguien tan especial! Pero al mismo tiempo, yo deseaba correr a sus brazos, dejarme abrazar, y sentir que le pertenecía. No quería que él fuera mío, sino yo ser suyo. Vi a Andy sonreírme con todo su cuerpo.

"Es que estuve enferma", dije al fin. "Me resfrié".

La madre de Adrianne, entonces, me soltó una chacota interminable. Me informó acerca de parientes a los cuales yo desconocía. Yo intercalé comentarios improvisados. Ted no ocultó su estupefacción ante mis reacciones.

"Madre", interrumpí, luego de unos agotadores quince minutos. "Está aquí un amigo y quiero atenderlo".

"Ah, mi niña. ¿Es tu novio?".

Respondí con sinceridad:

"No. Y aún no sé lo que quiero".

"No cometas los mismos errores que yo", respondió. "Escucha a tu corazón, simplemente".

"Gracias, mamá".

"Te hablaré en cuanto pueda. Au revoir, chérie".

Colgué. Ted estaba feliz.

"Yo llevaré el teléfono a su lugar. Como ves, Andy te busca".

Andy y yo quedamos nuevamente solos.

"Necesitaba hablar urgentemente contigo, Adrianne. Me siento muy mal. Me porté como un cerdo".

"Andy, yo...".

"En verdad, Adrianne. Me interesas mucho y yo...".

Andy estaba nervioso. Sabía que la presencia de Ted le inquietaba. E intuí que no hallaba cómo proponerme algo.

"Andy. ¿Qué me quieres decir?".

"¿Podemos salir? ¿Hablar en otro lado?".

Ted regresaba a la sala en ese momento

"¿Quieres tomar algo, Andy? Recién destapé una botella de Martini Asti".

"Gracias, doctor. Más bien un favor: ¿me permitiría salir con Adrianne un rato? Prometo traerla temprano yo mismo, y cuidarla bien".

Ted quedó estupefacto nuevamente.

"¿Tú quieres salir con este chico, Adrianne?".

La respuesta me salió del alma:

"Sí, Ted. Me portaré bien, lo prometo".

Ted era lo suficientemente hábil para darse cuenta de que su secreto estaba seguro; de que Andy me había despertado algo. Y de que ese algo encajaba perfectamente en su plan de convertirme en niña.

"Está bien, hija. Cuídate mucho".

Con una celeridad que me sorprendió, fui al baño; después, en la habitación de Adrianne, me cambié la pantaleta (aún estaba empapada) y el brassiere, y reemplacé la playera por una blusa blanca, de manga corta, pintada a mano.

Andy y yo salimos de la casa. Para mi sorpresa, el niño había venido en un auto Honda S2000 convertible, color plata. "Nada mal para alguien de dieciséis años", pensé. Andy me abrió la puerta, y luego ocupó su asiento. Pronto, circulábamos por la carretera, mientras el viento agitaba nuestros cabellos. Yo me sentía feliz: como una chica de película al lado de su galán. La falda de Abercrombie & Fitch, que aún vestía yo, dejaba al descubierto mis piernas; y, ciertamente, Andy me las miraba con deleite y, a la vez, con cierta vergüenza.

"No sé si puedas disculparme, Adrianne. En verdad, no sé qué me pasó. Te toqué de una manera muy inapropiada".

Realmente, era un chico tierno.

"Deja de disculparte, Andy. Creo que los dos nos dejamos llevar por el momento".

Más tranquilo, más cómodo, Andy comenzó a charlar.

"Me impresionaste mucho. Eres la chica más guapa que he conocido. ¿Cuántos años tienes? ¿quince?".

Sonreí.

"Tengo doce".

"No lo puedo creer. Si me permites decírtelo, tienes un cuerpo hermosísimo".

"Te lo permito".

"Pareces más grande".

"Creo que he tenido que madurar un poco a la fuerza".

Andy y yo nos dedicamos a pasear. Fuimos al centro comercial La Isla, en la Laguna Nichupté, y simplemente caminamos. Ahí me contó más de su vida: él y su familia estaban por primera vez en Cancún. Su padre había mandado construir la mansión, supervisando los detalles desde su oficina central en Los Ángeles, y se había negado a poner un pie hasta que el último detalle estuviera listo.

"Mi padre es un perfeccionista, ¿sabes?", me confesó Andy. "Y eso, en ocasiones, me pesa un poco. El tuyo, en cambio, parece tan relajado. Quizá por las duras experiencias que ha pasado".

"¿Te refieres a su divorcio y a la muerte de mi madrastra", averigüé.

"A eso. Y al conflicto con tu abuelo. Debió resultarle horrible ser desheredado y rechazado así".

Ese era un dato nuevo acerca de Ted. Tomé nota mental.

Mientras paseábamos, yo me sentía cada vez más en las nubes. Todos me trataban como una chica y, para ser sincero, yo comenzaba a sentirme plenamente una. Era delicioso notar las miradas de otros chicos sobre mí, percibir sus ojos en mis senos, en mis nalgas y en mis piernas. Al principio, yo cuidaba mi caminar femenino, mi actitud y mis movimientos; pronto, todo se volvió natural, espontáneo.

Nos detuvimos en varios aparadores. Yo, sin pensarlo, me concentré en la ropa femenina... en las zapatillas, incluso en la lencería. Ante una maravillosa minifalda de Zara, antes de que pudiera reaccionar, le comenté a Andy:

"Está padrísima".

Andy pasó el brazo alrededor de mi cintura, me atrajo a él, y me dijo al oído:

"Se te vería preciosa, linda".

Caminamos así, a partir de ese momento. Y sentí un millón de ojos sobre nosotros. Evidentemente, al ver a Andy, las chicas me envidiaban. Pero también los chicos, al verme, envidiaban a Andy. Éramos una pareja muy llamativa.

Andy me propuso ir a Plaza Kukulkán para tomar algo. Él deseaba conocer el lugar y le parecía una buena oportunidad hacerlo en mi compañía. Nos marchamos, pues.

La experiencia de entrar en el restaurante fue genial. Andy y yo, por decirlo así, partimos plaza. Un mesero me acomodó la silla, con un gentil: "permítame, señorita". Ese trato, repetido, me hizo sentirme más femenino. "Chris", pensé, "creo que te estás marchando definitivamente".

Ambos pedimos ensalada y cócteles sin alcohol. Yo estaba feliz.

"Me encantas, Adrianne", me dijo Andy con una dulzura inmensa.

Comimos viéndonos a los ojos. A cada mirada, yo me sentía irremediablemente perdido. En un momento dado, llegué a pensar: "ay, Andy; si fuera una mujer completa, con vagina, aceptaría ser tu novia sin pensarlos dos veces; me tienes fascinado".

Al filo de la medianoche, Andy se estacionó en una playa desierta. Nos quitamos las sandalias, y nos sentamos en la arena a ver la luna. Ya no necesitábamos hablar. Permanecimos en silencio, disfrutando la brisa del mar, al amparo de las estrellas. En un momento dado, recargué mi espalda en su pecho, y él me rodeó con los brazos. Pasados unos minutos, con suavidad, hizo girar mi cara hacia la suya.

"¿Cuál es tu respuesta a mi propuesta en el papel? ¿Quieres ser mi novia?".

No respondí.

Él, entonces, me dio un beso amorosísimo y lleno de ternura. Se lo respondí desde el fondo de mi corazón. Dejé de pensar en si él era un chico y yo otro, o en si yo quería convertirme definitivamente en mujer o no. Simplemente, Andy estaba enamorado de mí y yo, tuve que reconocerlo, lo estaba de él. Como a gotas, las palabras salieron de mi boca:

"Me encantaría ser tu novia, Andy".

Tras un corto intercambio, Andy se puso en pie. Yo me quedé sentado en la arena.

"Vámonos, Adrianne. Eres una tentación muy fuerte".

"¿A qué te refieres?".

"Hace rato, por ejemplo. No me pude resistir a tocarte. Eres muy guapa, y tienes un cuerpo de fábula".

"No te preocupes, Andy. En verdad lo disfruté".

"Me di cuenta. Espero que no te moleste mi comentario, pero creo que tuviste un orgasmo".

"En efecto".

"Pero yo no quiero acumular tantas emociones".

Sonreí. Y entendí. Andy no deseaba ofenderme. Estaba, además, muy excitado, y no tenía manera de satisfacerse, porque no quería presionarme a algo; así que cortaba por lo sano. Todo un caballero. Por supuesto, hacer el amor estaba descartado. Pero se me ocurrió una vía media.

"¿Quieres un orgasmo, Andy?".

Andy se quedó de una pieza.

Aprovechando nuestras posiciones, me puse de rodillas frente a él. Con cierta travesura, busqué y palpé su enorme pene. Estaba durísimo.

"Adrianne, espera...".

"¿Lo deseas?", pregunté, sensual.

"Sí", respondí.

La excitación, me hizo replantear la pregunta:

"¿Me deseas?".

"Sí", repitió. "Pero nunca he hecho esto".

"Yo tampoco".

Andy sonrió y me dijo, entre caliente y apenado:

"Podemos aprender juntos".

Yo tenía una ventaja: había sido niño y conocía perfectamente las reacciones de mi propio pene. Paradójico, pensé.

Poco a poco, le desabroché el pantalón a Andy, y se lo bajé. Hice lo mismo con el bóxer. Su pene quedó liberado. Verdaderamente era enorme, hermoso. Lo rodee con las manos, una encima de otra, y quedó fuera el brillante glande. "Me estoy comportando como una mujer", pensé. "O como una puta. Estoy calentando a un chico, y me fascina hacerlo".

Sujeté los testículos de Andy con la mano izquierda, y el pene con la derecha. Abrí la boca ligeramente y me acerqué al pene. Respiré sobre él y le soplé sensualmente. Saqué, entonces, la lengua, y recorrí mis labios con ella para humedecerlos. Miré a Andy: sus ojos verdes centelleaban febriles; su rostro, todo, expresaba sorpresa, muchísimo deseo, excitación, agradecimiento. Y amor.

Acumulé saliva en la boca, la deposité en mi lengua, saqué ésta y la dejé ir, casi goteante, a la base del pene de Andy. Comencé a lamer hacia arriba, con una lentitud casi hipnótica. Una y otra vez.

Giré mi cabeza de lado y, con una sonrisa de niña traviesa, simulé morderle, suavemente colocando mis dientes en su carne. Con mi saliva, humedecí aún más el pene, y usé mi derecha para distribuirla adecuadamente.

Mientras tanto, con la mano izquierda, inicié una serie de caricias sobre los testículos de Andy. Llegué al perineo, incluso.

"Adrianne, qué rico".

Volví a lamer desde la base, pero en un momento, me seguí de frente, hasta la cabeza del pene, y comencé a disfrutarla como si fuera un helado. Me concentré en el agujero del centro, que arrojaba borbotones de líquido preseminal, transparentísimo y de agradable sabor salado: mantuve mi lengua en ese agujero, pero sin chupar. Luego, recorrí los bordes, haciendo frecuentes pases por la piel tierna encarada hacia mi.

Andy me acariciaba la cabeza. Sentía sus firmes dedos escurriendo entre mi pelo, y luego el tierno depósito de sus yemas sobre el cuero cabelludo,

Yo, en tanto, volví a verlo. Se quitó la playera, empapada en sudor. Así, con los rayos de luna deslizándose sobre la humedad de sus bellos pectorales y de su abdomen marcado, sobre su enorme pene erecto, sobre su fino rostro rebosante de excitación, parecía una escultura. Me sentí privilegiado y dichoso.

Besé con ternura la cabeza del pene, y entonces comencé a introducirlo en mi boca. Me costaba trabajo, por su tamaño. Pero doblé el cuello hasta que lo sentí limpiamente casi dentro de mi garganta. Permanecí así un momento. "Tengo un chico dentro de mí", pensé. "Un hombre va a cogerme por la boca. Como si fuera yo una mujer. Me siento mujer".

Como si pudiera leer en mi mente, Andy me desabotonó la blusa, y el brassiere (inconscientemente había elegido uno que se desabrochaba por el frente), y con un movimiento ágil me dejó el torso desnudo. Comenzó a acariciarme los senos con la misma maestría de la tarde.

Fue riquísimo experimentar el pene de Andy dentro de mi boca. Lo sentí crecer aún un poco más, vibrar. Deslice mi boca hacia atrás, hasta el extremo del pene, y chasquee mi lengua contra él. Andy lazó un gemido. Apreté el glande con los labios, como si quisiera alargarlo, y luego lo chupé. Después, me lo introduje completo y volví a aspirar, como si quisiera succionarle la vida a Andy a través de su pene. Con el mismo impulso de la succión, me retiré, hasta dejar nuevamente la punta sobre mis labios. Una ola de inexplicables pensamientos vulgares aterrizó en mi mente: "Estoy mamando verga, como las mujeres, como las putas. ¡Me siento mujer y me siento puta! Estoy mamando la verga de un macho, de mi macho! ¡Mi macho me está haciendo más mujer y me está emputeciendo!".

Otras vez, como acompasado a mi mente, Andy me aferró de los senos, me jaló hacia él y me clavó el pene en la boca, ahora sí, hasta el fondo de la garganta. Lanzó un "ah" de placer y comenzó a meterme y a sacarme el pene, moviendo su pelvis hacia el frente y hacia atrás, y obligándome a seguirle el ritmo, que me imponía a través de más jalones en mis tetas: éstas se habían convertido en el timón que controlaba la totalidad del barco de mi cuerpo. Para decirlo claro: Andy me estaba cogiendo por la boca. Y yo lo estaba disfrutando. Era tal mi excitación, que me dije, por vez primera, que sí valía la pena que Ted me estuviera convirtiendo en chica. "¡Me gusta ser mujer!", pensé. "¡Me gusta ser de un hombre!". Y aferré con la derecha la base del pene de Andy, y con la izquierda, seguí acariciando sus testículos.

Luego de un rato, Andy me extrajo el pene de la boca. Con ambas manos, acunó mis senos, y me obligó a incorporar un poco el torso. Entonces, atrapó su pene entre mis senos, y comenzó a masturbarse de esta manera. Yo tenía éstos cada vez más sensibles, así que mi excitación creció en mil. Con destreza, Andy acomodó sus manos, de tal manera que podía frotar mis senos en su pene y, al mismo, tiempo, estimular mis pezones, como lo había hecho en la tarde. Y el orgasmo comenzó a brotarme desde el vientre.

Con desesperación, pegué mi cuerpo al de Andy, buscando que aprovechará la totalidad de la piel de mis senos. Atrapé las musculosas nalgas de Andy, pensando, simultáneamente, en lo ricas y masculinas que las tenía, y en lo mucho que Andy se excitaba cuando veía mis suaves nalgas de mujer.

Culminó mi orgasmo, en una forma salvaje, despiadada, muy superior a mi experiencia previa, lo que me convulsionó interiormente, como si mis entrañas de niño se reorganizaran en entrañas de jovencita enamorada, caliente y puta. Gemí, entonces, con fuerza. Grité. De mi boca, sin impostación, sin esfuerzo, en un genuino borbotón, únicamente salieron ruidos de hembra. No me reconocí. Pensé que oía el track de una ajena película pornográfica. Pero era yo: en respuesta a un macho que me había cogido por la boca, y que ahora sometía mis senos a una rusa.

Andy no soportó más. Y comenzó a eyacular bárbaramente, mientras lanzaba un delicioso gemido de varón. Fue una ráfaga: tres disparos abundantes. El primero, me salpicó un poco el hombro; en el segundo, logré atrapar con la lengua un poco de semen y tragarlo (estaba delicioso); el tercero me bañó los senos.

Cuando recobramos la calma, Andy me dio un suave beso.

"¡Gracias, amor! Me encantó", me dijo, mientras me limpiaba con un montón de pañuelos desechables. Luego, me abrazó con ternura.

Nos vestimos apresuradamente, riendo, jugando, mientras disfrutábamos el esplendor de esa playa. Yo nunca lo olvidaría. Grabé en mi mente cada palmera, cada roca, el olor de la naturaleza, el ruido de las olas, y la esplendorosa luz de luna reflejada en los ojos de mi novio.

El regreso a casa fue feliz para los dos. Ted estaba preocupadísimo, despierto, con las luces encendidas. Pero se portó muy amable con Andy. Le pidió que saludara a sus papás. Cuando cerró la puerta, me acribilló a preguntas:

"¿Qué pasó? ¿Todo bien, hija".

Por primera vez, sentí cierto cariño hacia Ted. Subrayando mis palabras, le respondí:

"Todo bien, papá. Y quiero decirte dos cosas".

Ted no supo cómo reaccionar.

"En primer lugar", continué, "gracias".

"¿Por qué?", preguntó Ted.

"Por haberme hecho mujer", le dije. "Me has descubierto un mundo que no imaginaba. A partir de este momento, considérame plenamente como tu hija".

Ted sonrió tímidamente.

"Y lo segundo", sentencié. "¿Cuándo vas a terminar con el proceso?".