Adriana, la pintora de cuadros

Conozco a Adriana, una pintora, de sólo 18 años, cuando viene a verme a mi oficina, con su madre.

Os voy a contar la historia de Adriana, una pintora sevillana, aunque afincada en Marbella, en la Costa del Sol, y que, a sus apenas 18 años, me demostró todo su potencial a nivel sexual, que enmascaraba en su timidez y refugiaba con sus cuadros.

En Marbella, en mi oficina de inversiones en Bolsa.

Era jueves por la tarde, y yo había tenido un día muy ajetreado, pues había tenido que recorrerme Marbella y alguna de sus localidades vecinas, para hacer diversas visitas a clientes, que querían invertir en bolsa, con mi ayuda, pero, ya había vuelto a mi oficina, para acabar en ella la jornada laboral, pensando en irme a mi casa a descansar, en cuanto acabara de atender a la última cita del día.

En torno a las 19:00, llamaron a la puerta de la oficina, y fui a abrir la puerta, pensando que, efectivamente, era ya la última cita del día, se trataba de Mercedes, una mujer, de unos 45 años, muy bien llevados, gracias a las operaciones de su marido, que dirigía una clínica privada y muy lujosa, de cirugía plástica.

La sorpresa llegó en forma de que Mercedes, no acudía sola a la cita conmigo, para hablar de negocios, su hija, Adriana, la acompañaba, porque estaba estudiando Economía, y le interesaba mucho el tema de las finanzas.

Pasamos a mi despacho, y ahí fue cuando pude ver, bien, a las dos mujeres, y, os las puedo describir, para que os hagáis una idea de cómo eran, físicamente:

  • Mercedes, la madre, en torno a 165cm de altura, se notaba que llevaba las tetas operadas, aunque, no mucho, el resto del cuerpo, gimnasio, pero, tampoco sin excesos, pelo largo, morena; no estaba nada mal, pero, estaba casada, y eso, se respeta. Llevaba un vestido negro, pero largo, y se le veían unas botas altas, de tacón, a modo de calzado.
  • Adriana, la hija, 18 años, algo más alta que su madre, cuerpo totalmente natural, algunas pecas en la nariz, aparato dental, en la boca, morena, como su madre, se cuidaba, pero, tampoco al extremo. Llevaba un vestido negro, pero muy normal, nada de escotes, y unas botas, a pesar de que hacía buena temperatura, y, al verla, la mía interna, subió

Yo me senté en mi silla de oficina, de piel negra, y con ruedas, y las dos mujeres, se sentaron en las sillas de recepción, de oficina, que utilizo para atender las visitas.

Estuvimos un rato hablando, Mercedes me explicó que quería, junto con su marido, invertir en bolsa, unos ahorros extra que habían sacado, por unas operaciones en la clínica, “bajo red”, y, de algún modo, querían sacarle algún rendimiento, a ese dinero, de dudoso origen.

No era demasiada cantidad, pero, le dije que sí que sería posible llevar a cabo la inversión; en mi cabeza, ya empecé a buscar algunas ideas, para, incluso, diversificar la inversión, pues Mercedes me dijo que, no trabajaba, porque con los ingresos de su marido en la clínica, les daba para vivir a todo lujo.

Antes de despedirnos, me dio Mercedes, una tarjeta, en la que aparecían sus datos, y me propuso que, al día siguiente, fuera a su casa, a cenar en familia.

Yo acepté, de buen grado, y quedé con Mercedes, en estar en su casa, al día siguiente, viernes, en torno a las 21:30, para cenar.

El jueves, se quedó ahí la cosa, me despedí de ambas, de forma profesional, y, al acabar, me fui a mi casa a descansar, y sin pensar, tampoco, demasiado, en lo que había pasado, pues, no me esperaba, lo que iba a pasar, al día siguiente.

Viernes 16:00, en mi casa de Marbella

Llegué a mi casa, después de una comida de trabajo, con la intención de hacer un poco de teletrabajo, cuando sonó el

Whatsapp

, del móvil de las inversiones en bolsa.

Era un número que no tenía registrado, enseguida vi que era Adriana, la hija de Mercedes, me escribía para preguntarme si quería pasarme por su casa, antes de la hora prevista, a las 21:30, y pasar la tarde juntos, porque me quería enseñar algo, de unos cuadros.

Yo le dije que sí, pero que, tendría que ser, sobre las 18:00, para que pudiera darme tiempo a hacer algo de trabajo que tenía pendiente, y, también, tiempo para desplazarme hasta su casa.

Trabajé una hora, más o menos, y, después, me arreglé un poco, ya para ir a cenar, porque, si pasaba toda la tarde y parte de la noche, en la casa de Adriana, no iba a poder regresar a la mía para prepararme para ir a la cena.

Para intentar causar la mejor impresión posible, yo iba todo trajeado, lo más elegante que pude, a pesar del calor de Marbella.

Eso no fue, del todo, una idea demasiado buena, y ahora os contaré el porqué.

**Viernes 18:00 Sierra Blanca, Marbella

(Y, el resto de la acción, de este capítulo, transcurre aquí)**

Llegué, con ayuda del GPS, a la casa de Adriana, y aparqué el coche, fuera. La casa estaba muy bien, aunque no era de las más grandes de la zona, donde hay auténticas mansiones.

Llamé al timbre, y la puerta del jardín, se abrió, salió una mujer, con pinta de ser la asistenta, por el uniforme que llevaba, me identifiqué, y me dijo que pasara, que Adriana ya me estaba esperando.

La asistenta, no estaba nada mal, latina, creo

que,

de Venezuela, con tetas naturales, pero bastante grandes, con muchas pecas, por tomar el sol, y, lo mejor de todo, su culo, que no pude dejar de mirar, en el camino hacia el salón, donde estaba, de pie, Adriana, esperándome.

Adriana llevaba una bata blanca, similar a la que usan los médicos, pero, con manchas de pintura, la mayoría, ya secas; debajo, llevaba un bikini negro.

Me indicó que le acompañara hasta la sala de pintura, que me iba a enseñar sus cuadros...

Llegamos a la sala de pintura, y ahí fue cuando pude empezar a conocer bien a Adriana.

Lo primero, me ofreció algo de bebida, que sacó de un frigorífico que había, y que formaba parte de una pequeña cocina, que, ella misma, usaba cuando se quedaba pintando, para no perder tiempo, subiendo y bajando, a la cocina principal de la casa.

Me estuvo enseñando su zona de pintura, con todos los elementos para pintar, y con los cuadros que ya tenía pintados.

Yo, que no entiendo mucho de arte, y que soy incapaz de hacer un mínimo dibujo decente, le dije lo que había, que no podía opinar, porque es un tema que no domino.

Mientras Adriana estaba pintando, pasamos la tarde, hablando, le pregunté por sus estudios de Economía, que, al parecer, le estaban gustando mucho, más de lo que, en un principio, pensaba que le iban a gustar, porque había algún profesor, que le ponía cachonda.

La conversación, siguió por temas ya, un poco de índole sexual; Adriana me dijo que, aunque ya no era virgen, pues había follado, hace algún tiempo, con algún compañero de su colegio, (Algo que, por supuesto, sus padres ignoraban, o, al menos, fingían hacerlo), pero que tenía poca experiencia en el tema de follar, y quería, poco a poco, probar cosas nuevas.

Me confesó que le ponían cachonda, especialmente, los tíos que le sacaban, al menos, 10 años (Yo le sacaba 12), ya con bastante experiencia a nivel sexual, y con las ideas y los gustos, más claros y definidos, a nivel sexual.

Le pregunté, viendo la situación, y sin ningún compromiso, ni mal rollo, por mi parte, si se negaba, si le apetecería follar, ahí mismo, entre los botes de pintura y los pinceles, y me respondió que, eso, lo dejaba para cuando sus padres estuvieran fuera, quizás, el fin de semana, pero, a lo que sí que se atrevía, y, de hecho, le apetecía, era (a) hacerme una felación.

Yo acepté, porque tenía su claro compromiso de que, próximamente, íbamos a follar.

Antes de que me empezara a hacer la felación, le di un beso en la boca, que, aunque la pilló algo desprevenida, le debió gustar, porque Adriana, respondió con más besos.

Después, Adriana llevó sus manos a mi pantalón, sin darse cuenta de que las llevaba con restos de pintura, por lo que mi pantalón, de traje, se manchó un poco, con la pintura de las manos de Adriana.

Aunque ambos nos pusimos un poco nerviosos, a mí se me ocurrió que, podríamos decir, como excusa para justificar mis pantalones pintados, que, viendo los cuadros de Adriana, un poco de la pintura de un bote, por accidente, se había derramado, y había impactado en todo el pantalón, dejando la mancha.

A Adriana le pareció buena idea, y, ya más calmada, siguió con la idea de hacerme la felación, que me había prometido, por lo que me bajó pantalón y calzoncillo, y vio mi enorme polla.

Evidentemente, Adriana, alucinó al verla, pues, debido a su corta experiencia follando, pues no estaba acostumbrada a ver ese tipo de cosas.

A pesar de todo, yo creo que su excitación, empezó a crecer, al verme la polla, y se la metió en la boca, para ir, poco a poco, y con suavidad, chupando y lamiendo, mi polla.

Antes de que empezara a chuparla, y teniendo en cuenta que, probablemente, fuera la primera vez que iba a hacer una felación, le pregunté que donde iba a querer que me corriera, y, entre las opciones que le di, eligió, su cuerpo, así que, se quitó la bata blanca, con manchas de pintura, que llevaba, y me mostró su cuerpo, en un bikini negro que llevaba, y que, acompañaba de unas botas, a pesar de estar en casa.

Al verla en bikini, me di cuenta, de que, en su espalda, había algo que, hasta ese momento, no había visto, porque su ropa se lo tapaba.

Le pregunté a Adriana, lo que era, lo que llevaba en la espalda, y me dijo que era un angioma, una mancha de nacimiento, formada por vasos sanguíneos mal formados, que no era peligrosa, pero que tenía que tener cuidado con hacerse heridas en la zona.

Le pedí a Adriana, tocar la zona donde estaba el angioma, porque quería notar su textura, si cambiaba con respecto a la piel “normal”. Fue una sensación agradable, y me dio una idea, para poder hacer cosas con ella, más a nivel de humillación, y que ya contaré.

Una vez que llegó el momento de correrme, lo hice sobre su cuerpo, intentando no manchar, con mi semen, su bonito bikini negro, que le quedaba genial.

Adriana disfrutó de la experiencia, al parecer, porque, antes de irse al baño, a ducharse, y a cambiarse para la cena, conmigo y con sus padres, me dijo que estaba deseando que me la follase, y me pidió que estuviese atento a mi móvil, porque, en cuanto que sus padres no estuvieran, me iba a avisar, para quedar y follar, como perros.

Yo fui, con Adriana, al salón, y esperé allí, mientras me tomaba otro refresco, que la asistenta, me había

traído

.

Minutos después, llegó Mercedes, al salón, iba ya vestida para cenar, con un vestido blanco, estilo ibicenco, que le quedaba genial; llevaba un

botellín

de cerveza en la mano.

Estuvimos un rato hablando, le enseñé el dossier que había preparado con las inversiones, para que le echara un vistazo, y, claro está, me preguntó por la mancha del pantalón, y, le tuve que decir, lo que había acordado con Adriana; parece que coló, porque no preguntó más.

Tras un rato de charla, llegó, de nuevo, Adriana, que llevaba otro vestido, parecido al de su madre, también blanco, pero algo más corto, que tapaba su espalda, y seguía con las mismas botas de antes.

Pasamos al comedor, y empezamos a cenar, pero, antes, se presentó Mario, el padre de Adriana, y marido de Mercedes, el cirujano plástico, un hombre de unos 60 años, pero bien llevados, bastante simpático y agradable.

La cena transcurrió con cierta normalidad, estuvimos hablando de las inversiones que íbamos a hacer, y de temas diversos; noté que Adriana no me quitaba ojo, aunque, intentaba disimular.

Después de la cena, pasamos, de nuevo, al salón, a tomar una copa, y a seguir la charla. Se notaba que, entre Mario y Adriana, padre e hija, había mucho cariño, y se llevaban bien, por lo que, pensé, para mí mismo, que, si me ganaba al padre, podría tener a la hija, y viceversa, así que, me tendría que comportar.

Eran en torno a las 00:30, ya del sábado, cuando Mario y Mercedes, se retiraron a descansar, pero Adriana me insistió, para que me quedara un rato más, aunque fuera, a solas, con ella, y yo, acepté, al ver que Mario dio moco verde a que me quedara en el salón, hablando con Adriana.

Lo que pasó en esa conversación, así como el fin de semana, lo contaré en el siguiente capítulo de esta historia.