Adriana: la dulce enfermera. (Parte 2)

Poco a poco, Adriana se da cuenta de que su cuerpo le pide algo que su marido no le da, algo que hay otros dispuestos a darle... ¿Sucumbirá ante la tentación?

Capítulo 2

Aunque no le gustaba aceptarlo, lo cierto es que las palabras de María hicieron algo en ella, tal vez tenía razón, no, no podía serle infiel a su esposo, de ninguna manera.

No podía sacarse de la cabeza lo que le había pasado últimamente, era cierto que cuerpo extrañaba el sexo, no podía negárselo, desde hace unas semanas se encontraba constantemente deseando que su esposo pudiera atenderla como era necesario, pero por más que ella lo deseaba eso había demostrado ser imposible.

«Es increíble lo dependiente que podemos llegar a ser los humanos del sexo», pensó con algo de lastima.

Mientras caminaba lentamente a la habitación del señor Rodrigo para darle sus medicinas, se dijo que era verdad, estaba insatisfecha sexualmente, pero no podía permitirse serle infiel a su esposo, no podía seguir teniendo esos pensamientos que las últimas dos horas le habían atormentado, pensamientos de ella volviendo a tocar la verga de su paciente, de ella chupando ese largo trozo de carne, de ella…

«No» —se reprendió mentalmente «No puedo pensar eso, además, el hombre me dobla la edad, tengo que alejar esos pensamientos de mi mente»

Pero era imposible, aun así, logró despejarse un poco para cuando llegó a la puerta de la habitación.

—Hola don Rodrigo —saludó nada más entrar.

—Hola señorita —dijo el viejo y en cuanto la vio le brillaron los ojos, era evidente que esperaba hablar con ella después de lo que pasó en la mañana.

Sin embargo, ella no estaba dispuesta a tocar ese tema así que comenzó a hablar.

—Vengo a darle sus medicinas.

El viejo asintió con una sonrisa y se comenzó a tomar las pastillas mientras Adriana inyectaba en el suero las medicinas que faltaban.

—Perdone la pregunta, pero ¿Cómo es que nadie ha venido a visitarlo desde que entró al hospital?

Ante la pregunta que obviamente lo sorprendió, el señor no puedo evitar poner una expresión de tristeza.

—Lo siento —dijo ella al ver la cara que ponía.

—No se preocupe —respondió el.

Luego le sonrió con malicia.

—Ya sé, yo le responderé esa pregunta si usted después responde una mía.

Adriana sabia que era un juego peligroso, pero verlo sonriente le hizo aceptar, después de todo, su trabajo como enfermera consistía en mantener contentos a sus pacientes, no solo sanos.

—Está bien —dijo ella y se sentó en una silla que había cerca de la cama.

—Pues verá, vivo solo, mi familia me abandonó hace mucho tiempo.

—Lo lamento —dijo ella.

—No tiene por qué, fue mi culpa, demasiado mujeriego —dijo riéndose. —mi esposa se fue con mi hija menor hace 20 años, mientras que mi hija mayor se quedó conmigo, pero hace 10 años decidió estudiar en una universidad de la ciudad, lo último que supe fue que se había comprometido con algún riquillo y desde entonces no la he vuelto a ver.

Adriana tenía que admitir que esa historia lo había puesto triste, aunque hubiera sido infiel, nadie merecía quedarse totalmente solo.

—¿Y entonces como llegó al hospital? Si no había ningún familiar para que llamara… —en un intento de alejar a conversaciones de cosas que pusieran triste a su paciente Adriana decidió cambiar un poco el tema.

—Un vecino iba pasando en su camioneta y me vio tirado, él fue el que me trajo, aunque fue bastante doloroso pues el camino está lleno de baches y terracería.

—Ya veo —dijo ella.

—Bueno, ahora me toca a mí. —el viejo sonrió y Adriana sabía exactamente que pregunta le iba a hacer.

—¿Que la pareció tocar mi verga? —luego de preguntar el viejo soltó una carcajada.

—Nada, solo es parte del trabajo —dijo ella con cara serie intentando parecer más honesta de lo que se sentía. —No crea que es el primer paciente hombre que tengo que bañar.

—Seguro que no, pero no creo que muchos tengan una verga como la mia.

—La verdad no —dijo Adriana inconscientemente y acto seguido se arrepintió, se le había escapado la frase y el señor no estaba dispuesto a dejar pasar este tipo de descuidos.

—Dígame señorita ¿es más grande que la de su marido?

—Me parece que no voy a responder esa pregunta.

—Yo le respondí dos.

—¿Dos?, pero si la de quien lo trajo al hospital no contaba.

—Si contaba —dijo el señor con una sonrisa de oreja a oreja.

Adriana suspiró.

—¿Por qué con los hombres todo se vuelve una disputa por ver quien la tiene mas grande?

—Supongo que nuestro orgullo de macho nos hace competir.

—Pues que orgullo tan frágil si se pelean por una cosa así.

—El hombre se encogió de hombros.

—Tal vez, pero aun así quiero saber, ¿mi verga es más grande que la de su marido?

—Si —dijo después de un rato callada —es más grande que la de mi esposo.

Bajó la vista al bulto que se marcaba en la bata del señor Rodrigo.

«Y parece que funciona mejor» —pensó sin apartar la vista.

—Oiga —habló algo nerviosa —¿Por qué dijo el otro día que yo estaba… insatisfecha?

El hombre tragando saliva y llevando de forma descarada su mano directo al bulto en su bata sonrió.

—Eso se nota en una mujer, su forma de caminar, su mirada, todo eso ¿sabe?

Adriana sonrió, era evidente que se lo estaba inventando, probablemente cuando dijo eso solo lo dijo al azar, seguramente algún método de seducción que el viejo usó y alguna vez le funcionó.

Para entonces, Adriana en su mente había decidido unirse al “juego” que el viejo parecía querer jugar, en su mente durante un instante pasaron muchas ideas, ninguna del todo buena.

—¿Y entonces que debo hacer? Usted parece todo un experto ¿Qué le recomienda a una mujer cuyo marido no la atiende?

Ante esas palabras los ojos del viejo se iluminaron, sabía que estaba ante una oportunidad única para el.

—Pues, en ese caso, lo mejor siempre es buscarse alguien que lo haga.

Adriana bajó la vista hacia el bulto del viejo que se lo acariciaba con su mano izquierda de modo brusco, y sin dejar de mirarlo a los ojos, llevó su mano también hacia la verga de don Rodrigo.

—Y supongo, que usted es ese hombre ¿o no?

El hombre tragó saliva y se estremeció cuando Adriana llevó su mano a tocar su pene directamente quitando la bata que estorbaba y comenzó a masturbarlo.

Mientras se miraban a los ojos, el viejo solo se limitó a decir.

—Bueno, eso haría feliz a un viejo.

—¿Pero que dice? Adriana puso su tono de voz mas coqueto —si usted podría ser mi padre.

—Pero por fortuna no lo soy, no sería bueno ponerme así por mi propia hija ¿verdad?

—No, no lo sería.

Durante varios minutos continuaron así, sin decirse nada, solo viéndose a los ojos mientras Adriana le hacia una paja a un hombre que le doblaba la edad y que no era su esposo, tenia que admitir que estaba cachonda ante esta situación, la verga de ese viejo era la mas apetitosa que había visto o tocado nunca7

Al cabo de unos minutos, los espasmos del señor hicieron evidente que estaba a punto de correrse, Adriana sonrió y aceleró el ritmo.

De repente, chorros y chorros de semen salieron disparados, aunque se estrellaron contra la bata y así evitaron que toda la cama se manchase.

—Es buena en esto —dijo el viejo cuando se recuperó.

—Lo sé —respondió ella, entró al baño y sacó algo de rollo para limpiarle, luego fue por una bata limpia, y no sin esfuerzo logró cambiarlo.

—Gracias señorita —dijo el cuándo ella se dirigía a la puerta.

Ella ni siquiera se giró, solo siguió caminando y salió de la habitación dejando al hombre con una gran sonrisa en la cara.

Nada más salir de la habitación, Adriana se recargo de espaldas en la pared y miró al techo, sin entender que había pasado.

«¿Pero que hice?» —se preguntaba. «Soy una mujer casada, no puedo hacer estas cosas» —se recriminaba su lado bueno, el lado que no se permitiría una infidelidad nunca en la vida.

«Pero es tan grande» —decía la otra mitad de ella, la que aceptaba que necesitaba sexo.  «La de Raúl apenas si es la mitad de eso»

«No, no debo»

«Pero tal vez María tenga razón, tal vez solo necesite hacerlo una vez para poder concentrarme en resolver las cosas con Raúl»

Y con esos pensamientos se quedó durante minutos debatiéndose entre una elección que nunca pensó si quiera que se presentaría en su vida.

Unas horas después, cuando el doctor Garza llegó para los revisar al paciente, el señor Rodrigo tenia una sonrisa tan grande en la cara, que Adriana pensaba que era evidente que algo había pasado, para su alivio, el doctor no le hizo ninguna pregunta al paciente sobre eso.

—Parece que está todo listo para la operación, la programaré para el próximo lunes.

—¿Hasta el lunes?, eso es mucho tiempo doctor —dijo el señor notablemente impaciente.

—Lo siento señor, pero antes de usted hay otros pacientes que llegaron antes o que son mas urgentes, tendrá que aguantar.

—Bueno, siempre y cuando pueda ver todos los días a la señorita enfermera, no me quejaré.

El doctor sonrió, como si compartiera el pensamiento del paciente.

—Pues mañana no me verá —dijo Adriana borrando la sonrisa del pobre viejo —es mi dia libre.

—¿Cómo? Me va a dejar solo.

—No se preocupe, las enfermeras que lo entenderán en ausencia de Adriana son muy competentes, no le faltara nada, además, ella volverá el jueves.

—Bueno, está bien, que la pase bien en su día libre, la estaré esperando —esto último lo dijo con una sonrisa que casi parecía macabra.

Adriana, aún perturbada por lo que había pasado, salió del hospital y se dirigió a la casa de su hermana, nada más llegar y saludar le indicó a su sobrino que subiera a su cuarto para las clases de ese día.

Lo cierto es que Adriana no estaba demasiado concentrada, por su mente aún pasaban los hechos del dia, pero a pesar de esto, pudo notar como su sobrino en más de una ocasión se distraía de las clases y se le quedaba mirando fijando.

—¿Qué pasa? —dijo al final cuando las miradas eran mas que evidentes.

—N..nada —dijo el joven avergonzándose —pareces distraída.

La mujer suspiró.

—Sí, lo siento, hoy no tuve un gran día, pero eso no es algo de lo que debas preocuparte, mejor preocúpate por estudiar.

Después de esto, la clase transcurrió sin problemas y al terminar Adriana se fue a casa.

Llegó a la misma hora que ayer, Raúl la esperaba, y al verla la saludo.

—Hola amor.

—Hola —respondió ella secamente, recordando la discusión de la noche anterior.

—Oye amor, quiero pedirte disculpas, me comporté como un idiota ayer.

—Sí, lo hiciste —dijo ella dirigiéndose a su habitación.

—Amor, espera, por favor, perdóname.

Adriana no estaba de humor para discutir, pero tampoco podía hacer como si nada hubiera pasado.

—Mira, es evidente que tenemos problemas, tu situación no creo que sea culpa de nadie, pero no podemos seguir así, discutiendo cada día, creo que lo mejor es no tocar el tema por ahora.

—Está bien —dijo el suspirando.

—Estoy cansada —me voy a dormir.

Lo cierto es que Adriana no quería ver a su esposo a los ojos, lo que había hecho con su paciente, los pensamientos que había tenido, la atormentaban.

Sin siquiera darse una ducha, se tumbó en su cama y cayó rendida.

Al día siguiente, el sonido de su celular la despertó, era Adrián y se sorprendió de que ya fueran las 10:30, ni siquiera en sus días libres solía dormir hasta tan tarde.

—Hola —dijo aún con algo de sueño en la voz.

—Hola Adriana —saludó el chico con una voz más jovial. —llamo solo para preguntar a qué hora puedo pasar a tu casa.

—Oh si —dijo ella que ya había olvidado que acordaron eso. —a las 2 está bien, tengo que salir ahora.

No tenía que salir a ningún lado, pero necesitaba tiempo para arreglarse y para revisar los trabajos que habían hecho en casa de Adrián el día anterior.

Se dio un baño rápido, desayunó y como a las 12 del dia se sentó en el sofá a revisar los ejercicios de matemáticas que habían hecho ayer, con lo distraída que estaba no pudo corregirlo mientras lo hacía, además de que notó que el también estaba distraído.

Mientras lo hacía, poco a poco se iba preocupando más, no había terminado muchos de los ejercicios, y los que sí, la mayoría estaban mal, era evidente que, o su método de enseñar estaba mal, o el muchacho no se concentraba por alguna razón.

Pensativa, y a a la vez agradeciendo tener algo que hacer, decidió entrar a internet a ver si el algún foro podría encontrar algo de ayuda.

Buscando, como a los 15 minutos encontró un foro dedicado a la educación, maestros, estudiantes y esas cosas, se hizo una cuenta y abrió un post exponiendo su caso, como, aunque no era maestra quería ayudar a su sobrino, pero no sabía cómo hacer que se concentrara.

No pasó mucho tiempo para que comenzaran a llegarle respuestas de verdaderos maestros dando consejos, la mayoría de los mensajes que recibió le explicaban que en su caso particular, al ser solo un alumno y ella no ser una maestra, lo mejor que podía hacer era preguntarle directamente cual era la razón de su distracción, y una vez identificado el problema, debería hacer algo para combatirlo, la mejor manera era darle alguna especie de incentivo al alumno, algo que lo hiciera poner atención a las clases ya que se ganaría algo.

Le explicaron que con los alumnos niños bastaba con decirle que, si ponía atención y hacia bien las tareas se ganaría un dulce, ver la televisión, jugar o algo del estilo.

Pero con un alumno como su sobrino, ya un adulto joven, era más difícil y solo alguien que lo conociera bien podría saber que serviría.

Sin estar del todo convencida, decidió intentar ese método, primero trataría de averiguar la razón de sus distracciones en la escuela y pensaría en algo.

Pasaron las horas y a las 2:10 tocaron el timbre de su puerta, Adriana se apresuró a abrir y recibió con un abrazo a su sobrino.

—Hola Adrián.

—H…hola Adriana —respondió el joven que se notaba ya algo nervioso, aunque la mujer no entendía porqué.

—Pasa, toma asiento.

El joven así lo hizo, tomo asiento en el sofá de la sala.

—Mira Adrián —dijo ella sentándose frente a él y entregándole los resultados de los ejercicios que había hecho ayer. —cómo puedes ver, no te fue muy bien en estos ejercicios.

El muchacho solo asintió y se disculpó.

—No tienes que disculparte —le dijo ella —es solo que no entiendo porque te va tan mal, el primer día sacaste bastantes mejores notas, y le pedí a tu madre las calificaciones y resulta que tienes perfectas notas en dos materias, pero las otras 4 son las que llevas mal, quiero que me expliques, y con la verdad, porque tienes tan malas notas calificaciones en esas calificaciones.

El muchacho, sentado con la vista al piso, asintió y comenzó a hablar.

—Si te lo digo ¿no te vas a enojar ni burlarte de mí?

Adriana asombrada se le quedó mirando unos segundos.

—No veo porque tendría que hacerlo… pero está bien, lo prometo.

Sonrojado, comenzó a contarle.

—¿Cuándo pediste las calificaciones no viste los nombres de los maestros?

—No —dijo ella sorprendida, sin entender que tenía que ver. —¿Porqué?

—Si hubieras visto eso, entenderías.

Durante unos segundos, el muchacho no dijo nada.

—Las 2 materias que tengo calificación perfecta son impartidas por un profesor, y las 4 donde estoy mal, por una maestra.

—¿Y eso que tiene que ver?

El muchacho se sonrojó aún más al ver que su tía no entendía lo que quería decir.

—Pues que… me distraigo viendo a las maestras y por eso no pongo atención en clases.

—Oh —dijo ella sorprendida —¿son lindas? —no sabia ni que decir así que preguntó lo primero que se le vino a la cabeza.

El muchacho visiblemente avergonzado comenzó balbucear.

—N..no…bueno si, bueno, un par…bueno…

—Cálmate —dijo la mujer con una sonrisa en el rostro.

—Es que… lo siento.

—Oye, no tienes que disculparte conmigo, en todo caso con ellas, dependiendo de lo que… hayas imaginado. —la sonrisa seguía en su rostro, le resultaba muy divertido que su sobrino estuviera en la edad en que las hormonas lo traicionan.

Por su rostro, pudo ver que no se había imaginado simplemente bebiendo café con sus maestras.

—Bueno, estas en esa edad, es normal que te sientas atraído hacia las mujeres, pero ¿no tienes novia?

—No —dijo el con voz susurrantes —nunca he tenido.

—¿Nunca?

Eso sorprendió a Adriana, su sobrino era un joven apuesto, del tipo que sin duda llamaría la atención de las jovencitas impresionables, aunque solo fuera por su físico en un principio, además era un joven tan bueno, tan divertido que una vez que lo conocieran Adriana estaba segura que todas se pelearían por él, al menos lo había pensado desde que entró a la Preparatorio, pero al parecer no era así.

—No —dijo el avergonzado.

—¿Puedo preguntar por qué?

—No lo sé, la verdad es que las chicas que conozco no me agradan demasiado, son guapas y todo, pero al tratarlas me aburren, todo se trata de selfies, y platicas sin sentido.

Adriana podía entenderlo, de hecho, cuando era joven le pasaba algo similar, pero con los chicos, creía que todos los de su edad eran unos bobos infantiles, en cambio los hombres mayores la atraían (y por lo que había pasado últimamente, aún lo hacían), luego cambió de opinión y además de Raúl otros hombres de su edad le gustaron en algún momento de su vida, aunque su única pareja había sido su hoy esposo.

—Entiendo — dijo ella, aunque de pronto recordó una cosa.  —oye, eso no explica porque en las clases que yo te he impartido sigues distraído, aquí no hay ninguna maestra que te distraiga.

Mientras lo decía, calló en la cuenta de algo, pero no… era imposible.

—¿O sí? —preguntó dudosa.

—Lo siento —dijo el joven con la cabeza agachada.

—Pero soy tu tía… ¿Cómo es posible?

—¿Prometes no enojarte si te respondo?

—No —respondió ahora si visiblemente turbada, no esperaba que su sobrino la viera de esa forma, aunque al mismo tiempo, algo dentro de ella se encendió. —no puedo prometerlo, una cosa es que pienses en tus maestras, otra muy diferente es que pienses en tu tía, pero vamos, di lo que tengas que decir y ya veremos si me molesto o no.

—Es que Adriana —comenzó a decir el muchacho sin mirarla a los ojos —desde hace tiempo que tú me pareces la mujer más hermosa que he visto, cuando pienso en mujeres la mayoría de veces pienso en ti, sé que eres mi tía, pero eso no impide que yo piense así de ti.

Ante esta confesión, Adriana se sintió confusa, por un lado, era su sobrino y estaba mal que pensara en ella de esa forma, por otro lado, se sentía alagada que un chico más joven que ella la considerara la mujer más hermosa que había visto.

Sin decir nada se levantó del sofá y se dirigió a la sala.

—Perdón —dijo el levantándose y tomando sus cosas, se dirigió a la puerta, estaba seguro que su tía ahora lo odiaba.

—¿A dónde vas? —preguntó Adriana al ver que se iba

—A mi casa, lo siento, no te volveré a molestar.

—No dije que te fueras, todavía no terminamos de hablar, ve y siéntate, solo… tengo que pensar.

Mientras el muchacho se sentaba en un sofá, Adriana se dirigió a su habitación y se recostó sobre la cama.

¿De verdad su sobrino se sentía atraído por ella?

Estaba mal, estaba mal, pero a la vez… era como un halago para ella.

Se miró el espejo y por primera vez, fue realmente consiente de lo hermosa que era, claro que antes sabía que era más guapa que el promedio de mujeres a su alrededor, pero ahora… sabía que era hermosa, tal vez las palabras del señor Rodrigo por fin habían entrado en su mente, pero por primera vez en su vida, en ese preciso instante, se sintió bien por ser deseada, el doctor Garza, el señor Rodrigo y ahora su propio sobrino.

«Está mal» se dijo mientras se contemplaba «Soy su tía, y soy mayor que él, no debería verme de esa manera» pensaba su mitad aun puritana y buena esposa.

«Pero puedo aprovechar esto» pensó de pronto su mitad traviesa, que para desgracia de la otra mitad, cada vez estaba ganando más fuerza en su mente.

Luego de varios minutos de pensar sobre eso, Adriana salió de su habitación y se dirigió al lugar donde Adrián estaba sentado.

—Okey, he estado pensando y decidí que no le voy a decir nada a tus padres.

—¿De verdad? —dijo el con una sonrisa de alivió.

—Si —respondió ella —pero tenemos que hablar.

El muchacho asintió, de nuevo cabizbajo.

—Mira, no me parece normal que un sobrino piense así de su tía, pero, estoy consiente de que eres joven y estás en la edad de que cualquier mujer te mueve las hormonas, así que creo que lo dejaré pasar.

El joven volvió a asentir, esta vez, aliviado.

—Aun así, tengo curiosidad —dijo ella con una sonrisa.

—¿Curiosidad?

—Si —respondió la mujer con una sonrisa pícara. —tengo algunas preguntas, y quiero que me las respondas con sinceridad

El muchacho tragó saliva, pero asintió.

—Bien, quiero que me digas desde hace cuánto tiempo piensas en mi… como lo haces.

—¿Desde cuándo?, bueno, no lo sé, supongo que desde hace un par de años fue cuando me di cuenta la tía tan sexy que tengo.

—¿Sexy eh? —la mujer seguía sonriendo —Ahora quiero que me digas, ¿que es lo que más te gusta de mí?

—¿De verdad? —dijo el joven sorprendido ante la actitud de su tía

—Sí, si voy a ser material para tus fantasías al menos merezco saber cuál es tu parte favorita.

—Pues… tus… ojos, tus ojos —dijo el tratando de sonreír.

—Mis ojos… claro ¿estos? —dijo señalando sus ojos —¿o estos? —dijo señalando ahora sosteniendo sus tetas con sus manos y dándose cuenta por primera vez que se había puesto una simple blusa blanca de tirantes sin sujetador, y con un escote bastante amplio donde además se notaban sus pezones erectos a través de la tela y al percatarse de esto volvió a sonreír pues sin duda la visión que tenía ahora su joven sobrino era magnifica.

—Pues…

—Vamos Adrián, no me voy a molestar si me dices que te gustan mis tetas ¿te gustan?

—S… si —dijo el

—Que bien —dijo ella —¿Quieres verlas?

Al escuchar eso, los ojos del muchacho se abrieron como platos y se vislumbró un brillo en ellos.

—¿Puedo? —dijo ya visiblemente excitado.

—No —respondió ella con una sonrisa, rompiendo el corazón del muchacho. —Al menos no aún.

—¿Cómo? —Ahora el muchacho mostraba esperanza en su rostro.

La mujer por un momento se debatió en si debía llevar más lejos eso, pero estaba bastante caliente y además había encontrado un placer oscuro en jugar con su sobrino.

—Vamos a hacer un trato, pero solo si prometes no decirles a tus padres.

—Lo prometo —respondió el chico sin siquiera saber de qué se trataba.

—Bien, así me gusta —sonrió Adriana. —te pondré unos ejercicios ahora, si consigues mejor nota que ayer, te las muestro ¿trato?

—¿De verdad? Claro, acepto—el muchacho estaba en el cielo, nunca pensó que una oportunidad como esa se le pudiera presentar.

La mujer le volvió a sonreír y pidiéndole su libreta comenzó a escribir en ella plenamente consciente de que el muchacho no perdía detalle de sus tetas.

Cuando terminó de escribir los problemas de matemáticas le pasó la libreta.

—Aquí tienes, y por si pensabas hacer trampa buscando ayuda en internet, me quedaré aquí vigilándote, cualquier intento de sacar tu celular y no solo se cancela el trato si no que no volveré a ayudarte.

El muchacho asintió, y en sus ojos pudo ver que no pensaba hacer trampa.

—Tienes una hora.

El joven comenzó rápidamente a solucionar como pudo los problemas, pero pronto se dio cuenta que no haber prestado atención el dia anterior le estaba pasando factura pues 30 minutos después de haber empezado descubrió que no podía resolver la mayoría.

—Adriana, ¿puedes explicarme esto?

—No no no —dijo ella juguetona negando con su dedo. —Si quieres el premio tendrás que ganártelo tu mismo, es una buena ocasión para que notes que distraerte, no solo en clases si no en la mayoría de situaciones de la vida, no es buena idea. Además, solo necesitas un acierto mas que el día de ayer, tu puedes. —y le guiñó un ojo causando que el joven deseara con todas sus fuerzas conseguir ese acierto.

Luego de haber pasado la hora, el joven prácticamente sudando le entregó la libreta a su tía para que revisara los ejercicios.

La mujer comenzó a revisar los ejercicios uno por uno, y cuando terminó miró a su sobrino.

—¿De verdad estás tan distraído que no notaste que son los mismos ejercicios que ayer?

El joven se sorprendió pues en efecto, no se había dado cuenta.

—¿En serio?

—Si, increíblemente sacaste mal algunos que ayer hiciste bien.

Ante estas palabras, el joven desilusionado bajó la cabeza al piso, suponiendo que había perdido su oportunidad.

—Pero —dijo la mujer y el joven la volvió a mirar deprisa —parece que si conseguiste un acierto más que ayer.

—¿De verdad? —el joven casi saltó de la emoción.

—Si, de verdad.

Durante un minuto nadie dijo nadie, el muchacho porque estaba nervioso esperando su recompensa, y la mujer porque disfrutaba hacer esperar a su sobrino.

—Así que supongo que quieres que cumpla mi parte del trato ¿verdad?

—S… si —dijo el tartamudeando.

—Está bien.

Con una sonrisa, la mujer tomó con sus manos la parte baja de su blusa y la levantó y bajó con rapidez, dejando ver solo por un segundo sus senos desnudos.

La mujer comenzó a reir al ver la cara de decepción del muchacho.

—Jajaja yo no dije cuanto tiempo te iba a dejar verlas jajaja.

El muchacho, sintiéndose traicionado y con un gran enojo se levantó rápidamente de su asiento y se dirigió a la puerta dispuesto a irse a su casa, pero Adriana lo detuvo.

—Espera, estaba jugando.

Al oir esto el joven volteo la mirada hacia su tia que sonreía.

—Sé que te esforzaste y yo no soy de las que no cumplen sus tratos.

Acto seguido comenzó a quitarse la blusa lentamente y con un movimiento sensual hasta quedar totalmente desnuda del torso, dejando al aire un par de pechos exquisitos, con un tamaño espectacular y una firmeza que solo la juventud y mucha suerte es capaz de otorgar.

Ante tal visión, el muchacho se quedó atonito, mirando con la boca abierta.

—¿Te gustan?

El joven se limitó a asentir.

—Aunque es muy lindo que te quedes mirando de esa forma, solo es lindo al principio, después se vuelve raro, tenlo en mente para cuando consigas novia.

Esas palabras sacaron al muchacho de su asombro quien se sobresaltó y recuperó la compostura.

—Lo siento

—No te disculpes, solo recuérdalo.

—De acuerdo.

—Entonces…  —la mujer comenzó a mover su torso de un lado a otro haciendo que con ella sus tetas se balancearan un poco —¿te gustan?

—Me encantan —fue todo lo que dijo el muchacho

Adriana ante tal respuesta comenzó a hacer pucheros como si estuviera triste.

—No te deben gustar mucho, no me has pedido tocarlas…

—¿Puedo?... es decir… creí que te negarías.

—Y tienes razón, pero igual podrías haberlo pedido.

Después de decir esto comenzó a ponerse la blusa de nuevo, para decepción del muchacho.

Al ver el rostro del joven, Adriana sonrió.

—Tranquilo, podrás verlas de nuevo.

—¿En serio? —los ojos del muchacho se iluminaron como focos.

—Bueno, en realidad depende de ti, si mejoras tus notas en todas las materias podras verlas de nuevo, incluso puede que te deje tocarlas si mejoras mucho.

—Lo haré —se apresuró a decir —de verdad lo haré.

—Bien, ahora vete, que Raúl no tarda en llegar y no quiero que te vea con ese bulto —al decir esto sus ojos apuntaron a su entrepierna mientras ella sonreía y Adrian avergonzado se tapaba como podía y se despedía.

Adriana sabía que probablemente se iba a masturbar varias veces en casa.

Una hora después Raúl llegó a casa, ese día volvía temprano porque en la tarde-noche iba a salir de viaje de negocios encargado por la compañía y tenía que preparar todo.

La tarde pasó sin que se hablaran demasiado, y cuando se despidieron, quedó más que claro que la relación estaba rota y aunque ambos querían arreglarlo… sin sexo ninguno sabia como.

Y esa noche, mientras descansaba en su cama, las palabras de María hicieron por primera vez eco en su mente, tal vez tenía razón, tal vez una aventura… quitarse las ganas de sexo funcionara para ella.

Continuará….