Adriana: la dulce enfermera. (Parte 1)

Adriana es una joven enfermera que, a pesar de estar feliz con su matrimonio, se siente insatisfecha sexualmente, Sin embargo, comienza a darse cuenta que hay varios hombres interesados en ella. ¿Podrá Adriana resistirse a serle infiel a su querido marido, o sucumbirá ante sus deseos más ocultos?

Aclaración:

Este primer capítulo es de introducción, no hay tantos elementos sexuales pues quería plantear el trasfondo de la protagonista y de los hombres y mujeres que a su alrededor se encuentran, en las siguientes partes es donde habrá más sexo y esas cosas.

Mientras se vestía esa mañana, Adriana no dejaba de pensar en la noche anterior, otra discusión con su marido, de nuevo por el sexo, de nuevo porque él no era capaz de lograr una erección.

Esta situación llevaba al menos unos 3 meses, Adriana y Raúl se habían conocido casi desde siempre, cuando entraron a estudiar juntos a la primaria, cada uno con 6 años, desde entonces se hicieron amigos y con el tiempo, novios y después esposos.

Ella era una belleza, el, un hombre apuesto, su relación siempre había sido genial, con bromas, risas y mucho amor, habían decidió casarse al terminar ambos sus respectivas carreras, así que, para el inicio de esta historia, el matrimonio tenía 2 años junto.

Desde que comenzaron a salir como novios, y comenzaron a tener sus primeras experiencias sexuales, la cosa había ido bien, si bien es cierto que ninguno de los dos tuvo otras parejas para comparar, ambos estaban satisfechos, practicaban un sexo bastante normal, el tratándola como una princesa, sin penetrarla fuerte ni nada por el estilo, y ella contenta de recibir dentro de sí al hombre que amaba, aunque muchas veces, el se preocupaba más por su placer que el de ella.

Pero todo cambio cuando tres meses antes del inicio de esta historia, Raúl comenzó a tener problemas para lograr una erección, al principio bastaba con una estimulación de ella, una paja, una mamada, etc… pero con el tiempo, dejó de ser suficiente, desde hacía 2 meses que no importaba lo que la joven hiciera, no lograba nada, al principio se culpaba, creía que ella no era lo suficiente hermosa para satisfacer a su amado, mientras que el le decía que no era su culpa, pero las últimas semanas todo había cambiado, el dejó de ser el hombre amable y comprensivo para pasar a ser un gruñón que lo único que hacia cada noche era culparla de su situación.

—“No lo haces bien” —decía el hombre ante las pajas que su esposa le daba.

—“Si le pusieras más ganas tal vez se me pararía” —le gritaba enojado ante la imposibilidad de tener la erección ni siquiera con su esposa tratando de chupar su verga que en ese estado estaba tan diminuta.

Los reclamos de su marido hicieron que poco a poco Adriana comenzara a cansarse de recibir las culpas que, ahora, estaba segura que no eran suyas, así iniciaron las discusiones, el diciendo que su esposa no era lo suficientemente fogosa en la cama, ella diciendo que si su herramienta no funcionaba no era su culpa.

La de la noche anterior había sido la peor discusión, tanto que Raúl por primera vez desde que se casaron fue a dormirse al sofá de la sala.

Pero hablemos de Adriana.

Era una mujer humilde pues creció en el seno de una familia de bajos recursos, no eran pobres en extremo, pero nunca pudieron darse ninguna clase de lujos, Adriana era la menor de 3 hermanos, Erika la mayor, 6 años más grande que ella, y Luis el del medio, 3 años mayor que Adriana.

Con 26 años, Adriana estaba logrando el sueño de toda su vida, ser enfermera, en realidad su sueño había sido ser doctora, pero debido a lo caro de esa carrera no pudo lograrlo, incluso aunque aplicó a varias becas, pero nunca pudo conseguir ninguna, así que tuvo que conformarse con ser enfermera, aun así, ella no se sentía frustrada, había trabajado mucho para poder pagarse esa carrera, y su sueño siempre había sido ayudar a gente enferma, esto debido a que cuando tenía 10 años vio a su padre morir de cáncer de pulmón sin poder hacer nada, y desde entonces se dijo que crecería para ayudar a los enfermos.

Y vaya que creció, se convirtió en una mujer hermosa, era la envidia de todas sus amigas, tenía un cuerpo escultural que además de la genética, había moldeado con horas en el gimnasio, lo que le había proporcionado un trasero firme y bien torneado, unas piernas deliciosas que atraían todas las miradas cuando se ponía short o alguna falda, y, por último, unas tetas de infarto, bastante grandes que muchas veces parecían querer salirse de sus camisas o de su escote cuando lo usaba.

Ella sabía de su belleza, pero su educación humilde la había hecho ser siempre una chica tranquila, nada provocadora, se decía que ella le pertenecía a su esposo y con eso estaba satisfecha.

Al menos fue así, hasta el inicio de esta historia.

Adriana terminó de vestirse esa mañana, se puso unos jeans algo ajustados y una camisa blanca con sujetador igual blanco por debajo, además de una chaqueta de piel por encima, era una ropa discreta como la que siempre usaba, estaba distraída y triste por la pelea que había tenido con Raúl la noche anterior, no le gustaba pelear, lo amaba demasiado.

Salió de su casa a las 8 de la mañana, la misma hora que siempre para llegar a tiempo a la hora de su turno a las 10, tomó el metro en una estación cercana a su casa y se bajó en la estación más cercana al hospital.

Dicho hospital donde llevaba cerca de una año y medio trabajando, era uno de los 3 mejores del país, Adriana se sentía orgullosa de haber conseguido un trabajo en ese lugar, debido a sus buenas calificaciones durante la carrera.

Era un edificio alto, de 5 pisos aunque el hospital en si solo eran los tres más bajos, los 2 superiores eran para las oficinas administrativas y todo eso, aunque lo cierto es que en el quinto piso solo estaba la oficina de la directora del hospital y nada más.

Al llegar al hospital saludó a la recepcionista y se dirigió a los camerinos para cambiarse y ponerse su uniforme, era de las pocas enfermeras que hacían eso, la mayoría preferia llegar ya con el uniforme puesto desde su casa, pero ella no, por si acaso se decía, nunca se sabe que pueda pasar.

Comenzó a desnudarse hasta quedar solo con su conjunto de ropa interior blanca, estaba a punto de comenzar a vestirse con el uniforme cuando escucho una voz detrás de ella.

—Vaya que tienes un cuerpazo.

Adriana se giró con una ligera sonrisa, reconoció la voz de su mejor amiga.

—Hola Vicky.

—Hola amiga —dijo ella sonriendo mientras con la mirada recorría todo el cuerpo de Adriana —en serio, estás re-buena, que suerte tiene Raúl de poder disfrutar ese cuerpo todas las noches.

Adriana estaba acostumbrada a ese tipo de comentarios por parte de Victoria, desde que la conoció al entrar a estudiar la carrera de enfermería y se hicieron amigas constantemente le decía que estaba hermosa y que tenía envidia de las miradas que provocaba en los hombres, lo cual no tenía sentido en la mente de Adriana, pues Victoria era una mujer muy hermosa y sabía que muchos hombres querían algo con ella… y que muchas veces lo conseguían.

—No digas tonterías —le respondió con una sonrisa —mejor dime que pasó en el turno de la noche.

—Pues no mucho la verdad, fue una noche tranquila, en nuestra área solo hubo tres ingresos, una señora diabética, una mujer que se accidentó en su auto, aunque al parecer no es nada grave, y un señor que se calló de un caballo y tiene la una pierna y un brazo rotos.

—Vaya, pues si que fue tranquila.

Por lo regular, al ser un hospital tan prestigioso lo normal era tener bastante más ingresados al día, pero tampoco era muy raro que hubiera noches como esa.

—Bueno, me voy a mi casa —dijo Victoria, que había terminado su turno —estoy exhausta, nos vemos amiga.

Adriana se despidió de ella y terminó de vestirse con su uniforme, al igual que en la mayoría de hospitales, era totalmente blanco, pantalón y camisa a botones, además de una suerte azul que se podía llevar o no encima de la camisa, ella por lo general lo llevaba, pero esa tarde hacia demasiado calor como para ponérselo.

Luego de vestirse se dirigió a la oficina del doctor Garza, su superior inmediato, para ver que paciente le asignaban ya que el último que tenía había sido dado de alta el día anterior.

El doctor Garza era un hombre muy respetado en el hospital como doctor, de hecho, era respetado a nivel de todo el país, era sin duda el mejor neurólogo del país, aunque tenía mucho conocimiento en otros tantos campos de la medicina, por eso era el doctor más preciado del hospital y todos le tenían un gran respeto cuando se trataba de medicina.

Aunque no tanto cuando se trataba de cosas personales, no era ningún secreto que el doctor Garza, un hombre mayor, de 55 años era alguien demasiado libidinoso, que aprovechaba cada situación que tenía para intentar seducir a cualquier mujer que le gustaba, enfermeras, doctoras, incluso pacientes y familiares de pacientes, era un hombre que no tenía buena fama entre el personal femenino del hospital, aunque en el poco tiempo que llevaba ahí, Adriana sabia de algunas chicas que se habían dejado seducir por el.

Y realmente no lo entendía, no era un hombre particularmente apuesto, aunque la verdad sea dicha tampoco era el hombre más feo que había visto, solo era… normal, tenía una barba canosa bastante frondosa, era gordo, no en exceso, pero la barriga se notaba con facilidad, y además era bastante más bajo que ella.

Adriana sabía bien que el doctor había puesto su mirada en ella desde que ingresó en el hospital y por eso había pedido que estuviera bajo su cargo desde su primera semana ahí, pero no le importaba, sabía que ella nunca le haría caso y además así tenía la oportunidad de trabajar con el que ella consideraba el mejor doctor del país.

Se dirigió a la oficina del doctor y llamó a la puerta.

—Adelante —dijo una voz ronca desde dentro.

—Hola doctor Garza —dijo Adriana abriendo la puerta

—Ah hola Adriana —el doctor levantó la vista de su escritorio para verla y sonrió —justo iba a ir a buscarla.

—Bueno, ya estoy aquí —dijo ella con una sonrisa.

—No sé si sepa que anoche solo hubo tres ingresos.

—Si, ya me informaron.

—Genial, bueno, nosotros nos encargaremos del señor que llegó con fracturas de pierna y brazo, el señor… —buscó el nombre en los papeles que tenía en la mano —Rodrigo Pérez, al parecer es un agricultor, aunque también tiene una granja, estaba paseando con su caballo y se calló provocándole esas fracturas.

—Entiendo —Adriana asintió ante la explicación.

—No es nada grave, solo necesita una operación en la pierna ya que está algo más destrozada, pero lo podré arreglar sin problema.

Esa confianza en sí mismo, totalmente justificada, era algo que admiraba de él, sabía que era un buen doctor, el mejor tal vez, y no intentaba ocultarlo, ni siquiera con una operación tan fácil como aquella.

—El paciente también es diabético —dijo el doctor mientras le entregaba un papel a Adriana —así que hay que estar midiendo su glucosa, asegúrese de pedirle una dieta para diabéticos y esté al pendiente de que coma bien, en este papel están las instrucciones de todos los medicamentos que tiene que administrarle, la mayoría son para el dolor.

—Está bien doctor.

—Asegúrese de avisarme si surge algún inconveniente, tiene mi número de teléfono, me tocó el turno nocturno esta semana así que ya me voy, pero regresaré para cuando se acabe el suyo así que pasaré a ver cómo está el paciente, el doctor Rodríguez hará la visita en la tarde.

—Claro doctor, no se preocupe.

Dicho esto, Adriana se giró hacia la puerta para irse, pero el doctor la llamó.

—Adriana, espere.

La chica se giró para ver al doctor que se había acercado a ella, muy cerca de hecho.

—¿Ha pensado sobre mi invitación?

Sabía que el tema terminaría saliendo, el hospital iba a celebrar una cena con todos los trabajadores del mismo el próximo sábado debido al aniversario número 50, todos los trabajadores, desde doctores hasta los encargados de la limpieza estaban invitados, ellos y un acompañante, a Adriana se le había escapado decir que Raúl tenía un viaje de trabajo ese día, así que no podría acompañarla y el doctor había aprovechado para invitarla, Adriana no le había dado una respuesta clara, porque no quería hacerlo enfadar, pero parecía que no era suficiente para el doctor.

—No lo sé doctor, la verdad es que no me sentiría cómoda, tengo esposo, y usted tiene esposa

«Aunque no parece importarle demasiado» pensó Adriana.

—¿Y eso que importa? Solo es una invitación como colegas, no tiene por qué verlo de otro modo.

Sus palabras decían una cosa, pero sus ojos decían otra cosa.

—Lo siento doctor, pero creo que voy a declinar su invitación, ni siquiera tengo ropa decente que ponerme ese día —dijo con una sonrisa

—No se preocupe por eso —el doctor se había acerado más a ella, con su mano tomó la de Adriana —yo puedo darle dinero para que se compre algún vestido lindo.

La joven no se esperaba eso, ni que el doctor tuviera la osadía de tomar su mano, ni que le ofreciera comprarle ropa, cualquier otro momento, se hubiera sentido ofendida por ambas cosas, se habría separado de el y habría salido de la oficina, pero ese dia, después de todos los problemas que había pasado con su marido, no estaba de humor para ofenderse, solo sonrió.

—No lo sé, mire doctor, déjeme pensarlo, aún faltan varios días, el jueves le doy mi respuesta.

—Está bien —dijo el soltando su mano —el jueves entonces.

Adriana salió de la oficina alto turbada, no entendía como no se había negado, se reprendía mentalmente por eso, ella era una mujer casada, no podía ir por ahí con hombres que le doblaban la edad, no era correcto, mientras caminaba por los pasillos del hospital pensó en volver atrás y negarse directamente a la invitación, pero cuando estaba a punto de hacerlo, su teléfono sonó, esperando que fuera Raúl lo sacó de su bolsillo con rapidez, se decepcionó un poco al ver que quien llamaba era su madre, antes de responder, mentalmente se dijo que se negaría con el doctor en la primera oportunidad que tuviera.

—Hola mamá —dijo respondiendo la llamada

—Hola querida, ¿Cómo estás?

—Bien mamá, gracias ¿y tú?

—Bien, gracias a dios hija, por aquí todo tranquilo.

—Me alegro, ¿a qué se debe tu llamada? Nunca me llamas tan temprano.

—Bueno, es que tu hermana necesita tu ayuda

—¿Qué le pasa?

—Nada grave hija, es solo que me pidió que te preguntara si podrías darle clases a su hijo.

—¿Clases de qué?

—No lo sé, solo me dijo que tiene malas calificaciones, y ya sabes que es su último semestre en la prepa, necesita buenas notas para salir con buen promedio y poder entrar a la universidad, y como tú eres la lista de la familia…

—Está bien, dile a Erika que me pasaré a eso de las 7 de la tarde, mi turno termina a las 6, así que en su casa me explicara todo.

En parte aceptó porque quería que a su sobrino le fuera bien, en parte porque no quería llegar temprano a la casa y ver a su esposo.

—Bien, gracias querida, ya me voy, te dejo trabajar, le diré a tu hermana, adiós.

—Adiós mamá.

Después de colgar, los pensamientos de Adriana se fueron hacia su sobrino, un joven de 17 años que en unas semanas cumpliría los 18, su hermana Erika se había embarazo y casado cuando apenas tenía 16 años, algo que obviamente hizo enfadar a su madre que estuvo todo el embarazo sin hablarle, hasta que tuvo a su lindo en sus brazos, esto había causado que Erika dejara de estudiar y tuviera que centrarse en cuidar de su hijo.

El niño, ahora joven, se llamaba Adrián, todo por una apuesta, cuando Erika se embarazó Adriana tenía apenas 10 años y emocionada, le apostó a su hermana que si sacaba las mejores notas de su clase le pondría de nombre al niño Adrián, para que de esa forma siempre que lo llamara por su nombre pensara en ella, a Erika esto se le hizo gracioso y acepto, así desde que el niño nació Adriana y el habían sido muy unidos, tía y sobrino, cómplices de travesuras, y todavía eran tan unidos que el joven prefería contarle a ella de sus problemas que a su propia madre.

En esos pensamientos estaba cuando llegó a la habitación de su paciente, en ese hospital si uno quería tener su propia habitación tenía que pagar, y no era barato, así que claramente el señor tenía dinero, entró y lo observó acostado en la cama, con un brazo y una pierna enyesadas, no había nadie más en la habitación.

—Buenos días —dijo con una sonrisa.

—Güenas —el señor estaba con la cabeza girada hacia la izquierda así que al girarse y ver directamente a Adriana sus ojos se iluminaron por su belleza.

—Mi nombre es Adriana, voy a ser su enfermera en el turno diurno.

—Oiii —dijo el señor en una jerga muy de gente de campo —no me dijeron que aquí las enfermeras eran ángeles.

Adriana sonrió, no era la primera vez que algún paciente le hacía un cumplido.

—Gracias.

El señor Pérez era justo la imagen que uno tiene de un hombre de campo en México, es cierto que lógicamente no iba con sombrero ni con camisas de franela pues llevaba la bata de paciente, pero su bigote y su cara arrugada y de gesto rudo lo delataba por completo, era delgado y al parecer alto, según su expediente, tenía 60 años.

—Vine a ver como se encuentra.

—Pos ´toy roto

—Si, eso puedo ver, me refiero a si no le duele o si necesita algo.

—No me duele, las medicinas que me metieron me quitaron el dolor.

Adriana notó como a veces el señor hablaba bien y a veces con jerga de campo, le pareció curioso, seguro estaba haciendo un esfuerzo por hablar bien.

—Pero si hay algo que me jode —dijo con tono molesto.

—¿Qué es?

—Que no puedo ir a mear o a cagar.

Adriana sorprendía miró hacia abajo, y notó que no estaba la bolsa donde los pacientes normalmente orinan luego de que les pongan la sonda en el pene.

—¿No le pusieron sonda?

—No, yo me negué —dijo visiblemente molesto.

—¿Porqué? —Adriana trataba de calmarlo hablándole con un tono sereno.

—Porque no voy a dejar que nadie me meta cosas en la verga —dijo molesto —la verga es para meter, no para que le metan cosas.

Aunque no supo explicarse porque, la respuesta del hombre le pareció graciosa, y así lo demostró sonriendo, no era una mujer que se amedrentara por ese tipo de lenguaje.

—Entiendo, ¿quiere ir al baño ahora?

—Si.

Adriana acercó la silla de ruedas que se incluye con la renta de la habitación y que precisamente se usa para estos casos

—Bien, déjeme llamar a alguien para que me ayude, me temo que yo sola no puedo subirlo a la silla y volverlo a subir a la cama después.

—Está bien, pero no le diga a un hombre, traiga otra enfermera, no quiero que ningún hombre me vea la verga.

—Está bien señor Rodrigo.

No era la primera vez que trataba con un hombre como el, criado lejos de lo que muchos llamarían “civilización” creciendo a la antigua, machista y homofóbico, sabía que lo mejor era no contrariarlos, además, por alguna razón, había algo en ese hombre que le hacía pensar que no era mala persona, solo había sido criado de forma diferente a ella.

Salió de la habitación y llamó a la primera enfermera que se encontró para que la ayudara, entre las dos fue bastante sencillo bajar de la cama a la silla al señor Rodrigo, sin lastimarle ni la pierna ni el brazo, lo llevaron en la silla al baño, y entre las dos lo sentaron en el inodoro.

Se quedaron vigilando que nada le pasara, de pronto, Adriana no pudo evitar fijarse desde la posición en que estaba, que el miembro del señor se estaba poniendo erecto, tal vez por saberse observado por dos mujeres, pero lo cierto es que la mujer pudo ver que era de un tamaño bastante grande, aunque no pudo verla toda debido a que la bata tapaba gran parte.

De pronto, se descubrió a si misma intentando ver más, cuando se dio cuenta, se reprendió mentalmente y giró su mirada a otro lado, pero cuando el hombre dijo que había terminado y ella volvió a mirarlo, él sonreía cómplice.

Una vez lo volvieron a subir a la cama, y le agradeció a la otra enfermera, Adriana se quedó de nuevo sola con el hombre, sin poder sacarse de su mente la imagen del miembro del señor.

—Bueno, ahora tengo que medir su nivel de glucosa, tengo que hacerle un pequeño piquete en el dedo, no le va a doler.

—Está bien doctora, ya me los han hecho muchas veces.

Mientras le hacia la prueba y comprobaba en el glucómetro que estaba dentro del rango que el doctor le había indicado en la hoja que le dio, se lo hizo saber.

—Bien, parece que todo está en orden, por ahora me retiro, si necesita cualquier cosa, pulse este botón y vendré a ayudarlo, de cualquier modo, en un rato volveré a darle sus medicamentos para el dolor.

Mientras la mujer se dirigía a la puerta el señor la llamó.

—Enfermera…

—¿Si? —dijo ella girándose para verlo

—No está mal ¿verdad?

—¿Qué cosa?

—Usted sabe de lo que hablo.

Y dicho esto, el hombre se giró como pudo y cerró los ojos mientras Adriana quedaba pensando… claro que sabía de lo que hablaba, y claro que no estaba mal.

Un par de horas después, Adriana volvió a la habitación de don Rodrigo para darle sus medicamentos contra el dolor.

—Hola don Rodrigo, es hora de sus medicamentos señor.

El hombre solo asintió y se tomó los medicamentos que eran pastillas mientras Adriana administraba en el suero los otros medicamentos.

—En un rato más le traerán la comida, vendré a asegurarme que se coma todo.

Y salió lo más rápido sin decir nada, en su mente aún vagaba el pedazo de herramienta que había visto en el viejo.

Una hora después, volvió a entrar a la habitación para asegurarse de que el viejo comiera todo lo que le habían dado.

Mientras vigilaba que comiera, la enfermera notó como el señor cada cierto tiempo le dedicaba miradas prolongadas.

—¿Qué pasa? —le preguntó.

—¿Tiene novio?

Adriana no esperaba la pregunta, tampoco es que estuviera muy cómoda hablando de su vida privada con sus pacientes, pero al ver la sonrisa del viejo decidió responderle.

—Soy casada.

Obviamente el viejo no esperaba esa respuesta pues sus ojos se abrieron como platos, pero se recompuso y después de darle una mordida a una manzana que le habían traído con la comida, volvió a hablar.

—Sabe señorita, yo ya ´toi viejo, pero cuando era joven, aunque no lo crea yo me acosté con muchas viejas allá en el rancho.

Al ver que la expresión de la mujer delataba que no entendía porque le decía esto, el viejo continuó.

—Tengo mucha experiencia con ustedes las mujeres y sé cuándo una no está satisfecha, y la forma en que usted vio mi verga en el baño no es como lo haría una mujer casada satisfecha con lo que su marido le da por las noches.

El que el viejo se tomara estas libertades de decirle esas cosas molestó a Adriana, que se levantó de su asiento dispuesta a irse.

—Primero que nada, yo a usted no le vi nada, y segundo, soy una mujer felizmente casada, no tengo ningún problema con mi marido y además, a usted no le interesa mi vida.

Mientras ella caminaba hacia la puerta, el viejo sonreía mirando el contorneo del culo de su quería enfermera.

—¿Qué te pasa? —le preguntó a Adriana otra enfermera que la vio llegar a la sala de descanso enfadada.

—Nada —respondió ella intentando fingir tranquilidad —paciente difícil.

Adriana se acercó a la nevera que tenían las enfermeras en esa habitación, tomó un jugo de manzana y se dejó caer en una silla cercana, no sin antes notar que otras enfermeras igual se habían girado para verla.

—Pues si que debe ser difícil —dijo María —en todo el tiempo que llevas aquí nunca te había visto poner mala cara al salir de ver a un paciente.

María era una enfermera que llevaba al menos 5 años de experiencia más que Adriana, tenía alrededor de 31 años y era otra de esas que son deseadas por todos los hombres, alta, más que la propia Adriana y con unos pechos incluso más grandes que los de esta y una figura bastante estilizada, si bien es cierto que Adriana era la enfermera más sexy del hospital, pues tenía mejor cuerpo y mejor cara, en resumen, era superior en todo, María, y otras enfermeras más, incluyendo a su amiga Victoria, no iban muy detrás de ella, eran deseadas por doctores y pacientes por igual, de hecho, María tenía fama de ser bastante puta y su actitud a veces demostraba que esa fama no estaba tan equivocada.

—La gente del campo —respondió Adriana sonriendo —ya sabes como son.

María asintió.

—Ah sí, la semana pasada me tocó atender a un hombre que aprovechaba cada ocasión para manosearme.

—Y a ti te gustaba ¿verdad?

La que había dicho eso era Sofía, la “compañera de travesuras” de María, como ellas mismas se decían, eran inseparables y según los rumores ambas eran igual de promiscuas, aunque Adriana nunca había comprobado si dichos rumores eran ciertos o no, sobre todo porque no le interesaba.

Sofía era un año menor que María, de tez morena y cabello negro como la noche, igual de voluptuosa que María, aunque si bien María la superaba en tetas, Sofía tenía mejor culo.

—Cállate perra —dijo María riendo al tiempo que las demás enfermeras que ahí se encontraban también reían.

Incluso Adriana se permitió una sonrisa, aunque su mente siguió pensando en el episodio que acababa de ocurrir en la habitación de su paciente.

El resto del día transcurrió sin incidentes, la mujer fue a darle los medicamentos que restaban al señor Rodrigo y este no hizo ningún comentario sobre lo que había dicho anteriormente, ni en esa ni en las otras oportunidades en que Adriana lo visitó para checar su condición.

A las 6:10 de la tarde, el doctor Garza se presentó en la sala de las enfermeras y le pidió que lo acompañara a ver al paciente.

—Buenas tardes —le dijo nada más entrar y verlo en la cama. —mi nombre es el doctor Garza soy su médico asignado.

—Buenas tardes doctor —respondió el paciente.

—¿Cómo se encuentra?

—Pos muy aburrido, aquí solo estoy acostado.

—Entiendo, pero tendrá que aguantar un buen tiempo así, en un rato más le haremos unas pruebas para ver cuando podemos hacerle la cirugía en la pierna.

—¿Las pruebas me las hará la señorita? —dijo refiriéndose a Adriana mientras sonreía.

—No —respondió ella, mi turno ya acabó, en unos momentos vendrá la enfermera del turno nocturno a hacerse cargo.

Visiblemente decepcionado, el viejo Rodrigo asintió.

—Espero que sea al menos la mitad de hermosa que usted —dijo para sorpresa de Adriana.

—No —el doctor Garza le respondió con una sonrisa maliciosa —la enfermera Alondra es buena persona, pero no es tan guapa.

La respuesta sorprendió bastante a Adriana, no esperaba que el doctor fuera a hablar así de una enfermera.

—Bueno, tendré que esperar hasta mañana para verla.

Dicho esto, doctor y enfermera se despidieron y salieron de la habitación.

—Doctor, no fue correcto hablar así de Alondra.

—¿Por qué no? —preguntó el —solo dije la verdad, Alondra me cae muy bien, pero es gorda y vieja, no es ni la mitad de hermosa que usted.

—Pero no est-

Adriana no pudo terminar la frase, el doctor se giró hacia ella

—A ver Adriana, tu eres sin ninguna duda la mujer más sexy que hay en este hospital, no debes sentir pena por alguien como Alondra que su mejor tiempo ya pasó, y créeme, ella no era ninguna belleza incluso de joven.

—Aun así…

Adriana no supo que decir, sabía que no estaba bien que hablara así de una persona, y menos cuando ni siquiera estaba presente, pero el hecho de que el doctor le dijera que ella era la mas sexy de todo el hospital la dejó pensando, nadie le había dicho eso, y aunque en su mente pensaba que tal vez estaba exagerando, esa frase, el hecho de que alguien pensara de esa forma de ella, terminó de convencerla de que los problemas de Raúl no eran su culpa, que era lo suficientemente hermosa como para generar deseo en un hombre.

—Lo siento doctor, me tengo que ir, nos vemos mañana —dijo cuando terminó con sus cavilaciones.

—Claro, nos vemos mañana, no olvide pensar sobre mi invitación.

Adriana solo asintió y se encaminó a los camerinos.

A las 7 en punto llegó a la casa de su hermana, que para su fortuna no estaba tan lejos de su casa y le bastaba con tomar un taxi o un autobús, aún tenia algunas cosas en la cabeza, sus problemas con Raúl, la invitación del doctor Garza, lo que le había dicho el señor Rodrigo sobre estar insatisfecha… pero sabía que hablar con su hermana y su sobrino le ayudaría a despejarse.

—Hola hermanita —dijo Erika al recibirla.

—Hola, ¿Qué tal te va todo?

—A mi bien, a tu sobrino no mucho —dijo Erika con una sonrisa mientras la invitaba a pasar.

—¿Tan mal le va en la escuela?

—Si, algo así, pero mejor siéntate, que te lo expliqué el, salió a la tienda, no debe faltar.

Adriana se sentó en la sala, habitación que estaba llena de cosas curiosas, además de las fotos familiares, las estanterías estaban llenas de libros, y cosas como figuras de acción de series o películas, en especial había figuras de Star Wars  y de series como Dragon Ball, Roberto, el esposo de Erika era fan de ese tipo de cosas, y cada que tenía oportunidad compraba ese tipo de merchandising, a Erika parecía no molestarle que se gastara dinero en eso y Adriana aunque no le parecía lo más normal en un hombre maduro tampoco creía que fuera el peor hobby del mundo, de cualquier manera ella no tenía ni voz ni voto en ese asunto, pero cada que visitaba a su hermana se asombraba de ver más figuras o más naves o algo de ese estilo.

—¿Y Roberto? —preguntó a su hermana

—Trabajando, aún falta una hora para que regrese a casa.

Adriana asintió, Roberto no le caía mal, pero tampoco eran los mejores amigos y más de una vez había notado como la miraba…

Algo que no entendía, pues teniendo a una belleza como su hermana no comprendía que alguien pudiera fijarse en otra mujer, pero a estas alturas de la vida ya no era tan ingenua, sabía que los hombres pensaban con lo que les cuelga entre las piernas, aunque bien sabía que algunas mujeres también pensaban más con la vagina que con otras cosas.

—¿Y Cómo te va con Raúl? —preguntó su hermana.

—Bien —respondió Adriana a secas, lo que hizo que su hermana supiera que algo pasaba.

—¿En serio? —la miro cuestionándola.

—Ahh —suspiró Adriana —la verdad es que no, estamos teniendo una pequeña crisis, hemos discutido últimamente.

—¿Es grave?

—No —mintió Adriana para que su hermana dejara de interrogarla.

—Bueno, es normal, una pareja no puede estar siempre de acuerdo ¿verdad?

—No, claro que no —dijo Adriana nerviosa.

Justo cuando Adriana estaba cansándose de esa platica, se abrió la puerta de la casa y apareció su sobrino.

Al verla, sonrió y fue a abrazarla.

—Hola Adrián —dijo ella respondiendo su abrazo.

—Hola Adriana —respondió el.

Él nunca le había llamado tía, ella se lo pidió porque la hacía sentir vieja.

Adrián era un joven bastante apuesto, en su opinión había sacado lo mejor de su madre y de su padre, la altura de su padre, los ojos cafés claro de su madre, un rostro masculino como el de su padre, pero con un aspecto juvenil que solo precisamente la juventud puede dar.

—A ver muchacho, deja de abrazar a tu tía y siéntate para que le pidas lo que tienes que pedirle.

Ante la reprimenda de su madre, Adrián soltó el abrazo y visiblemente avergonzado tomó asiento y comenzó a hablar.

—Adriana, necesito tu ayuda, llevó muchas materias mal, si no consigo aprobar los exámenes finales no podré graduarme y entrar a la universidad.

Adriana lo miró con firmeza, pero en el fondo sabía que no podía enfadarse con su sobrino.

—¿Qué tan mal estás?

—Bueno, necesito sacar mínimo 9 en todos los exámenes finales.

—Pues vaya que estás mal —dijo sonriendo.

El asintió, avergonzado.

—Este muchacho no pone atención en clases, no sé por qué, seguramente tiene en mente a alguna chica.

—¡Mamá! —el joven sonrojado la miró con mirada enfadada.

—Jajaja ¿Cuándo son tus exámenes?

—En 3 semanas, el último es justo en mi cumpleaños.

—Mmmmm, está bien, te ayudaré a estudiar, pero debes entender y prometerme una cosa.

—¿Qué cosa?

—Mi trabajo es duro, termino bastante cansada todos los días, así que si voy a venir aquí a ayudarte a estudiar, quiero que me prometas que te lo tomarás en serio y que no voy a estarte llamando la atención.

—Lo prometo.

—Está bien entonces, como sabes mi día libre son los miércoles, así que todos los demás días yo puedo venir después del trabajo y estudiar contigo un par de horas, el miércoles tu puedes ir a mi casa y aprovechamos para estudiar un poco más.

El muchacho se levantó de un salto y corrió a abrazarla.

—Gracias Adriana.

—De nada hombre, bueno, comenzaremos hoy así que trae tus cosas.

—¿Por qué no estudian en su habitación? —dijo Erika.

—Por mi está bien —respondió Adriana poniéndose de pie —sube y ahora te alcanzo.

El muchacho obedeció y subió a su habitación.

—Gracias —dijo Erika.

—Bah, no te preocupes, sabes que nunca he podido negarle nada.

Ese primer día el estudio fue sin ningún problema, Adrián puso atención a todo lo que la mujer tuvo que enseñarle y Adriana comprobó que su sobrino no era un chico tonto, tal vez su problema era la falta de atención, quizá de verdad era cosa de chicas.

—¿De verdad te distraes pensando en chicas? —preguntó Adriana una vez que terminaron y cuando se disponía a salir de la habitación, dos horas después de haber comenzado.

—No, solo me distraigo con facilidad.

Se le notaba que no estaba diciendo toda la verdad, pero no quería interrogarlo, al fin y al cabo, ella no era su madre, así que se limitó a asentir.

Bajaron a la sala para que Adriana se despidiera, en ella los esperaban Erika y Roberto que ya había vuelto del trabajo.

—Adriana, hola —dijo su cuñado en cuanto la vio.

—Hola Roberto ¿Qué tal?

—Todo bien gracias ¿A que debemos el placer de tu visita?

—Voy a estar viniendo a ayudarle a estudiar a mi sobrinito hasta sus exámenes finales.

—¿De verdad? Gracias —en su mirada se reflejaba verdadero agradecimiento, el hombre claramente no quería que su hijo tuviera problemas para graduarse.

Pero por un instante, Adriana pudo ver en sus ojos el deseo que otras veces había reflejado hacia ella, aunque fue solo durante un instante, pues su esposa estaba presente.

Roberto era un hombre apuesto, bastante de hecho, su rostro serio cubierto por una barba de candado exudaba masculinidad, si a eso se le sumaba una cicatriz encima del ojo producto de una pelea en su juventud, y que además era un hombre asiduo al ejercicio y estaba bastante musculoso, era, al menos en cuanto a físico, el sueño hecho realidad de muchas mujeres.

Adriana misma se había encontrado a si misma algunas veces observando demasiado a su cuñado, le parecía atractivo sin duda, incluso más que Raúl su esposo, pero nunca intentaría nada con el, era el esposo de su hermana, y ella misma tenia esposo.

—No es nada —dijo sonriendo —me gusta ayudar a mi sobrino.

—¿Te quedas a cenar? —preguntó su hermana

—No, gracias, pero no puedo, estoy cansada y ahora mismo quiero llegar rápido a mi casa.

—Está bien, gracias por ayudar a Adrián.

Se despidieron y Adriana de inmediato llamó a un Uber para que fuera por ella, no quería perder tiempo en llegar a su casa, estaba ya bastante cansada.

Raúl ya estaba en casa, sentado en el sofá viendo la televisión.

—Hola amor —lo saludó la chica, pero no recibió ninguna respuesta, creyendo que no la había escuchado decidió dejarlo ver la tv mientras ella se daba un baño.

Se dirigió a su cuarto y, quitándose la ropa se metió al cuarto de baño, entró en la ducha y fue como si llegara al cielo, el sentir el agua tibia sobre su cuerpo la reconfortaba después de un día de tanto trabajo y cansancio.

Después de algunos minutos salió de la ducha y se dirigió a la sala, tenía pensado servirse un plato de cereal para cenar, pero la voz de su esposo la interrumpió.

—¿Dónde estabas?

Sin apartar la vista de la TV, Raúl le hizo esa pregunta a su esposa.

—¿Perdón? —era la primera vez que su esposo la interrogaba por lo que hacía antes de llegar a casa.

—Llegas 3 horas tarde, ¿Dónde estabas?

Adriana no tenía ganas de discutir, así que mientras abría la puerta del refrigerador y sacaba algo de leche, le respondió.

—En casa de Erika, me pidió que por favor ayudara a Adrián a estudiar después del trabajo, tiene los exámenes finales muy cerca.

Al escuchar esto, Raúl apagó la tv y dirigió su mirada a su esposa, que se había vestido con el pijama de pantalón corto y una blusa holgada.

—¿De verdad? ¿No sería que estabas en otro lado?

Adriana lo miró a los ojos, en ellos se notaba enojo.

—¿Dónde más?

—Oh no lo sé —dijo el hombre sentándose en una silla cerca de donde Adriana estaba ya cenando su cereal —tal vez ahora que ya no puedo complacerte en la cama, te buscaste otro que si pudiera.

Ante la sorpresa, Adriana escupió el cereal y todo.

—¿Pero qué tonterías dices?

—¿Cómo sé que no es verdad? —dijo el alzando la voz —llevó 3 meses sin poder lograr una erección, yo creo que ya te hartaste, ya ni siquiera intentas provocarme para que se me levante.

—Pues claro que no, ya intenté todo y no ocurre, te he dicho muchas veces que vayas a un médico y te niegas.

—Pues claro que me niego, no voy a dejar que nadie más se entere de esto.

—Entonces no me culpes a mí de tus problemas, y mucho menos te atrevas a insinuar que soy una mujer tan fácil como para irme con otro hombre por esa razón cuando he estado contigo por muchos años.

Dicho esto Adriana se levantó rápidamente y se fue a su habitación, cerrándola por dentro para que Raúl no pudiera entrar y se echó a la cama a llorar, no esperaba que su esposo la acusara de serle infiel como si ella fuera una… una… una puta.

—Adriana, perdóname —decía Raúl llamando la puerta, pero ella no respondía, no quería volver a hablar con él, no ese día.

Al día siguiente se levantó como de costumbre, hizo lo mismo que hacia todos los días antes de irse y se encaminó a la estación del metro, Raúl ya se había ido a su trabajo, estaba molesta, demasiado.

Mientras iba en el metro, por su mente comenzó a pasar de nuevo lo que el señor Rodrigo le había dicho la tarde anterior, que estaba insatisfecha, tal vez Raúl creía lo mismo, tal vez por eso pensaba que le era infiel, el mismo sabía que no le estaba cumpliendo en la cama.

Ella misma lo sabía, pero intentaba mantener ese pensamiento alejado, aunque mientras más pensaba en las palabras de don Rodrigo más venía a su mente otra cosa, una cosa que quería mantener alejada de su mente, una cosa grande y gruesa que había visto el día de ayer.

Llegó al hospital y después de cambiarse se dirigió a la oficina del señor Garza, que la esperaba antes de irse.

—Parece que el paciente tuvo un accidente en la noche —le dijo el doctor.

—¿Qué le pasó? —preguntó ella alarmada

—Nada grave, solo se orinó en la cama —respondió el sonriendo al ver la preocupación que la enfermera mostraba por un paciente.

—¿Por qué no lo llevaron al baño?

—Estaba dormido, o eso me han dicho, se orinó sin saberlo.

—Ya veo

—Alondra estaba esperando que usted regresara para que la ayudara a bañarlo.

—¿Por qué no pidió ayuda a otra enfermera?

—Al parecer —volvió a sonreír —el paciente no quiere que lo bañe nadie más que usted.

Adriana se sorprendió ante tal revelación, pero por un instante por su mente pasó el pensamiento de que si lo bañaba podría ver de nuevo esa verga, ahora toda entera.

Se reprendió mentalmente por tener esa clase de pensamientos, era una mujer casada.

Al ver sus cavilaciones el doctor Garza aprovechó para acercarse a ella y poner su mano en la de ella, que al darse cuenta lo miró a los ojos.

—¿Ya pensaste sobre mi invitación? Perdona si soy molesto, pero sería un honor para mí que me acompañas, sería la envidia de todo el hospital —dijo riendo.

—Lo siento doctor —Adriana no separó su mano de la de él, ni ella misma entendía por qué. —ayer tuve un mal día, no pude pensar sobre ello, le prometo que el jueves le daré mi respuesta.

—Está bien —dijo el soltando su mano —esperaré ansioso.

Tras esto, Adriana salió de la oficina y se encaminó a la habitación de don Rodrigo que al verla sonrió.

—Buenos días señorita.

—Buenos días don ¿Cómo está eso de que tenemos que bañarlo porque se hizo del baño?

Ante esta pregunta el hombre se sonrojó un poco.

—Lo siento, nunca me había pasado que no me despertara cuando me daban ganas de orinar, deben ser todos los medicamentos que me han dado.

—Sí, debe ser eso —dijo ella sonriendo. —bueno, ¿está listo?

Ante la afirmativa del hombre, Adriana llamó a Alondra para que la ayudara a bañar al señor.

Lo subieron a la silla de ruedas y lo llevaron al baño, comenzaron a desvestirlo mientras Adriana se esforzaba por no mirar la parte de debajo de la cintura de su paciente, pero no le quedo remedio cuando, una vez desnudo tuvieron que cubrirle la pierna usando una toalla una bolsa aislante para evitar que el yeso se mojara, al agacharse para hacerlo, Adriana quedó prácticamente de frente a la verga del viejo, que aun en estado de reposo denotaba un tamaño considerable, simulando no darle importancia, Adriana siguió con su trabajo hasta que estuvo listo, se puso de pie y con ayuda de Alondra le cubrieron también el brazo.

Templaron el agua de la regadera hasta que estuvo a una temperatura agradable.

—¿Y la otra silla? —preguntó Alondra al percatarse de que no estaba en el baño la silla que se suele usar para sentar en ella a pacientes que no se podían mantener de pie mientras los bañaban.

—No lo sé —dijo Alondra —iré a buscarla.

Salió por la puerta dejando sola a Adriana con el señor Rodrigo.

—¿Y bien? ¿le gusta? —dijo el viejo en cuanto quedaron solos

—¿De qué habla? —respondió ella haciéndose la desentendida.

—Usted sabe de que hablo, ahora que la vio entera que le parece.

Al ver que la mujer no decía nada, el hombre volvió a reír y le dijo.

—Ya que estamos en esta situación, puede aprovechar cuando me esté enjabonando y tocarla si usted gusta, no creo que la enfermera gorda diga nada.

Ante tales palabras Adriana no pudo hacer otra cosa que poner cara de ofendida, pero a pesar de todo, no se negó a la invitación.

Alondra no tardó en volver con una silla, en la que, con sumo cuidado, entre las dos pusieron al paciente en ella, por fortuna era delgado y no pesaba mucho.

Comenzaron a lavarlo, empezando por enjabonarle la cabeza con shampoo, mientras Alondra hacia eso, Adriana comenzó a enjabonar el resto de su cuerpo, primero los brazos y el torso, y mientras lo hacía no parada de pensar en acercarse cada vez a esa cosa que desde la posición en la que estaban parecía mirarla invitándola a tocarla, estaba aún en reposo, pero mientras ella la veía comenzó a imaginarse el tamaño que podría alcanzar en su máximo esplendor.

Luego de terminar con el torso, comenzó a enjabonarle las piernas, mientras arrodillada como estaba, no perdía detalle del miembro del hombre, entonces, guiada por una lujuria que hasta entonces no había sentido, vigiló que Alondra no estuviera poniendo atención y cuando vió que estaba enjabonándole la espala, con su mano derecha tomó la verga del hombre y comenzó a enjabonarla.

Al hacer esto pudo notar que era una herramienta bastante gruesa aun estando solo medio despierta, más gruesa que la de su esposo sin duda, más negra también, siguió enjabonando y decidió mirar a los ojos al viejo, que le sonreía con lujuria y en un arranque ella también le sonrió mientras con su mano derecha comenzaba algo muy similar a una paja, aunque en cuanto notó movimiento por parte de Alondra se detuvo rápidamente y comenzó a enjuagar las piernas y demás, ante la mirada de decepción del viejo paciente.

Una vez terminaron de lavarlo, lo volvieron a poner en silla de ruedas no sin antes haberlo secado y puesto una bata seca, lo sacaron del baño y entre las dos volvieron a subirlo a la cama.

El viejo y Adriana se miraban a los ojos con una mirada que solo los cómplices de algo pueden compartir.

—Uff estoy toda mojada —dijo Alondra de repente.

—¿Tú también? —preguntó Adriana distraída mientras cambiaba su mirada del viejo a su compañera enfermera.

—Si —dijo mientras se miraba todo el uniforme mojado.

—Ah… si —respondió Adriana al comprender que se refería a su ropa y no a… otra cosa.

—Vamos a cambiarnos —le dijo Alondra.

—Sí, vamos.

Y mientras salían de la habitación Adriana volvió la vista al paciente y le dijo.

—En un rato vuelvo, para darle sus medicinas.

Los camerinos de Alondra estaban en el segundo piso, así que se separaron nada mas llegar al ascensor, y mientras Adriana se dirigía a cambiarse el uniforme mojado, iba tan sumida en sus pensamientos que no se percató de las miradas que provocaba su sensual figura empapada, tanto en hombres como en mujeres.

¿Porqué? Se decía, no era la primera verga que veía, había bañado a muchos pacientes antes, los había vistos desnudos y había visto sus penes, y muchos incluso se le habían insinuado más descarado de lo que había hecho el señor Rodrigo, pero era la primera vez que sentía lo que estaba sintiendo.

La única respuesta lógica que encontraba es que si, de verdad estuviera insatisfecha sexualmente, la impotencia de Raúl había hecho que ella se viera afectada más de lo que se imaginaba, su cuerpo quería sexo, y reaccionaba ante cualquier hombre dispuesto a dárselo al parecer.

Pero su mente sabia que estaba mal, no podía pensar de ese modo sobre ningún hombre que no fuera su esposo.

En eso estaba cuando llegó al camerino, entró y encontró a su amiga Victoria que se estaba cambiando para irse.

—Hola Vicky, todavía por aquí.

—Hola amiga, sí, tuvimos problemas con la paciente.

—Mmm —fue toda la respuesta que Adriana pudo dar.

—¿Qué te pasa? —preguntó Vicky acercándose a ella.

—Me moje bañando a un paciente —respondió ella señalando su ropa mientras comenzaba a desvestirse.

—No me refiero a eso, desde hace días estás rara, cuéntame que te pasa, tal vez pueda ayudarte

—No es nada-

—Y no me digas que no es nada, te conozco bien como para saber que te pasa algo de verdad.

Adriana suspiró, sabía que era cierto, su amiga la conocía bien y no se daría por satisfecha hasta que le dijera la verdad, además sabia también cuando mentía.

—Es que he tenido algunos problemas con Raúl —dijo al fin —hemos discutido mucho últimamente.

—¿Porqué?

—Prefiero no decirlo.

Su amiga la miró interrogante, pero decidió no presionar.

—Y para colmo —continuó Adriana —el doctor Garza quiere que lo acompañe a la cena del hospital.

—¿De verdad? —dijo una voz detrás de ellas.

Se giraron y vieron a María que acababa de entrar al camerino.

—Llegas tarde —dijo Adriana intentando cambiar el tema.

—Deja eso ¿de verdad el doctor Garza te invitó a la cena?

—Si

—¿Y qué le dijiste?

—Pues… nada —respondió Adriana.

—¿Nada? —preguntó indignada María —¿Pero eres tonta o qué?

—¿Perdón?

—No puedes negarte al doctor Garza, sabes que es el doctor más poderoso del hospital, puede hacer que te despidan, además, es bastante guapo, aún con la barba y la barriga, pero más atractiva es su cartera jajaja.

—Pero soy una mujer casada, no puedo ir saliendo por ahí con cualquier hombre.

—¿Y qué importa? Solo es una cena, no vas a hacer nada más.

Adriana se le quedó mirando y buscó ayuda en Vicky que se limitó a hacer un gesto.

—Y aunque así afuera —continuó María —no tiene nada de malo que te acuestes con otros hombres.

—¿De qué demonios hablas?

—¿Quieres saber cuál es mi secreto para estar felizmente casada?

—¿Estás casada?

—Sí, escucha, el secreto es salir de la rutina, si siempre te acuestas con el mismo hombre, se volverá monótono y no lo disfrutaras, lo que va a llevar a discusiones, y luego a peleas y al fin a la separación, hazme caso, lo mejor es salir de esa rutina.

Esas palabras terminaron de confundir a Adriana, que se limitó a negar con la cabeza, mientras sus amigas salían de los camerinos, ella pensaba si esas palabras tenían verdad o no…