Adriana, la auxiliar de enfermería. (Parte 1)

Soy un chico tímido, pero cuando se trata de sexo creo que todos nos transformamos. Mi compañera de trabajo Adriana, una chica dulce, también se transforma. Ella hizo que aquella aburrida tarde de domingo fuese la mejor que yo tenía en años.

Soy Alan W, un chico de veintitres años tan enamorado del sexo como de la vida, porque la vida sin sexo es algo realmente incongruente. Puedo decir que mi vida sexual es activa, pero sin pasarse. Guardo ciertas historias que me han ido ocurriendo, tan morbosas como increíbles, para poder compartirlas y que los demás disfruten con ellas. La que voy a contar ahora quizá fue la que abrió la botella...

Para comenzar nos situaremos en aquella tarde de domingo. Yo trabajo como enfermero en una residencia en las afueras de la ciudad, desde que terminé la carrera de enfermería tuve la oportunidad de trabajar en ese sitio. Para mí fue como descubrir un mundo nuevo, la verdad que mi trabajo en esa residencia suele ser fácil y tranquilo, hasta que algún abuelo o abuela se trastorna, entonces empieza el lío. Bien, aquel domingo yo andaba con resaca de la noche anterior, recuerdo que no quería trabajar aquella tarde, pero encontrar a algún compañero que me quisiera hacer ese turno fue misión imposible.

Pasé la resaca sobre el medio día, la ducha me favoreció, incluso se me abrió el apetito, lo que hizo que me comiera un buen plato de arroz. De aquella mañana y comienzo de tarde no hay mucho más que contar, cuando me iba a preparar psicológicamente para pasar la tarde del domingo, post fiesta y resacosa, trabajando en la residencia, me di cuenta de que ya era hora de prepararse para empezar.

Quince minutos antes de que empezara mi turno, yo andaba en el vestuario poniéndome el uniforme (chaquetilla blanca y pantalón azul) y no había nadie más. Aprovecharé para describirme, soy de piel morena, ojos marrones verdosos, pelo negro corto con ligeras ondulaciones, mido un metro ochenta y cinco, cuerpo fibrado, con músculos marcados. Se podría decir que no tengo mal físico, no soy un chico de revista ni me interesa, pero tampoco me puedo quejar. El uniforme del trabajo me queda bien, la chaquetilla algo ceñida en los brazos, el pantalon marca mis piernas fuertes y un paquete (diecinueve centímetros donde predomina el grosor) apetecible. Aquella tarde solo se marcaban mis brazos, aún me duraba un poco ese mareo que sigue el día después de una fiesta, mi paquete no tenía ningún ánimo de marcarse, ni si quiera de estirarse un poco.

A las tres de la tarde yo ya había tomado el relevo a mi compañero enfermero, me dejaba una planta perfecta, nadie estaba malo ni necesitaban nada fuera de lo habitual, los domingos además parece que todos los ángeles del mundo se concentren en esta residencia, aún no he tenido ninguna tarde de domingo mala ni de trabajo. Durante el turno de tarde, solo somos dos en planta, un auxiliar y un enfermero. Aquella tarde la compartiría con la joven Adriana, una chica de veintiocho años, bastante morena, con un cuerpo delicioso; no es muy alta, pero su cuerpo está bien proporcionado, unas curvas peligrosas, ni demasiado delgada ni rellenita, en su peso justo, un culo redondo y mediano, pero su fuerte son sus tetas, usará una talla 100-105, la chaqueta del uniforme le queda bastante apretada por el pecho, además siempre se desabrocha un par de botones cuando entra en calor, lo que hace que se vea el comienzo de su canalillo, estrecho y apretado por dos delicias. El cojunto cara-tetas de esa chica me hizo pajearme alguna vez cuando la conocí.

Después de hacer nuestras labores de la primera parte de la tarde, (cabe destacar que la medicación es, aunque extensa, casi la misma para todos), estuvimos descansando un rato en la salita que tenemos para el personal. Todas las pelis que ponían por la tele eran malísimas, como todos los domingos, pero yo estuve muy distraído conversando con Adriana, admirando su escote, esta vez con tres botones desabrochados, cuando se movía recostándose un poco, la chaquetilla desvelaba lo suficiente para ver su sujetador negro apretando sus tetas.

Se acercaban las cinco de la tarde, era hora de continuar con el trabajo. En la sala de enfermería preparé varias botellas de alimentación para pacientes con sonda nasogástrica, puse las primeras bombas de alimentación y volví a la sala para preparar la medicación intravenosa. Allí estaba Adriana, reponiendo material que ya escaseaba. La sala de enfermería es bastante estrecha, apenas un pasillo con mesas y armarios a los lados y en el fondo. Adriana acababa de rellenar el recipiente de agujas de 0,3x0,12, se agachó para guardar la cajita en un armario, su culazo en pompa me cortaba el paso. Aunque puede sonar raro, todas las chicas que conozco se agachan de esa forma, quizá yo tenga la mente sucia, pero me parece una forma de agacharse demasiado sexy.

-Me faltan las agujas azules, Alan, ¿no quedan más?. -Adriana buscaba entre todas las cajitas del armario mientras yo me embobaba con su culo.- Si es que trabajar un domingo es no tener NADA que hacer.

-Pues busca mejor. -Dije nervioso, soy tan tímido que me cuesta mucho concentrarme en momentos así, o hablar con las chicas en general.- Ahora te ayudo, si me dejas pasar que prepare un par de tonterías te ayudo. -Ahora mucho mejor, le dediqué una sonrisa cuando ella me miró sonriendo, sus ojos tan brillantes como siempre lucían tras sus gafas de pasta azules.

-No seas tonto, Alan. Puedes pasar sin problemas. -Su sonrisa lucía pícaramente, aunque había un pequeño hueco entre el culo de Adriana y la mesa del lado derecho, yo no podía pasar por allí sin rozarla.

-Estoy delgado, Adriana, lo sé, pero no soy una modelo de pasarela para pasar por ahí sin... -Mi extrema timidez me atacó de nuevo.-

-Puedes rozar Alan, no pasa nada. No sería ni un roce casi. -Adriana se incorporó dejándome paso, su sonrisa no desaparecía.- Eres tonto, ¿eh?. Que ya nos conocemos un tiempo, otros pasan que arrasan y ni se fijan. -Hizo un amago de caerse y empezó a reir, a pesar de que parecía un poco cansada estaba más guapa que nunca.

-Bueno, ahora buscamos esas agujas, siempre quedará ir a robar a otra planta. -Bromeé guiñandole un ojo tímidamente pero con simpatía.

Fui a pasar cuando ella volvió a agacharse mirando el armario, su culo en pompa me golpeó en la cadera, desviando un poco mi cuerpo hacia la mesa, me giré y quedé atrapado entre ella y su culo. Adriana giró su cabeza y me miró desde alante. Noté que mi polla se empezaría a endurecer en unos segundos. Aunque intenté tranquilizarme, ver la sonrisa pícara de Adriana y notar mi paquete en su culo, que estaba calentito, no pude hacer mucho para evitarlo.

-¿Ves? No pasa nada tonto. -No le dio tiempo a terminar la frase cuando mi paquete empezó a apretar el pantalón.-

-No, claro que no. -Nervioso y rápido, como su hubiera olvidado algo, intenté zafarme de la situación, pero eso solo hizo que mi polla encajara entre sus nalgas, enrojecí a la vez que ella también lo hacía. Pero mi rojo era rubor, el suyo de excitación.

-Oh sí... Vaya Alan, qué cosa... -Su respiración se entrecortó por unos segundos, entonces su culo empezó a moverse marcando mi polla por todo mi pantalón.- Vamos a ver su tacto, ¿vale?

Todo pasó en un segundo, Adriana mordía su labio inferior mientras bajaba su pantalón mostrando un bonito culo, un tanga de color verde claro con transparencias. Yo respondí a ella bajando mi pantalón aunque ella negó con la cabeza antes de que terminara. La mitad de mi polla ya se hubo salido del boxer lila, estaba más dura que nunca y llegaba hasta tapar mi ombligo, Adriana alargó su brazo izquierdo y después de sobar mi polla bajó mi boxer de un tirón. <> dijo en un momento de euforía. Ya no estábamos en el hospital, ni ella era mi compañera Adriana, ni aún llevábamos la chaquetilla del hospital. Agarré su culazo y separando sus nalgas metí mi polla entre ellas, con la punta de mi polla separé el tanguita y la pegué bien a su agujero. Ella empezó a mover su culo arriba y abajo con lentitud, recorría mi polla con su culo, notaba su agujero pasar desde mi capullo hasta el comienzo de mis huevos, con una mano en su nalga izquierda, igualé su ritmo con mis caderas, compenetrándonos con cada subida y bajada. Mi mano derecha recorría su ingle, la metí bajo el tanga y pasé un dedo por su coño, abriendo sus labios lentamente para jugar en la entrada con un masaje. Ella aceleró el ritmo, yo metí dos dedos de golpe, haciendo que Adriana saltara al notarlos bien dentro, llegando al fondo para apretarlo un poco, mi polla aún no le follaba, pero mi mano sí. Los dedos entraban y salían totalmente empapados de ella, a veces los sacaba para recorrer su coño arriba y abajo y masajear el clítoris con intensidad, metí un tercer dedo haciéndola vibrar del gusto, los hacía vibrar dentro suya, los movía en círculos hasta llegar al fondo, los sacaba y los volvía a meter sin descanso. Mi polla descapullada estaba humedecida en su culo, ella misma se apretaba las nalgas, haciéndome la mejor paja que me habían hecho nunca. Sus gemidos se juntaban con los míos, escuchaba a veces caer su flujo al suelo. Ya era hora de pasar al siguiente nivel...

(Continuará con segunda parte)