Adrián, el controlador de héteros
A pedido de uno de mis lectores más fieles, una historia que lo involucra, y cómo a partir de un pequeño accidente, adquiere la habilidad de convertir al más recalcitrante de los héteros en un putito hambriento de pijas. Pero, cuidado, que la historia no termina ahí...
Adrián miraba la fiesta en la casa a través de los destellos que las luces de la piscina provocaban contra sus lágrimas. Acostado en una reposera, rodeado por botellas vacías de gin, vodka y otras bebidas, sufría en silencio mientras en el living de la casa, Marcelo, su amor imposible, se revolcaba y se besaba furiosamente con Lorena, la rubia tetona más puta de la clase. Desde que tenía uso de razón, Adrián había estado enamorado de ese chico, y ese sentimiento se había incrementado en los últimos años, cuando ambos alcanzaron sus jóvenes 19 años, y el cuerpo y la cara de Marcelo se transformaron en imanes que atraían a cualquiera. Sumado a eso, el jueguito de histeriqueo que el supuesto chico hétero realizaba con un ilusionado Adrián, empeoraba la situación al extremo, y cada fiesta del curso se transformaba en una nueva desilusión para el chico gay. Harto de auto-compadecerse, decidió dejar la fiesta e irse a su casa. Intentó pararse, pero el pesado efecto etílico pudo más y, tras unos bamboleos, cayó pesadamente, sin posibilidad de reacción, golpeando violentamente su frente contra las lajas del borde de la piscina, lo que lo dejó inconsciente instantáneamente.
Un molesto y persistente “bip” lo fue sacando de su aletargado sueño. Intentó abrir los párpados, pero la intensidad extrema de la fría luz blanco-azulada le lastimaba los ojos. Finalmente, luego de mucho intentar, pudo abrirlos. ¿Dónde estoy?, la frase retumbó dentro de su cabeza, aunque sus labios no se movieron. Pudo ver que el molesto bip provenía de un monitor cardíaco instalado al lado de su cama. Aunque, claramente, esa no era su cama. Un fuerte dolor le invadía toda la cabeza y, aunque puso todo su esfuerzo, su mano demoró siglos en llegar a tocarla. Recién ahí se percató de la enorme venda que le envolvía toda la circunferencia desde su frente y subiendo hacia su cabellera, formaba una especie de casco de tela. ¿Qué hacía ahí? ¿Cómo había llegado?, pero más importante: ¿por qué estaba ahí? ¿Quién lo trajo? ¿Cómo? Intentó incorporarse, pero era claro que no tenía fuerzas. Apenas podía mover sus brazos, así que mover todo el torso estaba fuera de discusión. Intentó balbucear un pedido de ayuda, pero le fue imposible pronunciar palabra. Su boca estaba completamente seca, e intentar decir algo seguramente lo lastimaría. Para esa altura, ya tenía claro que estaba en un hospital y, a juzgar por la complejidad del equipamiento y de la cantidad de tubos y conexiones a su cuerpo, estaba en terapia intensiva. Dedujo rápidamente que, de ser así, tendría algún artilugio para llamar a la enfermera, así que buscó con su mirada hasta encontrar el dichoso llamador, que sus débiles dedos presionaron con insistencia.
Pasaron más de diez minutos hasta que la puerta de la habitación se abrió. Recién entonces Adrián pudo ver a un enorme morocho, vestido con la típica bata de enfermero, que se acercó hasta su cama con gesto de desdén. “Veo que por fin te despertaste”, dijo el gigantesco moreno. Interiormente, Adrián sintió una enorme excitación. La fantasía del enfermero que lo poseía era recurrente para él. Incontable cantidad de pajas se había hecho con eso desde que supo que le atraían los hombres. Pero, antes que nada, necesitaba saber dónde estaba y qué había pasado. El enfermero le explicó que llevaba dos días inconsciente, que había sufrido un coma alcohólico y que el golpe en su cabeza fue demasiado fuerte, causándole un corte profundo en el cuero cabelludo que le hizo perder una importante cantidad de sangre, además de causarle una pequeñísima lesión cerebral que el médico le explicaría pronto. La descripción del hecho despertó la memoria del chico gay, así como la tristeza por el recuerdo del enésimo rechazo sufrido. Pero al ver al enfermero, no pudo evitar sonreír y soltarle un: “gracias, hermoso. Y gracias por cuidarme.” El negro lo miró con cierto enojo, y respondió secamente: “sólo hago mi trabajo. No me gustan los hombres, así que no te hagas ilusiones. Y ni siquiera pienses en propasarte, porque podría responder muy violentamente, ¿entendiste?” Adrián percibió la tensión en las palabras del enfermero, y asintió en silencio. Mientras el moreno abandonaba la habitación, el chico pensó “ojalá te dieras vuelta y me tiraras un beso.” El negro llegó hasta la puerta, giró la cabeza, y mirando a Adrián con una pícara sonrisa, le arrojó un beso al aire, para luego salir de la habitación con un portazo.
Adrián se quedó estupefacto. ¿Acaso el moreno le había hecho una broma y en realidad también era gay como él? ¿O realmente el enfermero había de alguna forma obedecido su pensamiento? ¿Por qué le tiró un beso, tal como él había imaginado? Rápidamente, hilvanó sus pensamientos con la información que acababa de recibir. ¿Tendría algo que ver la lesión en su cerebro? Necesitaba hablar con el médico urgentemente. Debió esperar, con impaciencia, hasta que se abrió la puerta de la habitación y un hombre maduro, delgado y entrecano, entró acompañado de dos jóvenes que seguramente serían residentes. El médico le explicó que había sufrido una mínima lesión cerebral producto del impacto contra el piso, ya que el golpe había causado que la masa encefálica se rozara con la duramadre, que es la membrana que recubre al cerebro. Pero que no tenía que preocuparse, porque esa lesión había ocurrido en un área que aparentemente no tenía ninguna función vital importante. Adrián, con su enorme imaginación, deseó profundamente que eso le permitiera controlar a las personas a través del pensamiento, como había sucedido con el moreno enfermero. Tenía que experimentar. No dudó un instante. Concentrándose en el joven que vino con el médico, comenzó a impartirle órdenes mentales como si se tratase de una película de ciencia-ficción: “te pica la nariz. Necesitás rascarte, es insoportable la picazón.” Para sorpresa de Adrián, el joven practicante comenzó a rascarse la nariz con vehemencia, incesantemente, hasta que su piel estaba enrojecida. La chica que lo acompañaba comenzó a observarlo con preocupación, pero antes que pudiera decir nada, Adrián intervino: “dejá que tu compañero se rasque, y vos acariciate disimuladamente los pezones por sobre el guardapolvo.” Increíblemente, mientras el muchacho seguía rascándose la nariz, a riesgo de herirse gravemente, la chica comenzó a acariciar sus pezones tratando de que no fuese obvio. “Los dos, paren de hacer lo que les ordené”, comandó Adrián. Ambos residentes se detuvieron. ¿Hasta dónde llegaría el control? ¿Podría obligarlo a hacer algo que el muchacho no quisiese? ¿Funcionaría con todas las personas? “Doctor, tóquele el culo a la practicante”, arriesgó Adrián. El médico miró azorado a la joven y, casi como debatiéndose internamente, acercó su mano al culo de la chica. “Vos, ofrecele el culo, sonreíle y arqueate como esperando que te lo toque”, proyectó entusiasmado el chico. La practicante obedeció sin hesitar. El médico entonces comenzó a acariciar el culo de la joven, que sonreía y se movía como implorando el toque. “Vas a gemir y vas a pedir más, como una puta”, subió la apuesta Adrián. La chica obedeció, y pronto jadeaba e imploraba más y más caricias. “Sacá tu pija y comenzá a pajearte frente a ellos”, pensó Adrián concentrándose en el joven residente, que obedeció casi instantáneamente. “Bajate los pantalones y la bombacha, ofrecele el culo al médico mientras le chupás la pija a tu compañero, bien como una puta”, ordenó a la muchacha, que obedeció sin dudar y pronto tenía la pija de su compañero en la boca. “Sacá la pija y cogele el culo”, fue la orden dada al médico, que casi inmediatamente obedeció, penetrando a la desprotegida y excitada muchacha. ¿Funcionarán los comandos grupales para los tres al mismo tiempo? “Vamos, cojansela y acabenle adentro, los dos, y vos, puta, acabá cuando sientas la leche de ambos”, intentó Adrián y, para su regocijo, vio como el trío le obedecía sin siquiera pestañear. “Cuando acaben, van a tener consciencia de lo que hicieron y van a pedirme disculpas. Después el médico y la practicante se van a ir y sólo se va a quedar el joven”, dio como última orden Adrián. Apenas salieron del estupor del orgasmo, la chica salió corriendo de la habitación, horrorizada por lo que había hecho, seguida por el médico que intentaba calmarla. El joven practicante quedó frente a Adrián, con el rostro completamente enrojecido por la vergüenza e intentando evitar el contacto visual. “Te excita saber que me calentás. Te excita mucho saber que otro hombre se calienta con vos. Pese a haber acabado, seguís caliente imaginando que soy yo el que te la chupa. Te calienta pensar que otro hombre te la chupa. Aunque no seas gay, te resulta irresistible que un hombre se caliente con vos. Vas a encerrarte en el baño y te vas a pajear imaginando que soy yo el que te la chupa. Cuando acabes, en lugar de calmarte, vas a desear más y más que yo te la chupe. Vas a pajearte de nuevo, y otra vez, después de acabar, vas a sentirte insatisfecho. Vas a volver a mi habitación. No me lo vas a decir, pero vas a aceptar todos mis avances, y cuando yo te lo ordene me la vas a dar para que la chupe. Ahora disimulá y anda a buscar al médico y a tu compañera”, forzó Adrián, imaginando que esa sería la prueba de fuego de su nuevo poder. Apenas el practicante salió de la habitación, el convaleciente chico gay prácticamente se desmayó. Aparentemente, proyectar los pensamientos le causaba un cansancio extremo, que lo dejaba agotado.
Adrián abrió los ojos, sin tener idea de cuánto tiempo había pasado. Lo que vio lo tomó por sorpresa. Parado junto a él, el practicante tenía la pija fuera del pantalón, completamente dura y enrojecida al extremo, mientras se pajeaba furiosamente y le acababa encima, y a juzgar por la humedad de las sábanas, no era la primera vez. “¿Qué estás haciendo?”, preguntó Adrián, intrigado pero divertido. “Perdón, no puedo contenerme. Desde que estuve acá esta mañana no he parado de pajearme, imaginando que vos… vos…”, se perdió el practicante en sus dichos, bajando la vista de la enorme vergüenza que sentía. “¿Que yo qué? ¿Imaginaste que te la chupaba? ¿Pensaste en cómo se sentiría mi boca húmeda y caliente rodeando tu pija y mamándola hasta sacarte la leche? ¿Deseaste que yo te hiciera una buena chupada de pija? ¿Qué esperás? Dámela”, dijo Adrián, intentando desencadenar las ordenes que había implantado en la cabeza del muchacho, más temprano. No tuvo que rogar mucho, y pronto tenía el durísimo pedazo de carne en su boca, y lo mamaba con absoluta dedicación. Si bien no tenía gran experiencia, siempre se esmeraba mucho cuando chupaba una pija, como mostrando su dedicación. Mientras lo mamaba, comenzó a proyectarle nuevos pensamientos: “nunca te la chuparon tan bien. Acabame en la boca y disfrutá como nunca lo hiciste. A partir de ahora vas a buscar mis mamadas todo el tiempo. Vas a dejar a tu novia o esposa y vas a estar a mi disposición para que te chupe la pija cuando yo quiera. No podés resistirte. Y cuando no estés conmigo, vas a pajearte pensando en mi boca y en cómo te la chupo.” El practicante cerró los ojos, gimió y acabó en la boca del puto paciente, experimentando el orgasmo más intenso de su vida. El joven supo en ese preciso momento que lo único que le daría placer sexual de ahí en adelante era esa boca cálida y golosa. Difícilmente una mujer podría proporcionarle semejante placer. Ni con la boca ni con nada. Miró a los ojos al chico y se despidió, dejándole su número de teléfono e implorándole que lo llamara cuanto antes.
Al día siguiente, cuando el médico lo visitó, Adrián le ordenó darle el alta cuanto antes, cosa que el galeno hizo casi inmediatamente. Adrián buscó la ropa que iba a usar para salir, y se sorprendió porque recordó cómo había ido vestido a la fiesta. Un mínimo short, que dejaba al descubierto sus seductoras piernas y realzaba su apetitoso culito, una remera corta con el hombro descubierto y la palabra “Slut” impresa en el frente, y un par de zapatillas de lona blancas con detalles en fucsia, con un par de zoquetes de color rosa intenso. Se miró al espejo, y sonrió al verse tan seductoramente puto. Un rato después, justo cuando terminaba de pedir un Uber en su teléfono, el moreno enfermero venía a la habitación a acompañarlo hasta la salida. “Aunque no te gusten los hombres, te resulto irresistible. Vas a darme tu teléfono y cuando te llame, vas a aceptar venir a mi casa y cogerme como si fuese una de tus putas. Y a cada cogida que me des, más te van a gustar los chicos como yo. Hasta que no puedas manejarlo más y empieces a ir a bares y clubes gay, para cogerte otros chicos. A cada uno que te cojas, menos interés en las mujeres vas a tener, y más interés en otros chicos. Cuando dejes de sentir atracción por mujeres, vas a empezar a sentir ganas de chuparles la pija a esos chicos que te cogés. Y vas a empezar a hacerlo. Cuando seas un chupapijas experto, vas a desear que te cojan a vos. Hasta que seas total y absolutamente puto, y te pases todas las noches en la cama con algún hombre. En ese momento vas a llamarme de nuevo y vas a venir a darme las gracias, dejándome cogerte. Ahora, cargame y llevame en brazos hasta la entrada”, ordenó Adrián a un desconcertado enfermero, que en todo momento lo miraba con extraño detenimiento. Antes de salir de la habitación, el moreno le dijo: “¿te molestaría si te doy un beso? No sé qué me pasa con vos, pero sos irresistible”, y sin esperar respuesta, selló sus labios contra los del desprevenido chico. Luego, lo cargó en sus brazos, y lo llevó, para sorpresa de todos los que lo veían por los pasillos, hasta la salida.
Al salir del hospital, el negro bajó a Adrián con delicadeza, y volvió a besarlo para despedirse. Mientras lo hacía, le apretujó una de sus nalgas, cosa que volvió loco de placer a Adrián, que le hundió la lengua hasta el fondo de la boca. Cuando rompieron el beso, el chico, sonriente, le recordó que pronto tendría que llamarlo, y se subió al Uber que lo esperaba. El chofer había visto toda la escena y miraba, con cierta desaprobación en su rostro, cómo Adrián subía al auto con movimientos delicados y casi femeninos. Como era su costumbre, además, el joven putito subió en el asiento delantero, por lo que el chofer refunfuñó ya que debería tenerlo a su lado todo el viaje que, para peor, seguramente llevaría más de una hora, dada la gran distancia que separaba al hospital del destino de su pasajero.
Marcos había comenzado con el negocio de Uber hacía poco tiempo, cuando tuvo que dejar su empleo anterior por una amenaza de denuncia de acoso sexual en su contra. Resulta ahora que intentar levantarse una mujer en el trabajo es acoso, pensó el conductor, creyendo tener razón. Lo cierto es que el muchacho siempre había tenido bastante éxito con las mujeres, habida cuenta de su natural belleza. Su ondulado pelo castaño claro, que él usaba medianamente largo, casi hasta los hombros, le daba marco a un rostro de proporciones casi perfectas, donde resaltaba el profundo azul de sus ojos de cachorrito mimoso. Sus largas pestañas acompañaban el seductor movimiento de los párpados, cada vez que el chico abría y cerraba los ojos. Sus delicados labios eran una incitación al beso, y su nariz era lo más aproximado a la perfección que se había visto. Su cuerpo tampoco se quedaba atrás, y un interesante torso, trabajado pero no musculoso en exceso bajaba a un abdomen liso como la seda y daba paso a unas piernas que podrían perfectamente ser las de un veloz futbolista. Los musculosos brazos le daban un carácter fuerte y firme a la imagen terriblemente seductora del joven. Cuando Adrián subió al auto, el chofer, visiblemente molesto por el comportamiento y la vestimenta del joven gay, intentó delimitar el terreno, y dijo: “qué bueno que el viaje es largo. Con lo que recaudo, doy por terminado el día y me voy a la casa de una putita que me está esperando. Es una perra muy sexy, de grandes tetas y culo redondo.” Adrián percibió inmediatamente de qué se trataba semejante declaración de misoginia recalcitrante, y lo tomó como un desafío. Apenas inició el viaje, se concentró en la mente de su chofer: “mirame las piernas. Te gustan. No podés dejar de mirarlas. Querés tocarlas, acariciarlas. Te excitan mis piernas. Tenés la pija dura sólo de mirar mis piernas. Te encantaría verme desnudo y ver cómo mis piernas suben hasta mi culito. Te encantaría ver mi culo desnudo. Te excita la idea. Decime que te gustan mis piernas”, proyectó el chico, un poco seducido por la belleza del joven chofer y otro poco por la morbosa idea de someter al homofóbico machista.
Marcos no podía quitar los ojos de las piernas perfectas de ese chico. A él no le gustaban los hombres. Jamás le habían gustado. Hasta le daban asco los putos. En todo ese tiempo que llevaba como chofer de Uber jamás le había pasado algo así. Pero algo en este chico era irresistible. Esas piernas apenas marcadas y perfectas. Sin el menor rastro de vello. Y la forma del culito que había visto cuando se despidió del enfermero. Era lógico que aquél moreno se lo agarrara de esa forma. Era un culo muy tentador. ¿Se ofenderá si le digo algo?, pensó Marcos. Balbuceando, se animó a soltar: “qué piernas… ehhhmmmm, lindas que tenés…” Adrián sonrió y lo miró seductoramente. “¿Te gustan? ¿Querés tocarlas? ¿Te gustaría acariciarlas?”, le dijo, provocativamente. Marcos llevó lentamente su mano hasta sentir la suave piel en sus dedos. Acarició desde el muslo casi hasta la rodilla, y volvió lentamente. “Qué manos fuertes tenés. Me gusta eso en un hombre”, apostó Adrián. Marcos estaba completamente sonrojado. “Me imagino que tu pija está que explota”, redobló Adrián, e inmediatamente disparó: “querés que te chupe la pija. No podés resistirte a la idea de que te la chupe hasta que me des la leche. Querés parar el auto ya mismo y entregarte a que te la chupe y te haga acabar. Pedímelo.”
Marcos se sonrojó aún más, si es que eso era posible. Buscó un lugar discreto y detuvo el auto. Miró a su pasajero a los ojos, y, sin dudar, soltó: “No sé qué me pasa con vos. Nunca me gustaron los hombres. Pero quiero que me la chupes. Quiero sentir tu boca en mi pija. Por favor, chupámela. Hago lo que quieras.” Adrián sonrió maliciosamente. “¿Lo que quiera? ¿Estás seguro?” soltó casi risueño, y rápidamente se zambulló a chupar la pija dura del chofer. Apenas empezó con el suave y rítmico movimiento de su cabeza, Marcos se relajó y echó su cabeza hacia atrás, mientras gemía cada vez más intensamente. En su cabeza, fuertes pensamientos se iban filtrando, sin saber de dónde venían. “Te encanta que un hombre te la chupe. Se siente muchísimo mejor que la boca de una mujer. Jamás imaginaste que un hombre te haría sentir tan bien. Es insuperable. De ahora en más sólo querés bocas de hombre. No te interesa que una mina te chupe la pija. Querés que te la chupe siempre un hombre. Nunca te chuparon tan bien la pija. Además, este chico tiene las piernas más increíbles que hayas visto. Y ese culito es tan tentador. Te encantaría desvestirlo, tirarlo en una cama y cogerlo hasta que grite basta. No podés resistir mucho más. Cuando acabes en su boca, vas a estar más caliente que antes, y deseando cogerlo. Vas a acariciarlo y besarlo, y vas a implorarle que te entregue el culo. Vas a hacer cualquier cosa para que te deje cogerlo. Olvidate de cualquier cosa que tuvieras planeado para esta noche. Vas a pasar la mejor noche de tu vida cogiendo con este chico. Acabale en la boca y sentí cuánto te atrae.”
Marcos acabó más intensamente de lo que jamás lo hubiera hecho. La boca de ese chico era mágica, milagrosa. Pese a que a él no le gustaban los hombres, uno le había hecho una mamada única como jamás se la habían hecho, y lo hizo acabar como nunca antes. Y para completar el cuadro, era un chico hermoso que tenía unas piernas espectaculares. Irresistibles. Perfectas. Con músculos levemente marcados, que subían hasta la base de sus nalgas, y le daban forma a un culo redondo y perfecto. ¿Cómo se sentirá coger un culo tan perfecto? ¿Cómo se sentirá coger un culo de hombre? En ese momento se dio cuenta de que había estado besando apasionadamente a ese chico perfecto, tan sexy, tan hermoso, tan ardiente, y de que ahora quería cogerlo salvajemente hasta que no pudiera más. Mirándolo a los ojos, le imploró que lo dejara quedarse con él esta noche, y se apuró a arrancar el auto y llevarlo hasta su casa. Al llegar, Adrián le facilitó las cosas por la enorme calentura que ya tenía, y lo invitó a pasar, cosa que Marcos aceptó gustoso. En un rapto de lujuriosa pasión, entraron besándose, acariciándose y tocándose, hasta que llegaron a la cama, donde el chico se arrojó luego de quitarse la ropa.
Marcos se quedó estático. Sobre la cama, un chico increíblemente atractivo lo miraba con lascivia y lujuria en los ojos. A él, que siempre le habían repugnado los gays… Pero algo en ese chico era irresistible. Quería cogerlo. Quería meterle la pija en ese culito redondo y perfecto y darle bomba hasta acabar adentro suyo. Prácticamente se arrancó la ropa, dejando a la vista su pija completamente erecta y dura. Adrián lo miró, relamiéndose, y poniéndose en cuatro patas le dijo, con su voz más seductora: “cogeme, por favor. Metémela y haceme gozar. Haceme tuyo, hermoso.” Marcos no se hizo rogar y, unos segundos después, bombeaba ardientemente el culito del chico. Otra vez, extraños pensamientos comenzaron a filtrarse en su mente. “Te encanta coger el culo de este chico. Es perfecto. Se siente apretado, caliente, deseoso. Los culos de hombre son mucho más atractivos. Cogerlos se siente muchísimo mejor que las conchas de las minas. Y los hombres la chupan muchísimo mejor. Es mucho mejor coger con hombres. Ahora lo sabés. Te encanta coger con hombres. Te encanta el cuerpo de otros hombres. Te resulta atractivo el cuerpo de un hombre. Sus culos, sus bocas, sus pectorales, sus piernas. Es mucho mejor coger con hombres. Ya no vas a desear mujeres. Vas a desear hombres, todo el tiempo. Vas a desear que te la chupen, vas a desear cogerlos. Sus cuerpos te van a parecer irresistibles. Incluso sus pijas. Una pija dura es mucho más sexy que una concha. La forma en que este chico sexy disfrutaba cuando te la chupaba te intriga. ¿Qué sabor tendrá una pija? ¿Cómo se sentirá en tu boca? ¿Te dejará chupársela este chico? Tal vez, si te lo cogés bien, después te deje chupársela.”
Marcos apuró su bombeo, y pronto gimió profundamente, acabando dentro del culo goloso del chico sexy. Pronto estaban besándose, abrazados, acariciándose mutuamente sus cuerpos desnudos. La pija de Adrián estaba completamente dura y erecta, y Marcos la sintió presionándose contra sus piernas, contra su abdomen, contra su propia pija. Mirándolo a los ojos, le imploró al chico que le dejara chupársela, a lo que Adrián accedió, excitado. Marcos extendió su lengua y lamió, tentativamente, la primera pija de su vida. Pronto la tenía dentro de su boca y mamaba, torpemente primero, para ir mejorando a cada segundo, mientras su cabeza subía y bajaba. Y otra vez, en su cerebro, nuevas verdades se iban metiendo sin pausa. “Te encantan los hombres. Te gustan las pijas. Querés chupar y tragarte la leche siempre. Querés revolcarte con otros hombres, que te la chupen y chupárselas. Metérselas en el culo y cogerlos. Te intriga saber qué se siente de tener una pija adentro. Querés saber por qué este chico sexy disfrutaba tanto de tu pija adentro. Querés que te la meta y te coja. No importa si eso te hace puto. Te gustan los hombres. Te gustan las pijas. Querés tragarte la leche y querés sentir una pija adentro de tu culo. No podés más de ganas de ser cogido. Ahora vas a tragarte la leche y, a partir de ese momento, vas a convertirte en un chupapijas hambriento de leche que va a buscar pijas permanentemente. Preparate para tragar.”
Un sabor único e inigualable invadió su boca. Nunca había sentido algo igual. Al tragar, su propia pija explotó en un orgasmo intenso y profundo. En ese instante supo que nunca dejaría de chupar pijas. Saboreó hasta la última gota. Luego se lanzó a besar la boca ardiente de ese fantástico chico. Los hombres le encantaban y coger con uno era la sensación más maravillosa que pudiera sentir. Necesitaba tener su pija adentro. Entregarse a ser cogido y llenado de pija y leche. Sin darle tiempo a reaccionar, rogó por la pija del muchacho y, poniéndose en la misma posición en la que Adrián se había puesto al llegar, ofreció su culo hambriento al chico sexy, que con una sonrisa maliciosa comenzó a penetrarlo vehementemente. Al mismo tiempo, su mente recibió con atención sus nuevas verdades. “Te encanta ser completamente puto. Siempre te gustaron los hombres, pero te reprimiste. Ahora saliste del clóset y querés coger con hombres todo el tiempo. Sos un adorador de pijas. Las querés en la boca y en el culo, todo el tiempo. Esto es lo que deseaste toda tu vida. No vas a buscar más el placer con mujeres porque sabés que sólo las pijas te pueden dar este placer. Es lo único que querés. Sos un vicioso de las pijas. Y querés que todos los sepan. Cuando lleves hombres en tu auto, vas a ofrecerles chupárselas y a los que te resulten sexys les vas a ofrecer tu culo. Necesitás por lo menos cinco pijas por día para estar satisfecho. Vas a pasarte todas las noches en bares y clubes gay. Vas a visitar glory-holes y vas a chupar pijas de desconocidos, sólo por el placer de chuparlas y tragar la leche. Nada queda en vos de tu heterosexualidad. Sos total y absolutamente puto y te encanta serlo y mostrárselo al mundo. A partir de ahora tu ropa, tus gestos, tus modos, van a demostrar cuán puto sos. Y todo debés agradecérmelo a mí. Vas a venir al menos 2 veces por semana para agradecerme. Complacerme es una buena forma de agradecimiento. Y sabés que lo que más me complace es que traigas chicos héteros para someterlos y convertirlos en putitos como vos. Cuando detectes un pasajero que creas que puede ser de mi agrado, vas a traerlo. Ese va a ser tu método de agradecimiento eterno. En cuanto sientas la leche en tu culo, sabrás que todo esto es verdad y no habrá nada que pueda hacerte cambiar.”
Marcos sintió la tibia leche llenando su culo, y acabó en el orgasmo más increíble que hubiese tenido jamás, al punto que perdió el conocimiento. Adrián se echó a su lado, y lo contempló, mientras lo acariciaba. Ese homofóbico chofer de Uber había sido su primer experimento serio de transformación de un hétero en un putito como él, y a juzgar por lo sucedido, había sido todo un éxito. Si al día siguiente Marcos se mostraba de acuerdo a lo que Adrián le había ordenado, sin dudas confirmaría ese triunfo. ¿Qué perspectivas se le abrían? ¿Podría hacer de su escuela un lugar mejor, donde sentirse cómodo? ¿Podría conquistar finalmente a Marcelo? La sola idea de tener a Marcelo arrodillado frente a él chupándole la pija, hizo que se excitara de nuevo. Pero un rayo de duda lo asaltó. ¿Sería lo mismo si Marcelo se entregase por voluntad propia y no por la programación que ejerciese en su cerebro? Con los homofóbicos estaba muy bien hacerlo, tenía casi un sentido de justicia poética. Pero con el chico objeto de su amor, ¿era correcto? ¿Tenía algún valor que Marcelo se acostase con él no por sentirse atraído sino porque le había lavado el cerebro para hacerlo? ¿Y si lo guiaba sutilmente hasta sentir atracción por él? ¿Sería también un lavado de cerebro? Sin dudas, era mucho menos violento que forzarlo. Pero de alguna forma tampoco era lo mejor. Aunque la idea de coger con ese excelso ejemplar masculino era demasiado tentadora. Además, todos los gays saben que los héteros dejan de serlo después de la quinta cerveza, así que nunca es, en realidad, forzarlos… Adrián se rio de ese último pensamiento. En las discos gay era común ver a los héteros que al comienzo de la noche rechazaban todos los avances, bastante molestos por eso, para luego entregarse a ser cogidos cuando ya estaban lo suficientemente ebrios. ¿Sería moralmente incorrecto hacer lo mismo con Marcelo? Soñando con su amor imposible, que ahora parecía volverse posible, se durmió, junto al transformado Marcos, que ya roncaba profundamente.
Adrián se despertó sobresaltado. El sol en la ventana le impedía ver con claridad, pero una cálida humedad en su pija lo estimulaba. Al ajustar la visión pudo distinguir a Marcos, chupándole la pija con cadencia y movimientos sensualmente felinos, completamente compenetrado en darle placer. El chofer lo miró a los ojos sin soltar la pija, y Adrián entendió que le sonreía. Le dio como respuesta un erótico gemido y echó su cabeza hacia atrás, para permitirle al nuevo putito darle todo ese placer que el muchacho estaba esmerado en proporcionarle. Luego de darle la leche, se besaron por un rato, y Adrián le sugirió acompañarlo a comprarse ropa más acorde a su nueva personalidad, lo que Marcos aceptó con gusto. Esa misma tarde recorrieron algunas galerías comerciales de la Av. Santa Fe, y finalmente el chofer de Uber lo llevó nuevamente hasta la casa, ya que Adrián le ordenó mentalmente que esa noche Marcos fuera a una disco gay y se quedara hasta la madrugada en el “túnel”, que era el sector donde todos se dedicaban a coger a oscuras, sin importarse de quién es quién. Marcos se despidió con un ardiente beso en los labios, y salió rumbo a su casa, para prepararse para la primera noche de promiscuidad homosexual de su vida.
Mientras cocinaba un poco de arroz para acompañar una milanesa fría que tenía en la heladera, Adrián revisó el teléfono en busca de mensajes. No había recibido nada. Un sábado a la noche, un chico bastante atractivo de 19 años no había recibido ni un mísero mensaje. Era prácticamente la historia de su vida, pensó. En ese instante, recordó su estadía en el hospital. Sin dudar, ansioso, escribió el sucinto mensaje de whatsapp: “Soy Adrián, te espero en mi casa”, e incluyó su dirección. ¿El destinatario? Aquél portentoso enfermero moreno que lo había besado al despedirse. Si obedecía su programación, pronto estaría allí. Repasó mentalmente la lista de ropa que traía puesta. La mínima tanga para hombres, el jean elastizado que le marcaba absolutamente todo, la diminuta remera ajustadísima y las delicadas sandalias, lo caracterizaban como un ejemplar perfecto de queer. Justo cuando terminaba de comer, sonó el timbre del portero eléctrico. “Soy Washington, el enfermero”, fue la respuesta. Adrián, divertido por el llamativo nombre del moreno, supuso que sería de origen uruguayo, ya que en ese país son adeptos a usar ese tipo de nombres. El muchacho, ansioso, le abrió la puerta de calle con la chicharra y se preparó para recibir a su nuevo macho. Al abrir la puerta del departamento, se quedó helado. Con el uniforme del hospital, no se podía distinguir nada del cuerpo del moreno. Pero ahora, lucía una musculosa ajustada, que mostraba prácticamente todos sus pectorales, sus hombros enormes, sus brazos intimidantes con bíceps que parecían montañas. Un pantalón de jean negro le quedaba holgado, excepto en la parte de sus genitales, donde claramente se marcaba un enorme bulto que Adrián miró descaradamente, sonriendo. “¡Hola!”, exclamó el chico. “No pensé que ibas a venir a visitarme. ¿Querés pasar?”, jugueteó, sabiendo que el negro nada podía hacer para evitar cumplir con su programación. “Permiso. Necesito hablar con vos. No sé qué me pasa”, balbuceó el moreno, confundido por los pensamientos que había estado teniendo las últimas 36 horas. “Primero dame un beso. Sabés que te morís de ganas de sentir mi boca y mi lengua, mientras me manoseás”, forzó Adrián. El enfermero cumplió con el pedido, desatando toda su lujuria contenida en el último día y medio. “No sé qué me hiciste, pero desde que te fuiste ayer no puedo dejar de pensar en vos. Incluso quise coger con mi novia y no pude. Después fui a ver a dos amigas, con las que cojo de vez en cuando, y tampoco pude hacer nada. Y ahora, en cuanto te vi, se me puso dura como una roca. ¡Pero a mí no me gustan los hombres! ¿Qué me está pasando? ¿Qué me hiciste?”, bramó, enardecido, el moreno. Adrián se asustó, pensando que, si el enfermero salía de la programación, tal vez lo golpease, o algo peor. Pero, antes de que pudiera reaccionar, el moreno lo tomó en sus brazos nuevamente y comenzó a besarlo tan lascivamente, que el chico se derritió como manteca. “Por favor, chupámela y dejame cogerte. Desde que te besé ayer no puedo pensar en otra cosa. Quiero sentir tu boca en mi pija. No aguanto más”, imploró el enfermero mirando a los ojos al excitado Adrián. El chico no se hizo rogar y se arrodilló de inmediato, abriendo el pantalón para extraer la pija. Se quedó pasmado al ver el enorme tamaño de aquel monstruo de carne. Nunca en su vida había visto algo igual. Ni siquiera en revistas o videos. Superaba fácilmente los 25 centímetros de largo, y su grosor era como el de un vaso de trago largo de los que se usan en las discos. Adrián supo que tendría dificultades para chuparla, y que difícilmente pudiera darle placer de esa forma. Recordó entonces lo que había visto una vez en un video, y le propuso a Washington hacerlo de esa forma. El chico se acostó sobre la mesa, dejando su cabeza colgando del borde, de forma tal que su boca quedase alineada con su garganta. De esa forma, el negro pudo ir metiéndole la pija, hasta que el chico chocó su nariz contra los tremendos huevos del moreno. Sorprendido, inhaló profundamente para deleitarse con el aroma de su macho, que excitado como estaba comenzó a mover su cadera rítmicamente, cogiéndole la boca al deslumbrado chico. Obviamente, por la extrema calentura que traía y que no había podido descargar desde el día anterior, no demoró más de un minuto en acabar copiosamente dentro de la garganta de Adrián, que deglutió con angurria toda esa fantástica leche. El negro retiró entonces, jadeando, la pija de la boca del chico y, para sorpresa de éste, se zambulló a besarlo, haciendo caso omiso del claro sabor a leche que seguramente tendría todavía en la boca. Adrián aceptó gustoso y trenzó su lengua con la del enfermero, y así se quedaron hasta que Washington le imploró que fueran a la cama.
Adrián se arrojó sobre la cama y abrió sus piernas, ofreciendo su apetitoso culo al poderoso moreno que, aprovechando la lubricación de la saliva y los restos de semen en su pija, penetró al chico en un rápido movimiento. El muchacho gruñó de dolor, pero enseguida comenzó a gemir cuando el negro inició un rítmico movimiento de caderas, bombeándolo casi con desesperación. El enorme pedazo de carne entraba hasta el fondo, y se escuchaba el típico sonido de los huevos del negro chocando contra los del impresionado chico, que miraba a su macho a los ojos, sonriendo, sabiendo que a cada polvo el musculoso moreno caería más y más en sus garras. Mientras lo cogía, Washington miraba a ese chico deslumbrante y no podía creer lo que estaba haciendo. A él, que jamás le habían atraído los hombres, le resultaba irresistible ese adolescente tan afeminado. Obviamente depilado, con movimientos y gestos tan femeninos, tan felinos… Acariciarlo era extremadamente excitante. Besarlo, entonces, era una experiencia increíble. Su piel, sus manos, su boca, su culo… todo era objeto de deseo. Adrián presentía lo que pasaba por la cabeza del moreno, y decidió redoblar la apuesta. “¿Te gusta cogerme? ¿Te gusta mi cuerpo? ¿Se siente bien tu pija adentro de mí?”, preguntó sugestivamente el chico, entre jadeos. El negro respondió afirmativamente con un grito, en el preciso instante en que explotaba dentro del culo de ese fantástico putito. No le importaba si era otro hombre, pero era realmente irresistible y excitante. Adrián sonrió, y jaló al morocho hacia su cara, para darle un beso profundo que Washington retribuyó ardientemente. Luego le sugirió que intentaran girar, de forma de que el moreno quedase acostado boca arriba con Adrián empalado en su pija, pero sin sacársela, y así retomar el movimiento. El negro se preocupó pensando en si podría mantener ese ritmo tan frenético, pero obedeció al chico que pronto rebotaba como un condenado, y no tardó en darle nuevamente una intensa descarga de leche. El enfermero no entendía cómo era posible que su libido estuviese tan exacerbada, desconociendo que formaba parte de la programación que el chico le había impartido el día anterior antes de dejar el hospital.
Estuvieron cogiendo incesantemente durante toda la noche, hasta entrada la mañana, cuando ambos quedaron tan exhaustos que cayeron casi desmayados, en un profundo sueño.
Washington despertó confundido por no reconocer dónde estaba. Todo le era ajeno. A medida que su cerebro se acomodaba, recordó lo acontecido la noche anterior. Pese a que una alarma en su cabeza intentaba avisarle que algo estaba mal, el moreno sonrió. Se vio completamente desnudo, su pija flácida después de una noche de lujuria como nunca había tenido, y recordó los incontables orgasmos que ese chico increíblemente hermoso le había proporcionado. Si coger con hombres era así de bueno, entonces… ¿eso lo hacía puto a él también? ¿Realmente está mal si se siente tan bien? Nunca una mujer lo había hecho sentir tan bien y tan excitado en una cama. Sin dudas, coger con hombres era mucho más excitante. Tenía que sacarse la duda de qué era lo que le atraía. Si era Adrián, o si eran los hombres en general. Se levantó, desnudo como estaba, buscando a su anfitrión. Al llegar a la cocina, lo vio completamente desnudo, preparando un delicioso almuerzo, pero la tentación de ese culito respingón, todo desnudito, fue más fuerte. Se lanzó sobre él, lo forzó a apoyar ambas manos en la mesada de la cocina y a separar las piernas de un tirón. Pronto estaba dentro suyo, cogiéndolo como si no hubiese nada más. Cuando acabó, lo besó profundamente, y agradeció todo lo que estaba sucediendo. Adrián se sonrió, sabiendo que el negro estaba totalmente a su merced y que, si cumplía la programación, en un par de días estaría de vuelta en su cama, completamente puto y entregado.
Después de comer, el enfermero intentó seguir, pero Adrián sabía que, para que su programación avanzara, debía enviarlo “al mundo”. Le inventó que sus padres volverían pronto, lo que era una gran mentira ya que ellos no volverían por varios meses, porque estaban, por cuestiones laborales, en Europa y le habían dejado el departamento sólo para él. Washington no cuestionó la mentira y se preparó para irse. Mientras lo hacía, le pidió al chico indicaciones de lugares de encuentro gay donde poder ir a divertirse, a lo que Adrián reaccionó con una maléfica sonrisa, que complementó con una lista de bares, clubes y discos gays donde seguramente el negro terminaría de transformarse en otro hambriento adorador de pijas, tal como su delicioso chofer de Uber lo había hecho el día anterior. Después de despedir al moreno, revisó el celular donde vio las fotos que Marcos le había enviado por whatsapp, en las que se lo veía completamente desnudo, bañado en leche, y con varias pijas rodeándolo, más una en cada agujero de su cuerpo. Sonrió, cerró la aplicación, y se metió a la bañera, a darse un relajante baño de sales, preparándose ya que la mañana siguiente debería volver al colegio, y tenía que planear una estrategia para llevar a cabo su plan de convertir a todos sus compañeros en su íntimo harem gay. Mientras se relajaba en la bañera, comenzó a repasar mentalmente la lista de futuras víctimas, al margen de Marcelo, su amor imposible desde que eran niños, desde que Adrián había descubierto su atracción hacia los hombres.
Lo malo es que Marcelo, si bien lo trataba muy bien (a veces, demasiado, como dejando a Adrián pensar que sabía de sus sentimientos, y jugueteaba con seducirlo), era completamente hétero y se la pasaba de novia en novia. Pero además de él, había varios candidatos que merecían sin dudas un tratamiento especial. Uno de ellos era Pablo, recientemente llegado al colegio, que se había ganado indiscutiblemente la capitanía del equipo de fútbol a base de gol y “gambeta”, pero también por su fuerte personalidad, y su físico impactante. Rubio, alto, de profundos ojos azules. Hoy por hoy, el más deseado del colegio por chicos y chicas, que quedaban deslumbrados a su paso. Otro era Jesús, el mejor amigo hétero de Adrián, de muchos años de amistad, pero que nada sabía de su orientación sexual; un chico muy atractivo pero que nunca se había dado cuenta de eso, con un espíritu sensible que atraía aún más al chico gay, de pelo castaño permanentemente desarreglado, ojos verdes que invitaban a perderse en ellos y que transmitían toda la dulzura y sensibilidad del alma del chico, con el que Adrián compartía la afición por la música y los videojuegos. Si no fuese porque sabía que era completamente hétero, cualquiera pensaría que tamaña sensibilidad y profundidad sólo podrían pertenecer a un gay.
Pero quien tenía, a ciencia cierta, todas las fichas compradas para ser su víctima más especial, era Miguel, quién a lo largo de los años se había declarado el mayor enemigo de Adrián. Un típico abusador, homofóbico, prepotente, que siempre buscaba mostrarse superior a todo el mundo, aunque jamás lo demostrase, por su propia incapacidad, pero imponiéndose a fuerza de maltrato tanto psicológico como físico. Todo lo que tenía de deleznable lo tenía también de atractivo, con un delicioso cabello rubio y hermosos ojos azules, aunque no tanto como los de Pablo. Vamos, que nadie es comparable con Pablo, pensó Adrián en el momento, soltando una mínima carcajada por su ocurrencia, bien propia de una quinceañera cachonda.
Hiciera lo que hiciera, tenía que ser sumamente cuidadoso, porque si, de la noche a la mañana, todo su curso aparecía como gay y además rindiéndole pleitesía a él, seguramente despertaría sospechas. Así que tendría que ser todo muy paulatino y lo más natural posible, como si, uno a uno, fuesen descubriendo ese lado de su personalidad, y fuesen saliendo del clóset. Pasó largo rato pensando, hasta que se dio cuenta que el agua de la bañera ya estaba fría. Quitó el tapón, y abrió la ducha para templarse con el agua caliente y de paso enjuagar las sales. Luego se puso la bata de toalla y salió del baño, para continuar pergeñando su maquiavélico plan. Si todo salía bien, pronto tendría a sus compañeros del colegio a sus pies, como sus amantes más ardientes. Y a su lado, Marcelo, como el amor de su vida, tal como la pareja de Bruno y Pol, en la fantástica serie de TV “Merlí”.
Un nuevo mensaje de whatsapp lo sacó de sus pensamientos. Otra foto de Marcos, esta vez con dos pijas adentro de su culo, sonriendo para la cámara, le recordó que podía tener a su disposición un chofer, para llevarlo y traerlo. Sin más, le envió un mensaje ordenándole venir a su casa cuando terminara con sus machos de turno, para pasar la noche con él y al otro día, llevarlo al colegio y así impactar a sus compañeros, ya desde el vamos. Cuando le abrió la puerta, Adrián no podía creer el cambio. Aquel chico homofóbico que había conocido el viernes por la tarde al salir del hospital, ahora vestía un micro-short elastizado que exhibía sus nalgas, una extraña remera que más parecía un top, sin hombros, con dos franjas de tela que partían de una franja elástica horizontal que se ubicaba debajo de sus pectorales, subiendo hacia sus hombros a medida que se fruncían, y se unían en un nudo en su nuca. Su abdomen quedaba completamente descubierto, así como sus piernas, que estaban íntegramente depiladas, y dejaban sobresalir las botitas de caña baja blancas con taco de 3 centímetros. El pelo teñido a mechones fucsia alternados con rosa y con rubio, las uñas esculpidas pintadas en franjas desde el violeta al blanco pasando por distintos tonos rosados y la cara suave, pero notoriamente maquillada. Marcos era todo un “wet-dream”, tan cogible que ni el más rígido de los héteros se negaría a metérsela. ¡Claro! Yo le ordené que se fuera ‘aputasando’ a cada pija que recibiese, pero no le dije que parase nunca. Debe haber entrado en un círculo vicioso, y a más pija, más puto se ponía. Tengo que ser más cuidadoso con las instrucciones. Este pobre chico, después de cada cogida, debe estar torturándose para encontrar una nueva forma de parecer más puto aún, pensó Adrián.
Apenas entró, Marcos se arrodilló frente a Adrián y en un rápido movimiento se metió toda su pija en la boca y le hizo una mamada tan experta, que parecía un puto de años de experiencia. Nadie imaginaría hoy que, apenas 48 horas atrás, ese muchacho tenía fobia de siquiera pensar en tocar otro hombre. “Llegaste a ser lo que siempre quisiste. Sos un putito con todas las letras. Te encanta cómo sos y cómo te mostrás. Ya no querés seguir aumentando tu exposición. Este es tu estilo. Así sos. Podrás cambiar de colores, de ‘look’ o de ropa, pero nunca dejarás de ser este putito queer exquisito. Hasta podrás tener rol de activo ocasionalmente, especialmente si yo te lo ordeno, pero jamás volverás a ser ese aburrido chico hétero que creías ser hasta que me conociste. Y estarás eternamente agradecido, al punto de hacer cualquier cosa que te pida o te ordene. Y cuando conozcas algún chico hétero con posibilidades de ser un putito como vos, vas a traérmelo con cualquier excusa, para que yo lo transforme. Ahora tragate mi leche, y aceptá que sos mi sirviente para siempre”, ordenó mentalmente Adrián a Marcos, que deglutió la leche con total dedicación, aceptando así su destino.
Adrián debió contenerse para no coger a ese chico fantásticamente queer durante la cena que le ordenó prepararle y luego de ella, mientras lavaba los platos y ordenaba la cocina tal como le había instruido, hasta que ambos se durmieron en la cama de sus padres, preparándose para el comienzo de una semana que, sin dudas, sería una bisagra en la vida de Adrián. A su lado, Marcos lo miraba con la adoración propia de un siervo a su deidad, hasta que ambos se durmieron profundamente. Cuando despertó, Adrián buscó con la mirada, infructuosamente, a su sirviente. Se levantó aterrorizado, pensando en que tal vez el muchacho habría sufrido un colapso por la cantidad e intensidad de sus órdenes. Buscó en el baño, también en vano. Cuando estaba al borde de la desesperación, oyó ruidos en la cocina y fue casi corriendo, anhelando que fuese Marcos. Al abrir la puerta, la imagen lo impactó. El joven queer, vestido apenas con el delantal de cocina de su madre y una tanga de encaje roja que dejaba al descubierto sus nalgas, estaba alegremente terminando de acomodar la mesa con un suculento desayuno. Al verlo, Marcos se emocionó como un cachorrito cuando ve a su amo, y, entusiasmado, dijo: “me levanté un poquito más temprano para hacerte el desayuno. Vine a la cocina y me puse el delantal de tu mamá, y sentí que usarle una de sus tangas sería muy excitante. Encontré ésta y supe que te iba a encantar. Espero que te guste todo lo que hice.” Adrián lo miró, sonriente. “Claro que me gusta. Me encanta, putito mío. A partir de ahora quiero que me prepares el desayuno todos los días. Hoy, después de dejarme en el colegio, vas a ir a tu casa y vas a seleccionar la ropa más provocativa que tengas, y vas a traerla acá. Desde hoy, hasta que vuelvan mis padres de viaje, vas a vivir acá, como mi sirviente. Después de dejarme en el colegio todos los días, vas a salir a trabajar como chofer de Uber, y cuando tengas algún pasajero que cumpla los requisitos que ya sabés, me lo vas a traer, con la excusa de llevarlo a un lugar tranquilo para hacerle la mejor mamada de su vida. ¿Entendido?” Marcos lo miraba fijo, como intentando memorizar exactamente cada palabra. De pronto, su cara se puso seria. Adrián lo miró, extrañado, pero Marcos no le dio tiempo a preguntar: “perdón, pero, ¿cómo debería llamarte? No me parece propio tratarte por tu primer nombre. Es más, creo que es impropio hasta que te tutee…” La situación, lejos de parecerle bizarra, era más que interesante para un Adrián obnubilado de poder. “Es cierto, no es propio. A partir de ahora, en público me vas a tratar de Señor Adrián, y en ámbitos más íntimos, aún en presencia de terceros, me vas a decir Amo Adrián, o simplemente Amo. Y nada de mirarme a los ojos, putito.” Inmediatamente, Marcos bajó la vista. Era obvio que no estaba a la altura de su Amo, y por consiguiente no podía mirarlo a los ojos. Pese a haber colocado un lugar para él mismo en la mesa, se quedó de pie junto al Amo hasta que éste terminó de desayunar, y mientras él se iba a vestir se apuró a tomarse un café y comer un par de galletitas, para no salir con el estómago vacío. Luego se vistió nuevamente con las ropas de la noche anterior, y se preparó para llevar al Amo al colegio, así después podía salir de recorrida a conseguir pasajeros que además quisiesen cogerlo. Si tenía suerte, tal vez podría conseguir algún nuevo candidato para el Amo. Seguramente eso le agradaría.
Marcos estacionó en la puerta del colegio e intentó besar a su Amo como despedida. Adrián fue tajante. “No, putito, sólo vas a besarme si yo te lo ordeno. ¿No entendiste que sos mi sirviente? Te tengo un aprecio especial por ser el primero de mi harem, pero eso no te da derecho a actuar por vos mismo. Ahora andá a tu casa, elegí la ropa que vas a traer y después andá a trabajar que necesitamos plata para comprar comida y alguna que otra ropita más indecente para vos. Vení a buscarme a las 4 de la tarde, que hoy tengo Educación Física, y va a ser un buen momento para comenzar a infiltrar pensamientos en ese vestuario. Ya se me paró sólo de pensarlo, jejeje”, dijo el adolescente, con una maléfica sonrisa. Marcos le miró el bulto, e intentó sugerir: “si quiere, yo lo ayudo con eso, Amo”, apuntando a su entrepierna. Adrián se rio y bajó del auto, mostrando una confianza en sí mismo y una suficiencia que no había exhibido jamás en su vida. En la entrada al colegio, encontró a Jesús, su amigo de siempre que, interrumpiendo la conversación que mantenía con Pablo, corrió a abrazarlo. “¿Cómo estás? ¿Qué pasó? En el hospital no nos dijeron nada y no nos dejaron quedarnos. ¿Cuándo te dieron de alta? ¿Estás bien?”, ametralló el amigo hétero al recién llegado.
Adrián, con una sonrisa sospechosamente calma, lo tomó de la mano, y mientras recitaba la historia que había diseñado para contarles a todos, desde su mente comenzaba su delicado trabajo: “Jesús, te resulta completamente normal que te agarre la mano. Es algo que hemos hecho siempre. Forma parte de lo estrecha que es nuestra relación de amistad. Sabés que podés confiar en mí total y absolutamente. No podrías dudar jamás de nada que yo te diga, te sugiera, o hasta te ordene. Cualquier cosa que yo te diga es cierta y está fuera de discusión”. El amigo escuchaba atentamente la falsa explicación, mientras su cerebro procesaba sus “nuevos” pensamientos. Adrián les contó a todos de su golpe y lesión, pero dejó ocultos los detalles más eróticos de su internación. Después de todo, nadie allí sabía a ciencia cierta de su orientación sexual, por más que Miguel, más de una vez, hubiese hecho chistes sobre su falta de novias. El hecho de que fuese un hábil delantero por izquierda, una especie de DiMaría, algo entre un volante adelantado y un delantero atrasado, veloz y escurridizo, con gol y buena llegada, ayudaba un poco ya que, para el estereotipo básico del hétero promedio, los gays no juegan ni disfrutan del fútbol. Jesús escuchó con atención, sin soltar la mano de su amigo, y cuando terminó la explicación volvió a abrazarlo para hacerle sentir la calidez de su amistad profunda. En todo momento, Adrián había estado mirando a Pablo, imaginando diferentes caminos de transformarlo en un ardiente amante, pese a que el muchacho estaba abrazado a Alessandra, una de las chicas más sexys del curso, luciéndola como si se tratase de un trofeo. Pronto, vos vas a ser mi trofeo, y vas a implorarme que te coja o te deje cogerme, fue la frase que cruzó la mente de Adrián, que se relamía como un gato frente a un tazón de leche.
Entraron al aula y se sentaron en sus lugares habituales, para comenzar su día de clases. Adrián no pudo mantener la concentración por más de dos minutos, y a cada momento se encontró imaginando situaciones y deseando terminar en ese mismo instante con todo, causando una mega-orgía de hombres allí mismo, en el salón de clases. Se calmó, sabiendo que eso sería casi un suicidio, y volvió a pensar en su plan de someterlos a todos paulatinamente. El problema que veía en su plan era que no podía imaginar cómo contener las sospechas que se despertarían, sobre todo en las novias de los chicos. ¿Qué pasaría con Alessandra, la voluptuosa novia de Pablo? La chica era bastante inteligente, y seguramente intentaría descubrir el por qué, si es que Adrián tenía éxito con su plan, su novio comenzaba a sentir atracción por hombres de la noche a la mañana. ¿Cómo hacer para que las mujeres no sumasen dos más dos y terminasen crucificándolo a él?
Desde su banco en el fondo del salón de aula escudriñaba a cada uno de sus compañeros, y miraba con recelo a las chicas. Por suerte, la relación numérica entre hombres y mujeres de su curso era muy favorable a los hombres, siendo de casi tres a una. Cada vez que su vista iba y venía, no podía evitar quedarse fascinado con Pablo, su espectacular espalda y su delicioso corte de pelo. No podía esperar para tenerlo en su cama, jadeante y excitado, implorando que se lo coja. Adrián tenía que hacer un esfuerzo para no pajearse allí, en el aula, cada vez que imaginaba esas escenas. Siguió la recorrida con la vista, y allí tuvo la visión que podría ser la solución a su problema. ¡Rosa!, exclamó mentalmente con alborozo. La chica, diminuta, escuálida, de piel blanca como la leche, con pecas rojizas, de cabello corto y permanentemente desgreñado, anteojos cuadrados, sin una mínima gota de maquillaje, sería su aliada perfecta. Hija de madre soltera, nombrada así en honor a Rosa Luxemburgo, la chica había construido su personalidad a lo largo de los años con el aval y el apoyo de su madre, transformándose en la ardiente lesbiana feminista, luchadora vehemente y violenta, tanto desde el discurso como en las marchas y movilizaciones a las que asistía, y en las que más de una vez terminaba enfrentando a la policía, a piedrazos, escupitajos, o como pudiera. Más de una vez había venido con enormes moretones causados por las balas de goma de las fuerzas represivas, los que exhibía con orgullo. Obviamente, como buena feminista verdadera, era gran defensora de los derechos del colectivo LGBT, y siempre había charlado animadamente con Adrián, posiblemente porque su radar le indicaba que él era un miembro oculto del colectivo.
El chico sonrió maléficamente. Se concentró en Rosa y, recordando que la enfermera del hospital no había sido tan fácil de controlar, comenzó su intento, lentamente, y dando pequeños pasos, para no despertar sospechas. “Rosa, sabés que soy Adrián. Siempre confiaste en mí. Sabés que soy un aliado. Sabés que soy puto, y por eso confiás en mí. Soy tu aliado LGBT. Sabés que yo no te voy a mentir. Sabés que todo lo que yo diga es verdad. Porque soy tu aliado. Confiás en mí plenamente. Todo lo que yo diga es cierto. Todo lo que te diga o proyecte en tu mente, es una verdad absoluta. No hay motivos para dudar de nada que provenga de mí. Incluso si es una orden, sabés que tenés que cumplirla. Ahora tenés que pararte e ir al baño, sin pedir permiso. Si te dice algo el profesor, decile que no tenés porqué tolerar su violencia machista patriarcal, y seguí tu camino al baño sin siquiera inmutarte.” La apuesta fue fuerte. Si la chica lo ignoraba, sería una prueba de que no tenía poder sobre las mujeres, o no tanto como él pensaba. Pero si lo enfrentaba, sería el fin. Podría incluso desenmascararlo. Fueron segundos de extrema tensión para Adrián. Su vista, clavada en la nuca de la activista, iba llenándose de terror a medida que avanzaba el segundero. Sintió el sudor frío en su frente. Temió incluso por su integridad física.
De pronto, Rosa se puso de pie y caminó hacia la puerta, ignorando la mirada sorprendida del profesor de matemáticas, Vicente. El hombre carraspeó, como para que la chica lo mirase, pero ella siguió su marcha, impertérrita. Entonces, el docente se puso de pie. Siempre enorme e imponente, siempre llamativo en su porte, tan rubio, tan alto y tan musculoso, completamente opuesto a lo que podría suponerse de un nerd apasionado por los números. En su entrepierna, siempre dibujado un enorme bulto que intimidaba, algo que nunca había pasado desapercibido para Adrián pero que parecía no importarle al resto, o que al menos jamás había sido motivo de comentario entre los varones del grupo, aunque Adrián sospechaba que seguramente las chicas lo habrían notado. El profesor, con su gruesa y profunda voz, la llamó: “señorita, ¿qué hace? Estamos en clase. Si quiere ir al baño, al menos tiene que pedirme permiso”, bramó el docente, con algo de irritación en su rostro. El hombre era terriblemente estricto y siempre hacía hincapié en la necesidad de cumplir las normas y el protocolo. La chica giró sobre sus talones y miró fijo a los ojos del profesor. “¿Acaso hiere su machismo que una mujer tenga que ir al baño? ¿Se cree menos hombre si yo no me arrodillo a implorar su gracia para no hacerme pis encima? ¡Usted y su misoginia dan asco!”, vociferó una trastornada Rosa, para luego continuar su camino y abandonar el aula, dejando helado al docente, incapaz de siquiera esbozar una respuesta. El hombre miró al resto del curso, sin saber siquiera cómo continuar. Era la primera vez en la vida que lo enfrentaban de esa forma, y más aún con esos argumentos tan radicales, pero en definitiva ciertos. En su banco, Adrián no cabía en sí mismo de satisfacción. Había encontrado la forma perfecta de evitar que las mujeres del curso sospecharan nada. Sólo tenía que idear una forma de usar esa herramienta que acababa de descubrir. Justo en ese instante, y a manera de aliviador de tensiones, el cálculo de Adrián se cumplió a la perfección y el timbre del recreo disipó instantáneamente la nube de energía negativa y todos olvidaron el insólito cruce entre la chica y el profesor. El joven corrió por el pasillo hasta llegar al baño que le había indicado a la chica, y se acomodó junto a la puerta, esperando a Rosa junto al baño de mujeres. Cuando salió, le pidió unos minutos para hablar con ella, a lo que la chica, respondiendo positivamente a la programación, accedió gustosa.
Caminaron juntos hasta un rincón apartado del pasillo más alejado. Rosa lo miraba con curiosidad, no pudiendo imaginar de qué iba tanto secreto. Finalmente, Adrián la miró a los ojos, y comenzó: “Rosa, vos vas a ayudarme con mi plan. Voy a contarte la verdad, pero no podrás decírselo nunca a nadie. Como ya te habrás dado cuenta, soy gay. Siento enorme atracción por nuestros compañeros, pero jamás he podido decírselo a ninguno. Pero, a raíz de mi accidente de la semana pasada, se ha despertado en mí un extraño poder. Con solo concentrarme en una persona, puedo influenciarla para que haga lo que yo quiera. Como te podrás dar cuenta, mi plan es convertir a todos los chicos del curso en mis amantes. Pero como no quiero despertar sospechas, vos me vas a ayudar haciendo que todas las chicas ignoren el hecho y acepten la salida del clóset de todos con normalidad y naturalidad. ¿Me seguís?” Rosa lo miraba, con un extraño brillo y una misteriosa sonrisa en sus labios. “Tengo que entender que mi desplante a Vicente fue causado por vos, entonces. Seguramente estabas probando tu poder sobre mí, e hiciste que yo hiciera algo drástico, extraño, extemporáneo, pero sin consecuencias graves. Supongo que pretendías medir el alcance de cuánto podías obligarme a hacer, ¿no?”, dijo, sin inmutarse, la diminuta lesbiana. El rostro de Adrián se llenó de horror. Había sido descubierto. Casi riéndose, la chica continuó: “¡esperá, esperá! No te preocupes. No te estoy recriminando nada. Sólo quiero confirmarlo. Me encantó lo que me hiciste hacer. Detesto a ese machista recalcitrante, siempre exhibiendo su bulto como si fuese el macho alfa, siempre pretendiendo imponerse a las mujeres. Fuiste muy creativo y respetuoso de quién soy, y eso me gusta. Además, si no tengo alternativas, ya que podés controlarme de todas formas, prefiero ser consciente de eso y ayudar, siempre que sea para bien. Y hacer de algunos de estos chicos unos lindos putitos me parece genial. Hay varios que son unos homofóbicos recalcitrantes, y me va a encantar verlos… transformados.” Adrián no daba crédito a sus oídos. Esta chica, tan combativa, tan radicalizada, se estaba ofreciendo para ser su aliada, más allá de que él tuviese el poder para obligarla. “Eso sí,” continuó ella, “tenés que prometerme dos cosas: primero, que no le haremos ningún daño a nadie y, segundo, que voy a poder convencer a las chicas de sumarse a mi lucha.” Adrián la miró, y la relajación que sintió se reflejó en su rostro. “Puedo hacer algo mucho mejor que eso. Puedo transformarlas en tus esclavas, o en tus seguidoras, o en tus amantes. O simplemente, puedo hacer que ellas hagan todo lo que vos les órdenes. Así serás vos la que decida qué hacer con ellas. Te propongo una prueba. Elegí una de las chicas, y para el próximo recreo, va a estar obedeciendo cada cosa que le digas. Después, quedará en vos lo que quieras hacer con ella. ¿Qué te parece?”, propuso Adrián.
Rosa se quedó en silencio, mirándolo por largos segundos. En un momento, sus mejillas se pusieron rojas como el fuego y bajó la vista, murmurando: “Carla. Entregame a Carla.” Adrián supo, sin preguntarlo, de qué se trataba. Evidentemente, Rosa tenía un amor secreto por esa chica. ¿Intentaría aprovecharse de la situación y seducirla, para hacerla su amante? Más de una vez, Carla había dicho en voz alta que a ella no le gustaban las mujeres. Ahora tenía sentido el porqué de tan tajante afirmación. Seguramente, Rosa habría intentado avanzarla y la chica la habría rechazado. Y ahora la pequeña pelirroja veía la posibilidad de revertir ese rechazo. Tomándola del mentón, la forzó a elevar la vista y, sonriendo, le dijo: “veo que tuviste la misma idea que yo. No te preocupes. Vos sos buena persona y no vas a lastimar a nadie. Sólo vas a ampliar un poco su horizonte sexual. Vamos al aula. Tenemos trabajo que hacer.”
La clase de literatura comenzó con la misma aburrida parsimonia de siempre. A Adrián no le llevó más de 30 segundos estar concentrado en otra cosa completamente diferente. “Carla, a partir de ahora, absolutamente todo lo que yo te diga será una verdad irrefutable para vos. Todas y cada una de mis palabras serán parte de tu pensamiento y de tu realidad. Lo que hizo Rosa con Vicente fue extremadamente valiente. Rosa es admirable. Sus firmes convicciones son realmente admirables. Todo en ella es admirable. Sentís profundo respeto por ella. Siempre te pareció muy valiente, pero últimamente sentís enorme admiración también. La forma en que puso en su lugar al misógino de Vicente te hizo reflexionar. Te gustaría ser como ella. Te gustaría tener esa fuerza, esa convicción. Te gustaría ayudarla y luchar junto a ella. Querés estar con ella y apoyarla y ser parte de su lucha. Querés acercarte a ella y escucharla, conversar y seguirla. Es tanta tu admiración que no podés dejar de emularla. Cuando llegue el recreo, vas a pedirle un minuto para hablar con ella, y a partir de ese momento, vas a convertirte en su seguidora. Absolutamente todo lo que ella te diga va a ser verdad. Tal como confiás ciegamente en mí y creés absolutamente todo lo que yo digo, vas a creerle a ella. Vas a seguirla y vas a ser su admiradora y su ayudante. Vas a participar de su lucha y vas a querer ser como ella a todo momento. No te va a importar lo que digan los demás. No te va a importar si los demás creen que sos lesbiana como ella. Sólo te va a importar estar con ella, seguirla y obedecerla.” Como era de esperar, Carla siguió prestando atención a la clase, pero desviando su mirada a cada rato para espiar disimuladamente a su inspiración, la impactante Rosa.
Apenas sonó el timbre para salir al recreo, Carla encaró a Rosa y, tras susurrarle algo, ambas se encaminaron al baño más alejado del edificio. Adrián las siguió a una distancia prudencial, y esperó pacientemente que salieran. Demoraron varios minutos, casi hasta que tocó el timbre para volver al aula. Cuando salieron, Carla lucía sonrojada, el pelo desarreglado, el labial corrido, casi esfumado, y Rosa con una sonrisa enorme y placentera. Tomándola de la mano, la pequeña lesbiana detuvo a su acompañante, y le dijo por lo bajo: ¿sabés que Adrián es como nosotras? Él es gay, pero acá en el colegio nadie lo sabe. Como te pasa a vos, él no quiere que los demás lo sepan y lo molesten. Ahora que ya saliste del clóset conmigo, podés saber el secreto. Y él puede conocer el tuyo. Adrián, ¿sabés que Carla es lesbiana, como yo?” El chico la miró sonriente, y luego miró a Rosa, con cierta malicia en los ojos. La rubia bajó la mirada, sonrojándose más aún. Adrián respondió: “no te avergüences. Pronto vamos a poder salir del clóset todos y andar libremente sin que nadie nos critique. Pero tenemos que unirnos y luchar por nuestros derechos. Rosa me está ayudando con eso. Y me alegra que hayas decidido sumarte, Carla. Además, creo que hacés linda pareja con Rosa. Y creo que entre las dos pueden ayudar a salir del clóset a muchas chicas más, que seguramente aún no saben que son lesbianas, como yo quiero ayudar a muchos chicos que aún no saben que son gays. ¿Vas a ayudarnos?” Carla miraba como sin ver, con los ojos aún perdidos, levemente vidriosos, como intentando poner en orden su cabeza. “Sssí… ssí… Sí, claro. ¡Claro! Vamos a ayudar a todas las chicas y a todos los chicos. Vamos a hacer de nuestra escuela un modelo de inclusión para la diversidad LGBT. Y para todas las identidades. Y seremos un ejemplo de rechazo al modelo patriarcal de mujer bonita. Ya Rosa me explicó por qué no usar más maquillaje ni peinarme como una Barbie. Mañana vendré con el pelo recogido, la cara lavada y ropa cómoda. Nada de vestirme para satisfacer al patriarcado. Y a quien no le guste, a chuparla… ¡Soy torta y feminista, y me importa tres carajos lo que opinen los demás!” Rosa la besó con lascivia, hundiéndole la lengua en la boca, mientras Adrián soltaba una pequeña carcajada, viendo cómo su plan había comenzado a tomar forma. Apenas sonó el timbre, los tres entraron al aula, para soportar el resto de las clases del día antes de ir para el vestuario a deleitarse durante la clase de Educación Física.
Adrián jugueteaba con su celular cuando el timbre de salida de la última hora lo sorprendió, y a la vez lo llenó de ansiedad al saber lo que vendría. Por fin podría ver los cuerpos desnudos de sus compañeros, que tanta excitación le provocaron siempre. Y hoy, sería el inicio del fin de la heterosexualidad de estos chicos, con los que imaginaba pronto tener tórridas y múltiples encamadas.
Como era su costumbre, Adrián se acomodó en el rincón más apartado del vestuario. Con el paso del tiempo, había logrado convencer a todos que eso se debía a su extrema timidez por no querer que nadie viese su cuerpo desnudo. La realidad era que ver los cuerpos de sus compañeros, jugando y correteando de acá para allá, golpeándose con la toalla en las nalgas y meneando sus pijas al aire, era una imagen tan fuerte para él que su erección se hacía inocultable. Si los demás lo veían, quedaría inmediatamente al descubierto. Pero hoy era un día diferente. Miraba con detenimiento a cada uno, tratando de armar una lista de prioridades en su cabeza. Hasta el momento había tenido enorme éxito con Rosa y Carla, y ya imaginaba que Alessandra no le presentaría problemas una vez que Pablo saliera del clóset. La imagen del capitán del equipo de fútbol quitándose el bóxer, para quedar íntegramente desnudo, fue casi insoportable. Estuvo a punto de mandar todo al carajo y ordenarles a todos una orgía masiva, para quedarse él con ese perfecto ejemplar de macho. Su pija se puso como un fierro candente, dura y roja, imaginando cómo se lo cogía. Un destello de lucidez lo hizo recapacitar. Tengo que pensar más fríamente. Voy a hacer una cagada grande como una casa si me dejo llevar. Tengo que pensar una estrategia, fue el pensamiento que lo sacó de la extrema calentura. Se concentró entonces en Pablo. “A partir de ahora, todo lo que yo te diga será una verdad absoluta para vos. No vas a dudar de nada de lo que te diga mental u oralmente. Todo lo que venga de mí, es para vos una verdad absoluta e irrefutable. Obedeceme. Empezá a mirar el culo de tus compañeros. Disimuladamente observalos, fijate sus curvas, mirá cómo se mueven. Los culos de esos chicos son muy atractivos. Nunca lo habías notado. Nunca notaste que los culos de hombre te parecían atractivos. Pero ahora no podés parar de mirarlos. Son muy sexys. Tu pija lo sabe. Está completamente dura, obsesionada con los culos de tus compañeros. Seguí mirándolos. Seguí disfrutándolos. Esperá que todos se hayan cambiado y encerrate en un baño, y pajeate pensando en esos culos sexys. Sabés que te excitan esos culos redondos y duritos. Vas a pajearte pensando en ellos. Durante la paja no vas a registrar mi presencia ni vas a sospechar que te estoy mirando mientras lo hacés. Después de eso, vas a salir y vas a entrenar como siempre, pero no vas a dejar de pensar en lo lindos que son los culos de los chicos. Cuando vuelvas al vestuario, otra vez vas a estar excitado, y te vas a quedar callado mirando esos culos, mientras todos se cambian y se van. Te ponen muy caliente, y te gustan enormemente. A partir de ahora los culos de hombres te resultan tremendamente atractivos, y no podés parar de mirarlos, ni de desearlos.”
El semblante de Pablo era adusto. No entendía qué le estaba pasando. No podía dejar de mirar esos culos redondos y perfectos de sus compañeros. ¡Pero si a él le gustaban las mujeres! ¿Cómo era posible que estuviese sintiendo eso por los culos de otros hombres? ¿Qué cuernos le estaba pasando? Tuvo que permanecer sentado en el banco, con una toalla sobre la entrepierna, para ocultar su enorme erección. Si los demás lo viesen, seguramente se burlarían de él. Pero ¿por qué le pasaba esto? ¿Desde cuándo le resultaban tan irresistibles los culos de hombres? Miró el de Miguel, el de Jesús, el de su amigo José, que pese a estar más dedicado a la marihuana y la cerveza, aún tiene un cuerpo increíble, musculoso y marcado, y su culo no es la excepción. Admiró también al increíble Lorenzo, ese moreno con el cual no se lleva mucho, habida cuenta de lo fastidioso que es cuando se junta con su amigo Miguel, y no pudo evitar relamerse mirando el culo perfecto de Antonio, un chico que es adicto al gimnasio y cuyo cuerpo es un muestrario de músculos. Sus nalgas son redondas y perfectas, firmes como la roca y apetitosas como… ¿Qué carajo estoy pensando? ¡Es un culo de HOMBRE! ¡A mí me gustan las mujeres!, intentó autoconvencerse un confundido Pablo. Cuando quedó solo en el vestuario, se quitó la toalla, y Adrián pudo ver su increíble erección. Parada, la de Pablo debía medir más de 20 centímetros. El chico gay tuvo que recurrir a una fuerza sobrehumana para no abalanzarse a chupársela en ese preciso momento. En silencio, siguió a Pablo hasta el cubículo del baño, y cuidadosamente se metió detrás de él, sin hacer el menor ruido, para evitar romper la ilusión de invisibilidad que le había creado al cachondo capitán del equipo. Pudo ver cómo Pablo apoyaba su mano izquierda en la pared y recargaba su peso sobre ella, mientras con la derecha se sacudía frenéticamente la pija. Adrián hacía lo propio, cuidando de no soltar ni siquiera un jadeo. Pronto, ambos acabaron, chorreando su leche por el piso. Sin preocuparse por eso, salieron del cubículo, y Pablo terminó de ponerse la camiseta y el short de entrenamiento de fútbol, para salir rápidamente al campo de juego. Adrián esperó varios minutos, y salió detrás, vistiendo aún las mismas ropas de todo el día. Al verlo, el profesor intentó reprenderlo, pero el muchacho argumentó su reciente internación, y mostró el certificado médico que lo avalaba, cosa que aplacó la ira del prepotente profesor de Educación Física. El hombre, de unos treinta y pocos años, bastante bien cuidado desde lo físico, siempre fue una molestia para Adrián. Nunca hizo el más mínimo gesto por ocultar su homofobia, y el chico gay temía que ese cavernícola troglodita sospechara de su orientación. Entre sus incontables defectos, el tipo esgrimía una misoginia y un machismo propios de un simio salido del siglo XIX, a lo que sumaba la homo-lesbo-transfobia que hacía patente a cada momento, y que completaba con un autoritarismo fascistoide propios de un retrógrado insensible.
Adrián permaneció alejado del campo de juego, intentando elucubrar algún plan para terminar lo que acababa de comenzar con Pablo. Tampoco podía hacer que el chico apareciese al día siguiente convertido en una reina plumosa implorando pijas en su culo. Tenía que ser paulatino y lento. Descartaba una a una las ideas que iban brotando en su mente, hasta que, en una hábil jugada del capitán, vislumbró el camino a seguir. El habilidoso muchacho había gambeteado a dos defensores del otro equipo, y en una maravillosa finta dejó desairado a Antonio, para clavar un zurdazo impresionante en el ángulo. Adrián notó cómo Pablo, al festejar el gol, se había quedado admirando el culo del musculoso defensor, al que acababa de humillar. Ese sería el punto de partida para ambos. Concentrándose, Pablo habló a la mente del apolíneo defensor: “Antonio, todo lo que te diga a partir de ahora será para vos una verdad incontestable. No necesitás creer en nadie más que en mí. El único objetivo en tu vida, a partir de este momento, se resume a obedecerme y complacerme. Desde ahora, tu meta principal es serme completamente obediente y esmerarte permanentemente por agradarme. Hoy, después de la clase, te vas a quedar en el vestuario, fingiendo perder el tiempo hasta que todos, excepto Pablo y yo, se hayan ido. Pero para vos mi presencia será visible. En realidad, ambos ignorarán que yo estoy allí. Ahora, cada vez que veas a Pablo, vas a empezar a mirar su cuerpo con más y más detenimiento, fijándote en lo trabajado y perfecto que es. Vas a admirar su rostro, vas a sentir que te atrae físicamente, y vas a empezar a plantearte si lo que sentís es atracción sexual. De acá al final del entrenamiento vas a obsesionarte con su cuerpo y vas a empezar a sentirte excitado. Cuando entres al vestuario, vas a tener la pija tan dura que no vas a poder siquiera quitarte el short para no mostrarte ante los demás. No vas a decir ni una palabra, pero vas a comenzar a imaginarte besándolo, acariciándolo, tocándolo, masajeando su pija dura, arrodillándote frente a él y metiéndotela en la boca, mamándosela para darle placer, porque querés que sea tu macho, querés que te someta y te coja, como el putito que sabés que siempre fuiste y ocultaste, pero ya no querés hacerlo más. Querés sentir la pija de Pablo acabando en tu boca, y después en tu culo, bombeándote. En tu imaginación, hoy vas a transformarte en el amante gay de Pablo.” El partido de entrenamiento duró unos 20 minutos más. Adrián se regodeaba viendo cómo Antonio se debatía más y más para luchar contra sus pensamientos, mientras miraba cada vez más lascivamente a Pablo. Su distracción fue objeto de violentas reprimendas por parte del profesor, que finalmente optó por sacar a Antonio del equipo.
El vestuario se fue vaciando paulatinamente. Uno a uno, los muchachos fueron abandonando el lugar, a veces de a uno, a veces en grupitos. Un silencio ominoso se hizo dueño del lugar. En uno de los bancos, Pablo, con la cabeza gacha, estaba completamente desnudo tratando de cubrir su inocultable erección con una mínima toalla. Unos metros más allá, Antonio, también desnudo, se paseaba de un lado a otro, con su pija completamente erecta, mientras miraba de reojo el cuerpo perfecto del capitán. En un momento, Pablo levantó la vista y sus ojos se clavaron en el culo redondo y perfecto del defensor. En un rincón, Adrián observaba la escena, fascinado y terriblemente excitado, su pija en su mano, que inconscientemente le hacía una paja suave y cadenciosa. Pablo fue el primero en hablar: “por favor, Antonio, andate. No creo poder resistirme mucho más. No tenés idea de las cosas que están pasando por mi cabeza. Te lo ruego, andate y dejame solo.” El defensor se acercó hasta él. “Ponete de espaldas, arqueate y acercale el culo, como ofreciéndoselo”, fue la orden mental que le implantó Adrián a un excitado Antonio, intentando apurar lo que parecía un final inexorable. “¿Te gusta lo que ves, capitán? Vos estás muy fuerte. No sé qué me pasa, pero si me lo pidieras, te entregaría el culo, o te chuparía esa pija sin dudarlo. Pedime lo que qui…”, estaba diciendo Antonio cuando la puerta de la oficina del profesor se abrió intempestivamente y el estruendo sacó a ambos muchachos de su hipnótico estupor. “¿¡Qué carajo es esto!? ¿Qué están haciendo? ¿Ahora resulta que son putos? Ningún jugador mío es un maricón de mierda. Están expulsados los dos del equipo. ¿Qué mierda se creen, degenerados?”, bramó el encolerizado Carlos, mientras les arrojaba las ropas por la cara. “Váyanse y no vuelvan nun…”, interrumpió su grito el profesor. Los dos muchachos lo miraron, atónitos. El hombre se quedó como congelado, sin poder terminar su frase ni mover un músculo. “Callate la boca y escúchame, imbécil. Pediles perdón a los muchachos, deciles que se vayan a sus casas y que mañana vengan a verte para hablar más tranquilos. Deciles que te pasaste de la raya y que les pedís perdón. No me obligues a torturarte. Vamos, decilo”, proyectó Adrián al cerebro del profesor, haciendo gala de una fuerza mental impresionante. “Perdón, chicos. Me dejé llevar. Vístanse, váyanse a sus casas y mañana vengan a hablar conmigo. No pasó nada. Les pido perdón. Ustedes son mis mejores jugadores. No podría tener un equipo sin ustedes. Vayan, y disculpen”, soltó en un hilo de voz, con la mirada perdida y contrariado por lo que estaba viviendo. Los jóvenes se vistieron y salieron del vestuario a paso rápido, perdiéndose en la tarde cada uno rumbo a su casa, sin siquiera mirarse para despedirse.
“Creo entender de dónde viene tanta homofobia. Está claro lo que te sucede. En realidad, no odias a los gays. Lo que pasa es que estás resentido. Les tenés envidia, porque ellos se muestran abiertamente como son y vos no tenés los huevos para hacerlo. Siempre te sentiste perdidamente atraído por los hombres, y más por los jóvenes deportistas, pero jamás te atreviste a intentar siquiera algo mínimo. Te has pasado tu vida simulando ser hétero, cuando todo lo que querías era ser bien pero bien putito, completamente afeminado, amanerado y glamoroso, vistiéndote, moviéndote y comportándote como el más puto de los putos. Siempre deseaste pijas en tu boca, en tu culo, en tus manos, y todas dándote enormes cantidades de leche, porque te fascina la leche de hombre. No podés parar de tragar. Cada vez que te pajeás, juntás toda la leche y te la llevás a la boca, como el puto vicioso que sos. A partir de ahora vas a dejar de hostigar a los gays, y vas a ser Carlos, el profesor comprensivo, cálido y contenedor. Pero vas a ocultar todo rasgo de tu homosexualidad. Para el mundo, vas a seguir siendo el supuesto macho alfa, por lo menos hasta que este colegio se haya convertido en mi harem personal. Pero, eso sí, cada vez que estés en la intimidad con uno o más hombres, dispuesto a ser cogido como el puto relajado que sos, vas a sacar tu lado queer y vas a mostrarte como Charlie, la loca plumosa que llevás adentro. A partir de mañana, vas a venir con tus ropas de gimnasia, pero debajo vas a usar una tanga de encaje para que todos los que te desnuden sepan que sos un putito plumoso, bien pasivo, hambriento de pijas por boca y culo. Y vas a ayudarme con algunos profesores que quiero incluir en mi plan, así que mañana a primera hora vas a ir a hablar con Vicente a la sala de profesores y vas a combinar una reunión acá, en tu oficina, para las 2 de la tarde. Ahora desnudate y preparate para ser mi perra en celo. Empezá por chuparme bien la pija, puto” fueron las órdenes de Adrián que se sintieron como una catarata que inundó la mente de un desprevenido profesor, que seguía con los ojos clavados en el infinito y un hilo de baba cayendo de la comisura de sus labios.
Carlos intentó enfocar y pensar qué es lo que estaba haciendo cuando se quedó así, como trabado en sus pensamientos. Miró alrededor y vio a Adrián, el chico tan apuesto de 5to año, que lo miraba lascivamente desde un rincón, con su pija completamente erecta fuera del pantalón. Charlie tomó el control de la situación. “Hola, precioso. Qué linda pija tenés. ¿Querés cogerme? Dejame que te la chupo un poco y después me la metés, ¿sí, hermoso?”, dijo el afeminado profesor y, sin darle tiempo a que el deslumbrado Adrián esbozase una reacción, se arrodilló y comenzó a mamarle la pija como todo un experto. El chico se deleitó cogiendo reiteradas veces a un cada vez más afeminado profesor, hasta que la alarma del teléfono le avisó que Marcos debía estar en la puerta, esperándolo. “Esta noche andá a un bar gay y hacete coger por la mayor cantidad de machos que puedas. Mañana quiero que me cuentes cuántos te cogieron y después cumplas con lo que tenés que hacer con Vicente, ¿entendido?”, dijo un divertido Adrián a un confundido Charlie, que lo miraba con la adoración con la que un cachorrito mira a su nuevo dueño humano. El chico salió del vestuario y rápidamente dejó la escuela a bordo del auto de Marcos, que comenzó a contarle todas las cogidas que había recibido ese día.
Mientras se dirigían a su casa, Adrián no pudo más y le chupó la pija a su chofer, que debió bajar la velocidad y disimular lo máximo posible, pero sin perder la concentración a riesgo de sufrir un accidente. Cuando el extremadamente afeminado chico acabó en la boca de su Amo, no pudo evitar sentirse el puto más afortunado del mundo al haber recibido una mamada experta del hombre más increíble que jamás hubiese conocido. Agradeció hasta el infinito, cosa que divertía mucho a Adrián, que le acariciaba la cabeza y lo trataba casi como a una mascota. Justo antes de llegar, un mensaje sonó en el teléfono. “¡Washington! ¡Me olvidé de él! ¿Qué habrá estado haciendo? ¿Hasta dónde habrá evolucionado?”, se preguntó Adrián, mientras le respondía que viniera urgentemente para su departamento. Mientras tanto, ordenó a Marcos ponerse la lencería más erótica que tuviese, maquillarse completamente y prepararse para atender al portentoso negro. Lo que sucedió después superó todas las expectativas del joven Amo. El morocho lucía una remera sin mangas completamente ajustada a su cuerpo perfecto, y debajo llevaba unos shorts de cuero tan ajustados que el contorno de su enorme pija era perfectamente visible. Sus nalgas resaltaban como dos pomelos redondos y perfectos, y sus piernas lucían completamente libres de cualquier tipo de vello, con la piel brillante y perfecta, mientras en sus pies lucía unas espectaculares botas cortas de cuero con tachas y cadenitas que las adornaban. Al entrar, se arrodilló inmediatamente frente a Adrián y sin decir palabra le extrajo la pija del pantalón, para comenzar a mamarlo desesperadamente. “Veo que ya sos completa y absolutamente puto como te lo ordené. No deseás otra cosa que pijas y hombres con quienes coger, ya sea como activo o como pasivo. Me gusta que seas un buen puto obediente. Ahora chupá y tragate mi leche, esclavo”, ordenó el muchacho, plenamente consciente de que ya el negro no necesitaba ningún refuerzo a su programación, pero sintiéndose contento porque a él lo divertía hacerlo. Washington obedeció ciegamente, hasta que engulló hasta la última gota de la leche de su Amo. Luego, obedeció sus órdenes y se ofreció en cuatro sobre la cama para que el mariconcito de Marcos se lo cogiera, mientras él imploraba más y más, y Adrián le explicaba cuál sería su función a partir de ese momento: “mañana vas a venir conmigo al colegio. Tenés un trabajo que hacer con algunos profesores. Y después de eso, vas a ser mi espía en la clínica. Quiero que el médico con el que cogí sea mi médico personal permanente, además de mi esclavo sexual. Vos me vas a ayudar con eso. Y además te voy a usar en la transformación de los que sean más homofóbicos. El tamaño de tu pija me va a ayudar a hacerlos putitos bien amanerados y sumisos. Si lo hacés bien, te prometo que te voy a coger ese culo hambriento que tenés, todas las veces que lo necesites. ¿Entendiste, puto?” El negro, con los ojos vidriosos mientras Marcos le bombeaba el culo entre gemidos femeninos, sólo atinó a asentir con su cabeza, deseando ansiosamente la pija de su Amo en la boca. Siguieron jugueteando largo rato entre los tres, hasta que finalmente se quedaron dormidos.
Al día siguiente, luego prepararles un suculento desayuno y chuparles la pija a ambos, Washington acompañó a Marcos y a Adrián hasta el colegio. El Amo llevó al negro hasta la oficina del profesor de educación física, que al ver al chico se sorprendió, pero más lo hizo al ver al imponente pedazo de hombre que entró a la oficina detrás del joven. Adrián no pudo evitar sonreír maléficamente al ver al otrora machista y homofóbico profesor de gimnasia derretirse ante la vista de los músculos del moreno, que le sonrió seductoramente. “Hola, Adrián, no pensé que fueses a venir tan temprano. ¿Qué te trae por acá?”, preguntó, con las mejillas completamente sonrojadas, un contrariado Carlos. “Nada, putito, quería ver si habías cumplido mis instrucciones de ayer y cuán puto habías quedado. Mostrame tu ropa interior”, ordenó secamente Adrián, deleitándose por dentro por lo sumiso y obediente que había resultado el apolíneo profesor. Apenas se bajó el pantalón, y Washington vio su tanga de encaje, no pudo resistirse y se le abalanzó, agarrándolo por detrás, forzándolo a doblar la cintura, y penetrándolo sin piedad, a lo que el profesor respondió gimiendo e implorando que lo cogiesen más duramente. Adrián no le dio tiempo a decir mucho más y le tapó la boca con su pija completamente dura, y durante varios minutos lo bombearon de ambos lados, hasta dejarlo rebosando de leche, cosa que Carlos agradeció profundamente. Mientras los tres se recuperaban, jadeantes, del intenso polvo, Adrián ordenó al profesor que permaneciera con el negro por un rato más, y que lo atendiese como toda una puta en celo, para luego ir a cumplir su mandato de citar a Vicente allí, en la oficina, para las dos de la tarde. Ese sería, sin dudas, un día muy importante en su avance de controlar a todos los hombres del colegio. Después, ordenó a Washington irse para cumplir con su trabajo en la clínica. Cuando quedó a solas con el profesor, Adrián aprovechó para reafirmar algunas ideas más en la mente del docente, y luego partió para su rutina diaria en el colegio.
Adrián entró al aula y se sorprendió de lo que vio. En un banco alejado, Pablo cuchicheaba junto a Antonio, riéndose por lo bajo y susurrando cosas entre ambos. Era más que amistad. Había cierta tensión sexual que claramente podía percibirse. En el otro extremo del aula, Rosa estaba acomodada en su banco, con Carla recostada contra su hombro, mientras la activista la tenía abrazada y le acariciaba el cabello, que resultaba llamativamente recogido en una “colita”, cosa que, para la que hasta el día anterior había sido una fatal seductora, era casi un sacrilegio, pero que hoy formaba parte de su look antipatriarcal. Completando un cuadro inexplicable, el rostro de Carla lucía completamente desprovisto de maquillaje, y sus ropas eran amplias y poco llamativas. Desde una distancia prudencial, las otras cinco chicas del curso las miraban extrañadas, comentando por lo bajo que Carla, hasta ayer una de las más putas del curso, parecía ahora una lesbiana asumida. El desubicado Miguel, como siempre, fue el que dio la nota y les gritó: “Rosa, parece que tenés novia nueva. Yo pensé que a Carla le gustaba el chorizo, pero parece que le gusta la almeja”, vociferó intentando ser gracioso. Sólo las risas de su reducido grupito de imbéciles aplaudidores se escucharon en el salón, al tiempo que las mujeres lo miraron con ojos llenos de ira. Rosa se puso de pie y fue hasta donde el agresivo homofóbico y machista se reía de su “ocurrencia”. Dándole una palmada en el hombro, le espetó: “¿qué pasa? ¿Te da envidia? ¿Te quedaste con bronca porque ella me prefiere a mí? ¿Se lastima tu hombría porque una mujer prefiera coger con otra antes que con vos, gusano?” El muchacho se puso pálido e inmediatamente se incorporó, como para devolver con violencia física lo que acababan de decirle. Pablo se puso en el medio, y le puso una mano en el pecho a un enfurecido Miguel. El capitán del equipo iba a darle un sermón, cuando un violento trompazo desde la izquierda impactó el mentón del enfurecido machista. Carla había impactado de lleno y, cuando Miguel iba a devolver el golpe, otra trompada hizo blanco de lleno en su rostro. “¿Qué te pasa, tarado? ¿Te creés que por ser mujer no te puedo bajar todos los dientes, idiota? Te voy a arrancar esa risita estúpida, imbécil. Soy torta y me la banco, ¿cuál es el problema, tarado?”, vociferó Carla, haciendo gala de una fuerza y una personalidad desconocida hasta el día anterior. Rosa la detuvo y la separó, al tiempo que los amigos atendían a un Miguel que sangraba profusamente por su nariz, sin terminar de entender aún qué le había pasado. “E-e-era un chiste, nada más”, intentó balbucear mientras su ropa se teñía de rojo, para horror de las otras chicas y de sus amigos. “¿Chiste? ¿CHISTE, misógino de mierda? Te voy a arrancar los ojos, forro sorete”, le respondió, completamente fuera de sí, Carla, que era detenida por una sonriente Rosa. “Tranquila, amor, el forro este ya entendió. No creo que le queden ganas de jodernos. ¿O sí, tarado?”, increpó finalmente la activista a un confundido y, a esta altura, atemorizado Miguel. Claro, el muchacho no estaba acostumbrado a ser confrontado, y menos por mujeres. Pero ahora las cosas habían cambiado. Las dos mujeres le pusieron los puntos, y si el muchacho había terminado con una nariz casi destrozada, nadie se animaría a decirles algo. De lejos, Adrián se regodeaba con la situación, e imaginaba una escuela donde las personas LGBT pudieran ser quienes quisieran sin temor a ser maltratadas o perseguidas. Rosa besó apasionadamente a Carla, y ambas se sentaron para esperar la llegada del docente, sin prestar atención a los cuchicheos y comentarios del resto de la clase. Adrián se acercó a ellas y les extendió la mano, felicitándolas por lo realizado, lo que aumentó los murmullos en la clase, justo cuando Vicente entraba saludando de mal modo, y se sorprendía de ver a Miguel cubierto en sangre. “¿Qué pasó acá?”, exclamó un sorprendido Vicente. Pablo tomó la voz cantante y respondió que el derrotado machista había tropezado y se había golpeado al caer al piso, cosa que el profesor no creyó, pero entendió que formaba parte de los “códigos” entre compañeros, desconociendo que había sido una chica la que lo había derrotado. Le ordenó ir al consultorio médico del colegio para que le atendieran la hemorragia, y luego inició la clase disculpándose por la demora, ya que explicó que el profesor Carlos de Educación Física lo había entretenido con un insólito, según sus propias palabras, pedido de reunión para una evaluación de algunos alumnos que ambos tenían en sus clases. Adrián no cabía en sí de la alegría. Su plan se estaba desarrollando a la perfección, así que tenía que extremar los cuidados.
“Alessandra, Lorena, préstenme atención. Concéntrense en mis palabras. Saben que pueden confiar ciegamente en mí. Todo lo que yo digo es cierto. Nada de lo que yo diga debe ser puesto en duda. Si yo se los digo, es una verdad absoluta. Y si yo les pido algo, ustedes deben hacerlo, sin dudar. En el próximo recreo van a ir a hablar con Rosa. Lo que hizo Carla fue perfecto y ustedes sienten que tienen que apoyar a Rosa y a sus reclamos y organización. Lo de Carla fue fenomenal y ustedes quieren ser como ellas. Por eso, van a ir a ver a Rosa y van a escuchar todo lo que ella diga. Y todo va a ser cierto. Y todo lo que ella les ordene hacer, ustedes lo van a hacer. No porque ella lo ordene, sino porque ustedes lo desean. Lo necesitan. A partir de ahora, ustedes obedecen todo lo que Rosa diga. Además, les resulta extremadamente atractiva. Como la mayoría de las chicas. Así que, si ella les ofrece tener sexo, van a aceptar. Y van a obedecerla. Y cuando yo les ordene algo, lo van a cumplir sin hesitar ni un segundo”, proyectó Adrián en la mente de las dos chicas. Y como era de esperar, cuando sonó el timbre del recreo, ambas fueron atrás de Rosa y le pidieron hablar con ella en privado. La activista miró a Adrián, a la distancia, y sonriendo entendió de qué se trataba.
Al volver del recreo, Rosa y Carla flanqueaban a Lorena, que se veía sutilmente diferente. Las mejillas ruborizadas, el pelo desarreglado y un andar descuidado, mientras se reía sonoramente y charlaba animadamente con las dos lesbianas. Un paso atrás, Alessandra lucía igual que Lorena, aunque su paso era completamente diferente. En lugar del andar felino que lucía siempre, caminaba cansinamente, casi arrastrando los pies, y su mirada se clavaba en las demás chicas de los otros cursos, con algo en sus ojos que cualquiera que no la conociera juraría que era lascivia. Así entraron al aula, donde Alessandra y Lorena se ubicaron en la fila de bancos inmediatamente detrás de Rosa y Carla, y siguieron charlando animadamente con sus nuevas amigas. Eso generó, obviamente, el comentario del resto, especialmente de las otras tres chicas que no entendían nada de lo que sucedía.
El que llevó la peor parte fue, nuevamente, Miguel, que hizo algún comentario por lo bajo que despertó las risas de sus seguidores, a lo que Alessandra respondió de forma inesperada. Se puso de pie, caminó hasta donde estaba el misógino muchacho y agarrando su cara desde el mentón, con una sola mano, y presionando sus mejillas fuertemente, hasta deformarlas, alzó su otro puño y lo apuntó a su cara, como quien va a asestar un golpe definitivo, mientras le espetó: “¿no te alcanzó con lo de esta mañana? ¿Querés que yo te reviente lo que te queda de cara, idiota?” Miguel la miraba azorado. El resto del curso, a excepción de Pablo, Antonio, Rosa, Carla y Lorena, también. Miguel atinó a responder: “p-p-pero vos… Vos sos la novia de Pablo. A vos no te gustan las mujeres…” Alessandra, soltándole el rostro al asustado muchacho, pasó su brazo por la cintura de Lorena, que se había parado a su lado, y la jaló hacia sí, estampando sus labios contra los de la exputita del curso, que ahora se trenzó en un beso tórrido y lujurioso con su amiga. Los murmullos no se hicieron esperar, y casi todos miraron a Pablo, que seguía muy ensimismado en su conversación con Antonio, ignorando todo lo que sucedía alrededor. Adrián supo que era tiempo de aprovechar la situación.
Tenía que sacar ventaja del desconcierto del homofóbico Miguel, y su particular estado de debilidad mental al haber sido derrotado por mujeres, varias veces en el día, para probar su control sobre él. Apenas llegó la profesora y comenzó la clase, Adrián inició su intento de someter al homofóbico machista. Concentrándose, comenzó su tarea de intentar programar la mente del despreciable muchacho. “Desde hace tiempo sentís que te intriga el sexo con otros hombres”, fue la primera frase que intentó implantar y que, extrañamente, lo hizo sentir una profunda jaqueca. Inmediatamente intentó continuar, subiendo aún más la apuesta: “querés sentir una pija adentro tuy…” Pero no pudo ni terminar. Un lacerante dolor atravesó sus parietales de lado a lado, como si le hubiesen clavado una lanza. Adrián se retorció del dolor, y sus ojos se llenaron de lágrimas ante la imposibilidad de evitarlo. Sentía sus sienes latiendo descontroladamente, la presión en su frente, las venas hinchándose. Tenía que hacer algo pronto o alguna cosa grave podría pasarle. “Rosa, ayudame”, intentó proyectar desesperadamente en la mente de su aliada. La chica reaccionó casi inmediatamente girando su cabeza como si una señal de alerta se hubiese encendido. Al ver el gesto de dolor de Adrián, se paró y fue hasta él, alzando la voz para llamar la atención de la desentendida profesora que, al verlo pararse con extrema dificultad, ayudado por su aliada, gritó: “rápido, llevalo a la enfermería. Ese chico no está bien.”
Rosa salió con Adrián recargándose sobre sus hombros, pero el muchacho le pidió que en lugar de ir a la enfermería lo llevase a los baños más alejados. Necesitaba entender y buscar la forma de aliviar el dolor para recomponerse. Una vez allí, el muchacho se sentó sobre un inodoro cerrado, para tratar de relajarse y encontrar cualquier forma de alivio. Rosa lo miraba con ojos terriblemente asustados, porque notaba la hinchazón de las venas de la cabeza del chico, y percibió el delgado hilo de sangre que asomaba de una de sus fosas nasales. No le dijo nada para no causarle aún más pánico, pero lo que fuese que había hecho Adrián, lo había puesto en ese estado. “¿Qué pasó? ¿Intentaste controlar a alguien? ¿Qué sentís? ¿Te duele?”, disparó Rosa, sin dar tiempo a ninguna respuesta. “Esperá, dame un minuto”, proyectó Adrián, cosa que lo alivió casi inmediatamente. ¿Qué carajo…? Si proyecto en Rosa, se me alivia el dolor… “Rosa, prestame atención. Necesito implantarte una idea que aceptes. Mañana te voy a entregar a las tres chicas restantes, y quiero que las hagas lesbianas, como hiciste con Carla y las otras”, pensó Adrián mientras miraba a los ojos a Rosa, y sentía su jaqueca desaparecer por completo. “Entendí, pero no necesitabas forzarme. Con decírmelo hubiese alcanzado”, respondió Rosa en voz alta. Adrián se quedó mirándola fijo por varios segundos. Finalmente, explicó: “creo que ahora lo entiendo. Si quiero forzar a alguien a hacer algo contra su voluntad absoluta, y esa persona es muy fuerte mentalmente o tiene sus estructuras de defensa muy bien armadas, no solo no lo conseguiré, sino que puede tener consecuencias físicas nefastas para mí. Pero si trato de implantar algo que la otra persona en el fondo desee, o con lo que haya fantaseado alguna vez, entonces no tendré resistencia. Y, además, eso también me alivia del dolor de ser rechazado. Creo que voy entendiendo cómo funciona este poder. Pero, ¿qué sucede si voy guiando a alguien lentamente, hasta que acepte mis órdenes más extremas?”
Rosa lo miró, y sonrió maliciosamente. “Tengo una idea”, dijo la chica alborozada. “Intentá obligarme a tener sexo con algún hombre, y si te rechazo, inmediatamente proyectá algo que me interese hacer”, propuso, intrigada. Adrián la miró sorprendido. “Es una idea excelente. Gracias por dejarme usarte de conejito de indias”, le dijo, sincero. Con el ejercicio, corroboraron el descubrimiento, por lo que Adrián se sintió más seguro de usar el poder, y creyó saber la forma en que podría doblegar al homofóbico Miguel. Su amigo Antonio sería clave en la estratagema, así que debía acabar lo que había comenzado el día anterior en el vestuario.
Volvieron al aula, y Adrián se acomodó en su banco, ante la preocupada mirada del resto de sus compañeros y compañeras, habida cuenta del escaso tiempo que había pasado desde la internación del chico. Pasados unos minutos, el episodio ya había sido casi olvidado y todos se concentraban en las aburridas diatribas de la profesora, que continuaba con su monótona voz hablando de temas que a nadie importaban. “Antonio, prestá mucha atención. Mirá a Pablo. Miralo detenidamente. Deleitate en su rostro perfecto. Su pelo increíble. Su físico seductor. Recordá su pija erecta. Imaginala. Pensá qué habría pasado si el profesor no los interrumpía ayer. A esta altura, ya serías el amante gay de ese macho increíble. Te hubieses entregado con todo placer a chupársela o a que te coja tu hambriento culo. Sí, tu culo hambriento de pija. De esa pija maravillosa. Necesitás tenerla adentro. No podés resistir mucho más. Tu propia pija implora sentir la sensación de acabar por el culo. Querés entregarte a Pablo. Querés sentirlo adentro tuyo. No importa si los demás te llaman puto. Mirá qué felices son las chicas siendo lesbianas. Vos podés ser igual de feliz, siendo bien puto. Querés que Pablo te la deje chupar y después que te coja. Hoy, después de clase, van a escabullirse al vestuario y te vas a entregar a él, para que te haga feliz. No vas a notar que yo estoy ahí. Una vez que te acabe adentro, sabrás que sos completamente puto. Y vas a venir a hablar conmigo para que yo te explique cómo ser más feliz aún.”
Adrián se quedó ansiosamente viendo cómo Antonio miraba a Pablo, con algo más que una enorme admiración. En sus ojos había lujuria… Hambre… Sonriendo, continuó con su plan. “Pablo, miralo a Antonio. Recordá su culo redondo y desnudo. Recordá cómo te hizo poner la pija. Imaginate a ese machito tan sexy arrodillado frente a vos, chupándotela. Completamente sometido a tu pija, adorándola, mamándola, entregándose al placer. Imaginalo completamente sometido a vos, sus piernas abiertas de par en par, implorando que tu magnífico pedazo entre en ese culo perfecto y goloso. Proyectá en tu mente cómo lo harías gozar, cogiéndolo con total lujuria. Imaginate llenándolo con tu leche, haciéndolo completamente tuyo. Transformándolo en el putito que siempre quiso ser, al tiempo que vos también te transformás en un puto ardiente, siempre deseando hombres. Deseando cogerlos. Después de la clase andá con él hasta el vestuario, y terminen lo que empezaron ayer. Ninguno de los dos va a percibir mi presencia allí. Pero lo que quiero, es ver a dos putos completos.”
Adrián se relajó en su banco y se quedó apreciando el panorama. De un lado del aula, cuatro chicas eran ahora sus aliadas, como luchadoras de la causa LGBT que Rosa lideraba. Del otro lado, el más hermoso chico de su curso se torturaba tratando de reprimir su deseo de tener sexo con el fornido y apuesto defensor central del equipo de fútbol, que moría de ganas de ser penetrado por su capitán. El homofóbico Miguel estaba confundido e intimidado por las actitudes de las chicas, que lo habían dejado en evidencia como un cobarde. Ese sería el hueso más duro de roer, dada la violenta reacción que había experimentado en su cerebro cuando quiso someterlo. Pero ahora, creía saber cómo manejar la situación, y viendo el estado de indefensión del homofóbico muchacho, supo que era sólo cuestión de tiempo y de sutileza a la hora de enviar los mensajes. Sin dudas, su plan iba sobre rieles. Apenas faltaban 30 minutos para que terminara el día de clases, y luego, antes de ocuparse del profesor de gimnasia y del misógino Vicente, se infiltraría en los vestuarios para ver a Pablo y Antonio consumar lo que él sabía que era inevitable. Su sonrisa macabra era la prueba cabal de su satisfacción.
Apenas pasaba de la una de la tarde, y en su oscuro rincón del vestuario Adrián, completamente desnudo, esperaba pacientemente mientras se acariciaba su pija erecta. Apenas se abrió la puerta, la cara de Adrián se iluminó. Pablo y Antonio entraron casi a los tumbos, sin ver por dónde iban, mientras se besaban, se acariciaban y se arrancaban las ropas mutuamente. Entre gemidos, Antonio, ya semidesnudo, se arrodilló frente a un deslumbrado Pablo, y en rápido movimiento se metió en la boca la endurecida pija del habilidoso capitán, que cerró los ojos y comenzó a gemir lascivamente. Adrián no pudo resistirse y mientras se pajeaba vehementemente, arremetió con nuevas órdenes e instrucciones. “Nunca experimentaste algo igual en tu vida. Te vuelve loco tener una pija en la boca. Querés tener una siempre. Querés saborear y disfrutar de todas y cada una de las pijas, porque sos completamente puto. Una vez que te de la leche, le vas a rogar a Pablo que te coja tu culo, que está completamente ansioso y desesperado por ser cogido. A partir de ahora, no vas a siquiera mirar a una mujer. Sólo te van a atraer los hombres, todos los hombres, y vas a disfrutar de tener sexo con todos. Cuando sientas leche adentro tuyo, vas a tener un orgasmo. Así de puto sos.” Luego, concentrándose en Pablo, proyectó lo que tenía planeado para el irresistible capitán: “la sensación de coger con hombres es muchísimo más placentera que coger con mujeres. Nunca te sentiste tan bien. A partir de ahora, sólo vas a coger con hombres. Te excitan los culos, las bocas, los cuerpos de hombres. Querés revolcarte con hombres desnudos todo el tiempo. En cuanto acabes dentro de Antonio, sabrás que sos completamente puto y que sólo te atraen los hombres. Por ahora, serás sólo activo. Una vez que terminen con Antonio, se van a ir a la casa de alguno de los dos, y se van a quedar cogiendo hasta las seis de la tarde. A esa hora, van a ir a mi casa, donde les voy a explicar cómo será su vida de putos a partir de ahora. Vos vas a ser el encargado de decirle eso a Antonio y traerlo a casa. Ahora, acabá adentro de ese culo hambriento y asumí tu completa homosexualidad.” Minutos después, Antonio y Pablo salían del vestuario, tomados de la mano, rumbo a la casa del defensor, donde no había nadie y podrían coger hasta la hora de ir a visitar a Adrián, tal como Pablo había sugerido.
Faltaban aún 15 minutos para las dos de la tarde, y Adrián entró intempestivamente en la oficina de Carlos, que se sorprendió al ver a su apuesto alumno, pero inmediatamente le sonrió y lo invitó a sentarse. “Veo que estás listo para recibir a Vicente. Muy bien, escuchame. Vas a hablarle de algunos alumnos de quinto año que te preocupan por su rendimiento académico pero que son fundamentales en tu equipo de fútbol. Vas a detenerte en detalles nimios y vas a aburrirlo con cuestiones técnicas durante el mayor tiempo posible. Yo voy a permanecer en un rincón, sin intervenir, salvo en la mente de Vicente. Cuando veas que él se afloja la corbata, vas a sugerirle que te deje chuparle la pija y, sin darle tiempo a responder, vas a arrodillarte frente a él y hacerlo. Luego vas a entregarle el culo, mostrándole tu tanga, y asumiendo tu personalidad más queer.”
A las 2 en punto, Vicente golpeó la puerta de la oficina, y Carlos le franqueó el paso. En un oscuro rincón, Adrián comenzó una difícil tarea, que sólo mostraría sus frutos a la mañana siguiente. Pero en poco más de media hora, Vicente bombeaba ardientemente el culo de un entregado Charlie, que imploraba ser cogido por el poderoso profesor. Adrián, sonriendo, imaginó lo que seguiría.
A las seis de la tarde, la cama de los padres de Adrián era una increíble orgía donde Pablo, Antonio, Marcos y el dueño de casa cogían salvajemente. Todo iba sobre rieles para el plan del poderoso controlador, que imaginó pronto tener a todos los chicos de la escuela bajo su control. En un momento, se alejó unos metros de la cama, para ver como los otros tres chicos cogían animadamente, y tuvo una idea que consideró genial. Puedo poner un club de hombres, donde mis chicos atiendan clientes que paguen por sus servicios. Sería una especie de prostíbulo masculino. El colegio será un buen lugar donde conseguir “mano de obra”, ahora que voy a contar con la ayuda de docentes y directivos, pensó un cada vez más cebado y descontrolado Adrián.
Tal como lo había previsto, la entrada de Vicente al aula, a la mañana siguiente, causó estupor entre los otros alumnos. El docente, vistiendo sólo un chaleco de cuero y unos jeans bastante ajustados que demarcaban más su prominente bulto, caminó altanero hasta el escritorio, y saludó con inusual informalidad. Luego se sentó, mirando a todos sus alumnos hombres como un depredador acecha a sus presas. La clase comenzó, y Adrián supo que había llegado la hora de la prueba de fuego. Mirando cómo Miguel se mostraba cada vez más incómodo, ante la ostentosa homosexualidad de Pablo y Antonio, las chicas del grupo de Rosa que cada vez hacían menos por ocultar su extrema calentura, y la intrigante exacerbación de la masculinidad de Vicente, Adrián comenzó su tarea. “Miguel, escuchá atentamente mi voz. Mirá a Pablo y Antonio. Miralos disfrutando del otro, seduciéndose, jugando. Se los ve felices. Su felicidad es obvia. ¿Te molesta que sean felices? ¿Es malo que sean felices? No, ¿verdad? La felicidad es un objetivo para todos y todas, ¿verdad? Mirá el grupo de Rosa. Ahora que Lorena y Alessandra son pareja, se las ve felices, ¿verdad? Si ser homosexuales los y las hace felices, no tiene nada de malo, ¿verdad?”
Adrián pudo notar que Miguel miraba hacia un lado y otro, mientras se debatía internamente. Finalmente, vio cómo el otrora homofóbico se relajaba, aceptando su nueva verdad. “Obviamente, la felicidad es buena. Si son felices, está bien. Y está muy bien que vos los y las aceptes. Porque nada tiene de malo ser homosexual. Nada tiene de perverso ni de anormal. Ser homosexual es perfectamente normal, porque hace a la gente feliz. Los y las ves felices. Ser homosexuales los y las hace felices. Te alegra su felicidad. Te hace feliz a vos también. Vos querés ser feliz. Es lo que siempre anhelaste. Nunca te sentiste realmente feliz, y no sabías porqué. Pero ahora ya lo sabés. Era porque no aceptabas la homosexualidad. Ahora que la aceptás, te sentís más feliz. Porque aceptás la homosexualidad. Entendés que la homosexualidad hace felices a los y las demás. Y a partir de ese pensamiento, te planteás si vos también no serías más feliz siendo homosexual.”
Adrián se detuvo. Si había un momento en que la mente de Miguel contraatacaría, causándole dolor, sería precisamente ahora. Esperó unos segundos, pero nada sucedió. En lugar de eso, vio a Miguel con la cabeza gacha, como tratando de procesar las cosas que pasaban en su cabeza. “Al ver a los y las demás, te planteás si siendo homosexual no serías más feliz. Después de todo, ¿es tan malo tener sexo con otros hombres? A vos el sexo te gusta. Te encanta, a decir verdad. Sos una máquina sexual. ¿Qué diferencia puede haber en gozar con una mujer o con un hombre? Ahora, que has desbloqueado esa parte de tu mente, recordás cuando de niño te pajeabas pensando en los culos de tus compañeritos. O cuando aquella vez imaginaste chupársela a tu amigo Antonio. ¿Lo recordás? Visualizalo. Imaginalo. Sentí cómo tu boca envuelve ese tieso pedazo de carne. Sentí cómo tu lengua saborea esa magnífica pieza de placer. Ahora es tu responsabilidad hacerlo gozar. Vamos, imaginá cómo le chupás la pija hasta hacerlo acabar.”
Adrián temió lo peor. Tal vez, estaba forzando demasiado los límites. Pero hasta ahora, no había sentido la más mínima resistencia. ¿Sería que Miguel había claudicado y aceptaba como cierto todo lo que le decía, o simplemente no hacía caso de nada? “Miguel, sabés que tengo razón. Sabés que mi voz tiene razón. Sabés que mi voz es la que tiene la verdad. Todo lo que yo te diga es cierto, y no necesitás ninguna corroboración. Todo lo que me escuches decir es verdad. Y todo lo que yo te ordeno es una obligación para vos. A partir de ahora vas a tener temor irracional hacia las chicas. Todas las mujeres te van a resultar intimidantes. Y Rosa y su grupo, más aún. No podés evitarlo. Tenés que bajar la vista cuando te miran. Tenés que ser sumiso con ellas. Con cualquier mujer. Ser sumiso te hace sentir bien. Vas a ser sumiso con todas ellas. Y jamás vas a volver a incomodarlas con comentarios y mucho menos con acciones. Y así como sos sumiso con las mujeres, vas a ser infinitamente más sumiso con los hombres. Y más aún si son gays. Porque sabés que los gays pueden someterte y humillarte. Y ser sumiso con ellos te hace sentir bien. Te hace sentir excitado. Te excita someterte a otros hombres, y más si son gays. A partir de ahora vas a ser completamente sumiso con mujeres y hombres, pero mucho más si son hombres gays. Y te vas a sentir completamente excitado cuando los hombres gays te sometan. Vas a sentir la obligación de obedecerlos. De hacer todo lo que te ordenen. No tenés voluntad frente a ellos. Sea lo que sea que te ordenen hacer. Aún si se trata de sexo. Porque te excita. Te excita que te sometan y te obliguen a tener sexo con ellos. Y te excita aún más saber que sos completamente sumiso a ellos, y que estás a su merced. Vas a hacer todo lo que te ordenen, aun cuando eso signifique ser absolutamente pasivo en la cama con ellos. Y a medida que te sometas a uno y otro, más sumiso te vas a volver. Y cuanto más sumiso seas, más pasivo te vas a volver. Hasta que no haya en tu vida otra cosa que sumisión a las pijas de los hombres gays que quieran cogerte. A partir de ahora, esa va a ser tu vida. Sumiso y sometido a todos los hombres gays. Pero, por sobre todas las cosas, vas a ser mi esclavo personal. TODO lo que yo te ordene, vas a desear cumplirlo. No a hacerlo por obligación, sino porque realmente sentís el deseo de hacerlo. Ahora, para demostrarme que entendiste tu nueva realidad, vas a ir al baño, te vas a encerrar en un cubículo, y vas a pajearte desde ahora hasta el fin de las clases, siempre imaginando que alguno de tus compañeros de curso te somete y te coge. Y cada vez que acabes, vas a gemir bien afeminadamente y decir en voz alta el nombre del chico por el que te pajeaste. Levantate y andá al baño”, fueron las últimas y claras instrucciones de Adrián para el exhomofóbico y exmachista muchacho, que se quedó por algunos instantes perdido mientras veía cómo Alessandra y Lorena se besaban cada vez más ardientemente. Cuando finalmente recuperó los sentidos, se puso de pie y partió rumbo al baño, ignorando a todos los que lo miraban, extrañados.
Las tres chicas restantes del curso estaban ahora tratando de separar a Alessandra y Lorena, que ya se estaban acariciando por debajo de las ropas. Rosa y Carla se besaban apasionadamente también en sus bancos, y del otro lado, Antonio frotaba la pija de Pablo por sobre el pantalón, mientras ambos se miraban a los ojos, sonrientes. Las cosas se podían salir de control si no se apuraba, así que Adrián no titubeó ni un segundo y comenzó a impartir órdenes para el resto de las compañeras y compañeros, que pronto dejaron de prestar atención a las parejitas que se habían formado. En un último comando a Rosa, le avisó que las tres chicas restantes la buscarían en el próximo recreo, y que para cuando volvieran quería ver a tres lesbianas feministas extremas, bien compenetradas con la lucha LGBT y bien agresivas. Rosa sólo atinó a mirarlo, sonriente, y le guiñó un ojo, en clara señal de entendimiento. De los muchachos restantes, Adrián se concentró en José y Lorenzo, y los mandó al baño, a interrumpir las pajas de Miguel y obligarlo a chuparles la pija a ambos.
Seis meses habían pasado desde su accidente en la piscina en aquella fiesta frustrante. Ahora, cómodamente instalado en la oficina de su burdel de hombres, Adrián observaba los monitores con las imágenes de las cámaras de seguridad, que mostraban el salón donde Marcos bailaba sensualmente en el caño, donde Miguel le chupaba la pija a un cliente en uno de los reservados, o donde Antonio era cogido por un entrecano cuarentón, en una de las habitaciones privadas. A su lado, Marcelo jugueteaba con su pelo, y más allá Washington cuidaba la puerta, para que nadie accediese sin permiso. En el cómodo sillón Chesterfield que adornaba su lugar de trabajo, Vicente, vistiendo sólo un arnés de cuero y unos chaps que dejaban al descubierto su inmensa pija, obligaba a Charlie, el extremadamente afeminado exprofesor de gimnasia a chuparle el grueso monstruo de carne por enésima vez. Todo transcurría con la naturalidad propia de la nueva normalidad de la realidad que Adrián había creado, hasta que unos golpes en la puerta acallaron los gemidos que eran lo único que cortaba la tenue música del ambiente. Con un gesto, Adrián ordenó a Washington ver de qué se trataba. El enorme y musculoso moreno salió de la oficina, evitando que quienquiera que golpease la puerta pudiese ver algo de lo que sucedía dentro. Pero no pasaron ni diez segundos y Washington volvió a abrir la puerta, y entró a la oficina ante la atónita mirada de Adrián y los demás. Detrás de él, un pequeño hombre, cubierto por un sobretodo gris y un sombrero que ocultaban su rostro, entró con paso firme y sin mediar palabra, fue hasta el escritorio. Una vez allí, se quitó el sombrero y miró fijamente al muchacho causante de todo ese bacanal, y Adrián pudo ver un extraño brillo en los ojos del sujeto, lo que le disparó una alarma en su cabeza. Inmediatamente, intentó usar su ya dominada técnica en el desconocido, y disparó “desistí de todo lo que tenías pensado. Entregate a mí y sucumbí a tu des…”
No pudo terminar. Una inconmensurable puntada atravesó su cabeza de sien a sien. Cayó doblado de dolor sobre el escritorio, al tiempo que un torrente de sangre brotaba de sus fosas nasales. Rápidamente, su visión se volvió borrosa, perdió el color, como si viese su propia oficina en blanco y negro, y finalmente, se apagó.
Un molesto y persistente “bip” lo fue sacando de su aletargado sueño. Intentó abrir los párpados, pero la intensidad extrema de la fría luz blanco-azulada le lastimaba los ojos. Finalmente, luego de mucho intentar, pudo abrirlos. ¿Dónde estoy?, la frase retumbó dentro de su cabeza, aunque sus labios no se movieron. Pudo ver que el molesto bip provenía de un monitor cardíaco instalado al lado de su cama. Aunque, claramente, esa no era su cama. Un fuerte dolor le invadía toda la cabeza y, aunque puso todo su esfuerzo, su mano demoró siglos en llegar a tocarla. Recién ahí se percató de la enorme venda que le envolvía toda la circunferencia desde su frente y subiendo hacia su cabellera, formaba una especie de casco de tela. ¿Qué hacía ahí? ¿Cómo había llegado?, pero más importante: ¿por qué estaba ahí? ¿Quién lo trajo? ¿Cómo? Intentó incorporarse, pero era claro que no tenía fuerzas. Apenas podía mover sus brazos, así que mover todo el torso estaba fuera de discusión. Intentó balbucear un pedido de ayuda, pero le fue imposible pronunciar palabra. Su boca estaba completamente seca, e intentar decir algo seguramente lo lastimaría…
Déjà vu, fue lo primero que vino a su mente. Esta situación era familiar. Lo recordaba. Pero el dolor en su cabeza era muy intenso. Sus sienes latían. Sería mejor relajarse. Dejó de pensar en lo que esto le recordaba y el dolor cesó casi inmediatamente. De pronto, la puerta de la habitación se abrió.
“¡Washington! ¿Qué pasó?”, atinó a balbucear Adrián. El moreno enfermero lo miró, intrigado. “¿Cómo sabés mi nombre?”, dijo, azorado. El chico lo miró sin comprender. El enorme moreno se miró la plaquita identificatoria y sonrió. Volvió a mirar al chico, y dijo “seguramente me viste en algún momento de semi-consciencia, y por eso sabés mi nombre. Soy tu enfermero. Pero no te estreses. Voy a buscar al médico. Llevás seis meses en coma”, e inmediatamente dejó la habitación. Adrián se congeló. ¿Seis meses? ¿Washington no me reconoce? ¿Qué está pasando? ¿Dónde están mis chicos? ¿Qué pasó con mi burdel? Encima este dolor… La puerta volvió a abrirse y Washington entró, seguido de un diminuto hombre con guardapolvo blanco. Adrián creyó ver en él algo familiar, pero no pudo llegar a identificarlo. El hombre le habló: “hola. Me alegra ver que has despertado. Ya temíamos que no ibas a hacerlo. Hace seis meses tuviste un accidente, donde golpeaste tu cabeza muy fuerte. Desde entonces, has estado en esa cama. Posiblemente sientas que tus brazos y piernas no te responden. Tranquilo, llevará algún tiempo de kinesiología para que recuperes la tonicidad muscular, pero todo está bien. Ahora te voy a dejar descansar, y mañana te haremos una serie de estudios para ver tu evolución. Pero estoy confiado en que pronto saldrás de aquí.”
Adrián vio al médico y a Washington salir de la habitación, y en cuanto la puerta se cerró quiso gritar con todas sus fuerzas, aunque de sus labios sólo brotó un hilo de voz, con un desgarrador “nooooo”, que no llegó siquiera a traspasar las paredes de la habitación. En el corredor, el hombrecito se quitaba el guardapolvo y se dirigía a Washington: “muy bien, creo que lo ha creído. Seguí administrándole las drogas en su intravenosa y tené mucho cuidado con lo que decís. Si te portás bien y no cometés errores, te dejaré chuparme la pija, negro hermoso. Washington sonrió, pero con una expresión vacía, sin vida. Sus ojos miraban al infinito, como sin ver. El diminuto hombre se alejó unos metros por el pasillo, hasta un punto donde podía verse que las paredes del hospital no eran más que un decorado montado como si fuese un set de cine. Unos metros más allá, aún dentro del enorme y abandonado galpón fabril, el hombrecito se subió a su auto, y partió, dejando a Washington y su estúpida sonrisa hueca, sosteniendo un blanco guardapolvo vacío, mirando al infinito, mientras dentro de la falsa habitación, Adrián lloraba desconsoladamente.