Adoro el cuerpo de Magda
Cualquier ocasión para disfrutar del cuerpo de Magda es como una viaje al cielo.
Adoro el cuerpo de Magda. No importa cuánto tiempo pase, conozco cada parte de él, cada curva, cada prominencia. Sus piernas me fascinan. Son largas, pálidas, duras y delicadamente suaves. Puedo pasar horas acariciándolas, paseando las yemas de mis dedos sobre ellas, apenas rozándolas. Desde sus tobillos, subo poco a poco, rodeando sus gemelos duros y suaves al mismo tiempo, ensimismado en su palidez casi estatuesca. No hay prisa por avanzar. Despacio, llego a la corva de su rodilla, donde la piel es fina y sensible. Después vuelvo a bajar por la cresta de su tibia hasta alcanzar su empeine, donde mis dedos se dispersan para acariciar los de sus pies, rodeándolos y después acariciando sus plantas y recomenzar el recorrido por sus gemelos. Esta vez, al llegar a sus rodillas, comienzo a subir, muy despacio. Los escasos vellos rubios de sus muslos acarician mis dedos. Siento cómo irradia una tibia calidez que se difunde desde las puntas de mis dedos a todo mi cuerpo. Su piel es tersa y pálida. A mitad de camino, mis dedos los rodean y pasan a acariciar la parte de detrás de sus muslos. Casi a cámara lenta los recorro, mirándolos embelesado, como dos columnas de mármol infinitas, de una redondez perfecta que me hace contener la respiración. No la miro a la cara, pero sé que ella me observa, halagada y sonriente, disfrutando de mi adoración hacia ella. Me aseguro de que no dejo un recoveco por acariciar, una peca sin rozar. Deseo besar esa piel, pero reprimo mi deseo para hacer los preámbulos deliciosamente largos, como si no existiera el tiempo. Pasear mis dedos sobre sus piernas es una adicción que me atrapa y anula cualquier otro pensamiento. Las recorro como si fuera un tuareg que deambula por un desierto conocido y la vez siempre fascinante. Alcanzan mis dedos sus caderas. Magda es delgada y siento sus huesos bajo la fina piel.
Después sigo subiendo. Su vientre es liso y tierno y una fina hilera de suaves vellos descienden por su centro, desde un poco más al sur de su ombligo hasta su sexo rubio. Mis yemas rozan su vientre, acechan su ombligo y se baten en retirada acariciando sus costados. Después reptan sobre sus costillas y se reencuentran sobre su esternón casi albino para bajar de nuevo hasta su vientre y disfrutar de nuevo de su tierna tibieza. Las caricias se desfiguran siguiendo rutas desordenadas y después mis dedos avanzan en formación, alineados, subiendo hasta la frontera con sus pechos. Son medianos y bien formados. Mis dedos siguen su camino sobre ellos, evitando sus pezones rosados y semi-erectos para llegar a la llanura bajo su cuello. Como siempre, la piel suave es tibia y delicada y unas pecas sutiles la cubren como pétalos de flores recién caídas. Es algo más oscura que la del resto de su cuerpo, gracias a los escotes que a Magda le gusta lucir, siempre tentadores aunque nunca excesivos, simplemente deliciosos e insinuantes. Después mis dedos retroceden y acarician las curvas exteriores de sus pechos, los rodean por debajo y se entretienen por fin en sus pezones, sintiendo cada relieve. Ella sigue recostada sobre el suelo, con sus codos apoyados y su melena medio rizada a mechas rubias cayendo apenas sobre sus hombros. Mis dedos se empinan, arañando suavemente su piel con mis uñas que recorren sus hombros y bajan por detrás de sus brazos, delgados, frágiles y suaves. Retornan por su camino subiendo ahora a su cuello y Magda echa su cabeza atrás. Las yemas de mis dedos corazón comienzan un paseo por las armoniosas formas de su rostro. Bordean sus labios y suben por sus mejillas. Acarician sus párpados y peinan con delicadeza sus cejas rubias. Recorren las líneas de su frente, que he visto aparecer cada año. Bajan de nuevo y se posan sobre sus labios, rosados y carnosos. Siento su aliento cálido en mis dedos, su respiración pausada y su boca dibuja una sonrisa relajada y conocida.
Magda empieza a moverse lentamente y se vira, quedando boca abajo sobre el suelo, manteniendo sus codos todavía apoyados. La posición realza su cintura que aparece como un valle mágico entre las montañas morenas de sus hombros y las de sus nalgas blancas. Deja caer su cabeza, indicándome sin palabras mi lugar de comienzo. Mis dedos acarician los vellos de su nuca, su cuello esbelto, sus hombros finos. Bajan por su espalda como gotas de rocío escurriéndose sobre una hoja tierna al amanecer. Siguen la hilera de su columna descendiendo, una vez más, sin prisa. Presionan un poco más cuando llegan al final de su espalda, justo antes des su trasero, masajeando sus caderas, y Magda alza su cabeza dejando que su corta melena caiga sobre su espalda. Después vuelven a formar y recorren las nalgas de mi diosa, redondas, pálidas, duras, prominentes. Acarician su relieve, sus lados y la deliciosa curva que forman con el comienzo de sus muslos, para comenzar de nuevo, una y otra vez. Escucho respirar un poco más profundo a Magda, que hace ondear su trasero muy despacio, animándome a que siga. Así que me dedico un poco más a su trasero y después continúo mi peregrinaje descendiendo mis dedos por sus muslos tersos y brillantes. Alterno las caricias entre su parte superior, sus laterales y su cara interna, tierna y caliente, acercándome peligrosamente a su sexo que desprende fuego como si fuera un volcán al que no puedo llegar todavía. Resisto la atracción y bajo a sus pantorrillas, algo morenas y muy duras, suaves, acariciándolas con paciencia y después mis dedos recorren toda la longitud de sus piernas esculturales.
Cuando subo por sus muslos Magda deja caer su cuerpo sobre el suelo, abre las piernas ligeramente y levanta su trasero. Su sexo reclama así mi mirada y mis caricias. Veo sus labios carnosos entre sus muslos, cubiertos por un escaso vello rubio. Una de mis manos para entre sus dos columnas y acaricio su bajo vientre y después su pubis. El dedo corazón de mi otra mano pasea entre sus nalgas, acariciando despacio, arriba y abajo. Magda respira cada vez más profundo, como anticipándose al placer y mostrándome su deseo. Me recuesto a su lado y paso un brazo por su cintura, bajo su cuerpo y mi mano alcanza su sexo. La otra mano masajea sus nalgas y baja entre ellas. Los dedos corazón de mis manos se encuentran así y entre los dos abren su sexo, separan los labios calientes y para mi agrado y placer, encuentro a Magda terriblemente mojada. Ella deja escapar su aliento en una exhalación larga. Mis dedos se cubren enseguida con sus fluidos, densos y resbaladizos. El dedo de mi mano que pasa bajo su cuerpo encuentra su clítoris hinchado y palpitante y lo acaricia apenas rozándolo mientras mi otro dedo se dedica a acariciar los labios, separarlos y beber del néctar de su cueva. Magda emite un pequeño y agudo jadeo cada vez que mi dedo roza la punta de su clítoris.
El otro dedo hunde su cabeza en su sexo y rebusca como una lombriz en su madriguera. La yema de mi dedo siente su concha acolchada, mojada, resbaladiza y caliente y Magda entreabre su boca, esperando el momento en que entre más en su interior. De nuevo, como hace unos minutos, hace mover su trasero en círculos, moviendo así también su sexo, animando a mi dedo a que se adentre en las profundidades de su coñito jugoso. Por fin le hago caso y hundo mi dedo, penetrándola muy poco a poco, sintiendo cada relieve dentro de su cuca mojada y tremendamente acolchada. Resbala poco a poco mientras mi otro dedo no deja de estimular su botoncito, rozándolo y mojándolo con sus propios fluidos. Sé que Magda ahora se dejará llevar. Sé que es su forma favorita de que la masturbe. Una mano bajo su cuerpo dedicándose a su clítoris y otra por detrás, penetrando su coño chorreante. Tiene sus ojos cerrados, entregada totalmente al placer. Su boca entreabierta, inhalando el aire fresco de la tarde y exhalando su aliento febril como su carne. Desnuda, sobre el suelo, meneando sin pudor su culo, su sexo, sintiendo cada roce, cada caricia, cada escalofrío, cada penetración, cada vez un poco más excitada, más mojada, más acelerada, sus músculos más tensos, su sexo enviando mil sensaciones a todo su cuerpo, sus muslos empezando a temblar, su corazón desbordándose en latidos por su boca, su vagina convulsionando en pequeños espasmos, después más fuertes, sus muslos temblando ahora irremediablemente, y todo tu ser y su alma cayendo en un abismo de placer, sintiendo cómo se derrama, como se corre deliciosamente, como una sensación tan fuerte, que le da casi miedo y piensa detener, pero al mismo tiempo desea que no termine nunca. Magda abre su boca como queriendo exhalar todo el placer del mundo. Pasan unos segundos sin salir nada de ella, y después jadea de forma grave y larga mientras todo su cuerpo se convulsiona, salta, se retuerce. Sus manos se posan sobre las mías y no sé si quiere que pare o que continúe. Primero quedan quietas, después menea las mías con las suyas, después queda quieta de nuevo mientras su cuerpo no para de explotar en una corrida espectacular
Poco a poco Magda se va calmando. Queda como muerta unos segundos y de repente, da un brinco llevada por un escalofrío que recorre su cuerpo desde su coño hasta su nuca, pasando por toda su espina dorsal. Los espasmos aparecen cada vez más distanciados, hasta que por fin Magda respira con normalidad, aún cerrados sus ojos. Después, sabiendo que la observo, sonríe y abre sus ojos poco a poco, como acaba de despertar después de un sueño eterno. Se acerca a mi boca y me besa. Sabe a hembra caliente, a mujer que se acaba de correr sin inhibiciones. Y entonces me regala sus palabras, que llenan mi mente de halagos y deseo.
Magda adora mi cuerpo Pero esa es otra historia.