Adorando las sandalias de mi mujer

Una tarde normal en la que adoro a mi mujer como la Diosa que es

Esa tarde llegué a casa bastante excitado. Mi mujer todavía no había vuelto de trabajar pero sabía que solo tardaría unos minutos, así que me puse a ver la tele mientras tomaba un vaso de agua. Minutos después oí la llave en la cerradura y los tacones de mi mujer que entraba.

  • ¡Hola cariño!

Dijo al llegar al salón, y yo inmediatamente me levanté del sofá y dejé que se sentara. Ese día había llevado al trabajo un vestidito negro por encima de las rodillas y unas sandalias de tacón negras. Me puse de rodillas y esperé hasta que se acomodó y me dijo pícara y sonriente:

  • Vamos, que sé que lo estás deseando. Besa mis sandalias.

Me lancé como un perro a besar sus preciosas uñas pintadas de color rosa y lamer todo el empeine que quedaba al descubierto. Las sandalias tenían una tira con una hebilla de adorno sujetando los dedos y otra tira alrededor del tobillo, a pesar de que no tenían un tacón muy alto (unos 8 cm) era un par que me encantaba. Mientras besaba las tiras ella se mostraba juguetona y se divertía conmigo.

  • Uf, que calor que hace hoy. Tienen que estar un poco sudadas, ¿no cariño?

En efecto las sandalias estaban algo sudadas después de que las hubiera llevado todo el día. Mientras estaba disfrutando la planta debajo de los dedos me interrumpió de nuevo:

  • Tráeme un vaso de agua fresquita, tengo sed.

Obediente me levanté y se lo llevé. Poco después de retomar mi tarea no me dió tiempo a terminar.

  • Quítamelas y hazme un masaje, hoy estoy cansada.

Desabroché la sandalia derecha y suavemente saqué su pie para apoyarlo en mi rodilla y masajearlo. Estuve varios minutos, y mientras empezaba a desabrochar la otra sandalia ella había llamado a una amiga para quedar a tomar algo.

  • Hola Carmen, ¿qué tal estás guapa?

Aunque mantenemos nuestros juegos en secreto, le gusta hablar por teléfono mientras me tiene a sus pies, se siente muy poderosa y eso me gusta mientras no pase de ahí. Decidieron quedar en una cafetería del centro y cuando terminaron de hablar mi mujer me espetó:

  • Tráeme las sandalias doradas nuevas, rápido.

Fui rápidamente a la habitación y cogí el par de sandalias que había comprado la semana anterior, eran unas sandalias planas de color dorado, con una tira alrededor del tobillo y otra que recorría el empeine, adornada con imitaciones de piedras preciosas. Como las había comprado hace poco aún no me había dejado tocarlas, y creo que ni las había estrenado.

-Pónmelas - dijo señalando sus pies.

Cogí suavemente el pie por la planta, lo deslicé dentro de la sandalia y la até. Luego hice lo mismo con la otra. Ella se levantó y me dijo:

  • Bueno cariño, me voy que he quedado con Carmen.

Yo no podía aguantar las ganas de besarlas, así que supliqué para que no se fuese aún.

  • No, por favor, por favor, déjame adorarlas un poquito.

Su rostro se tornó muy serio y dijo severamente:

  • No. Ya has tenido suficiente por hoy. Además, tienes tarea que hacer.

  • No cariño, ya he hecho todo antes al mediodía.

  • ¿Sí? No me lo creo. ¿Has fregado los baños, y también has limpiado la cocina?

Después de hacer un breve repaso y comprobar con incredulidad que todo estaba impoluto, caminó hacia mí y dijo sonriente:

  • Muy bien cariño, hoy sí que te lo mereces. Puedes besarlas.

Loco de contento me incliné ante sus pies y comencé a besar aquellas sandalias que olían a nuevo, con esos preciosos adornos por encima de la piel de mi Diosa, que se había quedado de pie revisando su móvil. Apenas tardó medio minuto en dar un paso atrás:

  • Vamos, que voy a llegar tarde. Esta noche para cenar quiero una ensalada César y helado de chocolate.

Me dio un besito y se fue.