Adoradora de pies desconocidos
De cómo me enamoré de unos pies desconocidos
Cuando leo relatos de fetichismo de pies, siempre, casi de manera indefectible, se trata de lo mismo: hombres o mujeres adorando pies de bellos/bellas hombres y mujeres, unos pies preciosos que cualquiera moriría por adorar. Mi caso no es ese o, para ser más exacto, no fue ese: me convertí en adoradora de pies anónimos a los que sólo en alguna ocasión pude poner cara, pero siempre después de adorarlos. Esta es mi historia.
Soy una joven de 25 años que vivo en Madrid, sola, en un apartamento de mis padres. Soy rubia, de media estatura y normal en casi todo, aunque mis amigos dicen que soy muy atractiva. En todo caso, no seré yo quien lo diga y además no tiene importancia para lo que voy a contar.
Pertenezco a una familia adinerada. Mi padre tiene varias empresas, en múltiples sectores, y yo, como mis hermanos, estaba predestinada a trabajar en el grupo. Lo que aquí contaré ocurrió hace un año.
Había terminado mi carrera de Empresariales y estaba terminando un Máster. No tenía novio; lo había tenido pero acababa de dejarlo. Era un auténtico calzonazos, completamente dominado por su madre, y llegó el momento en que decidí cortar con él.
Mi vida sexual con él había sido completamente insatisfactoria, y tras cortar con él me quedé aún peor, siquiera sin el pobre desahogo que de vez en cuando tenía con él. Me ocurrió entonces algo que desencadenó en mí un cambio radical en mi vida. Tenía mucho tiempo y, como he dicho, una gran insatisfacción sexual y, casi sin quererlo, comencé a brujulear por internet, en páginas de sexo, algo que nunca había hecho. Para mi novio era tabú y yo tampoco lo había hecho nunca; con mi novio nunca había pasado de hacer el amor de la forma más clásica posible; vamos, que ni siquiera sabía lo que era una felación. Era, en fin, una auténtica reprimida y esa misma represión fue la que me llevó a buscar nuevos caminos por internet, y a medida que fui viendo cosas, me fui dando cuenta de que lo que quería era ser "mala". Vi de todo, pero hubo una cosa que me llamó profundamente la atención, algo que ni sabía que existía y que se me hacía muy difícil entender: el fetichismo de los pies.
Hasta entonces, nunca se me habría ocurrido pensar que alguien habría podido excitarse con unos pies, pero eran cientos y cientos las páginas con fotografías, videos, relatos y foros sobre esa práctica. No dejé de ver otras cosas, pero poco a poco iba concentrando mi interés en esa nueva puerta que se abría y que para mí era un auténtico arcano. Y, quieras que no, a fuerza de leer y ver tanto sobre el asunto, acabé convenciéndome de que yo quería probar eso, pero no quería que alguien adorara mis pies; quería saber lo que se siente siendo el adorador, lo que, claro está, conlleva una notable carga de sumisión. Y además no quería hombres, quería mujeres. ¿por qué?, no lo sé, pero me parecía mucho más sensual, aun sin ser yo lesbiana.
Pero claro, se me planteó el primer problema, ¿cómo empezar? Naturalmente no podía hacerlo con ninguna de mis amigas, ni me parecía oportuno contratar a alguna prostituta para hacerlo, pero de alguna forma había que empezar a ser "mala".
Lo primero que se me ocurrió fue probar con los míos. Una noche, al acostarme, cogí mis calcetines y me los llevé a la nariz, pero no me produjo ninguna sensación, o más bien, sí me la produjo, pero fue de rechazo. En ese momento pensé que quizás me había equivocado no sé, pero ahí quedó la cosa.
La siguiente ocasión que se me presentó una ocasión para probar fue en el gimnasio. Estaba allí con dos de mis amigas y me volví antes a cambiarme. Estaba sola en el vestuario y al agacharme a coger mi calzado, vi el de mis dos amigas: sus zapatos con las medias dentro. No lo había pensado hasta entonces pero me dije, ¿y por qué no?. Cogí las medias de una de ellas y me las llevé a la nariz: el olor no difería mucho del de mis calcetines, unos días antes, pero no sentí lo mismo; algo se despertó en mí, un picor interno me recorrió y supe que había dado un primer paso. Luego hice lo mismo con las medias de la otra y ocurrió lo mismo. Pero no pude estar mucho tiempo porque entró gente y hube de dejarlo.
Me marché a casa y esa noche, por primera vez, me masturbé pensando en unos pies concretos que habían sido objeto de adoración. Y me gustó, sí, pero no era como había pensado. Me había gustado la sensación de oler esas medias pero lo que ya no me gustó tanto fue ponerle cara a los pies en que habían estado enfundadas. Y al día siguiente, cuando me encontré con mis amigas, además de un irrefrenable rubor, todo el encanto desapareció, sumiéndome, nuevamente, en la frustración.
Mi búsqueda en internet continuaba, pero a medida que crecía en mí el deseo, veía menos claro cómo canalizarlo, hasta que algunos días más tarde, algo ocurrió que me marcó el camino.
Estaba en el gimnasio, otra vez sola. Tenía a mi alcance los zapatos de mis amigas, pero no me atraía nada y por unos segundos me quedé absorta, mirando al suelo, pensando cómo podía dar rienda suelta a esa obsesión en que se habían convertido para mí los pies. De pronto, mis ojos se fijaron en unos zapatos que había bajo el banco de enfrente. Eran unos zapatos de tacón, con la puntera abierta y las medias metidas en ellos. No sabía de quién eran, ya que no había visto a la chica que se había cambiado allí.
Durante unos segundos, me quedé mirándolos, imaginando de quién podían ser; haciendo repaso de las chicas que había visto en el gimnasio (pero eran muchas); incluso miré su ropa por si podía encontrar alguna pista que me indicara cómo podía ser, su estilo, su edad, etc. Y en ese momento me agaché, cogí sus medias y aspiré su olor profundamente, y puedo deciros que fue como si una lengua de fuego me atravesara desde mi nariz hasta la punta de mis pies. Sumamente excitada como estaba, cogí uno de sus zapatos, lo olí también y, llevada por la excitación del momento, pasé mi lengua, primero por el exterior del zapato, y luego por su interior, justo donde se adivinaban unas manchas de sudor de su dueña. Pues bien, el contacto de mi lengua con la parte del zapato donde había pisado su pie me llevó a una situación de casi clímax, que sólo se interrumpió por la llegada de gente.
Actué rápido: cogí las medias, las guardé en mi bolsa y salí corriendo, cruzándome en el pasillo con tres chicas que volvían al vestuario. Las miré y mi primer pensamiento fue: será de alguna de ellas. Estuve tentada de darme la vuelta, pero no quise hacerlo, considerando que había robado, literalmente, unas medias.
Mi cerebro bullía mientras caminaba hacia mi casa, pero iba feliz porque sabía que había pulsado la tecla correcta: lo que realmente me excitaba era adorar (aunque fuera a través de sus zapatos, medias, calcetines ) los pies de mujeres desconocidas. Eso me permitía un ejercicio añadido de fantasía: no sólo era adorar los pies, sino imaginarme de quién serían esos pies, lo que ponía un claro plus de morbo. Esa noche me metí nada más llegar a la cama, con mi preciado trofeo, me desnudé, cogí las medias, inhalé, imaginé a su propietaria, y ¡Dios mío! Nunca hasta entonces me había corrido así.
A la mañana siguiente me levanté viéndolo todo más claro. Ya sabía cómo actuar pero ¿y cómo lo haría? No podía estar siempre robando medias o lamiendo zapatos en un gimnasio y no se me ocurría cómo hacerlo. Pensé y pensé y, nuevamente, hallé la solución. Mi padre, como he dicho antes, es dueño de múltiples negocios, y uno de ellos es de reparación de calzado. La costumbre de mi padre era que todos los hermanos trabajasen primero en un negocio para luego hacerse cargo de él. Esa era la clave.
Hablé con mi padre y le dije que quería hacerme cargo en el futuro de la cadena de reparación de calzado, y que quería empezar a trabajar ya en una de las tiendas. Lo discutimos y al final mi padre accedió, y sólo tres días después estaba yo trabajando en la tienda que tenía a tres calles de mi casa y de mis padres, tienda que precisamente necesitaba una persona porque la chica anterior se había marchado.
Yo no sabía nada de calzado, y menos de reparación, pero me apliqué a la perfección, por la cuenta que me traía, y al cabo de dos meses ya me dejaron sola en la tienda en el turno de tarde.
El primer día que me quedé sola, me puse en medio del local y miré a los lados: zapatos y más zapatos, todos ellos usados, para reparación. Era, para mí, el paraíso. Me acerqué a una estantería y cogí unos zapatos de salón, que automáticamente llevé a mi nariz, imaginando de quién podrían ser. ¿Sería una mujer mayor, joven, guapa, fea? Todos esos pensamientos surcaban mi mente, pero no me afectaban, sólo me interesaba el olor de esos zapatos y su sabor al contacto con mi lengua. Y después de ese par vino otro, y luego otro, hasta quedar casi borracha de olor.
Naturalmente, me gustaban los pies, pero ello no quiere decir que cualquier zapato me valiese. Si veía un zapato de una niña, o algún modelo que por fuerza tendría que ser muy mayor, o alguno que estuviera excesivamente deformado, lo rechazaba, tampoco soy idiota. Pero en el resto, mis fantasías iban más allá de la realidad.
Desde luego, hubo algún caso en que pude conocer a la dueña de los zapatos, y de esos casos hubo algunos satisfactorio y otros no tanto. La primera vez que ocurrió fue una tarde en que entró una mujer de unos 45 años, elegante y atractiva. Me entregó el ticket, fui a la estantería y comprobé que los suyos eran unos zapatos de fiesta con los que sólo unos minutos antes, previamente a abrir la tienda por la tarde, en mi turno, me había masturbado. De hecho, al cogerlos toqué su interior y noté la humedad de mi saliva. La sensación fue indescriptible, el morbo inigualable y mis ganas de caer rendida a los pies de esa mujer, casi incontrolables. Descubrí entonces que no me importaba conocer a la dueña de los zapatos, siempre que antes hubiera fantaseado con ellos (lo contrario que ocurrió con mis amigas).
Y así ocurrió algunas otras veces, pero, como digo, no siempre de manera satisfactoria. En otra ocasión, había estado fantaseando con unos zapatos preciosos, rojos, de tacón, con pedrería a los lados, pensando que su dueña debería ser bonita y elegante como ellos, pero cuando aquella tarde entró una mujer absolutamente desgarbada, fea y maleducada como pocas, se me cayó el alma a los pies, y cuando miré abajo y vi sus pies, enfundados en unas sandalias, que dejaban asomar unas uñas descuidadas, me quería morir. ¡Yo había estado lamiendo esos zapatos! Creo que no me importaba tanto el que fuera o no fea, sino que era su total descuido en el vestir y en las formas. Pero, en fin, eso eran gajes del "oficio".
Alguna vez, incluso, cuando algún zapato me gustaba especialmente, me lo llevaba a casa, pero esto acabó costándome muy caro ¿o no?
Una de las tardes, en mi repaso habitual por las estanterías para ver los pares que habían dejado por la mañana, me encontré con unos zapatos que me parecieron particularmente bonitos y además estaban muy usados, por lo que su olor era más fuerte y penetrante. No era un mal olor, pero sí fuerte. Aspiré profundamente y, como siempre, el olor inundó todo mi cuerpo, pero era tan agradable que me embriagó, tanto que decidí que esa noche me lo llevaría a casa y al día siguiente lo devolvería a la tienda, confiando en que mi compañero de la mañana no lo buscaría.
Así lo hice y esa noche esos zapatos, su olor y su sabor, me acompañaron y provocaron varios orgasmos. Por la tarde lo volví a llevar a la tienda, pero al anochecer, mi vista se encontró con ellos, y no pude resistir la tentación de volver a llevármelos.
Me volví a acostar con ellos y a fantasear con la identidad de la mujer que los llevaría, ¿joven, madura?, ¿guapa, fea?, ¿delgada, gorda? En esos momentos nada me importaba, incluso en muchos momentos, tanto con estos zapatos como con otros que habían sido objeto de adoración, me había excitado más pensando en una mujer madura, o fea; me excitaba la "fotografía" que podría suponer una chica como yo, joven, atractiva y rica, a los pies de una mujer madura, fea e incluso con escasos medios económicos. Es muy fácil ver imágenes así entre mujeres guapas como ves en internet continuamente.
El caso es que me enamoré perdidamente de esos zapatos, lo que es lo mismo que decir que me enamoré locamente de los pies que los llevaron, y me resistí a devolverlos, aun a riesgo de que pudiésemos tener un problema en la tienda.
Una mañana, al salir de la ducha, me encontré con la señora de la limpieza, que con los zapatos en la mano me miraba extrañada. Esta señora no venía todos los días, sino sólo ocasionalmente, cuando mi madre me la enviaba al ver que tenía la casa hecha un desastre. Es una mujer dominicana, de unos cuarenta años (calculo), mulata, rellenita, no especialmente guapa, vamos, nada del otro jueves. Eso sí, era una mujer que, en la medida de sus posibilidades, se arreglaba bastante. Ese día me la había enviado mi madre y yo lo sabía, pero lo que no sabía es que los zapatos que había dejado al lado de mi cama ¡ERAN SUYOS!
.- Señora, ¿qué hacen aquí mis zapatos? Llevo tiempo reclamándolos en el taller de reparación y me dijeron que estaban perdidos, y resulta que los encuentro aquí.
Mi cerebro quería trabajar rápidamente, buscando una explicación convincente para ese hecho, pero era imposible; toda la capacidad de mi cerebro estaba concentrada en lo que había ocurrido: ¡había estado adorando los zapatos de Wanda!, ¡había fantaseado con ella, con estar a sus pies, sin saber quién era, y ahora la tenía delante! No era capaz de pensar en otra cosa y casi sin querer, mis ojos se desviaron a sus pies. Lllevaba unas chanclas normales, que dejaban ver sus uñas pintadas, muy cuidadas y en ese momento me di cuenta de que lo único que deseaba era arrojarme a sus pies, besarlos, lamerlos. Sí, era la señora de la limpieza, no tenía ningún atractivo, pero sólo adorando sus zapatos y su imagen dibujada en mi mente, me había enamorado de ella, y eso nadie lo podía cambiar. No tenía sentido fingir, así que me senté en la cama y se lo conté todo.
Ella trataba de seguir mi razonamiento, pero no entendía nada:
.- Una chica como usted, joven, formada, rica
Pero nada me hacía volver atrás en mi pensamiento.
.- De acuerdo, dijo por fin, yo no puedo convencerla de nada que usted no quiera, así que ahora me marcharé y juraré no haber oído nada de todo esto. Lo que quiera hacer usted es su vida.
.- No, Wanda, no has entendido nada, le dije, y acto seguido me arrodillé a sus pies y por primera vez en mi vida, besé, olí, acaricié, lamí, chupé, unos pies femeninos.
Wanda fue incapaz de reaccionar, sobre todo cuando vio cómo, entre espasmos, me corrí sin necesidad de tocarme, sólo besando sus pies. Fue como una descarga de toda la tensión que llevaba acumulando durante muchos meses.
Cuando acabé, le dije que, por favor, por nada del mundo me dejase ahora, que la necesitaba, que quería ser su esclava. La situación era kafkiana, pero, finalmente, Wanda aceptó y dio lugar una nueva vida para mí. No sólo se convirtió en mi Ama, sino que además, fue cómplice de mis deseos y fantasías.
Por supuesto, tenía mis sesiones de adoración de sus pies, pero además, con cierta regularidad, me traía zapatos de amigas suyas, desconocidas para mí, que me veía adorar como si fuesen caramelos. En algunas ocasiones luego conocía a esas amigas, y ya no me importaba cómo fuesen, todas eran atractivas para mí después de haber adorado su calzado.
Continuará
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