Adolfo F. El inicio (historias de una escort 4)

Siempre hay un comienzo

No siempre me he dedicado a esto, empecé por casualidad, después de estudiar la carrera de filosofía y la carrera de historia, viajar por medio mundo, aprender idiomas y otras cosas por el estilo, la parte del dinero de la herencia que me dejaron mis padrea al morir cuando estaba casi empezando la universidad se acabó y tuve que buscar trabajo, me empleé en algunos empleos basura, y estaba sin empleo cuando me llamó mi amiga Mónica.

  • ¿Ana? Soy Mónica, escucha te llamo para que me hagas un gran favor.- Dijo atropelladamente, como siempre.

  • Tu dirás.- Contesté.

  • Resulta que el lunes viene mi padre como había quedado con él para pasar una semana conmigo aquí en Madrid.- Mónica, como yo, somos de ciudades del interior del país, que emigramos a la capital para estudiar, su padre es viudo y recién jubilado.

  • ¿Y?

  • Pues que estoy hasta arriba de trabajo y no lo puedo atender.- Hizo una breve pausa.- Había pensado que, como tú no tienes trabajo actualmente, que hicieras de cicerone, yo trataría de estar siempre que pudiera, pero la mayor parte del tiempo estarías tú con él. Naturalmente te pagaré por tu tiempo y dedicación.- Añadió rápidamente.

  • ¿Quieres que haga de canguro de tu padre?

  • Si, ya verás que es encantador y sabe un montón.- Dijo para añadir argumentos.- Me he informado y si contratara a una acompañante profesional me saldría muy caro, a tí te pagaría tanto por día.- La cifra era más alta de lo que yo creía.

Esta fue la primera vez que oí el nombre de lo que es actualmente mi profesión. Luego investigué y vi que tenía las cualidades necesarias para este trabajo, salvo la experiencia.

  • Vaya, me pones un caramelo en la boca.- le dije.- Acepto porque eres tú, que si no ...

  • Chica, no sabes el favor que me haces.

Arreglamos los detalles, acompañaría a Mónica a recoger a su padre al aeropuerto, luego a su casa para dejar las maletas y luego mi amiga se iría a su trabajo en el banco. A partir de ahí, empezaba mi trabajo de acompañante. En los días previos habíamos diseñado un programa de visitas a la ciudad, monumentos, museos, cine y teatro, etc., Mónica trataría de estar alguna tarde y por las noches, siempre que pudiera, de no ser así, yo estaría todo el tiempo. Mi faena acabaría el sábado, que Mónica no trabajaría y el fin de semana ella estaría con su padre, que regresaría a su ciudad el domingo por la tarde.

Así fue, los dos primeros días seguimos el plan previsto: museos, exposiciones, cine, monumentos, etc., Adolfo, que así se llamaba el padre de Mónica, era un hombre de unos 66 años, que se mantenía de buena presencia, no muy alto, delgado, de joven habría sido guapo. Al tercer día me propuso cambiar de planes, ir simplemente de paseo, que le hablara de mi, fijándonos sólo en lo que nos saliera al paso.

La verdad es que fue un día diferente, descubrí la ciudad con otros ojos, Adolfo era un buen acompañante, casi parecía que él me acompañaba a mí y no al revés, pero más que de lo físico, de la vida, era un hombre con una profunda mirada de las cosas. Y me fue interesando como persona y, sorpresa, como hombre. Al dejarle en casa de su hija esa noche, me imaginé cómo sería en la cama, seguro que sería un buen amante, como era una excelente persona, sólo había un pero, los 40 años de diferencia y mi inexperiencia con hombres tan mayores. ¿Cómo plantear acostarme con él?

Al levantarme al día siguiente, me seguía preguntando lo mismo, cómo, porque tenía claro que si quería. Por ello me plantee una táctica de seducción que siempre me ha funcionado con los hombres de mi edad y poco mayores: el vestuario y las alusiones veladas. Es decir vestirme de forma que insinuara enseñando lo mínimo las bondades de mi cuerpo, y aprovechar cualquier excusa para lanzar indirectas y enseñar algo más de carne.

Por ello me puse una faldita más bien corta y un top que enseñara mis hombros, una chaqueta por si hacía frío que me quitaría a la menor ocasión y unos tacones más bien discretos, tampoco tenía que pasarme, pendientes bien visibles y un collar que desviara la atención a mi escote.

La mañana y el almuerzo transcurrió de forma levemente alterada pues yo aprovechaba cualquier tema de conversación para desviarlo a las cercanías del sexo, y siempre me situaba de forma que me viera algo: el nacimiento de los senos en el escote, mis muslos por debajo de la falda, etc.

Adolfo no era de piedra, pero era muy inteligente y captó mi juego desde el principio, no se cuando se planteó seguir mi juego para ver donde acababa o si tenía claro también que acabaría acostándose conmigo, lo cierto es que me siguió el juego, y hasta jugó conmigo, desviando los temas de conversación al sexo y las relaciones que había tenido, o bien tentándome de mil maneras para que enseñase más piel de la que yo misma quería enseñar. Caí en sus artimañas.

Por fin terminamos el juego. Se empeñó en que fuéramos al cine. Ahí caí como una boba, porque eligió una película más bien romántica, pero que él sabía que la sala estaría más bien vacía. Y nos sentamos en la última fila. ¡Cómo no me di cuenta de lo que pretendía! Empezó la película y empezó a meterme mano, aprovechando que en la fila estábamos sólos y que yo estaba en la esquina.

Primero puso su mano en mis muslos, le dejé hacer. Luego fue subiendo la mano hasta meterla por debajo de la falda, hasta acariciar mi sexo, y ahuecar las bragas para masturbarme. Como ya estaba caliente, con el coño mojado, sus dedos entraban y salían de él, al tiempo que me daba masajes en el clítoris. Me corrí, claro que me corrí, ¿Cómo no hacerlo si te tocan como aquel hombre me tocaba? Y no paró hasta que contó tres orgasmos míos.

Para entonces yo quería devolverle el favor, y llevé mi mano a su entrepierna, pero no me dejó.

  • Ana, si quieres complacerme, no lo hagas así. Luego, cuando volvamos a casa.

Cenamos después y, como Mónica podía volver, le pedí que fuéramos a mi casa, accedió. Así que antes de llevarle a casa de su hija, nos pasamos por mi casa. Allí volví a querer complacerle empezando por besarle, esta vez me dejó hacer. Y me dejó que le desvistiera y me desvistiera. Tenía una polla más bien grande, algo erecta. Supongo que lo normal a su edad, así que traté de levantársela, con besos, con caricias al cuerpo, con lametones, con todo. Hasta traté de hacerle una mamada, pero en eso no me dejó.

  • Querida Ana, quiero penetrarte y correrme en ti, no en tu boca,

  • Pues entonces penétrame.

  • Ponte de espaldas y agachate.

Le dí la espalda y me agaché. Le vi mirarme desde atrás. Fijarse en mi coño. Eso debió de terminar de excitarle, porque por entre mis piernas ví su polla ya tiesa. Luego supe que se había tomado una pastillita de viagra en la cena y estaba haciendo tiempo y buscando su excitación. Entonces se acercó desde atrás, plantó la punta de la polla en la entrada y me penetró. Me gustó la posición, y me gustó cómo me la metía y sacaba, con ritmo lento o rápido según quería. Yo estaba en la gloria.

Estuvo un buen rato metiéndomela, hasta que me corrí, de lo caliente que estaba. Cuando grité de placer, y estuvo seguro de mi placer, se corrió él, dentro de mi, como lo había querido. Pero como no perdía la erección, siguió dándome hasta que me corrí otra vez. Entonces la sacó y me dejó que cayera al sillón a descansar.

Después de vestirnos le llevé a casa de mi amiga. Allí Monica nos comunicó que ya podía estar con Adolfo el resto de la semana. Para mi fue una especie de disgusto porque estaba muy a gusto con él, pero entendía que padre e hija tenían que estar juntos, así que me despedí, muy cariñosa de Adolfo.

El otro día me llamó Mónica para decirme que su padre había fallecido pero me transmitía unas gracias muy especiales que él, antes de fallecer del cáncer que tenía y que ella no sabía hasta aquella semana, seis meses atrás, le había encarecido que me diera. Seguro que el polvo que echó conmigo fue el último, por lo que me sentí triste por él pero satisfecha de haberle hecho bien.

Ana del Alba