Adolescente humillado I

La chica de una joven pareja de veinte años se busca un amo que la satisfaga, y decide convertir a su novio en el esclavo de su amo. Primera parte, suave, y con valor introductorio

Yo, Rodrigo, escribo esto por orden de mi Amo y Señor

Claudia y yo empezamos a salir en invierno. Si habláramos de otra pareja, este dato no sería relevante, sin embargo, la época del año repercutió en que teníamos poco tiempo para estar "a solas". Claudia era una chica de 20 años, no muy alta, pelirroja, delgada y con unas magníficas curvas. Yo tengo un año menos que Claudia, soy algo más alto, y aunque no soy un sex-symbol, suelo resultar bastante atractivo y agradable a la vista. Los dos somos bisexuales. Como es natural, ambos nos deseábamos, pero, en las pocas ocasiones en las que podíamos estar juntos y con posibilidad de llegar a mayores, Claudia aludía a que no estaba preparada, y yo, que llevaba enamorada de ella un tiempo (sentimiento recíproco), la dejaba tranquila, como una buena pareja.

Fue tres meses después de empezar nuestra relación cuando Claudia  me dijo la famosa frase "tenemos que hablar". Es falsa. Siempre es falsa. No es “tenemos” sino “tengo”. Y vaya que si habló. Me confesó que, aunque me quería mucho, no conseguía encender pasión en ella.

  • Será porque las pocas veces que te la he visto me ha parecido muy pequeña- adujo ella.

  • Claudia, eres virgen, ¿con qué vas a comparar?- pregunté yo - Es verdad que no la tengo muy grande, pero tanto como muy pequeña…

  • He visto porno- esgrimió ella.

  • Eso son actores, no cuenta- rebatí.

  • Hagamos un pacto. Compararemos tu polla con la de otro, un amigo. Si la tienes más grande,  me quedo contigo, y si la tiene más grande él, me quedo con él. Y que conste que te quiero y que te doy esta oportunidad por eso, que si no, ya me habría largado.

Que le iba a hacer. Con la poca voluntad que siempre he tenido, y los pocos ánimos que tenía en ese momento, admití. Sobre todo, por miedo a perderla.

Y así fue. ¿Que cómo elegimos al “amigo”? Hicimos una lista de nuestros amigos en común y sorteamos. Y salió Daniel. Daniel. Daniel. Daniel está buenísimo. Cuando salió él de entre los demás se me echó el mundo encima. No me lo podía creer. No se la había visto, pero… no quería ni imaginármela.

El cómo lo convencimos fue fácil. Daniel llevaba un tiempo detrás de Claudia. En realidad, pienso que Claudia amañó el sorteo, pero no puedo demostrarlo. Y ahora mismo, no quiero.

El día que quedamos, un sábado, mi casa estaba libre, así que allá fuimos. Daniel y yo nos desnudamos y… él tenía un pedazo de verga descomunal. Y encima me puso a mil. Ese fue el momento verdadero en el que empezó mi humillación.

-          ¡Lo sabía!- exclamó Claudia.

Y corrió a abrazarse a Daniel.

-          Rodrigo, nos vamos al piso de arriba, a usar tu cama para lo que nunca usarás con Claudia- me quedé helado cuando Daniel dijo eso- Esto te pasa por dos razones: Una, que la tienes enana, y otra, que, por lo que veo, eres maricón, porque creo que se te ha puesto tiesa cuando me la has visto, aunque no estoy muy seguro, porque como es tan pequeña…

Todo esto lo decía mientras Claudia le sobaba el cipote. Se estaba empezando a poner duro, y aunque todavía no se había alargado mucho, se estaba ensanchando (ni que fuera estrecha). Blanco y mudo como estaba, solo pude asentir con la cabeza y sentarme en el sofá. Allí me quedé, mientras oía los gemidos primero de dolor y luego de placer que producía Claudia al ser desvirgada en mi cama. Hasta tres orgasmos conté, luego me enteré de que fueron cinco, antes de que bajaran las escaleras, ella vestida y él en unos gallumbos que no llegaban a contener su polla, ya algo despuntada. Se sentaron en el otro sofá, en frente del mío, y Daniel empezó a magrearle las tetas delante de mi cara.

-          Límpiate en el cuello,  que se te ha escurrido semen de la boca. Cuando termines de tragar, se lo cuentas.

Al poco, Claudia habló.

-          Perdón, es que…contener dos corridas tan abundantes en la boca mientras me follas es complicado. Pero estaba muy rico.- luego se dirigió a mí.

-          Verás. Hemos estado hablando Daniel y yo, y tenemos una  solución para ti. Como te quiero tanto (aunque la tengas tan pequeña), y sé que tú me quieres, no voy a romper contigo. Sin embargo, tendrás que aceptar unas ciertas condiciones. ¿quieres oírlas?- no sé cómo conseguí responder que sí.

-          Bien. Primera: serás el único que tenga derecho a besarme en la boca, y el único al que yo pueda besar en ella. Segunda: Jamás tendrás ninguna clase de sexo conmigo. Hasta ahí son las que he propuesto yo. Ahora van las de Daniel. Tercera: Jamás me verás el coño, pudiendo ver, eventualmente, si la situación lo requiere, el resto del cuerpo desnudo. Cuarta: aceptarás las órdenes sexuales que Daniel nos mande, así como que yo cumpla las que me mande a mí, en la más estricta rectitud. Quinta: con respecto a la ropa interior, estando en presencia de Daniel, yo vestiré tanga, tú bragas y él será el único que pueda usar bóxers. El uso de sujetadores que totalmente prohibido para mí. Sexta: te dirigirás a él como Amo o Señor. Séptima: a mí podrás tratarme, excepto en el plano sexual, como si fuera tu novia, siempre desde el respeto. El incumplimiento de cualquiera de estas condiciones significará la ruptura automática del acuerdo. ¿Están claras?¿Aceptas?

¡Qué le iba a hacer! La quería demasiado. Acepté. Ahí empezó mi nueva vida.