Adolescente Curiosa II
Sandra continua su aventura de la sumisión con su nuevo profesor de filosofía.
Allí me encontraba yo, en la puerta del despacho del profesor de filosofía, sin bragas y, porque mentir, muy cachonda. Mi instituto, al ser privado y tener mucho dinero, permitía que cada profesor tuviese un pequeño despacho donde corregir los trabajos y donde atender las constantes tutorías que se hacían, debido a un nuevo programa de mentoría sugerido por el director.
Acababa, hacía escasos minutos, de descubrir cómo se llamaba cuando un par de chicas entraron al baño de la primera planta, donde yo estaba desesperada porque mi padre iba a tardar aún una hora y media en venir a por mí, estuvieron hablando de lo atractivo que era su profesor nuevo de filosofía.
La verdad es que tenían razón, yo también me había fijado en su mandíbula marcada, en su culo perfecto y en el bulto de la entrepierna que a veces se le marcaba más de la cuenta, lo que le hacían muy atractivo. Además, siempre vestía informal, pero con un aire de elegancia que no había visto antes.
De repente, cuando estaba sumergida en mis pensamientos, en los cuales él era el protagonista, abrió la puerta. Pretendía hablarle, pero mis palabras no surgían hasta que él me preguntó:
- Hola Sandra, iba a tomar un café, ¿necesitas hablar conmigo sobre algo?- no entendía esa pregunta, claro que tenía que hablar con él, tenía mis bragas en su bolsillo.
- Sí.- le dije con voz dubitativa a causa de su absurda pregunta.
- Genial, entra dentro en cinco minutos estoy contigo. Voy a por mi café.- Estaba flipando con su respuesta, prefería ir a por un café a hablar conmigo y me había dejado allí dentro sola.
De pronto, sonó como cerraba la puerta. Me había dejado allí dentro sin que nadie lo supiera, ya que era horario de clases, de las cuales me había saltado ya dos, y había ido a tomar algo. En ese momento pensé en buscar por su despacho mis bragas, pero dudé porque por un lado me sentía sometida a él, ya que le tenía cierto miedo. No se porqué, pero un impulso me llevó a comenzar a buscar por sus cajones mis bragas, con la mala suerte de que las llaves comenzaron a sonar fuera y corrí a sentarme en la silla que había enfrente de la mesa principal del despacho. Logré sentarme antes de que me pillase rebuscando en sus cosas. Nada más entrar, cerró con llave y me dijo:
- Buenas, supongo que estabas buscando tus braguitas de puta, pero no las has encontrado ¿no?- en ese momento me quedé pálida.
- No.
- Vamos Sandra, te doy otra oportunidad, cosa que no es habitual en mí, así que no te acostumbres. Pero, te advierto que si me mientes habrá consecuencias. ¿Has estado rebuscando entre mis cajones?
- No. - Creía que le había conseguido colar una mentira.
- Entonces ¿quién es esta?- en ese instante me enseñó en su móvil que me tenía grabada hurgando en sus cajones y sacó mis bragas de su bolsillo. No pude hacer nada más que ponerme a llorar.
- Joder Sandra, te he dado dos oportunidades y no me has dicho la verdad. Ahora, por tu estupidez tengo que castigarte o, si prefieres puedo enseñarle al director como buscas unos exámenes en mis cajones.- Seguí llorando desconsoladamente hasta que me cogió de la barbilla y me la levantó- ¿qué prefieres que quede entre nosotros o que vayamos al director?
- Nosotros- conseguí mascullar.
- Por caerme bien te voy a poner dos opciones de castigo y tu eliges la que prefieras.- al darme dos opciones de castigo hizo que me sintiera un poco mejor al poder elegir- escoge, 35 azotes en tu precioso culo o dos horas arrodillada frente a la pared aquella tarde.
Tarde en decidirme, él me miraba divertido, cosa que a mi no me hacía nada de gracia el ver como me miraba sonriente al esperar mi respuesta. Al final, después de varios “venga niña” y múltiples “¿qué pasa que te gustan ambos y no sabes decidirte?” de parte de él, que hacían que yo me pusiera más nerviosa, conseguí decidirme:
- Prefiero los 35 azotes- decidí. Creía que los azotes serían más rápidos que estar dos horas con él arrodillada.
- Así que además de ser una putita, te gusta que te azoten jajaja. - me puse roja de nuevo al reírse de mi decisión.
- Podemos empezar y acabar con esto, por favor Carlos.
- Parece que has estado preguntando sobre mi y ya sabes mi nombre, eres muy aplicada.- dijo con sorpresa.- Entonces ¿quieres que te azote ya por tu mala conducta?
- Sí.
- Sí ¿que?- me preguntó y yo supe que quería que le respondiese.
- Sí, Señor. - dije tragándome mi orgullo.
- Muy bien perrita. Quita las cosas de encima de la mesa y pon tu tronco sobre ella.
Nada más dijo ese último comentario me sentí muy humillada al estar recogiendo los papeles y mis bragas de la mesa donde en pocos minutos iba a ser azotada. En dos escasos minutos me puse sobre la mesa y cerré los ojos para tratar de no ver la escena que se aproximaba sin poder evitarlo, ya que me sentía a su total merced. Al instante comenzaron los azotes, pero cuando llevaba 15 me dijo:
- Por cierto, cuando llegue a los 35 pactados miraré si han hecho los efectos que pretendía.
En los siguientes azotes, que cada vez iban más en aumento, me cuestioné cuales serían los objetivos, en plural, que Carlos pretendía. Uno lo tenía claro, decir la verdad a la primera, pero de los siguientes no tenía ni idea. No pude evitar imaginarme cosas que me ponían muy cachonda y con los azotes fue en aumento. Una vez terminado el castigo me dijo:
- Ya hemos terminado. Primero de todo, ¿qué has aprendido?
- A decir la verdad.
- Muy bien niña. Segundo, abre las piernas. - En ese instante no reaccioné- ¿Quieres que te de 35 azotes más?
- No - contesté muy rápido.
- No ¿qué? - preguntó
- No, señor. - contesté asustada y humillada
- Pues abre las piernas inmediatamente.
Abrí las piernas y él puso su mano por debajo de mi falda. Me costaba respirar, estaba demasiado nerviosa. Sabía que era lo que quería, comprobar si estaba mojada y, por suerte o por desgracia, lo estaba. Cuando Carlos lo corroboró me enseñó su mano llena de mis fluidos y comentó:
- Así que la perrita está muy húmeda, lo sospechaba, pero lo estás más de lo que creía.- me humilló de nuevo y me volví a sonrojar- Siéntate. Vamos a hablar claramente. - me senté y continuó. - Te voy a dar la oportunidad de decidir si quieres irte y olvidar todo lo que ha pasado o ser mi perrita siendo que, como hemos podido comprobar, te pone muy cachonda serlo. - Me alegré de que me diese a elegir, pero yo ya tenía mi decisión tomada.
- Quiero ser tu perrita. - dije orgullosa de mi respuesta.
- Eso lleva unas condiciones. Piensa de nuevo tu respuesta.- dijo de manera autoritaria.
- Quiero saber las condiciones para serlo.
- De acuerdo. Te voy a dar un papel para que puedas memorizarlas.- Me entregó un papel donde ponía:
1ºy lo más importante, debes obedecer en todas las órdenes que te de.
2º, no puedes usar ropa interior, a no ser que me lo pidas antes para poder considerarlo.
3º, preguntarme qué ropa usar cada mañana y yo la elegiré.
4º, no correrte hasta que yo te de permiso.
5º, contestar todas las preguntas cortas y preguntar siempre con “señor” o “amo”.
Iré añadiendo conforme
Las leí todas atentamente y las intenté memorizar.
- ¿Te parecen bien?
- Sí. - respondí algo avergonzada.
- Putita, no te avergüences, tu eres quien ha decidido ser mi puta perra, así que enorgullecete y empieza a tocarte. - No supe reaccionar y me dio una bofetada - primera regla perra, obedecer siempre, ¿acaso ya la has olvidado inutil?
- Lo siento - al instante añadí- señor.
- Muy bien, aprendes rápido. Empieza a tocarte.
Me levanté la falda y al no llevar bragas, ya que me las había quitado al comenzar la llamada, me resultó más sencillo acceder a la entrada de mi placer que comencé a tocar de manera aplicada y minuciosa a la vez que despreocupada de que hubiesen unos ojos, que no son los míos, mirándome.
Yo nunca había estado con un chico, y menos con un hombre. Era la primera vez que alguien veía mi parte más íntima y no me importó. A decir verdad, lo disfruté. Ví como el bulto de su entrepierna iba creciendo conforme mi orgasmo se acercaba.
- No puedes correrte hasta que yo te de permiso - me recordó.
- ¿Puedo correrme? - le contesté
- Hasta que no sepas hablar con educación, no.
- Señor, ¿puedo correrme, por favor?- repetí al hacer memoria de las normas.
- Solo si, mientras lo haces dices en voz alta: “No soy una persona, soy un objeto que no tiene dignidad”. Adelante. - Dijo de manera autoritaria y dominante.
- No soy una persona, soy un objeto que no tiene dignidad.- repetí sumisamente.
Una vez me corrí y mojé toda la silla donde estaba sentada. Me repitió:
- A partir de ahora las cosas van a cambiar mucho. Limpia todo lo que has ensuciado y sal de mi despacho. Me voy a divertir mucho contigo. Recuerda mañana venir sin bragas. Por otro lado, como se puso en marcha la semana pasada el programa de tutorías quiero que nada más salgas de aquí vayas a apuntarte a la mía. - Terminó diciendo.
Recogí todo lo que había ensuciado y salí de allí sin ropa interior, la cual dejé encima de la mesa, hacia la corchera donde había que apuntarse a las tutorías semanales, en la cual me apunté meticulosamente mi nombre. A partir de ese momento mi vida cambió por completo, empezando por el día siguiente, cuando mis tutorías con Carlos empezaron y con ello mi sometimiento hacia él.