Adivina quién se ha vuelto a quedar sin ADSL
Follando con mi amigo casado y el del ADSL (Sexta parte de seis)
VIERNES 17 DE AGOSTO DEL 2012 10:45A.M. (Aproximadamente, que tampoco hay que ser muy tiquismiquis).
¡Quien lo sepa que levante la mano!
¿Por qué cuando estamos esperando a alguien miramos tantas veces la hora?
a) Porque así las manillas van más rápido
b) Porque se hace menos aburrido
c) Porque nos gusta mucho nuestro reloj
d) Ninguna de las anteriores
Dejando las pamplinas a un lado, soy incapaz de encontrar una respuesta a porque me encuentro una mañana de viernes en el piso de la playa, dando vueltas y más nervioso que un padre primerizo esperando que su mujer dé a luz. Hace menos de un cuarto de hora que, con la excusa de que tengo una avería en Internet, he mandado a mi madre, mi hermana y su familia a la playa. Desde entonces he sido incapaz de encontrar sosiego y no he parado de moverme por la casa como si fuera un alma en pena, a la par que miro incasablemente el minutero.
La verdad es que no tengo perdón de Dios, no tanto por las cosas que hago, sino por cómo las hago.
Tras llevarme todo el puto mes de agosto agobiado por las posibles consecuencias de la declaración de Ramón. Descubrir por sus palabras que, en el fondo, no significaba ese amor irrazonable que yo me había imaginado, sino que simplemente era su forma de expresar que se encuentra perfectamente conmigo y que, como es normal por la amistad que nos une y demás, se ha terminado dando cuenta de que me quiere muchísimo. Por muy enamorado que esté de mí, tengo claro que no va a hacer ninguna tontería, ni va a dejar a su mujer, ni nada de eso. Es más, hemos estado hablando y, dado que no me puede ofrecer más que lo que tenemos ahora, me ha pedido que intente vivir mi vida lo mejor que pueda. Que él siempre va a estar ahí para cuando me haga falta.
Me mentiría a mí mismo si no fuera capaz de reconocer que estoy locamente enamorado de él y saber que, pase lo que pase, seguirá formando parte de mi vida, ha sido la mejor noticia que me han podido dar. Cualquiera, en una situación igual a la mía, se sentiría satisfecho y feliz. Yo, en cambio, me encuentro apesadumbrado, tal como si me hubiera arrancado un pedazo, pues he terminado reconociéndome que nunca podré tener una vida completa junto a él.
¿Cuál ha sido mi reacción ante esa inexplicada tristeza? Hacer lo que no debo: llamar al Técnico de ADSL con el cual, casi, tuve rollo. Y digo casi, porque mi señora madre estropeó cualquier posibilidad de plan que pudiera haber tenido aquella mañana. El tío, no sé si preso de un calentón o porque realmente le gustaba, me dejó el teléfono y me dijo que si tenía algún problema con la línea que lo llamara directamente a él. Como, tras marcharse Ramón de mi casa, supuse que tenía una “emergencia”, lo telefoneé y hemos quedado hoy sobre las once.
Ahora, no sé si porque la mala consciencia ha venido a recordarme lo mala persona que soy o porque temo que el “Técnico de ADSL” que me pueda encontrar difiera de él que imagino, estoy más nervioso que un flan y lo que se me antojaba como pasar un buen rato, lo presiento como algo desastroso.
Esto lo malo de las citas a ciegas, que no sabes lo que te vas encontrar. ¡Vaaale!, que yo a José Luis lo he visto y sé que con su aspecto físico no me va a defraudar. Es un tío que está de toma pan y moja chocolate, es rubio, alto, guapo, musculado, con unos ojos azules que quitan el sentio y una pequeña perilla que le da un aire de macho morboso . No obstante, la apariencia ayuda mucho, pero no lo es todo. ¡Si lo sabré yo! Más de una vez un encantador príncipe al besarlo se me ha convertido en sapo. En este caso concreto, la “finura” del muchacho refiriéndose a los emigrantes de Sudamérica como machupichus todavía retumba en mis oídos. Brad Pitt por fuera, Gollum por dentro… ¡Cómo sea para todo igual, estoy apañao !
A pesar de que el técnico tiene un físico de infarto y cumple todos los requisitos que yo busco en un tío, no puedo evitar pensar que, quizás, lo de quedar con él, no haya sido de mis mejores ideas. ¡Si es que no tengo perdón de Dios!
Escucho el timbre de la puerta e intento guardarme los nervios y la incertidumbre donde buenamente puedo. Respiro hondo y me asomo al espejo para recomponerme. El atuendo que he escogido para recibirlo no puede ser más insinuante: Una camiseta roja de tirantes y unos pantalones cortos de deportes de color azul, los cuales me tapan lo indispensable. Mi indumentaria son un canto a la provocación, pues muestra a la perfección mi ejercitado cuerpo: unos trabajados bíceps que culminan en unos musculosos y redondos hombros, un pecho que se marca poderoso bajo la tela, unas duras y depiladas piernas… La tripa no está tan plana como me gustaría, pero nada que no se pueda solucionar con aguantar un poco la respiración. Todo lo que puede pasar es que me termine asfixiando y José Luis me tenga que hacer el boca a boca. En mi rostro se deja ver un poco la falta de sueño. La noche pasada apenas he podido dormir dándole vueltas a como carajo entrarle al puñetero técnico de Molestar. ¡En fin, lo que hay es lo que hay y al olmo no se le pueden pedir peras!
Es abrir la puerta, encontrarme con José Luis y el corazón parece darme un vuelco. Está más guapo aún de cómo lo recordaba, su cabello rubio peinado con un poco de fijador lo hace todavía más atractivo. Puedo oler un aroma a perfume bastante agradable, sin ser fuerte, es bastante penetrante. Aunque, para disimular, trae puesto el uniforme de trabajo, se ve a leguas que se ha acicalado a consciencia para nuestra “cita”. Él tío parece que hubiera salido de un anuncio de tabaco y yo con estas pintas. Lo que yo diga: ¡No tengo perdón de Dios!
Nos miramos como dos tontos enamorados, nos sonreímos de un modo seductor y nos damos un apretón de manos, en el cual la tensión sexual se puede cortar con un cuchillo.
Tras cerrar la puerta con la cadenita (Por aquello de si tenemos visitas inesperadas), él se me queda mirando fijamente durante unos segundos, como si estuviera esperando un beso. Sin embargo, haciendo gala de esta absurda timidez mía que no viene al caso, sigo con la farsa de que me he quedado sin ADSL y lo acompaño hasta mi dormitorio, lugar donde se encuentra el dichoso modem.
Como si fuera una comedia surrealista, José Luis me sigue el juego, suelta la caja de herramientas en el suelo y se agacha para ver las conexiones con ciertos aires de profesional. ¡Ufff, madre mía! ¡Cómo se le marca al muy cabrón el pantalón del uniforme! ¡Dios mío!, es imaginármelo desnudo en mi cama y no puedo reprimir una erección en toda regla.
No sé si sabe que mis ojos se han clavado en su trasero de un modo lascivo, el caso es que el muchachito se deja querer y, a mi parecer, se está luciendo cosa fina. ¡Joder! ¿Cómo se puede estar tan bueno? ¡Debería estar prohibido!
Una vez considera que ya me ha puesto lo suficientemente caliente, se vuelve diciendo:
—La avería es normalísima, pisha.
—¿Normalísima? —Pregunto, a la vez que hago un mohín de fastidio porque no pillo exactamente que me quiere decir.
—Pues sí, normalmente cuando se desconecta el cable del modem este se suele quedar sin línea —Dice sonriendo y acercándose paulatinamente a mí —¿Tienes idea de quién ha podido quitarlo? —Esta última pregunta es pronunciada a escasos centímetros de mi rostro y con una bestial carga sensual.
No sé si mi silencio es el estímulo que necesitaba para lanzarse, pero, antes de que pueda decir nada, sus manos rodean delicadamente mi cuello y sus labios me roban un ligero beso. Con la misma delicadeza que se ha aproximado, se aleja un poco de mí, lo suficiente para buscar la aprobación en mi mirada. No sé qué es lo que encuentra en mis ojos, pero vuelve a besarme, esta vez de un modo más prolongado y efusivo.
Su lengua se roza con la mía, primero muy tímidamente para, una vez roto el hielo, unirse a ella en una danza desmedida. Es tanta la pasión que emana aquel beso, que los nervios y los temores abandonan mi cuerpo, perdiendo sentido cualquier cosa que queda fuera de aquella habitación. El deseo consigue que una confianza no probada surja con un completo desconocido y comience a bajar mis habituales barreras.
Sus manos se aferran a mi cintura, las mías acarician su cuello y en un arranque de locura controlada su tórax se pega al mío. A pesar de que ignoro por completo sus posibles reacciones ante cualquier circunstancia, tengo la sensación de que este momento lo ha estado esperado largamente. Cada vez que me aprieta contra él y siento la dureza de su cuerpo, un cumulo de reconfortantes sensaciones hinchan mi pecho, inundando por completo mis sentidos. Hace tiempo que nadie me besa de este modo, y sin querer me viene al recuerdo Enrique, mi ex, pues él me trataba de un modo muy parecido. Es traer su nombre a mi recuerdo y todo el entusiasmo que me embarga parece esfumarse por completo.
Pese a que sigo besándolo y acariciándolo, José Luis parece notar mi cambio de humor, con una delicadeza y sutileza fuera de lo común, se aparta de mí. De nuevo, vuelve a examinar los espejos de mi alma. Por la mueca que hace, supongo que lo que reflejan no debe ser lo que esperaba. Guarda silencio durante unos segundos y, con una voz medio rasgada por la decepción, me pregunta:
—¿Qué pasa shulo ?¿No te gusto acaso? Si quieres lo dejamos…
Su gesto despierta en mí tanta ternura que destierro automáticamente a Enrique de mi pensamiento por completo, clavo mi mirada en la suya y vuelvo a unir nuestros labios, reanudando con ello la interrumpida pasión.
Esta vez desnudo mis ademanes de cualquier decoro, llevo mis manos su cintura y pego mi pelvis contra la suya como si de un acto protocolario se tratara. Es sentir contra mí el vigor de su entrepierna y me estremezco hasta lo más hondo de mi ser. Él debe advertirlo, porque separa su boca de la mía durante un segundo y me susurra al oído: «¿Te gusta, ein ? Pues tú y solo tú, eres el culpable de que me haya puesto tan malito…». El tono de sus palabras es el desparpajo personificado, pero no por ello dejan de estar cargadas de cierto afecto que, de forma inesperada, remueve algo en mi interior.
Mientras nuestras lenguas prosiguen luchando la una contra la otra, mi mano derecha abandona su cintura y busca el prominente bulto de su entrepierna. Acaricio su paquete sobre la tela del uniforme, de un modo tan vulgar y soez que pareciera que quisiera calibrar las dimensiones del palpitante miembro. No sé si será más grande o más pequeño, lo que sí es fuera de lo común es su notable vigor; está dura como una piedra y cuanto más paso mis dedos sobre ella, más parece ir en aumento su fortaleza.
Hago amago de desabrocharle el cinturón y las manos de mi guapo acompañante me lo impiden. Suavemente aparta sus labios de los mío, deja que sus ojos azules busquen mi complicidad y me musita: «¡ Tranquiiilo, pisha, tranquiilo ! Tenemos tiempo, ahora prefiero disfrutar solo de tu boca».
Su inusual reacción me deja un poco perplejo, tanto que no puedo evitar preguntarme: «¿De dónde ha salido este tío? Está que cruje de bueno, es cariñoso… ¡y quiere estar conmigo!» A pesar de que estamos en pleno agosto y el día de los Santos Inocentes queda lejos, no puedo evitar tener la sensación de que alguien se está pitorreando de mí. Sin embargo, lo estoy pasando tan bien que mientras el bromista se decida o no a salir de su escondite, servidor va a seguir aprovechando el momento... ¡y qué momento!
Si alguien me preguntara cuanto tiempo hemos pasado abrazados y saboreando los labios del otro, no sabría darle una respuesta. Lo único que podría responderle que el suficiente para que mi paladar se haya impregnado del sabor de su boca hasta hacerla suya; el suficiente para que su aroma haya invadido mis sentidos y no quieran abandonarlos. Durante todo ese rato, no nos hemos desprendido de nuestras molestas ropas, lo que no ha sido excusa alguna para que nuestros dedos hayan dejado de viajar por cada punto del cuerpo del otro, explorando con su tacto todas nuestras zonas erógenas. De nuevo, sus ojos azules imploran mi complicidad, ignoro qué es lo que me piden, pero rendido como estoy por completo a sus encantos, acepto sin reservas todo lo que me ofrecen.
Dejo que sus manos se sumerjan bajo mi camiseta y comiencen a acariciar mis pectorales, sus caricias rebosan ternura y pasión por igual. Sin poderlo evitar, comienzo a gemir de forma incontrolada. Él, como si se sintiera satisfecho con mi reacción, prosigue haciéndolo con más esmero aún. Sus dedos, con una delicadeza poco habitual, me tocan el pecho y pellizcan mis pezones, no hay dolor, solo placer. Un suave y delicado placer.
Me dejo llevar por la situación y resbalo mi mano por su abdomen para agarrar en todo su esplendor su paquete. Esta vez nada me detiene y procedo a desenvolver su masculinidad de los ropajes que la envuelven. Mi guapo y ocasional amante, al sentir el contacto de mis dedos con su virilidad, se estremece y me besa con más ahínco si cabe. Su pene, sin ser excesivamente grande tampoco se me antoja normal, su cabeza al tacto se me antoja sumamente deliciosa y las rígidas paredes de su tronco de lo más suculento. Es dimensionar su erecta verga y mi polla propugna por salir, comenzando a vibrar irreflexivamente bajo la escueta tela de mis pantaloncitos.
José Luis, no sé si porque se percata de ello o porque lo considera el justo pago a lo que estoy haciendo, lleva su mano al bulto de mi entrepierna y lo comienza a acariciar por encima de su azulada envoltura. Es sentir su toque sobre mi pene y un agradable escalofrío recorre mi espina dorsal de arriba abajo. Separo nuestros labios y lo observo detenidamente, ¡a cada minuto que pasa me parece más lindo! Aprieto ligeramente su miembro viril entre mis dedos y vuelvo a hundirle la lengua entre los dientes.
Sin dejar de achucharnos, hago lo posible para que él me pueda quitar la camiseta, al tiempo que yo desabotono su camisa. Es descubrir su pecho y mis manos no pueden evitar deambular sobre el rizado y suave vello que lo cubre. Él, en cambio, ha centrado su atención en mis glúteos, cuando siento como sus manos lo aprietan rudamente, tal como si estuvieran amasándolo, no puedo evitar estremecerme de satisfacción. A partir de este momento, ya no soy persona, me he transformado en un títere que se mueve al compás que me marcan los hilos de la lujuria.
Paulatinamente nos vamos desprendiendo de toda la ropa, primero desvestimos nuestros torsos, para a continuación hacer lo mismo con los pantalones, los zapatos y los slips. En unos instantes, José Luis y yo nos quedamos como nuestra madre nos trajo al mundo, con el añadido de una erección de campeonato. Es verlo desnudo ante mí y mi primer pensamiento es que se trata del hombre más hermoso sobre la tierra y que me podría enamorar de él, si tuviera el suficiente valor. Mi romántica reflexión se desinfla al oír al técnico soltar por su boquita algo, tan inapropiado para el momento, que me descoloca totalmente.
—¡Qué bueno estás, pisha !Aunque eso ya lo sabía yo el día que te vi haciendo “cruising” en Punta Candor.
Se me tiene que quedar una cara de pánfilo de las que hacen historia, porque él comienza a encoger la nariz, haciendo mohines extraños y termina diciéndome:
—Entonces…¿No me vistes?
Avergonzado niego con la cabeza, creo que hasta me he sonrojado un poco. Rebobinando la memoria, creo recordar que vi un coche de “Molestar” aparcado enfrente del campo de futbol, con lo que me temo que está siendo sincero y no me está metiendo ninguna trola. Lo peor es que no puedo parar de preguntarme cuáles serían esas circunstancias en las que dice que me vio, si cuando estaba paseando en busca de rollo o cuando di el espectáculo cepillándome al chavalillo delante de todo el que pasaba. Sospechando que la respuesta me puede terminar no gustando, ni siquiera pregunto.
—Pues yo a ti sí te vi —Hace una pequeña pausa al hablar, como si recapitulara para adentro lo que me tiene que decir —. Por eso, el día que vine a arreglar la avería, pasó lo que pasó… ¿Qué te creías que te había entrado así como así?
Se me tiene que quedar una cara de imbécil de las de antes. Me limito a asentir con la cabeza y no digo esta boca es mía. El sanluqueño, por su parte, no está dispuesto a pasar mi pequeña metedura de pata y, sin mala intención, sigue metiendo el dedo en la llaga de mi herido amor propio.
—¡ Pisha, muchas peliculitas me parece que has visto tú! ¿De verdad te llegaste a creer que estas cosas pasan?…
Estoy tentado de decirle que sí, que una vez me pasó con un técnico que vino a arreglarme una lavadora, pero ni tengo ganas de contar mi vida privada, ni de que se ponga en tela de juicio mis palabras.
—… Yo te entré a saco, porque sabía a ciencia cierta que te iba el rollo. ¿Qué hubiera pasado de no haber sido así? O no sabes ese refrán que dice que donde tengas la olla…
—…no metas la polla —Completo yo sonriendo y sin perder la compostura, admitiendo para mis adentros que los años me podrán haber hecho más sabio, pero no menos ingenuo.
—Pues sí, shurra —El varonil técnico deja de hablar y pasa tiernamente la palma de su mano por mi rostro —, nada más verte te recordé de aquella tarde y cuando vi cómo me mirabas, me dije: “¡Esta es la tuya, José Luis!”
—¿Tan descarado fui? —Pregunto un poco avergonzado.
—No, ¡qué va, pisha ! Lo que pasa es que tú sabes que los hombres tenemos un sexto sentido para estas cosas…
Es oírle decir eso del “sexto sentido” y no puedo evitar soltar una leve carcajada. Mi risa lo descoloca un poco y me mira un poco mosca. Como no quiero que este ejemplar de macho se cabree conmigo por un mal entendido, opto por explicar la empanada mental que me monté el primer día que lo vi, que lo último que hubiera pensado es que le fuera el tema. De no ser porque él acercó su paquete a mi hombro, jamás me hubiera dado cuenta de que le gustaran los tíos. Él se me queda mirando fijamente, me sonríe satisfactoriamente y me dice:
—La verdad, shulo es que me lo pusiste muy difícil, yo pensé que no te gustaba y todo. Menos mal que a tu “soldadito” le dio por ponerse firme, porque si no.
—¡No veas el apuro que pasé, cuando me di cuenta de que me había empalmado! —Al decir esto muevo la cabeza de un lado para otro avergonzado, creo que se me han subido los colores.
—¿Sabes? No sé de qué me alegro más si de haber ido aquella tarde de “Cruising” o de que te quedaras sin ADSL…
—¿Por?
—Porque en ese caso no hubiera tenido la oportunidad de conocerte. No solo es que estés cantidad de bueno, es que además pareces buena persona y eso es lo que más me gusta de un tío.
Sin darme tiempo a replicar, tira de mí, me envuelve entre sus brazos y me besa. Nuestras pollas, las cuales han perdido un poco de su vigor con tanto rollo y tanta charla, vuelven a estar en perfecto estado de revista en pocos segundos. Tal como si intentara fundirme con él, sus manos aprietan fuertemente mis omoplatos. Llevo mis manos a sus redondas y duras nalgas y clavo mis dedos en ellas, en un acto de deseo puro. Busco mi reflejo en el azul de sus ojos, la ternura que había en ellos se ha fundido y ha dejado paso a la lujuria. Sin premura, muerdo su labio inferior, dándole a entender que estoy más que preparado para una salvaje sesión de sexo.
Me aprisiona un poco más contra sí, tanto que puedo sentir sobre mi piel desde la dureza de su pectoral hasta la virilidad de su entrepierna. Vuelvo a posar mis manos sobre su aterciopelado trasero, jugueteo con el suave bello que lo cubre y dejo que mis dedos resbalen hacia su agujero. En el momento que me dispongo a explorar su interior, José Luis detiene mi mano diciéndome:
—¡Lo siento, no!
—¿Eres activo solo? —Pregunto como si su respuesta me fuera a dictar las normas sobre qué hacer en la cama con él.
—No, no es eso. Es que es algo que reservo para alguien especial.
Lo tajante de sus palabras me deja un poco descolocado. Por un lado el tío se estaba comportando muy afectuosamente, pero por otro me está dando a entender que su historiaconmigo es solo un polvo y poco más. Después de esto me quedo sin saber que decir ni que hacer. Él se da cuenta perfectamente que su respuesta me ha cortado el rollo, me agarra las manos fuertemente y me dice:
—Espero que no sea problema.
Cabizbajo por el tremendo aldabonazo que han sido sus palabras, no dejo de pensar el enorme problema que tienen muchos homosexuales con su culo, como si el hecho de poner a jugar en la cama esa parte de su anatomía le fuera restar hombría, como si dieran por hecho que los que participamos de pasivo en el sexo fuéramos más gay que ellos. Dado que no quiero meter la pata y estropear lo que preveo un polvo de padre y muy señor mío, me guardo lo que pienso donde no da el sol, me desinhibo de cualquier sentimiento negativo que sus palabras hayan podido despertar en mí y prosigo restregando mi cuerpo contra el suyo.
Enzarzados en un lujurioso duelo, lo empujo sobre la cama propiciando que mi erecto pene choque con el asta que emerge de su pelvis, llevo mi mano hasta la palpitante prueba de masculinidad y comienzo a acariciar el hermoso glande. En el momento que mis dedos tocan la superficie de este se impregnan de líquido pre seminal. ¡Mmmmm! ¡Qué rico! Tengo que hacer verdaderos esfuerzos para no llevarme los dedos a la boca.
Interrumpo la pasional batalla de nuestras lenguas y poso mis labios sobre su garganta. Un par de mordisquitos sobre su cuello y deslizo mi boca por todo su tórax hasta llegar a su estómago. Sus abdominales están lejos de ser perfecto, pero están duros como una piedra y la innecesaria grasa casi brilla por su ausencia. Le doy unos pequeños mordisquitos en la tripa y percibo cómo su polla se agita junto a mi cara, reclamando insolente mis atenciones.
La agarro muy suavemente y comienzo a masajearla desde arriba hacia abajo. Con la cabeza pegada a su ombligo, observo el viril cipote, recreándome en como el capullo se asoma y desaparece bajo mis dedos, como las venas se hinchan, como los huevos se encogen y dilatan al paso de mi mano por el firme miembro.
El pene de José Luis posee una de las erecciones más hermosas que he visto en mucho tiempo. Todo en él, desde su glande hasta sus testículos, emana una virilidad fuera de lo común. Detengo mi pequeña masturbación y me paro a contemplar el majestuoso mástil que oscila impúdicamente ante mi rostro. Sin pensármelo ni un segundo, invito a mi lengua a rozar el rojizo capullo, varios lengüetazos más tarde, no puedo reprimir más el deseo e invito al macizo trozo de carne a que invada el interior de mi paladar.
Sus quejidos entrecortados son para mí una señal inequívoca de que le gusta lo que le hago con la boca. Lo que me empuja a entregarme con más pasión en degustar el maravilloso y sensual manjar. Presiono el capullo entre mis labios, pasando copiosamente la lengua por la abertura central de este, tras repetidos chupetones al glande, me introduzco su nabo por completo. En el instante que la cabeza choca contra mi campanilla, no puedo reprimir una leve arcada, la soporto durante unos leves segundos, para concluir sacándomela de golpe para poder tomar aire.
Vuelvo a repetir la operación como unas tres veces más, por la forma de agitarse su pene dentro de mi boca supongo que se encuentra excitado a más no poder y que en cualquier momento va a terminar por expulsar el mar de leche que su cuerpo está produciendo. Temiendo que, si sigo así, la diversión llegue a su fin, trepo por su pecho hasta llegar a su boca y lo beso muy tímidamente. Sorprendentemente sus labios buscan de nuevo los míos. ¡Cómo me gusta este tío! Su forma de actuar está lejos de los tíos con los que normalmente echo un polvo esporádico. Cualquier otro me hubiera negado un beso después de chupársela, cosa que no entiendo, ¿acaso les da asco el sabor de su polla?
Esta vez nuestras lenguas danzan juntas muy poco tiempo, mi atractivo amante, antes de que me pueda dar cuenta, se ha colocado entre mis piernas y se ha metido mi verga en la boca, regalándome una exquisita mamada. Tras darme unos cortitos besos y masajearme primorosamente mis abultados huevos, envuelve con sus labios mi pene y se lo traga hasta el fondo. Un placer inmensurable recorre mi cuerpo, por unos momentos creo tocar el cielo. Si momentos antes había comprobado que el tío besa de las mil maravillas, el sexo oral se le da de escándalo.
Tras unos trepidantes minutos en los que su boca parece querer tragarse mi virilidad al completo, no tengo más remedio que pedirle que se detenga, pues no deseo correrme aún. Él, con una naturalidad pasmosa, me propone practicar un sesenta y nueve.
El sesenta y nueve es una de las posturas que más me gusta. Me encanta que un miembro vigoroso y rígido invada mi paladar, al tiempo que siento como el calor de unos labios rodea mi polla. Si a eso añadimos que la persona con la que concurro en el mencionado y placentero acto se entrega del modo que lo está haciendo el técnico, ¡es algo que no tiene parangón!
Este polvo (como en todos los que disfruto muchísimo) me parece en estos momentos el mejor de mi vida. Sin dudarlo, relajo todos mis sentidos y me sumerjo en el maravilloso océano de placer que parece ser el cuerpo de José Luis.
Cada vez me gusta más el sabor del que su polla impregna a mi paladar. Tendidos de lado como estamos, mis manos empujan su ano para que su nabo penetre más profundamente en mi boca. Él, imitando mi proceder, hace otro tanto conmigo.
El único sonido que acompaña al de nuestras respiraciones es el chasquido de las lenguas sobre la superficie de nuestras vergas. Sumidos en una peculiar simbiosis ambos nos dejamos llevar por la labor de dar y recibir placer. Su miembro viril se me antoja la más deliciosa de las ambrosias y no quiero dejar de saborearlo. Él degusta mi polla como si el mundo se fuera a acabar después.
Una satisfacción indescriptible recorre mi cuerpo desde los pies hasta la coronilla. El calor que emana su boca sobre mi endurecido miembro es más de lo que puedo soportar y, entre bufidos de gozo, extraigo el caliente falo de entre sus labios.
—¡Aggg! —Musito plácidamente a la vez que me derramo sobre su rostro.
Unos segundos después siento como un pequeño río de esperma resbala por mi mejilla. Nuestros ojos buscan los del otro e, incapaz de decir algo medianamente acorde, nos echamos a reír nerviosamente.
Una vez nos recuperamos físicamente del orgasmo, le ofrezco unas toallitas húmedas para que se limpie los restos de mi esperma sobre su rostro.
—¡Jo, tío! Se ve que tenías el depósito bien lleno. ¡Vaya corrida que me has echado, me has llenado hasta el cuello! —Digo sonriendo mientras me limpio cuidadosamente.
—¡Serían las ganas que tenía de pillarte, pisha !
No sé qué carajo ha visto el Sanluqueño en mí, un tío con un físico como el suyo podría tener a quien quisiera y yo, más que me pese, soy de lo más normalito. Sin embargo, tengo bastante claro que sus palabras y sus ojos son sinceros. Así que clavo mi mirada en la suya, lo vuelvo a besar y me lanzó de cabeza a la piscina de sus encantos.
En un ataque de espontaneidad me abrazo a él y lo beso. Estamos un buen rato así, pegados el uno al otro, hasta que decidimos que es hora de dar por concluido nuestro encuentro sexual y vestirnos.
—¿Me llamaras?
—Por supuesto —Digo moviendo la cabeza contundentemente.
—Si no lo vas hacer, dilo —Dice poniendo ojitos de cordero degollado —Yo no me enfado, shurra. Todo tenemos nuestras historias y lo puedo entender.
—¿Tú crees que a mí no me gustaría repetir?
—No sé… Supongo que sí… Pero es que todo el mundo dice que te va a llamar y después nadie lo hace.
—¡No me hagas responsable de la estupidez humana! Yo he dicho que te llamo y te llamo...—Suavizo la contundencia de mis palabras con una generosa sonrisa —. Pero será en Septiembre, que para entonces es cuando el piso se queda libre. ¿OK?
—OK… OK…
Él último beso es el más tierno de todos los que me ha dado. No estoy seguro si él cree que lo llamaré o no, yo sé que lo haré. El tío es algo fuera de lo común y no se puede dejar pasar así como así.
Mientras recojo la casa, mi queridísimo Ramón vuelve a mi pensamiento. Sé que me debería sentir mal por traicionarlo, pero ha sido él mismo quien ha insistido en que busque mi camino, y si ha de ser sin él, mientras yo sea feliz no le va a importar. ¿Será José Luis la solución a esta soledad mía que ya dura demasiado?
Miro el reloj, veo que el técnico ha tardado más de lo que esperaba en “arreglarme” la conexión a Internet. Me ducho rápidamente y me cambio para ir a la playa con mi familia.
No hago más que tenderme sobre la toalla y mi madre me pregunta por cómo me ha ido con el técnico.
—Bien —Respondo muy secamente, intentando ocultar realmente lo bien que me siento.
—¿Lo ha dejado arreglado o va a tener que venir otra vez?
—El muchacho se lo ha currado, si me vuelve a quedar sin conexión será por problemas míos, no porque él no haya hecho un buen trabajo.
—¡Hombre! ¡Con el tiempo que ha tardado, como para que se te vaya de un día para otro!
—Eso no se sabe, mamá —Digo conteniéndome la risa por lo surrealista de la conversación.
—¿Sabes Marianito? —Interviene mi hermana levantando la cabeza de la revista de cotilleos que está leyendo —Desde que has venido de Sevilla tienes mejor cara, ¿a que sí, mamá?
—La verdad es que, ahora que tú lo dices, sí. Que lleva un verano más mustio que la mar…
—Mi hermanito es ver un santo en la calle y se pone contento.
—¡Más vale así, que las vacaciones son para disfrutarla y no para estar con cara de estreñio ! —Sentencia mi madre levantándose en dirección a la orilla, donde están sus nietos haciendo con su padre un castillo de arena.
Mientras termino de untarme el protector solar, no puedo evitar pensar que llevan razón en lo que me han dicho, pues una procesión me anima bastante. Sin embargo, también he de admitir que mi buen humor no se debe solo a haber visto a la Virgen de los Reyes, está también haber solucionado mi “problema” con Ramón y si a eso le sumamos que esta mañana he echado un tremendo polvo, las razones para tener una sonrisa de oreja a oreja son más que evidentes. ¿Por qué coño será tan importante el sexo en nuestras vidas?
FIN
Dentro de dos viernes publicaré “Iniciándome en el Bondage” será en esta misma categoría ¡No me falten!
Estimado lector, espero que te haya gustado este relato. Si quieres continuar leyendo historias mías, puedes pinchar en mi perfil donde encontrarás algunas más que te pueden gustar, la gran mayoría de temática gay. Espero que mis relatos sirvan para entretenerte y animar tu libido. Mi intención siempre es contar una buena historia, si de camino puedo calentar al personal y sacarle unas risas, mejor que mejor.
Un abrazo a todos los que me seguís.