Adios mi amor ©

Historia que bien podria ser real, en el apasionante mundo de los clubs liberales.

Adiós mi amor.

Veo cómo te enfundas en tu vaporoso vestido al tiempo que me guiñas un ojo con picardía. Te calzas unas leves sandalias tan ligeras como tus pasos mientras te pintas la sonrisa y destacas tu mirada con apenas un toque de sombra en los párpados. Estás hermosa, mi amor. No son sólo tus formas, tus curvas sensuales, no son sólo tus esbeltas pero fuertes piernas, no son sólo tus delicados pies, ceñidos por las estrechas tiras del calzado, tus ágiles manos que vuelan rápidas de una a otra oreja, ajustándote los pendientes. No es sólo tu pelo a punto de desplegarse en una cascada de oro. Es tu mirada, tu ligereza, tus movimientos, todo lo que te presta una especie de luz interior cuando te despides de mí depositando un beso en la punta de tus dedos y soplando amorosa sobre ellos en dirección a mi rostro. Te diriges rauda hacia la puerta. Vas a cumplir tus objetivos, a derrochar alegría y yo me sentiré feliz. Un último guiño al cerrar la puerta y desapareces de mi vista, pero no de mi mente. Adiós, mi amor.

Sigo tus pasos en mi cabeza. Veo cómo llamas al taxi y en apenas unos minutos llegas al destino de tus sueños. Puedo oir el timbre de la puerta, la amistosa recepción y sentir tu entrada en el local. Puedo ver cómo saludas las caras y las manos amigas que te reciben, cómo pides una copa, y empieza una tranquila y amistosa charla. Puedo ver las miradas de aquellos que te observan, resbalando sobre tu cuerpo, parándose en tu pecho, pasando sobre tus muslos. Puedo sentir la de aquél que se detiene en tus ojos y te sonríe con los suyos. Sí, mi amor, sé que estás hablando con él. Parece tímido, pero poco a poco la charla se hace más directa, más íntima, más profunda.

Lentamente, casi pidiendo perdón, os acercáis a la pista. Sus brazos te abarcan con ternura, y los tuyos le atraen sobre tu cuerpo. La música os invita a suaves movimientos, y vuestras caras se van acercando. Ya sientes, ya sentimos, su aliento muy cerca, y tus labios se entreabren para unirse con los suyos que éstos apenas te rocen. Son suaves como los tuyos, y apenas se posan sobre ellos con exquisita dulzura, como disculpándose. Reaccionas y devuelves el beso, con esa delicadeza de la que sólo tú eres capaz, y poco a poco las bocas hablan por sí solas, sin sonidos ni palabras. Labios, dientes, lenguas, manos danzan por sí solos arrullados por la música que flota en el aire. Los cuerpos siguen estrechándose atrayéndose, intentando fundirse en uno solo, mientras tus manos, como las de él, recorren territorios hasta ahora ignotos, alternando suavidad con firmeza, caricias con pasión.

No estoy allí, pero sé que apenas os habéis separado unos centímetros para volver a miraros a los ojos y decidir, sin palabras, que daréis el siguiente paso. Os dirigís hacia el rincón especialmente dedicado a los ritos amorosos, y allí sigue vuestra danza, que ahora se acompaña con la retirada, suave, continua, sin perder la armonía, sin cesar los besos, sin dejar las caricias, de todas las prendas que os cubren. Desnudos, frente a frente, seguís acercándoos, seguís compartiéndoos. Os dejais caer, dulcemente, como una pluma, sobre el lecho, y proseguís una lenta y cadenciosa carrera en vuestras mutuas exploraciones. Ya no son sólo las bocas que se besan. Ahora, buscan nuevos rincones, nuevas anfractuosidades que dan y reciben placer, que comparten gozo, que llevan al compañero hacia una escalda de disfrute que solo puede acabar en el éxtasis.

Es entonces cuando suena mi móvil. Veo el número, sonrío, y lo enciendo sin decir una palabra. Gracias a él oigo tus suspiros y sus gemidos, y con ellos, puedo ver aún más claramente lo que mi imaginación me dictaba. Por tus susurros adivino que su lengua te recorre, premiosamente, que sus labios a ves se detienen, en alguna parte de tu cuerpo y dejan su fugaz impronta con un beso más apasionado que el resto. Escucho los sonidos, diferenciados, y separados por un ligero espacio. El que va de tu boca a tu centro, a tu pozo profundo del placer, hendido y acariciado por su lengua. Tus silencios intermitentes me confirman que le correspondes de igual modo, y siento, aunque no sé cómo, vuestros estremecimientos, vuestros temblores, los mil y un pequeños sonidos que me comunican vuestro ardor, vuestra unión que ya adivino se está empezando a consumar. Un pequeño terremoto, una aceleración de los gemidos, una discreta explosión preceden a un no muy largo pero significativo silencio, apenas roto por el rumor de unos tranquilos y cariñosos besos. El móvil enmudece por completo.

No puedo pensar, mi amor, no me queda imaginación, y entro en dulces ensoñaciones vislumbrando tu cara entre las brumas. Sin embargo, pasado no mucho rato suena la llave en puerta, y entras como una tromba. Te abalanzas sobre mí y me besas en la boca, en las mejillas, en las manos, en el pecho. Me miras, te miro, sonríes, sonrío. Me abres el pijama y me besas por todo el torso, incluso llegas allá abajo, donde mis sentidos desaparecieron hace tiempo y me impiden darte todo el placer que te mereces, todo el goce que acabas de sentir por medio de un desconocido, y que yo sé que tú me has dedicado. Mis manos te elevan de nuevo y te beso en los labios, y te abrazo, mientras nos miramos y compartimos las mismas lágrimas de emoción y ternura. Gracias, mi amor, otra vez, esta noche, a distancia, en otros brazos, con otros labios, con otro cuerpo me has vuelto a hacer feliz. Te quiero.