Adiós en pompa
Ruptura tempestuosa y polvo de despedida.
- Ahí tienes tu mierda- dejo caer la bolsa sobre la mesita baja del salón y miro a Tavo con una sonrisa burlona, cruel-. Ahora ya puedes irte a tomar por el culo- me cruzo de brazos y lo miro, repiqueteando con el pie sobre la alfombra de modo impaciente. Él abre la bolsa y hace repaso de sus cosas. Así son las rupturas, hoy estamos, mañana no, y todo lo que has significado para alguien cabe en una bolsa del Eroski.
Está muy bueno, solo hay que verlo. No he conocido a un tío al que le queden mejor los vaqueros. Y esa espalda, joder. Tiene músculos que ni tenía idea de que existían. Sus brazos capaces de levantarme como si la gravedad no existiera, el pelo al que me encanta agarrarme cuando follamos... negro, lacio, no demasiado largo, lo justo para servir de agarre. Te encantaba cuando follábais, no volverá a pasar, me recuerdo y como si lo hubiera dicho en voz alta, asiento. Cuando la relación dejó de sostenerse solo a base de polvos, descubrí que era un auténtico gilipollas. Tiene gracia que toda la discusión que nos llevó a dejarlo tuviera que ver con una salida con mis amigas. Es un puto troglodita de mierda.
La camiseta- me dice, señalándome. Se la quité el primer día que me quedé a dormir en su casa, más que nada porque el muy bestia había roto la mía y no iba a volver a la mía en sujetador. Es de Jordan, Chicago Bulls, me la he apropiado y ahora, es mía. Además, como es larga me viene de puta madre para ir a la playa, del rollo vestido. Y es original, seguro que le ha costado una pasta relativamente considerable.
Olvídate de ella- me mofo con tintitín. Y que le den. ¿Las colecciona? Pues acaba de quedarse sin una-. Lárgate.
Que me la des- insiste dando un paso hacia mi, de forma amenazante. Estiro la espalda para encararle, aunque sigue sacándome un palmo de altura. Hacen falta cinco como él para amilanarme. ¡Ja!
Es que al tío con el que te pongo los cuernos, le da morbo que la lleve puesta- ¿existe ese tío? No, ha existido otros pero ninguno con un fetichismo especial por la camiseta de marras. Es lo que tiene entrar en la dinámica de cuernos, más vale prevenir que curar, follarte a más que tu pareja para cuando llegue la hora de echarse cosas en cara no quedar de menos-. Y así me folla más duro que tú, muñequita.
Esa le ha dolido fijo, Tavo es todo un gallo de pelea, siempre pavoneándose. Le falta sacarse la polla y mear por encima a toda mujer que le gusta. Un capullo integral. Alarga el brazo y sus dedos se hunden en mis mejillas, haciéndome abrir los labios aunque intente que no sea así, cuando la presión hace que se unan ambas comisuras.
Escúchame zorra, vas a darme la puta camiseta o...- o nada, porque le doy una patada en la espinilla y le doy un puñetazo con el que consigo soltarme.
¡Fuera de mi puta casa!- vocifero hecha una histérica, señalándole la puerta-. Y como vuelvas a tocarme...
Se repone hecho un toro, y me empuja. Caigo sobre el sofá pero me levanto de un salto y cargo contra él dándole una bofetada. Él coje la tela de la camiseta, intentando quitármela mientras yo me revuelvo arañando todo lo que pillo, a dolor. No llevo nada más puesto, a parte de unas bragas azules de lo más normalitas que ya deben de quedar a la vista. Pero tengo que admitirlo, tanto magreo brusco, notar de nuevo el tacto de sus nudillos en mis costados mientras sigue sin soltar la tela y el incipiente bulto en sus pantalones, que noto a la altura de mi bajo viente, hace que sienta un escalofrío en cuanto nos quedamos quietos, en un punto muerto, una tregua improvisada que ambos usamos para respirar.
¿Me la vas a dar?- pregunta, y lo miro.
No- reitero terca.
Mis cojones que no- suelta la tela, sus manos atrapan mi cadera y antes de que me de cuenta, estoy siendo empujada por su cuerpo por todo el salón, de forma torpe y desordenada. Tropiezo y caigo hacia atrás, quedando medio reclinada contra la mesa con él encima. Tratando de buscar el equilibrio mis piernas se abren y noto su erección presionando mis bragas. Enorme y palpitante, suculenta. Toda una llamada de la naturaleza. Grito al notar el canto de la mesa comedor clavado en mi espalda, por el golpe que me he dado en el codo y ahora duele, pero sobre todo por la frustración de que tenerlo cerca me sigue gustando, aunque Tavo sea un auténtico gilipollas. De que mi coño se humedece, de que quiero que su aliento me queme.
El tiempo parece detenerse mientras nos miramos con rabia ciega en un silencio tenso. Una de sus manos abandona mi cadera y repta por mi costado con una lentitud desesperante. Yo coloco una de las mías en su pelo, para agarrarlo de forma amenazante una vez más, la última pienso todavía. Tiro hacia atrás pero Tavo no se mueve, sino que presiona uno de mis pechos con rudeza. Un gemido seco y breve delata la contracción de mi vientre, al moverme, el bulto de sus pantalones me roza y caigo. Como una imbécil. Una vez más.
Lo atraigo hacia mi y lo beso con salvajismo, tomando su boca con mi lengua, tratando de robarle el aliento. Tavo tampoco pierde el tiempo, me baja las bragas y al quedar al descubierto, siento un extraño frío en mi coño propiciado por el aire. Clavo las uñas de la otra mano en su nuca, con fuerza, obligándolo a no apartarse, lo que complica más todo. En cuanto mis bragas caen al suelo sub o una de mis piernas para rodearlo con ella, empujándolo con mi pie en su trasero y siento los vaqueros como barrera. Bufo frustrada y él me coloca al borde de la mesa, Aprovecho para levantarle la camiseta, quitándosela a tirones. Él succiona mi cuello, yo araño su espalda, él clava los dedos contra el hueso de mi cadera, yo muerdo la parte alta de uno de sus marcados pectorales.
Muevo la cadera contra él, con el vaivén incesante propio de las olas de una ciclogénesis explosiva. Jadeo y él me suelta para sacarse la polla y llevarla a mi hendidura para clavármela de golpe, sin aviso o maniobra alguna de aproximación. Un relámpago de doloroso placer me recorre, me arqueo colocando las manos tras de mi para no caer. Trago aire entre los dientes de forma sonora, lo expulso en un gemido grueso y corto. Tavo me sube la camiseta con una mano, descubre uno de mis pechos y lo mordisquea mientras yo todavía siento cómo mi coño todavía no está tan dilatado como para albergar su polla sin que suponga una molestia punzante. Mi respiración hace que mi pezón se mueva dentro y fuera de sus labios mojados, que el otro se me ponga tieso hasta marcarse bajo la tela arrugada. Vuelvo a coger su pelo con fuerza, para sostenerme.
- Fóllame, mierda. ¿A qué cojones esperas?- quiero gritar pero lo hago en un susurro entrecortado, gimoteando. Mi entrepierna arde, mis venas arden y mi corazón bombea líquido de batería. Siento que se retira un poco, y duele, la ausencia de su polla me hace sentir vacía antes de sobresaltarme por cómo me invade de nuevo, implacable, haciendo que me deshaga en un gemido-. Ahh...- respiro, fuerte, tirando del aire-. Más. Dame más...- musito. Él alza la cabeza y besuqueo sus labios provocando un sonido húmedo, carnal. Lo aprieto entre mis piernas, agitándome un poco, inquieta, presa de los calambrazos de mi coño, que trata de adaptarse a marchas forzadas para albergar su portentosa polla de semental-. No te aguanto, eres un capullo de mierda y ni siquiera follas bien- arrastro las sílabas, envenenada, como una serpiente.
Consigo lo que quiero, empieza a bombearme, a destrozarme con unas acometidas que deseo aún sin estar preparada para ellos. Gimo, gimo y gimo en una sucesión infinita que mezcla agudos con graves sin orden concreto. Me siento trémula, pero el torniquete que mis piernas aplican sobre él no cede un ápice. Me folla de forma marcada, animal, manoseándome, acercándome de nuevo cada vez que mi cuerpo se retira un poco sobre la mesa, abriéndome a su gusto. El sonido de cada embestida se torna acuoso en cuanto la lubricación lo impregna todo, corrosiva. El sudor también ayuda. Intenta quitarme la camiseta del todo, pero muerdo con fuerza su labio. Tanta que le hago una herida en la parte interna, noto el sabor de la sangre y él se aparta. Niego con una sonrisa burlona.
- Sigues siendo una muñequita que se ha quedado sin vestido- digo entrecortadamente, más eso no evita que suelte todo el veneno. Él me mira con odio, un odio que me pone muy perra, el mismo con el que su mano aprieta mi pierna como si fuera una garra inmisericorde. Me lamo los labios, triunfal, a la expectativa de una nueva embestida que me robe el aire, me haga correrme de una vez y acabar con esta mierda. Pero sale de mi, y sin poderlo evitar mi rostro se convierte en el de una niña decepcionada y triste, y gimoteo una queja sin dejar de mirarle, esperando que siga, que me lleve a correrme.
Grito cuando tira de una de mis piernas, haciéndome caer de la mesa. Me agarro al borde con las manos, quedando acuclillada. Húmeda y excitada, pero también con las carnes abiertas por el cabreo, gruño mirándole. Él me coge de un brazo y hace que me incorpore, solo para hacer que mi torso quede sobre la mesa. Me clava su polla en el culo, mi ano es asaltado por su glande lubricado, seguido por un tronco en el que siento hasta cada vena marcada. Grito hasta quedarme sin voz, cierro los ojos humedecidos por el dolor y hasta doy un puñetazo sobre la mesa.
¡Para! ¡Para, joder!- gimoteo a voces, sacudiéndome, pero hacerlo solo sirve para que el dolor se intensifique. Lo noto duro, muy duro y pulsante dentro de mí- ¡Tavo!- se mantiene quieto, en mi interior que arde y duele. Mi ano quiere expulsarlo, yo quiero echarlo de mi cuerpo, de mi casa y de mi vida. Tavo chasquea la lengua contra el paladar en sonido de negación reprobatorio y mueve hacia arriba la cadera lastimándome de nuevo, como si me hubiera metido un garfio por el culo. Grito de nuevo, con voz ronca y apagada, luego gimoteo-. Ya no más... ¡Para!
Pero nena...- me dice con voz suave, tanto como el tacto que hace su mano por la parte baja de mi espalda, rodeando mi pierna hasta acariciar desde delante la parte interna de mis muslos-. No esperarías que si otro va a disfrutar mi camiseta, también disfrute de tu culito vírgen- suena excitado, y también cruel. Su caricia apenas logra calmar la quemazón de mi ano, que todavía me tiene quieta, paralizada, gimoteando como una cría asustada que solo quiere que la dejen en paz-. Mmmm... que caliente, y suave- es como si escupiera las palabras, sé que el muy cabrón lo está disfrutando y aprieto los dientes alzándome un poco sobre los codos. Su mano acaricia mi coño con un deje paternalista y jadeo confusa-. Fue lo primero en lo que me fijé. Tu culo respingón, redondo y marcando el tanga bajo el vestido de zorra que ha salido a la discoteca a comprar leche- intento revolverme de nuevo, y duele otra vez, insoportable-. Shhh, preciosa. Con tanta presión, acabaré pronto- pulsa mi clítoris haciéndome gemir, pero luego, me empieza a follar el culo.
Grito afónica, mis uñas intentan clavarse sobre la madera de la mesa mientras el vacío generado cada vez que sale se traduce en un pulso doloroso, machacón y continuado, que se hace cada vez más intenso, parejo al sonido de sus pelotas golpeando la parte baja de mis glúteos, como azotes encolerizados. Tiemblo, pero sus manos mantienen mis caderas firmes, ancladas para recibir cada nuevo envite. Y deja de doler, suspiro de alivio, escucho al fin los gemidos excitados de Tavo y jadeo. La lubricación desciende por mi piernas, siento el halo de calor de mi coño así que, obstinada, en cuanto siento que va a embestirme de nuevo echo la cadera atrás y se clava hasta el fondo, corriéndose. Sé el ruido que hace cuando se corre. Me saca la polla, y los últimos chorros caen sobre mi culo. Los siento viscosos y calientes. Me incorporo apoyando los brazos trémulos sobre la mesa. La tela de la camiseta de baloncesto cae y tapa. Tavo me abraza por detrás, fuerte, inmovilizando mis brazos contra mis pechos.
¿Volveremos a follar?- pregunta en un susurro.
No- digo tragando aire por la boca, moviendo la garganta para hacer descender saliva-. Te has pasado- recrimino agitándome para que me suelte, y no lo hace.
¿No?- ríe y su nariz toca mi cuello-. Solo tengo que encontrarte en una discoteca para que teme abras de piernas contra uno de los altavoces, nena. Lo sabes- besa el hueco tras mi oreja y mi cuerpo se destensa un poco.
Eso no volverá a pasar- digo quedándome quieta, entre sus brazos.
¿Cómo fue aquello que dijiste?- ronronea un poco, colocando la cabeza sobre mi hombro-. Ah, si- añade burlón-, que no iba a catar tu culo ni por error- ríe suavemente y me da un beso en la mejilla, que me parece del todo inoportuno, y me suelta para, con una mano, coger mi trasero y apresarlo-. Me he quedado con ganas de repetir, así que ya veremos.
Lárgate- gruño consternada. Mi sexo palpita, pidiendo atención, no quedarse a medias. Tavo coge su bolsa y abre la puerta. Sin necesidad de pensarlo, me quito la camiseta para mostrarme desnuda por completo ante él, dejando que la prenda cuelgue de mi índice, algo separado de mi cuerpo-. ¡Eh!- trato de llamar su atención- ¿No querías tu camiseta?