Adiós a un extraño

No exactamente erótico, pero qué se le va a hacer a una despedida.

Many things. Otro puto mes sin follar. Resultado: hormonas bailoteando en mi azotea, fantasías con el Harry (que, mira, no es que no sea fantaseable, es que hace cosa de tres años que no lo veo), bragas húmedas a deshora. Aparte, esas enormes ganas de follar como dios manda por una vez. ¿Hace cuánto que no? Con ese morbo que se traía Juan, esas ganas, esa desnudez de pudores y demás tonterías. Hasta con un poco de rencor, como la vez de Uriel, y ese último polvo que nos separó para siempre porque expuso todos nuestros demonios. Y el Harry...carajo...a tres años..qué bueno está, y sigue estando.

Qué noche tan fatal, tan decisiva, tan rara. Enero, un frío tremendo. Y el mítico cumpleaños del Tacho, una pandilla de mocosos adinerados (excepto yo, claro). Uriel, en plan distante, marica de mierda, hijo de la gran puta. Yo...queriendo beber, nada más. Amigos. Cantidades inmensas de alcohol, de comida. Tequilazos. Y de pronto, como salido de una de mis más bizarras fantasías, el Harry pidiéndome en inglés que le tocara el trasero y expusiera mi opinión. Para entonces, todos en esa casa estaban más borrachos que un irlandés en San Patricio, así que a nadie pareció importarle. A mí me dio un poco de escrúpulo, pero el usualmente tímido Harry insistía.

Y debo decir que me ponía desde que lo conocí en primer semestre de la facultad, hace cinco años, que entonces habían transcurrido dos y medio y que seguía con el look Daniel Radcliffe imperturbable. Sí, lo confieso: a mí, nada de músculos o pieles bronceadas, ni siquiera motociclistas greñudos. Lo que me pierde, mi fetiche, es esa cara de eterno despiste, esas gafas de Woody Allen que usa Rodrigo, su sentido del humor, su timidez y su inteligencia. Así que accedí. Y no estaba mal.

Pero no pude externar mi opinión. Una lengua ajena metida casi en la garganta dificulta sobremanera la pronunciación. Su pelo, negro y algo crecido, me cosquilleaba en la cara, y me ponía más caliente. Besaba como no me acuerdo que alguien lo haya vuelto a hacer. Con un poco de ternura en el roce de sus labios, pero también con morbo, con humedad, con los dientes, y el aliento. No me hubiera cansado nunca de besarle. Me apretaba contra sí, y el mundo se detuvo por esos minutos. Mi necesidad de espacio personal se esfumó. Todos los presentes, incluido mi ex, Uriel, desaparecieron... bueno, más o menos, porque Uriel no se resignó a ser privado de existencia así como así, e interrumió el beso eterno que me había llevado a sentarme en el regazo de Potter para que la eternidad no me rompiera el cuello. En realidad tuvo que esforzarse, porque el primer puñetazo en la mesa fue escuchado por los besuqueantes, pero ignorado por la urgencia del contacto aplazado por casi tres años. Lo siguiente fue un empujón en el hombro del Harry. Estábamos a punto de darle exactamente la misma atención al empujón que al puñetazo, pero casi nos derrumba...así que tuvimos qué parar, y mi estimado don-nadie, en alarde del más patético machismo al estilo Pedro Infante, retó a Rodrigo a darse de puñetazos en la acera.

Harry no dijo nada, y lo entiendo, a mí nunca me gustado tanto nadie como para dejarme partir la cara por un fulano de 1.85. La solución más sensata era seguir en lo nuestro y que el Uriel, si así lo deseaba, se fuera a congelar a la calle, él solito, porque, después de todo, él me había botado sin consideraciones mientras se tiraba a su prima...Y el Harry no era tan su amigo, bueno, jugaban en el Xbox juntos, pero otro vínculo no se les conocía. Tal vez seguir en ese beso era el colmo de la sinvergüenza, pero no todo mundo trae el código de ética en la frente después de ocho cervezas y seis shots de tequila. Sin embargo, a Uriel pareció desagradarle nuestra decisión y volvió a la carga. La que se levantó violentamente después de ello fui yo. Y con la voz tropezando con los grados etílicos de mi sangre, le espeté en plena cara (bueno, tanto como mi metro sesenta me lo permitió):

-¡A ti te importa una puta madre mi vida, hijo de la chingada! A la verga, cabrón, que aquí nadie te llama.

Y sí, le escupí un trago de tequila a la cara. Con buena puntería. Pensé que que no se iba a contener, pero lo hizo. Me miró con odio infinito, y se empinó la botella, alejándose. Para cuando volví con Rodrigo, el beso tornó faje. La urgencia nos metió en un cuarto vacío, y... se quedó dormido. Yo salí de la habitación, a beber más. Mucho más.

Como en guión cinematográfico, hubo corte, y lo siguiente que recuerdo, es un beso apasionado y urgente, con... mi ex. No me considero demasiado golfa; que me guste la actitud, es otra cosa. Pero esa noche pasé, casi sin respirar, de unos dedos dulces y ansiosos aprendiéndose mi piel, a otros dedos, familiares, aunque crueles. Follamos sin red de protección, y aquello se parecía mucho a morir. Desnuda en medio de una madrugada de enero, sodomizada por el extraño de cuerpo blanco y frío, lunar. El hombre al que había amado de manera irracional. El que ahora me mordía la lengua con furia, que me clavaba las uñas en la cintura hasta dejar marcas sangrantes. El que lloraba mientras lo hacía. El que hacía seis meses me había abandonado, el que había terminado algo que yo creía perfecto. El que nunca me dejó ver hacia adentro. Cobarde, maldito cobarde. Y lo supe. Supe que era la última vez, porque él me odió en ese momento. Nunca supe si me amaba, en verdad. Nunca supe nada de él, sólo de su cuerpo, de las cimas oscuras a las que me llevaba. El orgasmo se llevó mi conciencia. El frío de la mañana me la devolvió, mientras instintivamente buscaba su abrazo. Me encontré de frente con los amigos que lo habían oído (y quizá visto) todo, más desnuda que nunca. Señalada y a punto de la más bíblica lapidación.

No he vuelto a verles desde entonces. Pero sigo pensando en el Harry, y en polvo que aún nos debemos. Esperé casi tres años por un beso, así que creo que no hay tanta prisa. Sólo espero que Uriel no esté presente.