Adiestrador de Perros

Roger adiestra perros...pero no perros comunes. Adiestra jóvenes muchachos para que se conviertan en verdaderos perros sexuales, dispuestos a cualquier exigencia. Su última adquisición no parece muy predispuesta al aprendizaje...Pero uno de sus perros favoritos va a ayudar en lo que haga falta.

De rodillas en el suelo, con las piernas bien abiertas, el muchacho abría la boca y sacaba la lengua con expresión de profundo anhelo, desesperado.

Los clientes reían por lo bajo ante su buena disposición.

No lo hicieron esperar, desde luego. El primero lo agarró del pelo y le metió la verga en la boca, profundamente. El muchacho lanzó un suspiro de satisfacción y comenzó a mamar igual que un becerro hambriento.

La perra tenía las manos sueltas, pero no las usaba porque le habían enseñado que las perritas buenas no utilizan las manos. En cambio, usaba la boca desesperadamente mientras en su culo una cola se sacudía frenéticamente, mostrando su alegría con el mecanismo vibratorio del consolador.

Roger sonrió, satisfecho con la educación de su última puta, viendo cómo devoraba una polla tras otra, sin cansarse jamás de tragar semen caliente.

-          ¿Lo ves, zorra? – Ronroneó. – Así es como debe portarse un buen perro.

A sus pies, su última adquisición le lanzó una mirada asesina.

El chico, esbelto y algo mayor de lo que solía conseguir, estaba dolorosamente atado, con brazos y piernas doblados para que no pudiera escapar. El pene estaba firmemente aprisionado con una anilla, de manera que no pudiera aliviar la excitación, y su culo estaba siendo entrenado con una pequeña vara que vibraba cada pocos minutos en su recto.

Aunque ahora mismo lo mejor de su decorado era sin duda la mordaza que tenía en la boca: le abría las mandíbulas y le mantenía la boca libre y disponible para follársela cuanto quisiera.

-          No es tan difícil. – Aseguró Roger. – Tienes que aprender a encontrar el placer. Tu polla lo sabe, ahora tienes que enseñárselo a tu cabeza.

Su nuevo perro se retorció, furioso, y Roger en respuesta rió y le lanzó un puntapié a las costillas, haciéndolo jadear.

Se oyó un sonoro golpe. Alzó la cabeza para vigilar, porque no le gustaba que los demás zurraran a sus putas, y éstas estaban adiestradas para no tolerar esos abusos de nadie que no fuera su verdadero amo. No obstante, el perrito seguía mamando alegremente, con la cara y el pecho manchados de semen; el golpe provenía de un desesperado que le había dado una nalgada.

-          ¡Eh! – Llamó la atención de los clientes que rodeaban a la puta. – Si queréis que suenen hostias decídmelo, pero no tenéis permiso para…

El perro de pronto abandonó a los clientes y corrió a cuatro patas hasta él con expresión de deleite. Comenzó a lamerle las rodillas y frotarse contra sus piernas.

Roger no pudo menos que reír.

-          No, no, zorrita, los clientes primero. –Dijo, divertido. - ¿Quieres que te pegue, precioso? ¿Eh, quieres que te zurre hasta dejarte el culo bien caliente?

Él ladró en respuesta, como había aprendido a hacer, y le dio el culo a su amo para que le pegara.

Dos de los clientes se aproximaron sin pudor y se turnaron la boca del perro, clavándole las vergas hasta el fondo de la garganta.

-          ¿Ves? – Roger miró con sorna a su nueva adquisición, que observaba con asco el espectáculo. – Esta dulzura no soportaba el más mínimo abuso cuando llegó a mis manos, ¡pero míralo ahora! Fue un verdadero deleite adiestrarlo, hasta el punto de haber descubierto un masoquismo nato, ¿verdad, tesoro?

El dócil perrito gorjeó, con las dos pollas en la boca, intentando mamarlas a la vez. A Roger le encantaba el entusiasmo de su tierna mascota, y como se estaba portando tan bien decidió recompensarla.

-          Bien, precioso, voy a zurrarte de lo lindo, ¿vale? No muerdas a nuestros clientes.

La clientela rió, porque sabían que aquella zorrita jamás en la vida había mordido a nadie.

Roger le acarició las nalgas, viendo cómo desde su ano la cola de perro se sacudía desesperadamente, acorde con el ánimo de su mascota.

Entonces lanzó el primer golpe.

PLAS.

El perrito lanzó un gorjeo de entusiasmo, mamando con más fruición si cabe.

PLAS.

Roger nalgueó otra vez el pequeño y blanco culo de su perro, que disfrutó de cada golpe.

PLAS.

PLAS.

PLAS.

Su desespero mamando era tanto que logró arrancarle el orgasmo a uno de sus clientes en apenas un par de minutos, llenándose al boca de semen caliente y espeso.

El perro rió, encantado con los golpes y la deliciosa comida, y pasó a la siguiente polla.

La dócil putita siguió mamando y recibiendo golpes hasta que los clientes estuvieron exhaustos y se retiraron. Entonces Roger hizo que se volviera y le dio unos besos en la boca con sabor a semen, para después prodigarle unas cuantas caricias al pequeño y saltarín pene anillado.

-          ¿Quieres que te zurre más, putita? – Ronroneó Roger cariñosamente. - ¿Quieres? – El perrito ladró alegremente en respuesta. - ¿Y si te zurro mientras me ayudas? ¿Quieres ayudar a tu amo con el adiestramiento de ese perro salvaje y malo? – Él ladró aún más. – Ya me lo imaginaba. Te adoro, pequeño.

Permitió que el perro le lamiera la mejilla y la boca, y después le ató la correa al collar que ceñía su cuello. Después se volvió hacia su nueva adquisición, que tenía las pupilas dilatabas y respiraba de forma irregular, viéndolo venir.

Cuando se acercó al nuevo muchacho, seguido por su perrito predilecto a cuatro patas, el desgraciado gimió y se retorció, intentando huir, pero no había posibilidades. Roger lo agarró del codo y lo arrastró, literalmente, hacia la celda de adiestramiento.

El perrito tembló un poco al entrar en aquel espacio lúgubre de piedra desnuda y cadenas en las paredes. Aunque ahora disfrutaba mucho de los azotes y los abusos sexuales de toda índole, aquella sala le traía recuerdos desagradables de cuando aún era un perro malo y era brutalmente castigado.

No obstante dejó que su amo lo guiara hasta el centro de la sala y lo atara a una argolla del suelo. Permaneció tranquilo, disfrutando de la cola que se retorcía en su recto, mientras Roger colocaba al nuevo hermanito a su lado, manipulándolo sin mucho esfuerzo hasta atarle el cuello, las muñecas y las rodillas al suelo, impidiendo que se moviera más de un par de centímetros en cualquier dirección.

-          Bueno. – Suspiró el amo. – Os voy a pegar a los dos con distintos instrumentos. Lo haré con el látigo, con la fusta, la vara y con mis propias manos, alternativamente entre una herramienta y otra…Y entre un culo y otro. Tú, chico malo…- Apoyó un pie en el trasero del perro nuevo, haciéndolo gruñir. – Vas a oír cómo un perrito ejemplar gime, disfruta y pide más y más. Así aprenderás lo que tienes que hacer cuando se te zurre. Ah, precioso. – Esta vez fue el culo del perrito dócil el que recibió una caricia tierna de manos de su amo. – Tienes permiso para hablar.

Dio un alegre respingo.

-          ¡Gracias, amo! – Exclamó con voz aún infantil. - ¡Te quiero!

Roger rió y le acarició un poco más el ya enrojecido trasero.

-          Voy a quitarte la cola, ¿vale, putita?

-          ¡Sí, amo!

De un tirón arrancó el consolador, haciendo que su perrito gimiera roncamente, y lo dejó en una caja de plástico hasta entonces vacía. Otros esclavos de menor categoría lo limpiarían, como todas las herramientas de adiestramiento y diversión.

Roger decidió comenzar con la vara. Flexible, picaba una barbaridad, pero no pegaría tan fuerte como para hacer sangre.

-          Vamos a empezar, ¿eh, chicos? – Dijo.

-          ¡Sí, amo! – Exclamó su dulce perrito, entusiasmado ante la idea de servir de ejemplo y además recibir una buena y maravillosa tunda.

Se hizo esperar un poco, y luego descargó el primer golpe.

CHAS.

Lo hizo en el trasero de la nueva adquisición, que gruñó contra la mordaza abierta, pero no gritó.

-          Bien, tienes aguante. – Valoró Roger, admirado, mientras una marca rojiza aparecía en la piel ligeramente bronceada. – Pero no es la respuesta adecuada. Atento.

CHAS.

Azotó al dócil perrito, que gimió con expresión de éxtasis.

-          ¡Gracias, amo! – Ronroneó alegremente.

-          ¿Lo ves? – Dijo Roger. – Así es como tienes que responder. Tienes que disfrutar de los golpes, chico, de cada gesto que tu amo dirija hacia ti.

El pequeño rió, contento de ser un buen ejemplo, y se acomodó algo mejor para seguir recibiendo.

Los primeros cinco golpes cayeron seguidos sobre las nalgas de la nueva adquisición, que gruñó contra la mordaza abierta hasta que, por fin, un grito brotó de su garganta. Roger sonrió, satisfecho.

-          ¡Mejor! – Exclamó. – Mucho mejor.

El perro sin entrenar jadeaba, temblando de tensión y dolor.

El siguiente azote cayó en el trasero del esclavo dócil, que gimió y dio las gracias.

Pronto la sala se llenó de un coro de gritos, gemidos y agradecimientos.

-          ¡Agh…!

-          ¡Gracias, amooo! ¡Ay! ¡Gracias!

-          ¡Ah! ¡Grragg…!

-          ¡Ah, ah, amo, gracias!

-          ¡Aah…!

-          ¡Más, más, amo, por favor! ¡Ay! ¡Ay, amo! ¡Amooo, gracias!

-          ¡Gaagg…! ¡Gggjja…!

-          ¡Uish! ¡Amo, más, más, más! ¡Ay! ¡Más fuerte…! ¡Amo, más fuerte…! ¡Amo, gracias! ¡Amo! ¡AY! ¡Amoooo…!

-          ¡Gajjj…! ¡Graag…!

-          ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Pégame más! ¡Más, amo, más! ¡Ay! ¡Más! ¡Más! ¡MÁS! ¡AMO, MÁS! ¡MÁS! ¡MÁÁÁÁÁÁÁÁH!

De pronto la última súplica del dócil perrito se quebró en un sollozo desgarrador, y Roger paró de inmediato, preocupado.

-          Eh, eh…- Se abalanzó hacia su fiel mascota, desatándolo del suelo, y lo estrechó entre sus brazos. - ¿Estás llorando? ¿Es demasiado, cariño?

El perro lloraba, pero lo miró con evidente arrepentimiento a pesar de las lágrimas.

-          L-lo siento, a-amo…- Musitó con voz quebrada. - ¡Yo no quería llorar! No quería llorar, amo, pe-pero se me ha escapado…Lo siento, amo…

Roger no pudo menos que sonreír ante la absoluta devoción de su mejor perro. Le acarició el pelo y el rostro, aún manchado de semen ya seco, y ahora también de lágrimas recientes.

-          No pasa nada, corazón. – Le aseguró. – Lo has hecho muy bien.

Él aspiró fuerte por la nariz, acurrucándose entre los brazos de su amo.

-          ¿Te ha gustado? – Preguntó con timidez.

-          Oh, me ha encantado, cariño, eres el mejor.

Eso hizo que el perrito sonriera y le lamiera el mentón en agradecimiento. Roger también el sonrió.

-          ¿Qué te parece si como recompensa por ser tan buen chico, te follo? – Preguntó.

-          ¿Lo harías? ¿De verdad?

-          Sin ninguna duda. Voy a follarte, ¿vale? Y dejaré que te corras.

-          ¡Oh, gracias, amo, gracias!

El perro rodeó el cuello de su amo con los brazos y lo llenó de besos y lametones, haciéndolo reír. Unos momentos después Roger se lo apartó para estirarlo sobre la fría piedra…Estratégicamente delante del nuevo perro, que observaba con horror y un cierto brillo nuevo en los ojos.

Roger se puso entre las piernas de su dócil mascota, haciendo que las levantara, y se sacó el pene enhiesto para apuntarlo en el culito abierto del muchacho, que sonrió mientras su expresión se tornaba anhelante y sexualmente desesperada.

Muy pocas veces follaba a sus esclavos de cara, pero aquella ocasión era especial. Aunque normalmente los follaba a cuatro patas, como era de esperar de un perro, en ese momento su fiel mascota merecía que lo besara mientras se lo tiraba salvajemente.

-          ¿Listo, cariño? – Dijo con dulzura.

-          Siempre, amo. – Asintió el perrito.

Roger embistió, enterrándose en el ano de su esclavo, y éste gimió ante la intrusión, arqueándose.

-          ¡Amoooo! – Jadeó de puro placer.

Comenzó a bombear, y el perrito sacó la lengua, gimiendo cada vez más fuerte mientras se aferraba a los brazos de su amo, disfrutando como una puta.

En otras circunstancias Roger hubiera comenzado a prodigarle pellizcos, mordiscos y algunas nalgadas, pero en esta ocasión su dulce mascota merecía un trato más tierno, de modo que lo lamió y lo besó, moviéndose de manera que le diera el máximo placer.

Cuando los gemidos de placer se volvieron gritos roncos le quitó la anilla del pene a su perro. En unas pocas embestidas más el dulce muchacho se corrió desesperadamente, chillando de placer como muy pocas veces le permitía, y después quedó lánguido en sus brazos contra la fría piedra.

De pronto el perrito abrió los ojos con horror a pesar del agotamiento.

-          ¡Amo, aún estás caliente! – Exclamó. - ¡Lo siento tanto, amo! ¡Deja que te alivie!

-          No, no, tú lo has hecho ya lo bastante bien. – Le aseguró con dulzura. – Vete a tu caseta y descansa, ¿vale?

-          Pero amo…

-          Chis, vete.

El perro pareció muy arrepentido por no haber podido aliviar del todo a su amo. Para calmarlo Roger lo besó un par de veces antes de dejar que se fuera, andando a trompicones, desnudo excepto por el collar y el semen que lo manchaba por todas partes.

Luego se volvió hacia el esclavo recién adquirido, que jadeaba. Sonrió.

-          Pero tú sí que vas a aliviarme. – Comentó. – Te guste o no, vas a hacerlo.

El perro comenzó a gruñir y retorcerse, pero las ataduras le impidieron alejarse cuando su amo lo agarró del pelo y sin miramientos le metió la polla en la boca hasta el final, provocándole una terrible arcada.

Roger comenzó a bombear sin temor, follándole la boca abierta por la mordaza, usándolo como a un agujero cualquiera para darse placer y, al fin, con un gruñido bronco, derramarse en su garganta, llenándole la boca con varios chorros de semen espeso y caliente que le dieron ganas de vomitar.

-          Aprenderás a disfrutar, guapo. – Sonrió el amo. – Ya lo verás.

Le dio una juguetona bofetada antes de dejarlo allí, solo y atado, con la boca chorreando semen y el cuerpo humillantemente febril de pura excitación.