Adicto al sexo (Parte veintiuna).

Una semana más aquí teneís parte de una de mis historias. Es la veintiuna de la última que he escrito que, además, es la más larga. Espero que las personas que la lean se vayan enganchando a ella y para bien ó para mal me dejen sus comentario que, de antemano, agradezco.

Andrea, demostrándome que además de ardiente y viciosa era envidiosa, mala y rencorosa, no tardó en hablar con Paloma a la mañana siguiente para decirla que me había pasado varias horas dándola por el culo lo que, lógicamente, sentó fatal a la joven que, tras indicarme que se sentía vilmente traicionada después de haber depositado toda su confianza en mí y que la había demostrado que era un cabronazo que sólo pensaba en recibir satisfacción a través del rabo y en echar “lastre”, se enfadó conmigo situación que, para regocijo de Andrea que aprovechó para mantener una actividad sexual mucho más frecuente conmigo, se mantuvo durante varias semanas hasta que la compañera con la que Paloma había compartido habitación durante aquel viaje nos invitó, como a buena parte del personal de la empresa, a comer con motivo de su próxima boda. Paloma, poniéndome mejor cara, se sentó a mi lado y se pasó buena parte de la comida y de la sobremesa incitándome a que metiera mi mano por debajo de la falda de su vestido para que pudiera comprobar que se encontraba muy abierta de piernas y que estaba lubricando tanto que había empapado la braga mientras, acomodadas enfrente de nosotros, Andrea y Beatriz intentaban que la conversación se desarrollara y mantuviera dentro de un tono bastante subido con intención de que la novia, que al día siguiente por la noche iba a celebrar su despedida de soltera, se fuera calentando. Al salir del restaurante nos hicimos varias fotografías y en una de ellas me coloqué junto a Paloma, que había conseguido ponerme sumamente “burro” y mientras nos sacaban la instantánea, aproveché para tocarla la masa glútea a través de su vestido con lo que pude comprobar que, además de haberme perdonado lo sucedido con Andrea y Beatriz, estaba tan salida como yo por lo que, en cuanto pudimos, nos libramos de nuestros compañeros de trabajo y nos quedamos solos.

Agarrándola por la cintura nos fuimos a su casa en donde me efectuó, con esmero y ganas, una nueva felación demostrándome que cada vez me chupaba mejor la tranca y que, al hacerlo, pretendía darme mucho gusto mientras se la iba haciendo la boca agua esperando a que la diera “biberón”. Después realizamos otro sesenta y nueve que culminó cuándo, tras volver a eyacular en su boca, la solté una de mis abundantes meadas. Más tarde, se la “clavé” por vía vaginal colocada a cuatro patas echándola en esa posición otros dos polvos y una nueva meada y para acabar la pedí que me efectuara una nueva cabalgada vaginal, con la que logró sacarme por quinta vez la leche, tras lo cual la vi tan entonada que, haciendo que se acostara boca arriba en la cama, la mantuve bien abiertos con los dedos de mi mano izquierda sus abultados labios vaginales, la introduje todo lo que me fue posible el puño de la derecha en la almeja y la forcé hasta que conseguí que expulsara “baba” vaginal y orina en cantidad y a chorros llegando su pis a depositarse a la altura de mi codo. Aunque la chica me pidió en varias ocasiones que la dejara de forzar de aquella manera puesto que no podía más y estaba alcanzando orgasmos secos que, además de molestos, la llegaban a resultar dolorosos continué hasta estar seguro de que la había dejado sin líquidos por lo que, al sacarla el puño, Paloma se encontraba exhausta y bajo los efectos de una cistitis que, al no quedarla orina, sólo era húmeda. No dejaba de pedirme que fuera a la cocina para traerla una botella de agua con la que poder reponer líquidos y recuperarse de la paliza que la había dado. Después de beberse de un trago casi media botella, me dijo que la iba a costar reponerse por lo que, como su padre tenía que estar a punto de llegar, tuve que vestirme y dejarla escocida y despatarrada en la cama. Al día siguiente no acudió al trabajo.

A pesar de que su poder de recuperación no era todo lo satisfactorio que a ambos nos hubiera gustado, lo que Paloma achacaba a que la exprimía demasiado en cada una de nuestras sesiones sexuales por lo que, cada vez que la penetraba, me veía obligado a no echarla más de dos polvos ya que si la soltaba una mayor cantidad de leche, tenía que esperar a que pasaran de treinta y seis a cuarenta y ocho horas para poder mantener nuestro siguiente contacto con la joven en las debidas condiciones, desde entonces y para desesperación de Andrea, cada vez fue más frecuente el que nos relacionáramos tanto en el trabajo, en donde a Paloma la agradaba prodigarse en chupármela y “cascármela”, sobre todo cuándo tenía ganas de hacer pis con intención de provocarme unas masivas eyaculaciones en las que el “lastre” se llegaba a mezclar con la micción, como en mi domicilio y en el suyo en donde aprovechábamos que los lunes, miércoles y viernes podíamos desarrollar nuestra actividad laboral en horario de mañana y que a su padre le gustaba pasar la tarde dando paseos ó jugando a las cartas en algún club de jubilados para pasarnos varias horas inmersos en cabalgadas, en exhaustivos y largos sesenta y nueve y en “clavarla” la verga colocada a cuatro patas. Fue en su habitación donde, unas semanas más tarde, decidí desvirgarla el culo viendo que, aunque la costó hacerse a las dimensiones de mi miembro viril y a colaborar, su ojete dilatada a la perfección y que “tragaba” de maravilla a pesar de que, en cuanto se lo sacaba tras mis descargas, solía sufrir los efectos de unas persistentes diarreas líquidas que muchos días la obligaron a pasar el resto de la tarde y buena parte de la noche sentada en el “trono” y defecando de una manera bastante continua y masiva.

Meses más tarde nos acostumbramos a pasar juntos los fines de semana en la vivienda que su familia tenía en su localidad de nacimiento, que contaba con una escasa población, en la que solíamos permanecer desnudos ó en braga y calzoncillo para poder restregar nuestros cuerpos con frecuencia además de follármela por la mañana al despertarnos, al terminar de comer y al anochecer pero sin echarla en cada ocasión más de dos polvos y una meada para evitar que se desfondara y la diera tiempo a reponerse para la ocasión siguiente mientras que por la noche lo que más la agradaba era que me recreara y algunas veces en exceso, “haciéndola unos dedos” y que, permaneciendo acostado boca arriba en la cama, me tocara y meneara la chorra delante de ella que se encargaba de “cascármelo” cuándo veía que mi descarga era eminente ó que tumbado boca abajo frotara el cipote con la sabana mientras ella me acariciaba y besaba la masa glútea hasta que consideraba que tenía que estar a punto de eyacular y metía sus manos entre la sabana y mi cuerpo para acariciarme los huevos y meneármelo pasándome continuamente el dedo pulgar por la abertura de la minga al mismo tiempo que me realizaba una ligera presión con lo que favorecía que “explotara” con bastante más celeridad y sintiera un mayor gusto mientras echaba un par de buenas lechadas y su posterior meada. Asimismo, la seguía gustando “cascármela” cada vez que sentía necesidad de mear, que era con bastante frecuencia, por lo que, tras hacerme retener al máximo la salida del pis, cuándo me la meneaba lo primero que me sacaba era la “cerveza” aunque había veces en que lograba aguantar y al descargar, se juntaba con mi leche. En múltiples ocasiones se la “clavé” por vía vaginal cuándo me estaba reventando de ganas de orinar con intención de soltarla y en tromba, mi pis en el interior del chocho lo que sucedía de inmediato puesto que sentía tanto gusto en cuanto se la metía que me era imposible aguantar. Con el paso del tiempo la comencé a tratar de una manera un tanto fetichista y sádica para intentar conseguir que siempre se mostrara de lo más complaciente a la hora de darme satisfacción sexual y me gustaba atarla boca abajo de pies y manos para, sin que pudiera oponerse, azotarla la masa glútea hasta ponérsela como un tomate antes de forzarla analmente con mis dedos y de “clavársela” por detrás, cosa que, a pesar de sus prolongados procesos diarreicos, cada vez hacía con más frecuencia al igual que me prodigué en meterla cigarrillos encendidos que, a menos que quisiera quemarse, la obligaban a permanecer quieta mientras me los fumaba manteniendo a mis labios en contacto con su orificio anal ó se consumían.

Cuándo llegó el verano nos fuimos de vacaciones a la playa y al descubrir que existía una zona nudista logré convencerla para ir allí todos los días tanto por la mañana como por la tarde con el propósito de lucir nuestros atributos sexuales delante de los demás mientras nuestros ojos se recreaban viendo chuminos y buena parte de ellos depilados, “colitas”, la mayoría flácidas y convertidas en auténticos colgajos, tetas y culos antes de que Paloma me efectuara una felación y me la tirara colocada a cuatro patas y casi siempre con compañía a nuestro alrededor detrás de las rocas ó a la vista de todo el mundo. Por la noche, al terminar de cenar, nos solíamos dar un paseo por la orilla del mar con intención de entonarnos viendo en acción a una pareja que, como pudimos comprobar, eran asiduos a visitar y a la misma hora, un lugar rocoso de la playa. El chico siempre iba tocando el culo a la joven, que vestía en plan escotado y minifaldero y sin ropa interior, hasta llegar al lugar en el que la chavala se tumbaba boca arriba sobre la arena y abría bien sus piernas para que su pareja la comiera el coño hasta que culminaba al mearse en su boca. Después le efectuaba una exhaustiva e intensa felación buscando que la echara su leche en la boca y tras su descarga, el varón se tumbaba encima de ella entre sus muy abiertas piernas, se la “clavaba” por vía vaginal sin ningún tipo de protección y la jodía a conciencia tardando bastante en soltarla su segundo y definitivo polvo. Lo bueno que aquella pareja era que, al contrario que otras, no les importaba que les viéramos “darse el lote” por lo que podíamos permanecer a su lado mientras se dedicaban a sobarse, al “chupa-chupa” y al “dale que le pego”. Al enterarme de que existía un local en el que se fomentaba el intercambio de parejas y a pesar de que Paloma no estaba demasiado convencida de que aquello fuera lo más apropiado para fortalecer nuestra relación, las últimas noches dejamos de realizar nuestros habituales paseos nocturnas por la orilla del mar para participar en aquellos intercambios con lo que pude cepillarme y a plena satisfacción, a tres preciosas jóvenes extranjeras, dos alemanas y una inglesa, mientras sus respectivos cónyuges, novios ó amigos daban debida cuenta de Paloma.

C o n t i n u a r á