Adicto al sexo (Parte veintisiete).

Una semana más aquí tenéis otra parte y nos vamos acercando al final, de una de mis historias. Es la veintisiete de la última que he escrito que, además, es la más larga. Espero que mis lectores más asiduos sigan enganchandos a ella y para bien ó para mal, me dejen sus comentarios que os agradezco.

Dos meses más tarde y una vez que Cristina se convenció de que ninguno de los “yogurines” a los que había “catado” podía llegar a darla tanta satisfacción sexual como yo puesto que la inmensa mayoría de ellos no eran capaces de echar más de un polvo y los demás no habían adquirido el adiestramiento y aguante suficientes como para llegar a culminar en más de dos ocasiones, decidimos modificar el calendario inicialmente acordado para poder mantener nuestros encuentros los lunes, miércoles y viernes, al terminar nuestra respectiva jornada laboral y la tarde de los sábados, domingos y días festivos. Durante los días laborables Cristina se limitaba a sacarme el primer polvo “cascándome” despacio, tanto con sus manos como con sus pies, la tranca ó efectuándome una cubana manteniéndola bien erecta apretada entre sus soberbias tetas y pasándome la lengua por la abertura y el capullo cada vez que aparecían por la parte superior de su “delantera” hasta que culminaba empapándola con mi leche las tetas, la cara e incluso, el pelo antes de realizarme una de sus exhaustivas y placenteras felaciones con intención de que la diera “biberón” y la soltara mi pis en la boca y de ocuparme de su culo con un cada día más largo periodo de limpieza de su conducto rectal. Más tarde, se la “clavaba” colocada a cuatro patas ó me efectuaba una cabalgada vaginal con lo que lograba sacarme el tercer polvo para acabar volviéndome a menear la verga en cuanto se me ponía inmensa tras mantenerla entre mis piernas, que me obligaba a abrir y cerrar continuamente, con intención de verme echar el cuatro y su consiguiente meada. Pronto descubrió que si me cortaba la eyaculación cuándo estaba a punto de producirse dándome golpes secos en los huevos hasta que perdía ligeramente la erección ó haciendo presión con sus dedos en forma de tijera en la base de la chorra podía disfrutar durante más tiempo al mismo tiempo que se aseguraba de que, además de permitirme sentir un gusto mucho más intenso y largo al descargar, la iba a echar una cantidad impresionante de leche por lo que, siempre que se presentaba la ocasión y especialmente cada vez que me la meneaba ó chupaba, procedía y en repetidas ocasiones, a cortármela lo que originó que aumentara la duración de nuestras sesiones sexuales.

Los sábados, domingos y días festivos la encantaba que realizáramos un largo sesenta y nueve, el chupármela durante un buen rato después de cada polvo que la echaba en su interior con intención de dejármela bien preparada para el siguiente y el realizarnos mutuamente todo tipo de hurgamientos anales lo que nos obligaba a emplear varias horas en cada uno de nuestros contactos. En estas ocasiones a Cristina la agradaba que mi leche y en su caso mi pis, terminaran en el interior de su almeja ó de su culo ya que, después de sacarme un par de polvos con sus cabalgadas, introducírsela vaginalmente a estilo perro ó permaneciendo de pie para que pudiera “clavársela” y follármela colocado detrás de ella y obligándola a permanecer con una de sus piernas más elevada que la otra, la agradaba que mi última descarga se la echara dentro del trasero permaneciendo a cuatro patas aunque también la daba por el culo acostada en la cama unas veces boca abajo y otras boca arriba y con las piernas dobladas para que su orificio anal se me ofreciera y me la pudiera tirar manteniéndome de pie. Como casi siempre acababa defecando en el cuarto de baño, aprovechaba para que volviera a chuparme el cipote con su peculiar estilo mientras evacuaba, siendo digno de mención lo bien que aguantaba cada vez que la poseía por detrás lo que, según ella, era consecuencia de que desde joven se hubiera convertido en adicta al sexo anal cosa que, por otro lado, favorecía que su tránsito intestinal fuera bastante regular y que las hemorroides que padecía desde su primer embarazo no la incordiaran demasiado. Además de sentirse de lo más motivada cada vez que se la “clavaba” por el culo, llegó a decirme que no había tenido ocasión de tener dentro de su trasero una minga de las dimensiones de la mía y que casi la daba tanto gusto sentirla en el interior de su chocho como de su ojete.

A pesar de su edad, el aguante sexual y el poder de recuperación de Cristina me maravillaba por lo que, en pocos meses, tuve la seguridad de que con ella nunca me iba a aburrir en el terreno sexual sobre todo porque siempre estaba deseando que llegara la tarde del sábado para poder romper lo que denominaba “monotonía del chupa-chupa y del mete-saca” haciendo que la acompañara a un supermercado en el que solía adquirir algunos productos alimentarios mientras la “metía mano” ó a comprarse ropa lo que aprovechaba para poder chuparme el nabo ó para que me la cepillara en los probadores de alguno de los comercios que visitábamos para la mayoría de las veces regresar a su domicilio sin haber adquirido nada. Cuándo la temperatura lo permitía nos gustaba pasear por el campo intentando localizar a alguna pareja que estuviera retozando al aire libre para que, viéndoles, me estimulara convenientemente antes de follármela pero lo que más la agradaba era “cascarme” el pene y efectuarme felaciones en ascensores, cabinas telefónicas, cuartos de baño de locales públicos y rellanos de escalera. La daba un morbo especial el que frecuentáramos ciertos aparcamientos subterráneos con intención de tirármela y a mi gusto en los rincones en los que considerábamos, aunque nunca podíamos tener la certeza de ello, que no llegaban las cámaras de seguridad después de restregarnos vestidos y de mear entre dos coches. En más de una ocasión nos sorprendieron “in fraganti” en plena faena y una pareja llegó a recriminarnos nuestro comportamiento después de que sus hijos de corta edad nos descubrieran en el momento en que estaba eyaculando en el interior del coño de Cristina, que se encontraba colocada a cuatro patas y que al sentirse mojada por mi leche llegó al clímax, pero su reprimenda no nos amedrentó y el sábado siguiente decidimos repetir la experiencia en el mismo lugar y a la misma hora. Otra cosa que la encantaba y entonaba era ir al bingo y tras acomodarnos en una de las últimas mesas, dejarme la picha al descubierto para poder meneármela mientras jugábamos unos cartones con intención de sacarme un par de polvos y su oportuna meada y a algunas de las repartidoras se las hacía la boca agua al observarnos desde un rincón próximo. En cierta ocasión compartimos mesa con dos hembras de edad similar a la de Cristina y una de ellas estuvo mucho más pendiente de mi miembro viril que de los números que iban saliendo mientras la otra recibió impasible y por dos veces, mi leche en sus piernas.

Pero lo mejor estaba aún por llegar. Después de casi dos años manteniendo relaciones sexuales completas y regulares la propuse que nuestra actividad sexual fuera diaria. Para entonces había conseguido llevar la iniciativa en nuestra relación y al ver que no la desagradaba, comenzaba a mostrarme fetichista y un tanto sádico con ella y logré que intercalara el uso de sus habituales bragas con transparencias con el de tangas con poca tela a cambio de utilizar, como durante el periodo en que mantuve relaciones con Alicia y Estíbaliz, calzoncillos tipo tanga que, a pesar de la incomodidad que me suponía el tener la parte textil de la prenda introducida en la raja del culo, me presionaban de tal manera los atributos sexuales que me mantenían empalmado, excitado y lleno de deseos de que Cristina se encargara de sacarme la leche al mismo tiempo que favorecían que los huevos se me salieran por los laterales y que el capullo luciera espléndido por la parte superior. La mujer, a pesar de que no estaba segura de que su poder de recuperación fuera el más idóneo para mantener relaciones diarias con penetración y con el desgaste físico que la suponía el que la echara varios polvos en cada sesión, quería complacerme por lo que aceptó pero con la condición de que comiera, cenara y pasara la noche con ella. De esta manera comencé a pasar mucho más tiempo en su domicilio que en el mío y a disfrutar de platos asiáticos, que siempre me han gustado a pesar de que me causan flatulencias, como los rollitos de primavera ó el cerdo en salsa agridulce y de una actividad sexual muy frecuente e intensa puesto que Cristina estaba pendiente para que, al despertarme por la mañana completamente empalmado, la depositara en su boca mi primera meada del día antes de efectuarme una felación con intención de que culminara dándola “biberón”. Al levantarnos me “cascaba” la pilila desde que salía de la ducha hasta que acababa de afeitarme para sacarme otro polvo y cuándo la era posible iba a mi trabajo a media mañana para chupármela e ingerir dos nuevos “biberones” y el segundo acompañado de su oportuna meada ó para efectuarme una cabalgada acomodándose sobre mí, mientras permanecía sentado en una silla y dándome la espalda con intención de que pudiera sobarla las tetas y acariciarla el clítoris con lo conseguía que se excitara mucho más y alcanzara un mayor número de orgasmos cada vez que me la cepillaba. Al acabar de comer la mayoría de los días me sacaba el primer polvo meneándomela después de lograr que se me pusiera inmensa a base de presionarla con mis piernas y el segundo haciéndome una cubana para, en cuanto terminaba de eyacular, irse extendiendo la leche por su “delantera” mientras me la chupaba con intención de recibir mi meada en su boca. Por la noche, después de cenar y de ayudarla a recoger la cocina, nos solíamos acostar pronto con intención de disponer de más tiempo para desarrollar nuestra actividad sexual que, sin olvidarnos de sus gratas y largas felaciones entre polvo y polvo, de cortarme una y otra vez la eminente descarga y de lamernos y hurgarnos en el ojete mutuamente con nuestros dedos, se centraba en la penetración vaginal para, dos veces por semana, finalizar dándola por el culo.

Aunque me sentía plenamente satisfecho con semejante actividad sexual, mes y medio después empecé a comprobar que el poder de recuperación de Cristina, que cada día acababa más exhausta, no llegaba a ser tan satisfactorio como el de una fémina joven lo que, poco a poco y a pesar de su buena voluntad, fue incidiendo en su rendimiento además de llegar a ocasionar que comenzara a sufrir los efectos de una incontinencia urinaria cada vez más acusada a pesar de que me agradaba que fuera tan meona y que, dependiendo del tiempo que la penetrara, se hiciera pis y siempre en cantidad, hasta en cuatro ocasiones.

C o n t i n u a r á