Adicto al sexo (Parte veintiséis).

Una semana más y para que podaís disfrutarla durante este puente festivo, aquí tenéis otra parte y nos vamos acercando al final, de una de mis historias. Es la veintiséis de la última que he escrito que, además, es la más larga. Espero que sigaís enganchados a su lectura y que os guste.

Al terminar su narración cogió una botella de agua que tenía delante de ella en la mesa y bebió parte de su contenido sin apartar su vista de mí. Mientras volvía a dejar la botella en su lugar supuse que me iba a pedir que, al igual que había hecho ella, la efectuara un pormenorizado relato de lo que, hasta entonces, había sido mi vida sexual pero, evidenciando que no tenía ningún interés por conocer mi pasado, lo que hizo fue apretarse más y ofrecerme sus labios diciéndome que lo primero que quería probar eran mis besos. Mientras nos “morreábamos” me comenzó a apretar y a tocar, a través del pantalón y sin el menor recato, el “paquete” que, como siempre, estaba duro y largo pero que, a cuenta de mis nervios, no acababa de ponerse totalmente tieso. Al no desagradarla lo que acababa de palpar me pidió que me pusiera de pie para que me fuera quitando lentamente la ropa mientras me decía que confiaba en que, además de estar bien dotado, dispusiera de una meritoria potencia sexual puesto que estaba un poco harta de los “yogurines” que se desfondaban echando un único polvo. Cuándo estaba a punto de despojarme del calzoncillo, Cristina me indicó que me diera la vuelta para que, bajándomelo sólo lo necesario, la enseñara el culo. En cuanto hice lo que me había dicho me tocó la masa glútea y abriéndomela con sus manos, me examinó la raja y el ojete por el que me pasó varias veces su lengua antes de meterme y hasta el fondo, uno de sus dedos con el que me hurgó durante unos minutos. Después me pidió que me quitara la prenda interior dándola la espalda. Una vez que me quedé en bolas, me hizo girarme y al verme los atributos sexuales me mandó colocarme en medio de sus piernas y mientras me dedicaba toda clase de improperios y de insultos, comenzó a acariciarme, a apretarme y a sobarme los huevos diciéndome que nunca había visto unas pelotas tan gordas y que, dentro de ellas, tenía que haber depositado un montón de leche. Cristina, sin llegar a tocarme el rabo, fue observando con unos ojos como platos como se me iba poniendo inmensa por lo que continuó ocupándose de mis cojones al mismo tiempo que me pasaba su lengua por el capullo y la abertura hasta que debió de convencerse de que, a pesar de que la tenía a tope, no iba a eyacular si sólo me tocaba los testículos por lo que se decidió a “cascármela” y de una forma enérgica consiguiendo que, en pocos segundos y en medio de sus insultos, echara una gran cantidad de leche. Semejante descarga, con profusión de espesos y largos chorros de semen que se depositaron en todos los lados incluida su ropa, pareció complacerla por lo que siguió meneándome la tranca sin dejar de acariciarme los huevos y de dedicarme toda clase de improperios. En cuanto comprobó que se mantenía bien tiesa, se quitó la blusa y el sujetador dejando al descubierto sus todavía esbeltas y tersas tetas y se la metió entera en la boca. Me quedé gratamente sorprendido al ver que esa hembra disponía de unas excepcionales “tragaderas” puesto que, a pesar de su grosor y largura, aguantó un buen rato con mi verga totalmente introducida en su boca e incluso, me dio la impresión de que intentaba que adquiriera una aún mayor longitud al realizarme mamadas circulares manteniendo todo el miembro viril introducido en su orificio bucal. Hasta aquel día había pensado que, únicamente, las mujeres de raza negra eran capaces de efectuar aquel tipo de felaciones pero Cristina me demostró que no era así por lo que me encantó que me comiera la chorra de esa manera dándome tantísimo gusto al mismo tiempo que ella disfrutaba chupándomela y lo pudo hacer durante varios minutos puesto que, como era habitual, mi segunda eyaculación tardó bastante tiempo en producirse pero, al final, consiguió que la diera un masivo “biberón” para, unos segundos después y mientras me lo continuaba mamando, recibir una de mis copiosas y largas meada que, al igual que había hecho con la leche, ingirió íntegra entre evidentes muestras de satisfacción.

La felación duró unos minutos más y cuándo se sacó de la boca mi cipote se lo pasó varias veces por su esplendida “delantera” mostrando un especial interés por mantenerlo en contacto con sus pezones para que se la pusieran erectos y me comentó que nunca había tenido una minga de aquellas dimensiones dentro de su boca y que se sentía muy complacida por el hecho de que, tras mi portentosa segunda eyaculación, hubiera osado echarla mi meada que calificó de caliente, espléndida, excitante y muy sabrosa.

Mientras me miraba el nabo con todo detenimiento y me sobaba hasta la saciedad los cojones para asegurarse de que no perdía la erección me preguntó que si por la mañana, al levantarme de la cama, estaba “palote” y con el capullo bien abierto y brillante y que si, cuándo cagaba, mis deposiciones se producían en forma de gordos y largos folletes de mierda respondiéndola en ambos casos afirmativamente. Después, debió de pensar que, después de mis dos soberbias descargas iniciales, convenía darme un descanso por lo que me dijo que a ella la ponía el que la sobaran y pellizcaran el culo. Como aquel comentario me pareció más una sugerencia, me senté, de nuevo, a su lado e introduciendo mi mano derecha entre su cuerpo y el sofá, comencé a tocarla y a pellizcarla la masa glútea a través de su ropa al mismo tiempo que la mamaba las tetas y ella me sobaba la punta del pene. Cristina se dejaba hacer y como lo que pretendía era comprobar como me desenvolvía, no tardé en lograr que se levantara para poder despojarla de la falda y tras meterla la parte textil de su colorida braga baja en la raja del culo, la hice volver a sentarse para continuar con mi cometido pero manteniendo mi mano en contacto directo con sus glúteos mientras me ofrecía por segunda vez su boca para besarnos apasionadamente mientras iba notando que se estaba poniendo cachonda por lo que, de nuevo, la hice levantarse para que, dándome la espalda, permaneciera doblada ante mí. Me apresuré a bajarla la braga hasta las rodillas y haciendo abriera sus piernas, observé que se encontraba dotada de un poblado “felpudo” pélvico y de una abierta, amplia y jugosa cueva vaginal mientras la iba pasando repetidamente mi lengua de arriba a abajo y de abajo a arriba por la raja del culo antes de abrirla con mis dedos el orificio anal todo lo que me fue posible con intención de lamérselo y de meterla mi lengua en el ojete para intentar realizarla una exhaustiva limpieza de las paredes réctales mientras Cristina, que se tiró varios pedos en mi cara, me animaba a continuar. Creo que alcanzó más de un orgasmo anal antes de que, separándose de mí, se quitara la braga, que depositó en el sofá y cogiéndome de la mano y en bolas, me llevara a su habitación en donde me hizo acostarme boca arriba en la cama para ponerse en cuclillas sobre mí, meterse hasta el fondo mi aún erecta picha en el coño y efectuarme una excepcional cabalgada mientras, incorporando la parte superior de mi cuerpo, la mamaba las tetas y la hurgaba con dos dedos en el culo. Un par de minutos más tarde se meó de autentico gusto y de que manera, encima de mí. Su orina me caía a chorros cuándo los movimientos de su cabalgada permitían que saliera al exterior. Cristina me comentó que la volvía loca llegar a sentir tanto gusto y mearse mientras la jodían. No sé con exactitud el tiempo que pasamos así y a pesar de que las fuerzas de Cristina decayeron considerablemente en los últimos minutos por lo que terminó moviéndose acostada sobre mí y restregando su “delantera” en mi torso, no paró hasta que consiguió que la soltara en el interior de su seta dos polvos, echándola cada vez y con fuerza, una gran cantidad de leche y tras el segundo, una nueva meada llena de espuma.

En cuanto acabé de soltarla la micción se agitó para obligarme a dejar de hurgarla analmente y a extraerla los dedos del culo con intención de incorporarse, sacarse mi pilila de su abierta y caldosa cueva vaginal y dirigirse con cierta celeridad al cuarto de baño al que me encaminé detrás de ella para que, mientras defecaba, me volviera a sobar los huevos y a chupar la pirula manteniéndola totalmente introducida en su boca. Estoy casi seguro de que si su masiva evacuación líquida hubiera durado un poco más la habría podido dar un nuevo “biberón” pero, en cuanto terminó de expulsar mierda, me hizo ponerme delante de ella para, dándola la espalda, sobarme las pelotas, menearme despacio el pito y tras hacer que me doblara convenientemente, lamerme el ojete no dudando en introducirme dos de sus dedos, previamente impregnados en su “baba” vaginal, con los que me efectuó un montón de hurgamientos con enérgicos movimientos circulares que me resultaron tan placenteros que consiguió sacarme con bastante celeridad el quinto polvo que, al igual que los anteriores, fue muy abundante y de lo más gratificante. Mis espesos y largos chorros de leche se depositaron en el suelo bajo la atenta mirada de Cristina que, en cuanto acabé de soltar “lastre”, se desentendió de mi miembro viril para centrarse en hurgarme analmente al percatarse de que, mientras eyaculaba, me había visto obligado a apretar por lo que, aunque me dijo que estaba dispuesta a seguir así durante todo el tiempo que fuera necesario, no tardó en notar que sus dedos se estaban untando en mi caca con lo que se dio perfecta cuenta de que había logrado que liberara el esfínter y que me estaba cagando por lo que se levantó del inodoro, me sacó bruscamente los dedos y me obligó a defecar de pie para poder darse el gustazo de ver como iban apareciendo por mi orificio anal dos gordos folletes, como salían al exterior y caían al inodoro y como se mezclaban con su mierda.

Al terminar de evacuar me hizo sentarme en el “trono” y colocándome con su mano la polla en medio de mis piernas, me hizo abrirlas y cerrarlas hasta que ejercían una fuerte presión en el miembro viril de una forma constante, con lo que consiguió que, poco a poco, fuera aumentando de grosor y de tamaño hasta volver a lucir inmenso. Creo que Cristina estuvo, de nuevo, al borde del orgasmo mientras observaba como se me estaba poniendo. La gustaba repetir aquella experiencia con frecuencia y aunque lo más normal era que me la “cascara” en cuanto la tenía a tope para sacarme una nueva lechada, aquel día daba la impresión de encontrarse suficientemente complacida por lo que me dijo que con aquello había sido suficiente y que podía dejar de estimularme puesto que la había demostrado que, además de salido y viril, era un autentico cerdo. Después, me ofreció su culo para que me arrodillara detrás de ella y la limpiara el ojete con mi lengua lo que, asimismo, hizo ella conmigo antes de regresar al salón donde nos vestimos y sentándonos en el sofá, nos tomamos un refresco mientras nos poníamos de acuerdo con intención de mantener nuevos contactos sexuales. Cristina había sabido darme mucho placer cuándo se encargó de mis huevos, cuándo me lo “cascó” ó cuándo me sacó dos polvos consecutivos al efectuarme una excelente y larga cabalgada vaginal pero lo que, sin duda, más me había impresionado era el excepcional gustazo que había llegado a sentir mientras me chupaba el rabo manteniéndolo durante tanto tiempo introducido en su boca sin ahogarse por lo que estaba dispuesto a aceptar cada una de sus condiciones con tal de continuar relacionándome con ella. La fémina me indicó que pretendía seguir probando a “yogurines” durante un tiempo pero que podíamos quedar en su domicilio los martes y jueves al finalizar nuestras respectivas actividades laborales para mantener lo que llamó unas sesiones sexuales rápidas pero que siempre duraban más de hora y media para la tarde de los domingos llevar a cabo otra de mayor duración en la que nos pudiéramos desfondar mientras comprobábamos si ella se cansaba antes de sacarme leche ó yo de echarla. Lógicamente, acepté su propuesta.

C o n t i n u a r á