Adicto al sexo (Parte veintiocho).
Una semana más aquí tenéis otra parte y sólo quedan otras dos, de una de mis historias. Es la veintiocho de la última que he escrito que, además, es la más larga. Espero que mis lectores más asiduos sigan enganchandos a ella y para bien ó para mal, me dejen sus comentarios que agradezco de antemano.
Al darse cuenta de que, al mantener una actividad sexual tan frecuente, intensa y larga, sufría un importante desgaste y que no llegaba a recuperarse por completo de una sesión para otra, especialmente con las que manteníamos los viernes y sábados por la noche y los domingos por la tarde y que necesitaba disponer de un periodo más amplio de tiempo si pretendía rendir a plena satisfacción en nuestro siguiente contacto sexual, decidió solucionar aquel problema sin que me viera obligado a reducir mi intensidad sexual por lo que habló con Catalina, su amiga más íntima, a la que invitó a participar en el encuentro que manteníamos la tarde de los domingos oferta que, a pesar de que la dijo que tenía que pensar, aceptó al día siguiente aunque en un plan de prueba que, enseguida, se convirtió en definitivo. La hembra, que llevaba cinco años separada y no tenía hijos, era más joven que Cristina pero no se conservaba tan bien y su físico no me resultaba tan apetecible y deseable como el de su amiga. Era alta, de cabello rubio y como su cuerpo almacenaba algunos kilos de más, estaba un poco “llenita”. Se encontraba dotada de un culo un tanto voluminoso y en cuanto comprobé que el ojete la dilataba perfectamente, se lo desvirgué puesto que nadie se la había metido por detrás hasta entonces y desde entonces, no solía tener ningún problema cuándo se la “clavaba” por el trasero. La gustaba vestir a la moda y aunque tenía buen gusto para elegir su ropa, no conseguía adquirir ese toque juvenil y sensual que caracterizaba a Cristina. La gustaba que la masturbara mientras observaba a su amiga efectuarme sus felaciones; que la metiera la pirula, dura y tiesa, tanto por vía vaginal como anal colocada a cuatro patas, que era la posición en la que Catalina más motivada se sentía y que me la follara tumbada sobre mí ya que, según me decía, era la mejor manera de llegar al clímax con más facilidad y frecuencia, echado sobre ella ó desde que me vio hacerlo con Cristina, colocándome detrás de ella, permaneciendo ambos de pie y manteniendo una de sus piernas más elevada que la otra. Al igual que su amiga, resultó ser una mujer de fácil micción lo que permitió que pudiera ingerir su pis con frecuencia y aunque no lo hiciera de una manera tan exhaustiva e intensa como ella, la agradaba chuparme el pito entre polvo y polvo, comentándome que bien impregnado en su “baba” vaginal, en mi leche y en nuestra orina, era cuándo más apetecible y sabroso estaba. Disponía de unas excelentes “tragaderas” y al igual que Cristina, mantenía mi polla totalmente introducida en su boca durante un buen rato aunque no conseguía darme tanto gusto como ella. Catalina me explicó que su cónyuge la había dado mucha marcha hasta que comenzaron sus desavenencias conyugales y que durante sus últimos años de convivencia le gustaba que por la noche le efectuara una exhaustiva y larga felación obligándola a que cada día se introdujera en la boca una mayor porción de rabo por lo que, aunque no fuera tan grueso y largo como el mío, se acostumbró a comérselo manteniéndolo introducido en su orificio bucal para que, después de sentir el intenso gusto previo a la eyaculación, la pudiera echar el “lastre” en la garganta al igual que hacía con su orina puesto que, como me sucedía a mí, se meaba poco después de las descargas pares por lo que, además de ingerir y saborear la leche, se habituó a “degustar” su pis. Pero se encontraba un tanto dolida a cuenta de que su ex marido no hubiera sido capaz de preñarla a pesar de desarrollar una actividad sexual frecuente e intensa y de que casi todos los días y dependiendo de si se la tiraba una ó dos veces, la echara de dos a cuatro polvos por lo que me preguntó que si todos los varones que estábamos dotados de un miembro viril grueso y largo y disponíamos de una meritoria potencia sexual teníamos tantas dificultades como él a la hora de procrear a lo que, mostrándome muy seguro, la contesté negativamente.
El que trabajara como comadrona me vino de maravilla para, tras comentarlo con Cristina que estuvo de acuerdo, acordar con Catalina el mantener los martes y jueves por la noche una sesión conjunta con las dos. Cristina pretendía limitarse a vernos sin tomar parte activa en el desarrollo de aquellas sesiones pero, poco a poco, fui consiguiendo que se involucrara para “cascármela”; hacerme “chupaditas”; evitar que se desperdiciara la leche que la seta y el culo de Catalina devolvían en cuanto la extraía la tranca después de mis descargas y abrirse de piernas para que su amiga la comiera la almeja ó para que, más esporádicamente, nos demostrara que a cuenta de su trabajo tenía experiencia en introducir vaginalmente sus puños logrando que forzara con ellos a Cristina hasta que conseguía vaciarla y dejarla exhausta espectáculo con el que me llegaba a motivar de tal forma que, después de hacer que adoptara la mejor posición para ello, me obligaba a recrearme poseyendo a Catalina tanto por delante como por detrás mientras se ocupaba de dar satisfacción a Cristina con la salvedad de que, en tales circunstancias, me mantenía tan sumamente excitado que, más de una vez, me llegué a desfondar echándola cuatro polvos y un par de meadas.
Catalina todavía no se había terminado de integrar en nuestra actividad sexual cuándo decidió incorporar a su sobrina, Judith, que era una joven enfermera de cabello rubio, alta y delgada, que tenía treinta y un años y que, desde que la conocí, me pareció que, además de ardiente y viciosa, era bastante ñoña y pija. La chica al verme los atributos sexuales me dijo que, aparte de que intentaba evitar aquel tipo de tentaciones ya que llevaba poco tiempo casada y pretendía que su marido fuera el único que se la metiera por su “arco del triunfo”, disponía de una verga demasiado gruesa y larga como para pensar en “clavársela” por vía vaginal ya que, al haber sufrido una contracción cuándo siendo una cría practicaba regularmente gimnasia artística, su chocho, además de ser estrecho, se encontraba bastante cerrado y si la chorra de su cónyuge, que era de unas dimensiones normales, la entraba muy justa era impensable que, a menos que usara unos fórceps para abrírsela, la pudiera llegar a penetrarla con la mía. No obstante y después de pensar en otras posibilidades, se ofreció a sustituir a Cristina en las visitas que, cuándo podía, me efectuaba en la oficina con fines sexuales comprometiéndose a, dependiendo de su turno de trabajo, ir por la mañana ó por la tarde los lunes y viernes para ocuparse de desnudarme, ayudarme a tumbarme boca arriba y muy abierto de piernas en la mesa y efectuarme una felación para que la diera un par de “biberones” y una de mis meadas a cambio de que la comiera el coño hasta que se orinara de gusto en mi boca y la lamiera el orificio anal y la hurgara en su interior con mis dedos hasta que la dejara de lo más predispuesta para la defecación mientras los miércoles se comprometió a visitarme con intención de que la diera por el culo para lo que me encontré con serios problemas puesto que, al igual que su seta, el ojete resultó ser bastante estrecho, apenas dilataba y para poder “clavársela” entera tenía que recurrir y en cantidad, a la vaselina pero, después, aguantaba perfectamente todos los envites que la daba por lo que podía disfrutar durante todo el tiempo que quisiera de su conducto anal mientras notaba como mantenía sus paredes réctales fuertemente apretadas a mi cipote hasta que, tras echarla dos polvos y una meada, se la extraía y al sentirse liberada de la tremenda presión que la punta de mi minga ejercía en su intestino, evacuaba en tromba delante de mí que intentaba que toda su mierda se fuera depositando en la papelera que la colocada entre sus abiertas piernas ya que, desde el primer día, la joven se negó en rotundo a permitir que llegara a “degustarla”.
La incorporación de Judith se produjo dos meses y medio antes de que Paula, la hija menor de Cristina, harta de sus continuas desavenencias con su pareja decidiera dejarle, tras haber vivido junto a él cerca de tres años, para regresar al lado de su madre a la que la faltó tiempo para ponerla al corriente de que mantenía relaciones sexuales conmigo y como a Catalina, la ofreció la posibilidad de tomar parte en nuestra actividad sexual lo que la joven, que aún no había cumplido treinta años y por lo tanto se encontraba en disposición de engendrar, no dudó en aceptar. Paula, que conservaba las facciones orientales de su padre y de Cristina, era un autentico bombón que disponía de un cuerpo escultural provisto de una bonita y fascinante boca, unas tersas tetas, una cueva vaginal amplia y abierta y un clítoris muy abultado que favorecía que, cada vez que me la cepillaba, lograra alcanzar un buen número de orgasmos y muchos de ellos consecutivos pero tenía el gran inconveniente de que, como el de Judith, su precioso culo disponía de un ojete demasiado estrecho y como apenas dilataba, me resultaba costoso el introducirla la minga entera por detrás por lo que, durante una buena temporada, opté por “clavársela” por vía vaginal a la hija y poseer a su madre por el culo. Se trataba de una joven delgada y espigada con un poblado cabello moreno y muy moderna que en casa siempre permanecía en bolas y usaba tangas con poca tela. Como a su madre, la encantaban las transparencias y sabiendo que se encontraba dotada de un cuerpo excepcional la gustaba mantener encandilado al sexo masculino vistiendo ropa ceñida, sensual y sugerente. Desde que me la follé por primera vez, la agradaba que se la “clavara” vaginalmente al más puro estilo perro para trajinármela sin demasiadas contemplaciones ó tumbada boca arriba y con las piernas dobladas sobre ella misma, posición en la que el constante golpear de mis huevos en su masa glútea facilitaba que pudiera alcanzar orgasmos bastante seguidos y que, aunque me encontraba con serios problemas a la hora de meterla el nabo por el ojete, cada vez que la daba por el culo me recreara en ello y que me aprovechara de haber conseguido dilatar su orificio anal para introducírsela y extraérsela varias veces durante el proceso con lo que, además de soltar el habitual “agüilla”, siempre se tira unos cuantos pedos y al terminar, siente una imperiosa necesidad de defecar.
C o n t i n u a r á