Adicto al sexo (Parte veintinueve).

Una semana más aquí tenéis otra parte y sólo quedan otra, de una de mis historias. Es la veintinueve de la última que he escrito que, además, es la más larga. Espero que mis lectores más asiduos sigan enganchandos a ella y para bien ó para mal, me dejen sus comentarios que, de antemano, agradezco.

Con aquellas incorporaciones Cristina logró que pudiera continuar disfrutando del sexo a diario sin que ella tuviera que seguir sufriendo un desgaste excesivo con lo que, en contra de lo que pensaba, no mejoró su cada vez más molesta incontinencia urinaria mientras me asegurara el echar, al menos, cuatro ó cinco polvos diarios tras dejar que Paula se ocupara de darme satisfacción sexual al despertarme por la mañana, al acabar de comer y la noche de los miércoles y viernes al mismo tiempo de que, con la condición de que continuara tirándomela delante de Cristina y en su casa, me acostaba los martes y jueves con Catalina. Lógicamente, lo que más “burro” me ponía y lo que más me gratificaba era el poder cepillarme y a mi antojo a una ardiente, joven y viciosa “yegua” como Paula que, además de mostrarse sumamente aplicada con las enseñanzas de su madre con intención de conseguir mantener mi pene totalmente introducido en su boca mientras me lo chupaba y de aceptar de buen grado que llegara a intentar provocarla la dilatación anal de una manera bastante bárbara al hacerla usar sin sillín la bicicleta estática que tenía en su habitación para que tuviera que pedalear manteniendo introducida en su ojete la gorda barra que lo sujetaba y dormir con un plátano, un pepino ó una zanahoria que la introducía al acostarse en el ojete, siempre se encontraba dispuesta a que experimentara con ella las distintas cerdadas que se me iban ocurriendo y no cejaba en su empeño de vaciarme los huevos de leche hasta que perdían su grosor y evidenciaban la necesidad de disponer de un periodo no demasiado prolongado de tiempo para reponer semen. Desde el mediodía del sábado, al salir de trabajar, pasaba el resto del fin de semana en el domicilio de Cristina y Paula lo que me permitía salir por la tarde con la madre para permitir que me “cascara” y chupara la picha en algún ascensor ó cabina telefónica antes de que la penetrara en los lugares que la daban morbo y especialmente en los aparcamientos subterráneos para, después de cenar, mantener una completa e intensa sesión sexual, en compañía de Paula, que casi siempre finalizaba al amanecer y cuándo no era así, solía repetir la mañana del domingo con Cristina para, por la tarde, hacer un trío con Catalina y Paula que solían comenzar “dándole a la zambomba”, como la gustaba denominarlo a Judith, mientras permanecían de espaldas a mí y abiertas de piernas con el propósito de que, mientras me la meneaban y me sacaban la primera lechada, las pudiera sobar la almeja y el culo para, más tarde y mientras una de ellas me chupaba la pilila ó me cabalgaba y Cristina me forzaba el ojete con sus dedos, la otra se colocara en cuclillas sobre mi boca con intención de que la comiera el chocho, “degustando” su “baba” vaginal e ingiriendo su pis y la lamiera el orificio anal y cuándo se la “clavaba” a una de ellas colocada a cuatro patas ó tumbado encima de ella, la otra se acostaba a su lado boca arriba con intención de que, mientras me follaba a la primera, la masturbara para mantenerla cachonda.

Por la noche, después de cenar los cuatro juntos y una vez que Catalina regresaba su domicilio, solían dejarme un rato tranquilo para que recuperara fuerzas antes de colocarme a cuatro patas ó acostarme boca arriba con las piernas dobladas con intención de que Cristina y Paula, usando sus puños, me forzaran el culo hasta que conseguían vaciarme el intestino. Para ello, las enseñé a que, después de lamerme el ojete un buen rato, debían de empapármelo con el líquido dilatador que utilizaba con Judith y Paula cada vez que pretendía “clavársela” por detrás para que, sin muchas contemplaciones, una de ellas, que solía ser Cristina, me metiera por el orificio anal uno de sus puños y me forzara, con fuerza, ganas y hasta con saña, durante varios minutos y sin importarla que llegara a evacuar y casi siempre más de una vez, para que fuera expulsando mi deposición, totalmente líquida, con bastante potencia pero lentamente, cuándo su puño lo permitía por el escaso espacio que quedaba libre para caerlas encima mientras la otra, que generalmente era Paula, se encargaba de “cascarme” la pirula intentando sacarme el mayor número de polvos y de meadas posible. Con aquello, además de defecar de una manera gratificante y placentera, llegaba a sentir y al mismo tiempo, tanto gusto en el pito como en el trasero por lo que cada vez las hacía darme satisfacción durante más tiempo. Lo peor era que, al acabar y a pesar de la gran cantidad de crema hidratante que me daban en el ojete, pasaba dos ó tres días muy escocido, estreñido y con molestias anales por lo que, a pesar de que me resultaba muy excitante, no me planteaba el repetir la experiencia hasta el domingo siguiente. Las féminas, a las que parecía motivar el vejarme analmente, no tardaron en pedirme que las forzara de la misma manera por lo que me tuve que limitar a darlas por el culo una vez a la semana para los lunes hacérselo a Cristina y los viernes a Paula al igual que empecé a prodigarme en meterlas mis puños por vía vaginal y en “degustar” e ingerir sus micciones cuándo me apetecía y no cuándo ellas tuvieran ganas, por lo que me prodigué en forzarlas, tanto desde el exterior como desde el interior de su coño, la vejiga urinaria hasta que lograba vaciársela de “cerveza”.

A pesar de que se habían habituado a hacer en todo momento lo que las decía y conseguí que, aunque las causara mucha repugnancia, no se opusieran a que de vez en cuándo “catara” e ingiriera una parte de sus defecaciones, se pusieron de acuerdo para pedirme que dejara de lado mi higiene personal y que no me cambiara más de una vez a la semana de tanga con intención de que mi polla llegara a despedir una penetrante “fragancia” a leche y pis masculino y a seta femenina con lo que consideraban que resultaría mucho más apetecible chupármela. Como dinero no me hacía falta y a cambio de continuar dándola mi leche, Catalina comenzó a hacerme todo tipo de regalos mientras Cristina y Paula, en cuanto indicaba que necesitaba tal ó cual cosa, se apresuraban a comprármela. Lo que más las pirriaba era poder elegir los tangas que usaba, cada vez más menguados de tela y buscar los que me mantuvieran más presionados los atributos sexuales para que permaneciera con el rabo totalmente erecto durante todo el día, luciendo el capullo por la parte superior de la prenda y los huevos por los laterales con los que suplían a los que se iban quedando después de haberlos usado varios días seguidos por lo que terminaban bien impregnados en esa “fragancia” que tanto las gustaba y que no tardaban en decorar, junto a sus bragas, ligueros, sujetadores, tangas y los “felpudos” pélvicos que regularmente solía depilarla a Paula, las paredes de las habitaciones de madre e hija y los dos cuartos de baño de la vivienda.

C o n t i n u a r á