Adicto al sexo (Parte veintidós).
Una semana más aquí teneís parte de una de mis historias. Es la veintidós de la última que he escrito que, además, es la más larga. Espero que las personas que la lean se vayan enganchando a ella y para bien ó para mal me dejen sus comentario que, de antemano, agradezco.
Bastante contrariada por haberla obligado a tomar parte activa en los intercambios, desde que regresamos de aquel periodo vacacional y aunque seguimos inmersos en una actividad sexual frecuente e intensa, Paloma comenzó a plantearme la conveniencia de convertirnos en pareja estable para poder vivir juntos con idea de, llegado el momento, casarnos y adoptar a una ó dos niñas chinas para que más adelante no la recriminara que no me hubiera podido dar descendencia. A pesar de que la joven me gustaba a rabiar, era una excelente “yegua” que sabía darme plena satisfacción sexual y que a su lado tenía asegurado el echar a diario un buen número de polvos, seguía considerándola una hembra rara y muy especial y no me gustaba que siempre estuviera pendiente de los “modelitos” y de sus complementos gastando en ellos casi todo su sueldo para, luego, vivir de la pensión que percibía su padre ni que, aunque fuera rápida a la hora de alcanzar sus orgasmos y de mearse para repetir y con intensidad una y otra vez, resultara un tanto dejada y lenta cuándo tenía que afrontar la mayor parte de los quehaceres domésticos y aunque estaba dispuesto a ayudarla, lo que no pretendía era verme, a cuenta del sexo, en la obligación de hacerme cargo de todo como me sucedía cada vez que pasábamos un fin de semana en su pueblo ya que, alegando que estaba cansada y exhausta a cuenta de toda la tralla que la daba, cuándo no me la estaba follando me tenía que ocupar de hacer la cama, limpiar la casa, preparar las comidas dentro de mis limitaciones por lo que comprábamos un montón de productos precocinados y hasta de lavar su ropa, incluida la interior. Cuándo la joven empezaba a ponerme entre la espada y la pared con su pretensión, falleció mi madre lo que me obligó a regresar precipitadamente a mi ciudad de origen. El que lo hiciera sin avisarla, la sentó bastante mal y a mi regreso, discutimos por ello y tras decirme que se negaba a seguir manteniendo relaciones sexuales conmigo sin que existiera una convivencia mutua, decidí romper con ella que, al no ser capaz de asimilarlo y superarlo, comenzó a llevar una vida monacal.
En cuanto Andrea se enteró de mi ruptura con Paloma decidió vengarse y sin dejar de reírse de mí, no dejaba de recordármelo y me decía una y otra vez que, si me hubiera inclinado por ella en vez de por aquella zorra, llevaríamos meses viviendo juntos y la tendría convertida en un dócil corderita dispuesta a darme la máxima satisfacción sexual. Pero sus sentimientos hicieron que no se conformara con hacerme daño con sus comentarios y demostrando una vez más que era envidiosa y rencorosa, llegó a putearme hasta tal punto que terminé tan harto de ella y de los continuos lloros de Paloma implorándome que empezáramos a vivir juntos que decidí dejar aquel empleo para volver a mi ciudad de origen, en la que había heredado la vivienda en la que mi madre había residido hasta su muerte, para iniciar una nueva andadura laboral en otra empresa lo que me supuso cobrar menos que hasta entonces lo que no me importó con tal de librarme de una chica con tan malos sentimientos como Andrea y de otra tan pesada como Paloma. Además, esa decisión me permitió obtener un beneficio económico de parte de los tangas utilizados por Julia, que todavía conservaba en mi poder y que vendí a un matrimonio que comercializaba con prendas íntimas tanto femeninas como masculinas usadas mientras que los demás se los regalé a dos jóvenes fetichistas así como eliminar y reducir una serie importante de los gastos que había tenido que afrontar durante mi estancia fuera de casa.
Desde que regresé volví a pasar por una temporada bastante nefasta en el terreno sexual por lo que me tuve que mantener dentro de una estricta abstinencia antes de que volviera y esta vez más bien a lo loco, a verme inmerso en una actividad sexual bastante intensa pero que no me llevaba a nada ya que la mayoría de las mujeres con las que me acostaba estaban casadas y lo único que pretendían era “echar una canita al aire” de vez en cuando intentando sacar el mayor partido posible de mi nabo y de mi virilidad por lo que, a medida que los años iban pasando, empecé a percatarme de que, a cuenta de la actitud que había tenido mi madre con mis parejas, desde que había fallecido y al haberme enfadado con mi hermana mayor que no estaba demasiado conforme con el reparto que nuestra progenitora había hecho de sus bienes, me encontraba más solo que la una por lo que me decidí a solventar la situación conociendo a una chica con la que, además de llegar a mantener una actividad sexual frecuente, pudiera plantearme una relación estable. El conseguir mi propósito resultó ser bastante más complejo y complicado de lo que pensaba ya que la mayor parte de las mujeres de mi edad estaban más ó menos “felizmente” casadas mientras con que las separadas no tardaba en darme cuenta de los motivos por los que habían dejado de vivir con sus esposos y aunque inicié algunas relaciones con jóvenes universitarias me daba perfecta cuenta de que, además abundar el pijoterismo, más pronto ó más tarde la diferencia de edad iba a ser la causa de muchas desavenencias por lo que, aunque eran realmente atractivas, en la cama me daban un magnífico resultado y demostraban que eran muy golfas, no me decidí a comenzar una convivencia en común con ninguna de ellas.
Cierta tarde y cuándo más decaído me encontraba, acababa de finalizar mi jornada laboral y estaba en una cafetería tomando una cerveza con varios compañeros cuándo uno de ellos hizo ciertos comentarios sobre una cincuentona, vecina de una amiga de su actual pareja, que desde que había enviudado estaba demostrando ser una autentica ninfómana al “darse el lote” casi todos los días con alguno de los que ella llamaba “yogurines”, es decir chicos jóvenes y sin demasiada experiencia de los que pretendía obtener satisfacción sexual. Aunque mi edad impedía que me pudiera considerar un “yogurín”, estaba tan ansioso por mojar que lo que menos me importaba era el cepillarme a una fémina joven ó madura por lo que, intentando que mis compañeros no llegaran a darse cuenta de lo que pretendía, intenté recabar una mayor información sobre aquella hembra con lo que logré conocer su dirección y que se llamaba Cristina. En cuanto me separé de mis compañeros me dirigí al domicilio de la mujer que me abrió la puerta y me hizo entrar en la vivienda para, tras exponerla mi pretensión en el recibidor, llevarme hasta el salón en donde nos sentamos en un cómodo sofá. Cristina era una fémina delgada y menuda de cabello moreno que acababa de cumplir cincuenta y tres años y se conservaba de maravilla disponiendo de un físico excelente. Pero lo que más llamó mi atención fue descubrir ciertos rasgos orientales en su cara lo que, además de darla cierto toque exótico que me cautivó desde el momento en que me abrió la puerta, denotaba que sus ascendientes eran de origen asiático. La agradaba vestir de una manera elegante y un tanto sugerente hasta en su ropa interior, sintiendo una especial predilección por las transparencias y como pude comprobar, aunque solía usar prendas ceñidas y disponía de buen tipo, no la gustaba lucir escotes pronunciados ni ponerse faldas demasiado cortas. Su aspecto era muy juvenil y no denotaba la edad que realmente tenía.
C o n t i n u a r á