Adicto al sexo (Parte veinticuatro).
Una semana más aquí teneís parte de una de mis historias. Es la veinticuatro de la última que he escrito que, además, es la más larga. Espero que las personas que la lean se vayan enganchando a ella y para bien ó para mal me dejen sus comentario que, de antemano, agradezco.
“Para recuperarme del trauma sufrido necesité y durante bastante tiempo, ayuda psiquiátrica pero a medida que me iba restableciendo comencé a sentir unas ganas enormes, que cada vez eran más frecuentes, de “hacerme unos dedos” ó usar uno de los dos vibradores que escondía en mi habitación para darme satisfacción sexual. El utilizar estos “juguetes” con tanta asiduidad ocasionó que llegara a ansiar que una buena polla ocupara el lugar del vibrador por lo que me decidí a disfrutar lo más posible del sexo facilitando a algunos de los chicos que más me gustaban el que llegaran a penetrarme, eso sí usando condón para evitar dejarme preñada. A cuenta de ello, empecé a sacarle el gusto a la leche masculina y poco a poco, fui adquiriendo una gran experiencia en efectuar cubanas y felaciones, que era algo que gustaba a todos los varones por lo que no perdía ninguna ocasión de disfrutar de un buen rabo dentro de mi boca lo que ocasionó que mientras cursaba mis estudios universitarios parte de mis compañeros llegaran a considerarme una puta barata mientras otros me catalogaban como una chica muy fácil. Mis amistades masculinas intentaban coincidir conmigo en el autobús en el que me desplazaba hasta y desde la facultad para, cuándo iba de pie, colocarse detrás de mí y aprovechándose de las apreturas, poder frotar su tranca contra mi trasero a través de nuestra ropa con lo que podía notar como, poco a poco, se le iba poniendo gorda y tiesa lo que, a pesar de que algunas veces me puso en situaciones un poco comprometidas, no me desagradaba. Pero algunos no se conformaban con aquello y como solía vestir con faldas cortas, metían una de sus manos por debajo de ellas y me sobaban la raja vaginal y el culo a través de la braga ó me la bajaban ó la desplazaban ligeramente para poder entrar en contacto directo con mi seta mientras se pajeaban con la otra mano. Cuándo lograba ir sentada era gracias a un compañero que me guardaba el sitio a cambio de que, en cuanto me acomodaba, levantara un poco el culo del asiento para poder quitarme la braga, que siempre guardaba en uno de sus bolsos para quedarse con ella y haciéndome abrir las piernas, me sobaba cómodamente la almeja hasta que notaba que me empezaba a mojar y me masturbaba lentamente con sus dedos. Pero lo más destacable en el terreno sexual de mi etapa universitaria fue el liarme con tres bolleras que, a cambio de que las comiera el chocho y me bebiera sus meadas, me penetraban una y otra vez con la ayuda de todo tipo de “juguetes” y sobre todo, de bragas-pene dotadas de un “instrumento” de un grosor y largura considerable”.
“Después de pasarme más de tres años realizando un montón de cubanas y felaciones a buena parte de mis compañeros de estudios y a ciertos profesores, sobre todo para mejorar mis calificaciones y para no tener que hacer determinados trabajos, acostarme con todos los varones que me gustaban y que se ponían a tiro y dar todo tipo de satisfacción sexual a las tres bolleras a cambio de sus exhaustivas y largas penetraciones, conocí a Abraham, un camionero vicioso y viril, que no tardó en darme toda la marcha que mi cuerpo demandaba. En varias ocasiones le acompañé en sus viajes para poder mantenernos muy calientes y detenernos con relativa frecuencia en el arcén de la carretera con intención de que le efectuara una felación ó de que me tumbara abierta de piernas en la litera de la cabina para que me jodiera. Durante mucho tiempo y para evitar dejarme preñada con sus masivas descargas me facilitó anticonceptivos orales puesto que, según decía, a las mujeres siempre había que “clavársela a pelo” para eyacular libremente dentro de su húmedo coño y sintiendo mucho gusto al mojarlas. Una noche y cansado de penetrarme una y otra vez por vía vaginal, me hizo ponerme a cuatro patas y me la “clavó” a lo bestia por detrás para, sin prestar la menor atención a mis lamentos y quejas, desvirgarme el culo entre continuos insultos y sin dejar de tirarme del cabello. Desde ese día y con tal de poder recrearse poseyéndome por detrás no le importaban las molestias y los escozores que llegué a padecer a cuenta de sus largas penetraciones anales ni que cada vez que me soltaba el “lastre” en el interior del ojete con su verga bien acoplada a mi intestino me provocara unos procesos diarreicos de consideración que me duraban varias horas. Aunque tuviera que sacármela varias veces durante el proceso para que pudiera defecar, me daba una y otra vez por detrás y para que aprendiera a retener la salida de mi mierda, cada vez que evacuaba cuándo me extraía la chorra después de su descarga me propinaba cachetes en la masa glútea que llegó a azotarme usando la hebilla de su cinturón sin dejar de llamarme cerda y golfa hasta que me la ponía como un tomate y me dejaba tan escocida que durante varios días me era imposible usar braga. De aquella forma fue logrando que me acostumbrara a poner mi culo a su completa disposición y a ser posible con el intestino vacío ó que retuviera mi evacuación para poder llevar a cabo una práctica sexual anal frecuente y regular”.
“Mi relación con Abraham duró varios años y llegó a dominarme de tal forma que no era capaz de oponerme a nada de lo que me pedía por lo que me convertí en su water personal, dejando que depositara en mi boca sus micciones y hasta sus evacuaciones y acepté de buen grado el efectuar felaciones a otros camioneros para que se excitara mientras me veía chuparles el cipote, sacarles la leche y tragármela para que, después, procedieran a emparedarme penetrándome al mismo tiempo por delante y por detrás. Pero uno de los profesionales del volante metió la pata una noche y después de haberme dado un primer “biberón”, me hizo seguir chupándosela con intención de que le sacara la leche por segunda vez y mientras estaba ocupada en ello le preguntó a Abraham, que me había asegurado muchas veces que estaba soltero, por su esposa y sus dos hijos lo que hizo que en un momento todos mis sueños se desvanecieran ya que mi ilusión siempre había sido el llegar a convertirme en, al menos, su pareja estable. Antes de que rompiera conmigo diciéndome que me tenía demasiado vista y que había sacado el mayor provecho de mí, le propuse que dejara a su cónyuge y rehiciera su vida conmigo a lo que, riéndose, me respondió que para él lo nuestro sólo había sido una aventura más y muy placentera por cierto”.
“La ruptura con Abraham, después de tantos años de relaciones, me afectó mucho y para poder superarlo necesité, de nuevo, recibir durante unos meses ayuda psiquiátrica. En cuanto me encontré mejor me volví a prodigar en realizar felaciones y acostarme con buena parte de los varones que me gustaban físicamente, sin que me importara su edad ni estado civil. A todos ellos parecía motivarles que les pidiera que me metieran la minga por el culo. Al ver que, a cuenta de mi cada vez mayor adicción al sexo, iba a acabar convertida en una fulana mis padres me obligaron a contraer matrimonio y de una forma bastante precipitada con Akira, un joven japonés hijo de unos amigos suyos de acomodada familia. El chico no me disgustaba pero, como la mayoría de los asiáticos, estaba dotado de un nabo muy normalita con el que consideraba que no iba a conseguir darme el suficiente placer pero que resultó ser tan viril que, a base de echarme un polvo tras otro y a pesar de que sus eyaculaciones no eran muy abundantes, lograba que me pusiera sumamente “burra” cada vez que nos acostábamos y tardó pocas semanas en engendrarme a nuestro primer hijo”.
“El aguante y la potencia sexual de Akira parecían no tener límite en cada una de las intensas y largas sesiones sexuales que manteníamos lo que originaba que, a base de alcanzar orgasmos, llegara a tal punto de relajación que, pocos meses después de dar a luz, volvía a lucir un nuevo “bombo” por lo que, después de engendrar y parir a nuestro tercer hijo, decidí hacerme la ligadura de trompas con intención de poder continuar disfrutando del sexo sin tener que pensar en nuevos embarazos. Aquello funcionó perfectamente y a plena satisfacción de la pareja hasta que comencé a verme afectada por una menopausia bastante precoz que originó que mi apetito sexual fuera decreciendo hasta llegar a convertirse en prácticamente nulo. Como, a pesar de la ayuda de los médicos, no lograba superar ese periodo de apatía sexual y Akira no dejaba de demandarme que le diera la debida satisfacción y no se conformaba con que le sacara la leche “cascándosela” ó chupándosela, no me quedó más remedio que aceptar y de buen grado que mantuviera relaciones sexuales completas con Irene, una de sus más jóvenes colaboradoras, tras considerar que era preferible conocer la identidad de la fémina a la que se tiraba con regularidad a que lo hiciera a mis espaldas aunque, según supe más tarde, su relación se había iniciado bastante antes de que diera mi consentimiento”.
“Un año después de superar el periodo menopáusico volví a recuperar mi humedad vaginal y con ello, mi apetito sexual pero, para entonces, mi marido se había centrado en cepillarse a conciencia a su bella y joven amante y colaboradora y no me prestaba la menor atención por lo que pensé en buscarme, como había hecho él, un amiguito para que me diera satisfacción pero, Amanda, una de las asistentas que trabajaba por horas en nuestro domicilio, me convenció para que dejara de lado a los hombres y me decidiera a lucir mis encantos y a abrirme de piernas delante de ella. La hembra, que era alta, delgada y de cabello claro que siempre llevaba bastante corto, no tardó en demostrarme que la gustaba relacionarse con personas de su mismo sexo por lo que comenzó a deleitarse dándome satisfacción sexual a base de introducirme de todo tanto por vía vaginal como anal hasta que, en cuanto consiguió que me acostumbrara a que usara conmigo un variado surtido de bolas chinas, consoladores, vibradores y demás “juguetes”, decidió empezar a penetrarme con una descomunal braga-pene cuyo “instrumento” me introducía hasta el fondo a diario por delante y a días alternos por detrás hasta que, a base de darme unos buenos envites, llamarme de todo, apretarme las tetas y tirarme del cabello y de los pezones, alcanzaba el clímax varias veces y me dejaba de lo más complacida. Un domingo me invitó a ir a su localidad de origen donde, al acabar de comer, me llevó a una granja en la que, sin dejar de indicarme que tenía que observar lo grueso y largo que se le llegaba a poner, me hizo “cascar” el miembro viril a un buey y a un caballo antes de que, en un corral, un perro adiestrado para ello nos lamiera hasta la saciedad la zona vaginal”.
C o n t i n u a r á