Adicto al sexo (Parte veinticinco).
Una semana más aquí teneís parte de una de mis historias. Es la veinticinco de la última que he escrito que, además, es la más larga. Espero que las personas que la lean se vayan enganchando a ella y para bien ó para mal me dejen sus comentario que, de antemano, agradezco.
“El que Amanda disfrutara al mismo tiempo que me daba satisfacción sexual me mantenía de lo más excitada pero mi cabeza continuaba pensando en la forma de recuperar a mi cónyuge que una tarde regresó a casa a una hora bastante más temprana a la habitual y al entrar en el dormitorio, nos sorprendió en plena faena. Amanda me estaba forzando vaginalmente con su puño, lo que había incluido en su repertorio pocos días antes tras la penetración que me efectuaba con la braga-pene y Akira, mirándonos y sonriéndonos, nos dijo que continuáramos con lo que estábamos haciendo como si él no estuviera pero, colocando a Amanda en posición, la despojó de la braga, que era la única prenda que llevaba puesta y después de sobarla la seta durante unos instantes, se bajó el pantalón y el calzoncillo, se meneó un poco el pene para que se le pusiera tieso antes de “clavárselo” vaginalmente y procedió a follársela dándola unos envites impresionantes. No sé el tiempo que duró aquello puesto que alcancé tal número de orgasmos que, además de mearme dos ó tres veces casi seguidas, llegué a perder la noción de todo a cuenta de los estragos que el puño de Amanda estaba causando en mi interior pero debió de ser bastante puesto que Akira pudo soltarla un polvo en el interior de la almeja y otro dentro del culo. Amanda aguantó bastante bien y en mi opinión disfrutó plenamente de lo que ella calificó de humillación y vejación por lo que, en cuanto Akira la sacó la picha del trasero, me extrajo bruscamente el puño del chocho y manteniendo su mirada fija en mi abierta y empapada cueva vaginal me dijo que se despedía puesto que la gustaban las mujeres y que, aunque había permitido que mi marido se la tirara, había sido un acto tan asqueroso y degradante que no estaba dispuesta a permitir que la pudiera volver a suceder algo similar. Ni Akira ni yo fuimos capaces de conseguir que llegara a reconsiderar su decisión pero, al salir Amanda de la habitación, pensé que podría llegar a recuperar a mi esposo si le proponía realizar algunos tríos con su amiguita y conmigo en nuestro domicilio”.
“Como era de suponer mi propuesta tuvo la acogida que esperaba por parte de mi cónyuge pero no así de su joven amiga que no estaba demasiado segura de que lucir sus encantos y abrirse de piernas conmigo fuera lo más apropiado para su relación por lo que la costó bastante decidirse a dar semejante paso y poniendo la condición de que, además de probar durante un mes sin ningún compromiso, dejáramos de realizar aquellos tríos en cuanto a ella no la apeteciera seguir, cosa que no sucedió. Akira, además de eyacular un montón de veces dentro de nuestra boca, coño y culo, llegaba a motivarse al máximo cada vez que veía como Irene y yo nos comíamos la seta mutuamente; nos “hacíamos unos dedos”; nos lamíamos el ojete ó nos restregábamos tumbada la una sobre la otra hasta que nos meábamos de gusto al más puro estilo fuente por lo que llegaba a tal estado de excitación sexual que se propuso aumentar su potencia para poder echarnos un mayor número de polvos. Cierta noche se encontraba tan sumamente salido que, a pesar de que le habíamos sacado una gran cantidad de leche, se empeñó en continuar poseyéndonos vaginalmente para turnarse en cepillarse durante un par de minutos a cada una mientras masturbaba a la otra con intención de ver quien era la agraciada que recibía su enésima descarga. Le costó bastante estar en condiciones de echarla por lo que pudo retozar varias veces con las dos y cuándo me pareció que, por fin, había logrado “explotar” y de una manera impresionante en el interior de la chorreante almeja de Irene, se le convulsionó todo el cuerpo y dejó de moverse. El que le hubiera “entrado en trance” en otras ocasiones mientras eyaculaba y que su joven amiga continuara recibiendo su leche hizo que tardáramos unos segundos en darnos cuenta de que permanecía inmóvil y rígido y de que, a cuenta de la excitación, había sufrido un infarto de miocardio que, dejándole con la pilila tiesa, había acabado con su vida de una manera fulminante”.
“Después de su muerte continué acostándome con Irene para poder masturbarnos; comernos el chocho; penetrarnos vaginal y analmente utilizando una monumental braga-pene que tenía la joven para su disfrute personal y seguir orinándonos mientras restregábamos nuestros cuerpos tumbada la una sobre la otra pero ninguna de las dos pretendía encasillarse en el sexo lesbico y aunque no descartábamos el continuar manteniendo relaciones sexuales lesbicas esporádicas, Irene pretendía rehacer su vida junto a un varón de su edad mientras me decidía a seguir al pie de la letra sus consejos de que lo más apropiado, discreto y placentero en mi nuevo estado civil era el relacionarme con chicos jóvenes y sin experiencia con intención de exprimirlos sexualmente” .
“Enseguida pensé en Elías, el atractivo y joven sobrino de Carmen, una vecina mía, que residía temporalmente con ella mientras realizaba unas prácticas para poder completar sus estudios universitarios, con el que solía coincidir con frecuencia en el ascensor. Desde que le conocí me pareció que le agradaban las maduritas ya que cada vez que usábamos el aparato elevador solos, se cortaba con mi presencia mientras me daba cuenta de que su respiración se agitaba y de que aumentaba el volumen del “paquete” que se le marcaba en el pantalón. Pero como era muy tímido tuve que tomar la iniciativa y una tarde en que coincidimos le abracé, le besé en la boca y me froté vestida contra él notando como se iba empalmando. Al llegar a mi piso, me aparté de él, le hice salir del ascensor y en el rellano, le bajé el pantalón y el calzoncillo para que luciera ante mí sus atributos sexuales que se encontraban inmensos y que le sobé mientras Elías reconocía que prefería que fuera yo quien se los tocara y no una de sus jóvenes y pijas compañeras universitarias. Como me dio la impresión de que se encontraba tan salido que era capaz de “explotar” sin recibir más estímulos que mis tocamientos, procedí a “cascársela” lentamente a pesar de lo cual tardó menos de un minuto en soltar y sintiendo un gusto increíble, una gran lechada. Aunque se la seguí meneando e incluso, incrementé el ritmo desde que se produjo el “chispeo” previo a su eyaculación, en cuanto acabó de echar el “lastre” su pirula perdió sus excepcionales dimensiones y aunque los testículos se mantuvieron gordos y prietos, el miembro viril terminó flácido y fofo, convertido en un autentico colgajo. Le indiqué que me encantaría sacarle más leche y Elías, un tanto avergonzado, me respondió que necesitaba, como mínimo, tres horas para poder dármela” .
“A pesar de ello, repetí la experiencia en el rellano en otras tres ocasiones en las que el joven descargó con la misma celeridad que la primera vez pero, cuándo me enteré de que estaba terminando su periodo de prácticas, me di cuenta de que no tenía mucho tiempo para llevar a cabo mi proyecto por lo que se la empecé a “cascar” a diario en mi domicilio sacándole siempre con gran rapidez una espléndida ración de leche mientras le decía que en la facultad tenía que haber infinidad de jóvenes deseosos de que una fémina madurita, como yo, se ocupara de sacarles la lefa con frecuencia por lo que le propuse que se la chuparía dos veces por semana, con lo que tardaba un poco más en eyacular y que me tragaría su semen a cambio de que me fuera enviando a sus compañeros más salidos y en mejor disposición para permitir que les extrajera la leche meneándoles el pito. Aceptó pero con la condición de que las felaciones se las hiciera vistiendo un uniforme de azafata y a ser posible con la ropa interior a juego, por lo que tuve que adquirir un conjunto que se asemejaba bastante al utilizado por las auxiliares de vuelo de cierta compañía aérea” .
“El resultado fue muy positivo puesto que el boca a boca hizo que, en pocas semanas, contara con un buen número de jóvenes dispuestos a lucir sus atributos sexuales delante de mí dejando que se los sobara y que les “cascara” la polla pero me encontré con el problema de que, como Elías, la mayor parte de ellos eyaculaban con suma celeridad y que, después de soltar la leche, perdían totalmente la erección y a menos de que dispusieran de un periodo más que prudencial de descanso, no eran capaces de recuperarla. Además, el hecho de que mis dos hijas menores continuaran viviendo conmigo no me ayudaba mucho en mi pretensión de pasar las veladas nocturnas en compañía de dos ó tres “yogurines” por lo que, aprovechándome de que Akira me había dejado en una posición económica bastante privilegiada, llegué a ofrecer dinero a las amigas de mis hijas para que las animaran a rehacer su vida casándose ó viviendo con los varones que las gustaban. Desde que logré librarme de ellas he tenido ocasión de “catar” a un buen número de jóvenes a pesar de que, al regresar Elías a su ciudad de origen, había disminuido considerablemente el número de posibles candidatos pero aún no he dado con ninguno con la suficiente virilidad como para poder estar segura de que me va a dar una gran cantidad de leche y a satisfacer plenamente” .
C o n t i n u a r á