Adicto al sexo (Parte veinte).
Una semana más aquí teneís parte de una de mis historias. Es la veinte de la última que he escrito que, además, es la más larga. Espero que las personas que la lean se vayan enganchando a ella y para bien ó para mal me dejen sus comentario que, de antemano, agradezco.
Dos meses más tarde uno de los directivos de la empresa, que estaba a punto de jubilarse, tuvo el gran detalle de invitar a todo el personal de las oficinas a pasar un fin de semana con todos los gastos pagados en la ciudad en la que había nacido con el propósito de que la conociéramos y pudiéramos recorrer su provincia. Nos alojamos en un confortable y moderno hotel en el que, al quedarme el último en el reparto, me dieron una amplia y luminosa habitación de dos camas que estaba ubicada justo enfrente de la que ocupaba Paloma, que compartía con una compañera, por lo que, cuándo salí de la mía y me topé con ella en el umbral de la suya esperando a que la otra chica localizara su bolso, vio que estaba alojado solo y muy próximo a ella. Después de cenar con un menú repleto de platos típicos del lugar y de darnos un buen paseo recorriendo varios lugares regresamos al hotel en torno a las dos de la madrugada. Aún no me había quedado dormido cuándo llamaron a mi puerta por lo que me tuve que levantar y sin más ropa que el calzoncillo, que es la única prenda que uso para dormir, abrí la puerta. Me llevé una agradable sorpresa al encontrarme con Paloma que, luciendo un muy corto y sugerente camisón en tonalidad azul, se apresuró a entrar en mi habitación. No necesitamos hablar puesto que, en cuanto cerré la puerta, me abrazó, me besó en la boca y me llevó hacía la cama en la que caímos de golpe quedando, de nuevo, encima de ella. Sin apenas de moverme de mi posición, me quité el calzoncillo mientras observaba que, a cuenta de la caída, el camisón se la había subido y que debajo no llevaba nada y tras pasarla varias veces la punta por la raja vaginal, la “clavé” el nabo hasta el fondo y dando vueltas el uno sobre el otro, comenzamos a retozar. Una vez más, en cuanto comencé a moverme Paloma se meó con lo que, a través de la lenta expulsión de sus chorros de pis cuándo lo permitían mis movimientos de mete y saca, acabó de motivarme para que, una vez más, eyaculara con bastante celeridad mientras su abundante y fluida “baba” vaginal la comenzaba a gotear. Después de mi soberbia “explosión” inicial decidimos realizar un largo sesenta y nueve en el que Paloma me efectuó su primera felación en condiciones hasta que logró ingerir y sin hacer ascos, el que debió de ser su primer “biberón” para, segundos más tarde, “degustar” otra de mis copiosas y espectaculares meadas llenas de espuma mientras, además de comerla y sobarla el chocho, me encargaba de lamerla el ojete, la intentaba realizar una buena limpieza de su conducto rectal y la hurgaba con dos dedos en el orificio anal hasta que noté que me los estaba impregnando en su caca por lo que se los saqué de golpe para permitirla que fuera a defecar al cuarto de baño. Cuándo regresó se la volví a “clavar” repetidamente por el coño pero esta vez colocada a cuatro patas; manteniéndonos los dos de pie y con su pierna izquierda más elevada que la derecha para poder joderla colocándome detrás de ella; con Paloma acostada a lo ancho de la cama y con las piernas dobladas sobre ella misma con intención de poder cepillármela manteniéndome de pie para culminar con la chica tumbada de lado y con una de sus piernas levantada echándola en cada posición un polvo, que cada vez se resistía un poco más a salir y después de las eyaculaciones pares, su oportuna meada. Esa noche me superé y todas mis descargas fueron masivas por lo que, además de soltarlas sintiendo un gusto muy intenso y largo, la joven llegó a pensar que no iba a terminar de mojarla con mis espesos chorros de leche pero Paloma tampoco se quedó atrás puesto que llegaba a alcanzar un orgasmo tras otro y se meó y con ganas en varias ocasiones demostrando que, cuándo entró en mi habitación, tenía la vejiga urinaria bien llena. Había logrado sacarme seis polvazos y tres meadas cuándo quiso hacerme una nueva cabalgada vaginal pero, para entonces, estábamos reventados y a pesar de su buena voluntad y de sus ganas, en cuanto vio que mi eyaculación se demoraba bastante más de lo normal, decidió seguir echada sobre mi y manteniendo las piernas cerradas con intención de restregar sus tetas en mi torso lo que me permitió mantenerla bien abierto el ojete con mis manos con lo que, sin pretenderlo, conseguí que expulsara unos cuantos pedos. Cuándo, por fin, logré echarla la leche, que salió tan abundante como en las ocasiones anteriores pero bastante más aguada, sentí un gusto tremendo mientras la mojaba y al acabar de echarla el “lastre” me resultó bastante evidente que Paloma se había quedado sin fuerzas y que pretendía irse recuperando permaneciendo acostada sobre mí pero sin moverse. Cuándo se incorporó sentí que se colocaba entre mis abiertas piernas y que procedía a chuparme lentamente el pene pero, a pesar de que me gustaba, estaba tan cansado que me venció el sueño y me dormí. Un par de horas más tarde sonó la alarma de mi reloj de pulsera para indicar que tenía que levantarme. Al mirar hacía abajo la encontré acurrucada y dormida entre mis piernas manteniendo mi picha, que todavía se mantenía en perfectas condiciones, cerca de su boca. Como tenía unas ganas enormes de mear, se la puse en los labios y en cuanto la joven se despertó y los abrió, la introduje el abierto capullo en la boca y la solté una copiosa, espumosa y larga micción mientras ella me succionaba la punta.
El sábado fue un día agotador pues no paramos yendo de un sitio para otro por lo que Paloma y yo, a cuenta de nuestra intensa y larga sesión sexual de la noche anterior, acumulábamos demasiado cansancio y al haberlo pasado bastante mal la joven a lo largo de la tarde decidimos que, aunque habíamos pensado mantener otra sesión sexual aquella noche, era preferible dejarla para mejor ocasión y dormir y la mejor manera de hacerlo sin tentaciones era alojándonos en nuestras respectivas habitaciones. Antes de las doce estaba en la cama y a pesar de que me desperté una vez meándome, decidí aguantarme para no tener que levantarme. Alrededor de las cinco de la mañana sonó el teléfono y un tanto alarmado, lo cogí. Era Beatriz que me explicó que, tras haber estado hasta cerca de las dos en un bingo, se habían ido a una discoteca con intención de restregarse con los chicos que más las gustaran y que acababan de llegar con Andrea tan calentorra que pedía a gritos que acudiera a su habitación. Me levanté, me dirigí al cuarto de baño en donde expulsé una espectacular y larga meada, salí de mi habitación y fui, en calzoncillo, por el pasillo hasta la habitación que ocupaban. No tuve que llamar a la puerta puesto que estaba abierta y cerca de ella, Beatriz me esperaba sin más ropa que una reducida braga baja. Al entrar observé que Andrea se encontraba de rodillas, abierta de piernas y desnuda encima de la cama y que no dejaba de magrearse la seta y las tetas. Mientras la miraba, Beatriz me quitó la prenda íntima con intención de sobarme los atributos sexuales unos instantes antes de colocarme detrás de Andrea, que se puso a cuatro patas y mientras su amiga se encargaba de “cascarme” la pirula sin dejar de acariciarme los huevos ni de alabar lo dura y tiesa que se me estaba poniendo, la lamí la raja del culo y el ojete, la intenté realizar una breve limpieza del conducto rectal y la forcé el orificio anal con dos de mis dedos efectuándola unos enérgicos movimientos circulares con intención de favorecer su dilatación por lo que en cuanto Beatriz me sacó el primer polvo dejando que mi leche se depositara íntegra en la sabana de la cama y ante las continuas demandas de Andrea, procedí a introducirla el pito entero y bien jugoso por el trasero mientras el cuerpo de Andrea se estremecía de gusto y Beatriz me acariciaba los glúteos y me animaba a disfrutar del culo de su amiga y compañera durante todo el tiempo que deseara y a echarla toda la leche y el pis que me fuera posible.
La intención inicial de Beatriz era la de limitarse a mirarnos y realizarme algunos tocamientos pero se puso tan “burra” mientras nos veía que no tardó en obligarme a que se la sacara con frecuencia a Andrea y sobre todo después de mis eyaculaciones, para poder chuparme la polla bien impregnada en mi lefa, en la caca de su amiga que al estar tan salida era incapaz de evitar defecar de una forma casi constante, aunque corta y ligera y en la “fragancia” del conducto rectal de Andrea y además de ingerir la leche que el orificio anal de su amiga devolvía tras mis descargas, supo sacar buen provecho de que se viera obligada a ir al cuarto de baño para evacuar después de algunas de mis apoteósicas descargas puesto, que durante aquellas ausencias, disponía de más tiempo para poder efectuarme una felación hasta que, una de las veces, logró que la diera un “biberón” que me indicó que había sido uno de los más abundantes, largos y sabrosos que había ingerido a lo largo de su vida. No me atrevo a asegurarlo pero creo que en las cinco horas escasas que pasé con ellas superé ó al menos igualé el número de polvos que había echado a Paloma la noche anterior mientras Beatriz, que se hartó de acariciarme los huevos y de lamerme el ojete, no se cansaba de animarme para que, tardara lo que tardara en eyacular, siguiera trajinándome analmente a Andrea y con movimientos rápidos para ver si con mis envites la muy guarra llegaba a sentir que podía desgarrarla el ojete y el intestino. Cuándo mis fuerzas comenzaban a estar bajo mínimos mientras Andrea parecía estar aún bastante entera, me dediqué a sobarlas a conciencia, a “hacerlas unos dedos” y a depilarlas sus arreglados “felpudos” púbicos para, al igual que su ropa interior, conservarlos como recuerdo de aquella velada.
C o n t i n u a r á