Adicto al sexo (Parte tres).
Tercera parte de la última historia que he escrito que, además, es la más larga. Espero que las personas que la lean se vayan enganchando a ella y para bien ó para mal me dejen sus comentarios que, de antemano, agradezco.
Mientras esto sucedía, seguí manteniendo contactos sexuales periódicos con mi prima, tanto en solitario como acompañados por Fernando José, a pesar de que Jimena estaba convencida de que alguna otra “titi” se estaba encargando de vaciarme los huevos ya que, según decía, mi rendimiento sexual no era tan satisfactorio como unos meses antes. Cuándo Jimena, a pesar de que no contrajo matrimonio hasta que estuvo próxima a cumplir cuarenta años, comenzó a tontear con varones de su edad se olvidó de nosotros no sin antes haber logrado hacer realidad su anhelo de presenciar como un varón daba por el culo a otro consiguiendo que, en tres ocasiones, se la “clavara” por detrás a Fernando José, que seguía demostrando un acusado afeminamiento y que, al igual que Casilda, siempre se mostró bastante incomodo con mi miembro viril introducido en su ojete, hasta culminar “explotando” en su interior mientras Jimena no se perdía el menor detalle del proceso, no dejaba de sobarle los atributos sexuales y le meneaba la pilila con intención de sacarle la leche, cosa que muy pocas veces logró y de que se meara.
Aunque con los demás no perduró tanto y en cuanto alcanzamos una edad en la que lo de jugar en la calle no parecía lo más apropiado nuestro nutrido grupo se disolvió, seguí viéndome con Azucena, Casilda, Mari Cruz y Rebeca con las que continué manteniendo relaciones sexuales regulares. Rebeca, viendo que la era imposible conocer cuándo y donde me iba a cepillar a su hermana y a las otras dos chavalas, me llegó a facilitar condones y me enseñó a usarlos para que pudiera eyacular en el interior del coño de las jóvenes sin temor a preñarlas mientras que a ella se la continué “clavando a pelo” en cada encuentro que manteníamos un par de días a la semana para descargar con total libertad de dos a cuatro veces dentro de su seta y descansando un rato entre polvo y polvo que, al dejar y varias veces de estimularme cuándo me encontraba a punto de eyacular, siempre resultaban largos y masivos. Una tarde me dijo que, aunque me las diera para que pudiera descargar en el interior de la almeja de Azucena, Casilda y Mari Cruz y evitar dejarlas preñadas con lo que las hubiera desgraciado para el resto de su vida, no me habituara a utilizar gomas al follarme a las mujeres y que, como a ella, me prodigara en “clavársela a pelo” y en echarlas la leche dentro del chocho y bien profunda para que sintieran mucho más gusto al recibirla, dejando que fueran ellas las que se encargaran de tomar precauciones para evitar que las hiciera un “bombo” y que, aunque a lo largo de mi vida me iba a encontrar con muchas féminas reprimidas y secas, si era persistente llegaría a comprobar que precisamente estas eran las más golfas y que la mayoría de ellas acabarían convirtiéndose en unas cerdas ardientes y fáciles tan deseosas de sexo que, cuantas más guarradas las hiciera y peor las tratara, más las llegaría a motivar para darme, una y otra vez, satisfacción.
Pero en seis meses escasos y cuándo más frecuente e intensa era la relación sexual que estaba manteniendo con las cuatro, todo se fue al traste. María Teresa ( Maite ), la madre de Mari Cruz y Rebeca, llevaba bastante tiempo sufriendo hemorragias vaginales y negándose a recibir asistencia médica. Cuándo, por fin, lograron convencerla para que se pusiera en manos de los médicos la detectaron un tumor y aunque la operaron rápidamente, se había extendido y al estar afectando a órganos vitales, no la dieron más de medio año de vida lo que originó que nuestra actividad sexual decayera considerablemente y que Rebeca, que siempre lo había intentado retrasar, se viera en la obligación de contraer matrimonio precipitadamente con su novio de toda la vida lo que no impidió que me la siguiera tirando hasta el día anterior a su enlace matrimonial y que, al volver de su luna de miel, quedáramos tres ó cuatro veces para poder efectuarme una felación con intención de que la diera un par de “biberones” antes de culminar meándome en su boca. Pero, semanas más tarde, Maite falleció y el día de su entierro Rebeca me indicó que se iba a vivir a otro lugar pero sin decirme a donde por lo que, desde entonces, no he vuelto a saber nada más de ella. De aquella relación me quedó el pesar de que, a cuenta de mi escasa experiencia en el sexo anal, no había llegado a poseerla por el culo a pesar de que en múltiples ocasiones me animó a desvirgarla el trasero y a vejarla metiéndosela entera por detrás para poder comprobar las sensaciones que llegaba a sentir al tener un miembro viril de las dimensiones del mío dentro de su estrecho conducto anal y al recibir mi copiosa descarga de leche así como ver, si al igual que me sucedía con Casilda, con la penetración la provocaba una masiva y rápida defecación pero, aunque lo intenté y en plan bestia como ella me decía, no fui capaz de lograr que su orificio anal y sus paredes réctales dilataran lo suficiente como para poder “clavarla” entera la pirula y aunque la llegué a introducir todo el capullo, me decía que aquello era poco más que ponerla un supositorio.
Su padre, al no poder contar con su esposa para que se ocupara de la cocina y le ayudara en la barra, optó por traspasar el bar que regentaba y para evitar recuerdos, vendió la vivienda en la que habían residido y junto a Mari Cruz, se fue a vivir con una cuñada soltera, hermana menor de Maite, a una zona residencial situada a las afueras de la ciudad lo que ocasionó que perdiera todo contacto con la joven. Varios años más tarde y a través de una conversación casual, me enteré de que Mari Cruz estaba trabajando en el extranjero y que su progenitor se había liado con la cuñada a la que había hecho un “bombo”. Poco después fue el padre de Casilda el que se quedó sin trabajo y al no encontrar una ocupación laboral digna, decidió regresar con toda su familia a su localidad de origen para dedicarse a la agricultura.
Azucena, al verse sola y temiendo que todas las tardes la iba a hacer permanecer un montón de tiempo con la braga en los tobillos y colocada a cuatro patas para poder echarla los cinco polvos diarios que hasta entonces había repartido entre las cuatro me indicó que, aunque a su edad pocas chicas tenían tanta experiencia sexual, la apetecía pasarse una temporada sin sexo para poner en orden sus ideas ya que aquello, a pesar de que nos hubiera resultado muy agradable y placentero, no podía perdurar para siempre a menos que quisiera liarme con ella y dejarla preñada para tener que casarnos y vivir juntos desde tan corta edad. Su velada pretensión no me agradó demasiado ya que sabía que Azucena pretendía retirarme de la circulación para ser la única a la que se la metiera y jodiera y como no podía olvidarme de la gran satisfacción que me habían dado Casilda, Mari Cruz y Rebeca, no tardé en conseguir que, tras cepillármela y a conciencia por última vez, discutiera y se enfadara conmigo después de que, por dos veces, la echara la leche dentro del coño sin haber aceptado expresamente el comprometerme con ella lo que fue suficiente para romper nuestra relación.
C o n t i n u a r á