Adicto al sexo (Parte treinta y última).

Una semana más aquí tenéis otra parte, la última, de una de mis historias. Espero que mis lectores más asiduos se hayan enganchado a ella y para bien ó para mal, me dejen sus comentarios que, de antemano, agradezco.

Nunca llegué a pensar que dos hembras cincuentonas, la hija de una de ellas y la sobrina de la otra fueran capaces de darme tanto gusto y satisfacción sacándome varias veces al día la leche hasta lograr que me convirtiera en una autentica “vaca lechera” y que, además de pasarme el día deseando que me sacaran la lefa, sintiera un placer indescriptible cada vez que se la echaba por lo que estaba encantado con ellas. Con el paso del tiempo y cumpliendo con Judith los tres días que cada semana me visitaba en mi centro de trabajo y con Catalina la noche de los martes y jueves y en la sesión conjunta que manteníamos los domingos por la tarde en compañía de Paula y en presencia de Cristina, cada vez resultaba más evidente, además de lógico, que me decantara por la joven que era a la que durante más tiempo y con más ganas me tiraba lo que su progenitora supo entender perfectamente aunque me exigió que, además de la noche de los lunes, la siguiera dedicando los sábados para que pudiera continuar cepillándomela en sitios con morbo por la tarde para por la noche hacer tríos con Paula y que, a días alternos y tras pasar la velada nocturna con su hija, madrugara un poco más para que, totalmente empalmado, la despertara cuándo me metiera en su cama y la dejara disfrutar de mi tremenda erección matinal efectuándome una felación para que la depositara en su boca mi micción y la diera el primer “biberón” del día antes de que me la follara y generalmente, tumbado sobre ella. Más adelante consiguió mi compromiso de que los miércoles y viernes, al terminar de tirarme a Paula, iría a su dormitorio para poseerla por el culo durante un montón de tiempo con el propósito de evitar que sus hemorroides la volvieran a dar la lata y seguir siendo bastante regular en sus deposiciones.

Aquello funcionó a plena satisfacción de, incluida Judith, los cinco durante muchos meses hasta que Paula, a la que no la había bajado la regla en los últimos dos meses, nos anunció que la había preñado. Como me había dicho en infinidad de ocasiones que llevaba puesto el DIU no podía dar crédito a semejante noticia pero, a la semana siguiente, Cristina la acompañó al ginecólogo que, además de confirmar su embarazo, optó por quitarla el dispositivo intrauterino puesto que, según dijo, se la había movido probablemente a cuenta de una actividad sexual demasiado frecuente con un varón dotado de un miembro viril de una largura considerable. Como en esos momentos vivía relajado y tranquilo intenté convencerla para que abortara pero madre e hija decidieron seguir adelante ya que a Cristina la hacía mucha ilusión que, por fin, uno de sus hijos la hiciera abuela mientras a Paula la agradaba la idea de que fuera yo quien la convirtiera en madre. Enseguida y como era habitual, Cristina comenzó a planificarlo todo y como llevaba meses pasando prácticamente todo mi tiempo libre con ellas, pensó que lo más apropiado era que su hija, ella y yo nos fuéramos a vivir a mi domicilio, que llevaba varios meses sin tan siquiera visitar, puesto que era más grande para poder alquilar el suyo a Catalina, que residía en otro situado lejos del centro y en una zona que nunca la había gustado. Además, logró convencernos de que, para guardar las apariencias y sobre todo esa relación de tipo suegra/yerno que mantenía con ella, Paula y yo teníamos que convertirnos en pareja estable. Pocas semanas después de cambiar nuestra residencia y cuándo estaba comenzando a asimilar la idea de que iba a ser padre, Paula sufrió una desafortunada caída por las escaleras que daban al sótano del comercio en el que trabajaba lo que provocó que el embrión se moviera para, pocos minutos después, desprendérsela y perderlo.

Ante semejante contrariedad Paula estuvo un tiempo bastante desmotivada mientras Catalina, Cristina y Judith intentaban paliar los efectos que la apatía de la chica ocasionaba en mi vida sexual hasta que su madre, realizando una eficiente labor, la hizo comprender que aún era joven y que tenía que continuar intentándolo sabiendo que, a pesar de que me hubiera costado asimilarlo, al final me hacía ilusión convertirme en padre y que, al no tomar precauciones, sería mucho más fácil conseguir su propósito lo que la ayudó a superarlo y a que, diez meses más tarde, volviera a quedar preñada pero, esta vez, el embrión no se agarró al útero y sin disponer de tiempo para poder confirmar su embarazo, lo perdió al sufrir una hemorragia vaginal. Como este hecho volvió a repetirse el año siguiente, Cristina la convenció para que se sometiera a un tratamiento con el propósito de fortalecer sus paredes uterinas y aumentar su ovulación con lo que, ese mismo año, la volví a dejar preñada y en esta ocasión con éxito ya que, a pesar de que surgieron algunas complicaciones durante el embarazo, pudo llegar a su término al parir a una preciosa niña, a la que decidimos llamar Raquel, que midió cincuenta centímetros y pesó casi tres kilos y medio. Su nacimiento se produjo cuándo me encontraba recuperando de un proceso reumático que afectó a mi rodilla derecha impidiéndome andar durante unos días para, meses más tarde, convertirse en una lumbalgia bastante rebelde que, a pesar de los cuidados y del trato exquisito que me dispensaron Cristina y Paula, me costó superar.

Después del parto y como la joven se oponía a tomar anticonceptivos alegando que si los ingería la aumentaba considerablemente el vello y no se terminaba de decidir a que la volvieran a poner el DIU, Catalina se encargó de suministrarme cajas de preservativos con efectos retardantes en talla extra grande que Paula me hacía usar cada vez que se la “clavaba” por vía vaginal. Aquellos condones ejercían tal presión en la base de mi tranca que las eyaculaciones tardaban tanto tiempo en producirse que, cuándo conseguía echarla a la joven mi segundo polvo y su consiguiente meada, estaba tan exhausta que no me motivaba el seguir cepillándomela por lo que, aparte de que me fastidiaba el tener que esperar a que mi verga comenzara a perder su erección para poder cambiármelo después de mis descargas, decidí prescindir de ellos tras localizar fugas en tres condones y de que uno de ellos explotara dentro de la almeja de Paula cuándo me la estaba follando y a pesar de que conté con la ayuda de Cristina, me costó horrores ir extrayéndoselo en pequeños trozos con unas pinzas por lo que se la volví a “clavar a pelo” y a descargar con total libertad dentro de su chocho mientras Paula se mostraba intranquila pensando en que cualquier día la iba a volver a preñar y a pesar de que Cristina se oponía a que volviéramos a utilizar métodos anticonceptivos puesto que pretendía que la diéramos más nietos, en cuanto Paula me indicó que lo más conveniente para nuestros intereses era que se hiciera la ligadura de trompas con intención de poder seguir disfrutando del sexo sin tener que pensar en la posibilidad de que la engendrara más descendencia me pareció una magnífica idea sobre todo porque tampoco quería que me diera más hijos por lo que, sin decirla nada a Cristina y dejando a Raquel a su cuidado, planeamos un corto viaje vacacional que aprovechamos para que Paula pudiera llevar a cabo su proyecto.

Desde entonces se ha vuelto más cerda y golfa y entre Catalina, Cristina, Judith y Paula llevo más de cinco años disfrutando de todo el sexo que un varón puede desear aunque con el grave inconveniente de que, de tanto tirármelas, Catalina y Cristina han debido de transmitirme su incontinencia urinaria y Paula sus frecuentes cistitis puesto que, en cuanto siento la necesidad de mear, tengo que acudir con rapidez al cuarto de baño ó buscar una boca en la que depositar mi micción si no quiero orinarme encima. Paula me continúa pidiendo que la de marcha haciéndola de todo en un plan sado-fetichista con lo que favorece que, a cuenta del elevado grado de excitación que llego a alcanzar, termine echándola unas impresionantes descargas de leche. Catalina, que no termina de decidirse a verse inmersa en una actividad sexual de este tipo, prefiere continuar dentro de lo más ó menos clásico mientras que Cristina, convertida en mi water personal y siempre deseosa de que me muestre dominante, exigente y hasta un poco violento con ella, se nos ha unido hace pocas semanas y según nos dice, el que a su edad la ate para que no se pueda oponer a que la fuerce por encima de sus límites y la obligue a no moverse para evitar quemarse cuándo me fumo un cigarro que, encendido, la introduzco tanto por vía vaginal como anal la obliga a motivarse para cada día dar un poco más de sí y poder satisfacerme plenamente en todas las cochinadas que se me van ocurriendo. Mi intención, lógicamente, es continuar disfrutando durante muchos años más de estas cuatro ardientes, cerdas, golfas, viciosas y por supuesto, excepcionales mujeres y seguir viviendo en compañía de Cristina, de Paula y de mi hija Raquel que, sin olvidarme del sexo, se ha convertido en lo más importarte de mi vida.

F I N