Adicto al sexo (Parte siete).
Séptima parte de la última historia que he escrito que, además, es la más larga. Espero que las personas que la lean se vayan enganchando a ella y para bien ó para mal me dejen sus comentarios que, de antemano, agradezco.
Mi relación con Marta duró algo más de año y medio hasta que a su marido le ascendieron y le trasladaron. Como ella tuvo que quedarse para poder vender la vivienda en la que habían residido, pudimos mantener contactos sexuales mucho más frecuentes en los que me prodigué en metérsela por vía vaginal con el propósito de, como ella quería, intentar preñarla aprovechando que había dejado de tomar anticonceptivos para poder “cargar el mochuelo” a su marido con el que retozaba los fines de semana que eran los periodos que pasaban juntos. Al cabo de unos tres meses una pareja de recién casados adquirió el piso con lo que, muy a su pesar, tuvo que abandonar su trabajo e irse dejándome de lo más desconsolado. Como no he vuelto a saber nada de ella no he podido conocer si, a cuenta de la frecuente e intensa actividad sexual desarrollada en las últimas semanas, conseguí hacerla un “bombo”.
Pero, antes de irse, se ocupó de buscarme a la sustituta que consideró más idónea para seguir dándome satisfacción sexual. La elegida fue Elena, una amiga suya de cabello claro y de altura y complexión normal, que llevaba pocos meses separada y que físicamente era muy mona aunque, para mi gusto, se encontraba dotada de un trasero un tanto voluminoso a la que parecía que la iba la marcha y la “salsa” masculina. Un sábado por la tarde decidimos probarla haciendo un trío con ella en el que aún era el domicilio de Marta y la sesión resultó bastante satisfactoria a pesar de que Elena, más interesada en “morrear” y sobar a su amiga, no se involucró demasiado y su participación se limitó a hacer un sesenta y nueve conmigo lo que, como culminación a la felación que me efectuó, la permitió entrar en contacto con mi leche y más tarde y en plan lesbico, con Marta pero me agradó que estuviera muy pendiente de chuparme la minga cada vez que se la extraía a su amiga, de que la echara mis meadas en la boca con intención de bebérselas y de que mis eyaculaciones se produjeran en el interior de la seta y del culo de Marta para ponerse en posición con el propósito de, en cuanto se la sacaba, recibir en su boca la lefa que la cueva vaginal ó anal de nuestra amiga devolvía. Pero, cuándo comencé a tirármela en solitario, Elena resultó ser todo un mundo de controversias ya que casi siempre tenía mucho sueño y estaba estresada por el trabajo, sus estudios universitarios que nunca terminaba y la atención a su vivienda y a sus dos hijas por lo que me daba la impresión de que todo lo que hacía, hasta andar, la costaba. Sus grandes pasiones eran estar a la última con la ropa y el teléfono móvil, que en aquellos momentos empezaba a tener auge, siendo una de las precursoras en el uso y abuso de este aparato del que siempre estaba pendiente y a pesar de sacarme de quicio con ello al resultarme muy desalentador, llegó a mantener conversaciones a través de él mientras me la cepillaba. Recuerdo que una tarde me la follé vaginalmente colocada a cuatro patas mientras hablaba largo y tendido con una compañera de estudios y a pesar de que su interlocutora no estaba demasiado segura de lo que estaba sucediendo, a cuenta de los gemidos de Elena se puso tan “burra” que, al sentir que la estaba viniendo el orgasmo, se tuvo que dirigir al cuarto de baño de la cafetería en la que estaba y “hacerse unos dedos” para llegar a él mientras seguían hablando.
Para colmo Elena era ñoña; me resultaba bastante sosa en la cama; sólo parecía ponerse de lo más cachonda cuándo, aunque nunca se mostró partidaria del sexo anal, me pasaba un buen rato lamiéndola el ojete ó cuándo la metía y sin demasiadas contemplaciones, todo el nabo por detrás para darla por el culo y no tenía claro si quería ó no “echar unas canitas al aire” por lo que, a pesar de que logré que me efectuara varias felaciones en su despacho y en el mío hasta que la daba “biberón”, era complicado mantener relaciones sexuales completas con ella y casi siempre se oponía a que se la “clavara” por el trasero por lo que, para poder meterla el pene por el orificio anal que era cuándo más entonada estaba, la tenía que forzar ó ponerme como una fiera aunque la encantaba que se lo perforara con mis dedos y que los moviera en su interior hacia dentro y hacia fuera durante un buen rato con lo que, además de darla gusto, favorecía que se tirara varias ventosidades. Para comerme la picha llegó a exigirme que me la lavara antes puesto que, aparte de no saber dentro de que almeja, boca ó culo habría estado, despedía un olor a pis tan fuerte que sentía arcadas cada vez que me la chupaba. Esa falta de entendimiento y de regularidad hizo que nuestra relación no tuviera la debida continuidad lo que originó que, tras algo más de medio año de relaciones y aprovechando que la ascendieron para destinarla al almacén de la empresa situado a cierta distancia de las oficinas y que empezara a plantearse el volver a vivir con su marido, decidiera darla por concluida y romper con ella.
Mientras mantenía relaciones con Elena conocí a dos primas que vivían en un edificio cercano al de ella y que, desde el primer día y a pesar de resultarme sumamente excéntricas en su forma de vestir con faldas cortas ó con ceñidos pantalones y pronunciados escotes y en su pausada y rítmica manera de andar para abrirse de piernas en cuanto se paraban como si estuvieran escocidas ó anhelaran que algún hombre se la “clavara”, me dieron la impresión de ser muy liberales y modernas. Coincidí con ellas en dos ocasiones los días en que, al acabar nuestra jornada laboral y antes de retozar en su domicilio, acompañaba a Elena al supermercado, emplazado en los bajos del edificio en el que residía, en el que efectuaba buena parte de sus compras alimentarías. Las jóvenes se encontraban solteras, eran de cabello, que las gustaba llevar corto, claro y de complexión y estatura normal y mientras Alicia, la mayor, andaba en torno a los treinta años, Estíbaliz había cumplido veinticinco. Elena me indicó que sus respectivas madres eran hermanas y que por ciertos comentarios que había escuchado cabía la posibilidad de que hubieran sido engendradas por el mismo padre; que eran intransigentes, posesivas y raras y que, aunque vivían desahogadamente, no tenían una ocupación laboral conocida.
Al romper con Elena y aunque me había advertido de que tuviera cuidado con ellas puesto que eran liantes y retorcidas, llegué a convertirme en cliente asiduo de aquel supermercado ya que casi todos los días al terminar mi jornada laboral acudía a él con intención de hacerme el encontradizo con ellas pero sin obtener ningún resultado positivo. Pero mi perseverancia tuvo recompensa y cuándo una tarde las vi entrar en el establecimiento, las abordé antes de que empezaran a realizar sus compras y las invité a tomar un café que aceptaron. Nos dirigimos a una cafetería cercana muy poco concurrida y en cuanto nos sentamos en una mesa las indiqué, sin rodeos, que me gustaría liarme sexualmente con ellas ya que, después de haber mantenido relaciones con dos mujeres casadas, me apetecía retozar con féminas solteras. Las dos primas se miraron y sonrieron durante unos instantes antes de que Alicia, mirándome a los ojos, me explicara que, aunque se consideraban heterosexuales, llevaban tiempo incitando a chicas jóvenes a meterse de lleno en el sexo lesbico hasta que, libremente, se convertían en asiduas participantes en las orgías que su clientela, compuesta mayoritariamente por hembras casadas y dispuestas a pagar por disponer de “carne fresca” con la debida discreción, intimidad y regularidad, montaba casi a diario aunque se podían llegar a plantear hacer una excepción si las demostraba que me encontraba bien dotado; que disponía de una aceptable potencia sexual; que podía convertirme en un perrito dócil, fiel y obediente y que me motivaba el permitir que me poseyeran. A pesar de que no me seducía la idea de verme sometido por aquel par de cerdas, me di cuenta de que en aquel momento no tenía otra opción por lo que me levanté de mi asiento y dando la espalda a las demás personas que se encontraban en la cafetería, las mostré la pilila, que como siempre lucía larga y tiesa. Alicia, que era la más cercana a mi posición, me hizo abrirme más el pantalón para que sacara al exterior los huevos que me acarició antes de hacer lo propio con mi miembro viril que, después de pasarme varias veces el dedo gordo de su mano derecha por la abertura, no dudó en “cascarme” hasta que, viendo que se me estaba poniendo en excelentes condiciones para eyacular, me dijo que quería que, tal y como estaba, me dirigiera al cuarto de baño al que entré delante de Estíbaliz que, tras dejar en el suelo los dos vasos de tubo que llevaba en su mano y conseguir que mi pantalón y mi calzoncillo descendieran hasta mis tobillos para dejarme con el culo al aire, procedió a meneármelo delante de un urinario de pared sacándome en poco más de un cuarto de hora por dos veces la leche que, haciendo que colocara la punta de la pirula en uno de los vasos, recogió al igual que hizo, pero en el otro vaso, con la espectacular meada llena de espuma que eché unos segundos después de mi segunda descarga. En cuanto Estíbaliz dejó de “cascármela”, volví a cubrir mis atributos sexuales y salimos al exterior donde Alicia examinó la gran cantidad de lefa que se había acumulado en el primer vaso y la micción, que a ellas las gustaba denominar “cerveza”, que había en el segundo antes de beber parte del contenido de ambos y comentar que tanto la leche como el pis, además de sabrosos, eran de gran calidad. Después mezcló en un único vaso la orina y el semen y se lo ofreció a Estíbaliz que lo agitó un poco y se lo bebió de golpe en un solo trago.
Aunque mi intención era echar “lastre” a diario, el que tuvieran adquiridos otros compromisos dentro de la actividad sexual lesbica que desarrollaban y el que me amedrentara un poco la idea de verme sometido por ellas y más después de indicarme que me iban a dar tralla y a estrujar el pito a conciencia hasta que lograra dar más leche que una vaca, me hizo aceptar sin condiciones su propuesta de visitarlas en su domicilio a días alternos, una semana los lunes, miércoles y viernes y la siguiente, los martes, jueves y sábados.
C o n t i n u a r á