Adicto al sexo (Parte seis).
Sexta parte de la última historia que he escrito que, además, es la más larga. Espero que las personas que la lean se vayan enganchando a ella y para bien ó para mal me dejen sus comentarios que, de antemano, agradezco.
Al comienzo del verano y pocos meses después de mi ruptura con la joven, falleció mi padre lo que me obligó a abandonar los estudios para ponerme a trabajar al surgirme la oportunidad de ocupar el puesto que mi progenitor había dejado vacante mientras que, al ser el hijo menor y estar soltero, me veía obligado a continuar viviendo con mi madre, una hembra de movilidad limitada a cuenta de su obesidad, con un carácter fuerte y que se había acostumbrado a que todos los que andábamos a su alrededor hiciéramos siempre su santa voluntad.
Cuándo empecé a trabajar me encontré en medio de un ramillete de atractivas mujeres lo que ocasionó que mi vida sexual mejorara considerablemente y se convirtiera en bastante más activa, intensa y regular aunque fuera manteniendo relaciones a escondidas ó de tapadillo con féminas “felizmente” casadas. La primera en abrirse de piernas para mi fue Marta una elegante joven de poblado cabello moreno, delgada y de estatura normal, con ciertas facciones agitanadas en su rostro. Un viernes tuvo que dejar su coche en el taller y al pillarme de paso, me ofrecí a llevarla hasta su casa en el mío que, en aquel momento, era un utilitario con diez años de antigüedad que había heredado de mi padre. Durante el desplazamiento me dijo que, como su marido lo iba a pasar fuera, tenía por delante un fin de semana muy largo, tedioso y triste. Sin pensármelo la propuse que saliera conmigo el sábado para tomar un par de copas y cenar juntos. Como Marta aceptó, al día siguiente y unos minutos después de las ocho de la tarde, nos encontramos en la puerta de un supermercado cercano a su domicilio en el que efectuó varias compras que la ayudé a llevar hasta uno de los ascensores del edificio en el que residía. Después de esperar pacientemente a que dejara las bolsas en su casa, se cambiara de ropa y volviera a bajar, tomamos un combinado en una cafetería y nos fuimos a cenar a base de raciones y tapas a un restaurante que ella conocía. Durante la cena supo mantenerme caliente y empalmado al hablarme de las distintas posiciones en que su cónyuge se la metía y dándome toda clase de detalles de las gratas sensaciones que sentía con cada una de ellas. Al salir del restaurante la invité a tomar otra copa pero Marta me comentó que no la gustaba abusar del alcohol y que prefería ir a la “sesión golfa” de un cine.
Como tampoco era muy partidario del alcohol me pareció una excelente idea. Dejé que eligiera la película, que fue una que llevaba varias semanas en cartelera y las butacas en las que nos acomodamos situadas en uno de los rincones de la última fila de la sala que se encontraba a menos de la mitad de su capacidad. En cuanto comenzó la proyección Marta me animó a besarla y a “meterla mano”. No lo dudé y juntando mis labios a los suyos nos empezamos a “morrear” apasionadamente al mismo tiempo que aprovechaba para tocarla las tetas a través de su ropa y ella entraba en contacto con mi erecta picha que, abriéndome el pantalón, no tardó en sacarme al exterior para sobármela, al igual que hizo con mis huevos, antes de quitarse la blusa para enseñarme su soberbia “delantera” que mantuvo enfundada en un reducido sujetador y proceder a “cascarme” de una manera muy lenta y pausada el miembro viril evidenciando que pretendía disfrutar de mi pilila, que lucía inmensa y dar buena cuenta de mi potencia sexual. A pesar de meneármela despacio y recreándose en ello, no tardé en eyacular echando la leche en espesos y largos chorros que se depositaron en la parte posterior de las butacas situadas delante de nosotros. Al verla salir, Marta exclamó:
- “Joder, cabrón, con la gran cantidad de lefa que estás soltando y el gusto que debes de estar sintiendo me parece hasta lógico que estuvieras deseando que te ordeñara” .
Observando que, después de mi portentosa descarga, la pirula se me mantenía totalmente tiesa me la continuó meneando de una manera algo más rápida al mismo tiempo que me acariciaba los cojones mientras, bajándola las copas del sujetador, lograba dejarla las tetas al aire para poder vérselas, tocárselas, mamárselas y ponerla los pezones en órbita. Esta vez mi eyaculación se demoró lo suficiente para permitir que pudiera disfrutar un buen rato “cascándomela” mientras me “daba el lote” con su apetitosa y tersa “delantera”. Al comenzar a sentir que mi eyaculación era eminente la advertí de que, pocos segundos después de que me volviera a sacar la leche, no iba a ser capaz de retener mi pis y que no me parecía apropiado mearme allí. La joven pareció no escuchar y siguió con su cometido consiguiendo que, tras extraerme otra cantidad ingente de leche en una larga y muy placentera descarga, me orinara encantándola ver como echaba la micción y como, además de impregnar la parte trasera de las butacas que teníamos delante de nosotros, iba formando un buen charco en el suelo. En cuanto terminé de mear, me la dejó de “cascar”, me llamó cerdo y me hizo permanecer con el pito al aire para poder observar como, poco a poco, iba perdiendo su erección aunque, como siempre, se me quedó tiesa mientras continuaba ocupándome de sus tetas. Una medía hora más tarde y con la película bastante avanzada, me pidió que ocultara la polla en el calzoncillo y el pantalón, lo que hice de inmediato y después de ponerse bien el sujetador y la blusa, me cogió de la mano y me hizo salir de la sala para dirigirnos al cuarto de baño femenino del local que Marta desechó al encontrarlo bastante concurrido por parejas en una actitud bastante “amorosa” por lo que fuimos al de caballeros en el que nos topamos con un joven que le estaba chupando el rabo y con ganas, a un hombre de edad intermedia. A pesar de que llegamos a “morrearnos” y a restregar nuestros cuerpos sin quitarnos la ropa, Marta no se encontraba cómoda con la pareja de varones al otro lado de la pared por lo que me propuso irnos a retozar a la amplia y confortable habitación de su domicilio en la que pasamos el resto de la velada y en donde vi por primera vez que usaba liguero y tanga, que aún no se había convertido en una prenda tan habitual como ahora, lo que me resultó muy excitante y la chica, a base de efectuarme felaciones y cabalgadas, comprobó que disponía de un meritorio aguante sexual al conseguir extraerme cuatro polvazos y dos portentosas meadas.
Desde aquella noche mantuve con ella relaciones frecuentes y regulares. Marta resultó ser una magnífica “yegua” viciosa que “tragaba” de maravilla por la almeja, la boca y el culo y que deseaba sentirse jodida y mojada por la leche masculina. Fue la primera que, entre otras cosas, consiguió que la tranca se me pusiera inmensa a base de acariciarme y de pasarme repetidamente su lengua por los pezones; en “cascármela” y hacerme felaciones con movimientos de tornillo con lo que lograba aumentar mi placer y en efectuarme cabalgadas anales y se encargó de completar mi instrucción sexual consiguiendo aumentar aún más mi virilidad; que llegara a adquirir la suficiente experiencia en el sexo anal; que, aunque al terminar me la tuviera que lavar, no me privara de meterla la verga por vía vaginal para trajinármela y darla mi leche durante los días en que se encontraba con su ciclo menstrual, que era un periodo en el que solía encontrarse bastante más salida de lo habitual y al estar habituada a que su marido, que era militar, no la tratara con demasiada delicadeza a la hora de poder satisfacerse sexualmente, me motivaba para que me mostrara un tanto sádico con ella y más desde que me comentó que estaba tomando anticonceptivos orales para evitar que su pareja la hiciera un “bombo” tras otro. Pero la hembra tenía ciertas manías como la de que, al acabar, teníamos que intercambiar su tanga y mi calzoncillo; que era sumamente ordenada pretendiendo que todo quedara tal y como estaba al llegar ó que quisiera ser la discreción personalizada por lo que en la oficina me tenía que limitar a saludarla y a tratar con ella de temas relacionados con nuestro trabajo sin que encontrara la forma de lograr que accediera a hacer nada conmigo si no era en plan íntimo de su domicilio ó del mío, los escasos días en que mi madre pasaba la tarde en la vivienda de mi hermana mayor y con las debidas garantías de que nadie nos iba a molestar mientras me la cepillaba. Conseguí convencerla para que, dejando de lado sus habituales pantalones, usara botas altas con vestidos y faldas bastante menguadas de tela que la daban un toque muy seductor y los sábados y domingos que quedábamos en su casa, aprovechando las ausencias de su esposo, la encantaba ponerse el vestido de novia con todos los accesorios, incluida la ropa interior, el liguero, el velo y los guantes, que había usado en ese día tan especial para que, sin quitarla el vestido, me la follara con ganas y poder efectuarme unas largas cabalgadas con profusión de movimientos circulares para sentir como la punta de mi chorra, tras atravesarla el útero dándola un gusto tremendo, llegaba a entrar en contacto con sus ovarios; que descargara muy profundo tanto cuando se la “clavaba” por delante como por detrás y que no dudara a la hora de obligarla a convertirse en una dócil corderita para que me hiciera una exhaustiva felación ó para, de acuerdo a lo que me había enseñado, la introdujera mis puños por vía vaginal y la forzara hasta que llegaba al límite y terminaba despatarrada, entregada, exhausta y relajada.
Además se sentía muy complacida cada vez que veía que, tras los polvos pares, era incapaz de retener mi meada y cuándo no se la echaba dentro del chocho ó del culo, me pedía que se la soltara en la boca para poder ingerirla tras lo cual solía decirme que, aunque había tenido ocasión de degustar varias, las mías eran las más abundantes y sabrosas. Con el paso del tiempo logré prodigarme en “clavársela” colocada a cuatro patas y tumbado sobre ella, posición en la que la gustaba forzarme el culo con uno de sus dedos para asegurarse de que, con aquellos hurgamientos y masajes prostáticos circulares, iba a echarla un soberbio polvo.
Como nuestros encuentros sexuales los solíamos mantener al finalizar nuestra jornada laboral y muchos días la apetecía “cascarme” el cipote por la mañana y no era partidaria de hacer tal cosa en la oficina, nos solíamos desplazar por separado a algún descampado ó a una zona de pinos que conocíamos donde, sin importarnos que hiciera frío ó calor, me la meneaba hasta que, apretada a mí y dejando que la tocara las tetas y el culo a través de su ropa, me sacaba un par de polvos para que, acto seguido, culminara meándome delante de ella con intención de poder beberse mi pis. Más tarde y en su coche, solía permitir que diera buena cuenta de su “delantera” tocándosela y mamándosela mientras, abriéndola las piernas e introduciendo mi mano por su falda, la separaba la parte textil del tanga de la raja vaginal y la sobara su siempre húmedo coño con lo que solía hacerla rabiar ya que me agradaba dejarla con las ganas cuándo sentía la proximidad del orgasmo para que me pidiera, una y otra vez, que continuara hasta que lograra culminar, situación de la que siempre intentaba sacar algún beneficio. Si las temperaturas eran gélidas me la “cascaba” ó chupaba en una cabina telefónica situada en una calle poco transitada situada detrás de su domicilio y aunque con el frío se tenía que emplear a fondo para que se me pusiera bien tiesa y se produjeran mis eyaculaciones, para Marta aquello era una especie de reto del que siempre salió airosa logrando que, al abandonar la cabina, la hubiera dado un par de “biberones” y una buena meada ó que los chorros de mi leche descendieran por los cristales y se hubiera formado un buen charco en el suelo con mi micción.
C o n t i n u a r á