Adicto al sexo (Parte quince).

Una semana más aquí teneís parte de una de mis historias. Es la quince de la última que he escrito que, además, es la más larga. Espero que las personas que la lean se vayan enganchando a ella y para bien ó para mal me dejen sus comentario que, de antemano, agradezco.

Aquel periodo terminó cuándo empecé a mantener contactos regulares con Yanet, una joven de origen centroamericano y piel mestiza que, después de disfrutar de un primer periodo de estancia de tipo turístico para poder pasar unos meses con su hermana Tania, había conseguido un permiso temporal de residencia. La chavala acudió a mi domicilio para entrevistarse con mi madre después de leer en un periódico el anuncio que mi progenitora había puesto en demanda de una asistenta que, por la tarde, se ocupara de determinadas labores domésticas en la vivienda, como el fregar y recoger la cocina ó el planchar. Mi madre, viéndola joven y desenvuelta, decidió darla el trabajo aunque pocas semanas después la echó. Desde que la conocí me pareció que Yanet evidenciaba encontrarse un tanto necesitada de sexo y en cuanto descubrió las costumbres de mi madre, que solía echarse la siesta después de comer, no tardó en pedirme que la diera unos masajes en el cuello y los hombros puesto que sentía las cervicales demasiado agarrotadas. A cuenta de los masajes se desnudó de cintura para arriba por lo que terminé sobándola las tetas mientras nos besábamos en la boca. Después me pidió que la enseñara el nabo que, tras tocármelo al igual que hizo con mis huevos, me “cascó” despacio hasta que consiguió extraerme la leche que, salió con tanta fuerza que, a pesar de encontrarnos en medio de la cocina, algunos chorros llegaron a depositarse en los azulejos de la pared que se encontraba más próxima a nuestra posición. La chica quedó tan gratamente impresionada por las dimensiones que había llevado a adquirir mi pene y por la cantidad de leche que había echado que, desde aquel día y sabiendo que la siesta de mi progenitora duraba en torno a una hora, me facilitó que pudiera encerrarme con ella en el cuarto de baño para restregarnos vestidos, lo que aprovechaba para meterla la parte textil de la braga en la raja del culo con intención de sobarla la masa glútea, hasta que Yanet notaba que la picha se me había puesto bien tiesa momento en el que ambos nos desnudábamos de cintura para abajo y me hacía colocársela en la parte superior de sus piernas, que mantenía cerradas y en contacto directo con su chocho para moverme como si me la estuviera tirando mientras me mojaba el miembro viril con su pis hasta que soltaba una gran cantidad de espesos y largos chorros de leche que se depositaban en el suelo. Después de mi portentosa descarga la gustaba “cascármelo” y con gran soltura, delante del espejo del lavabo para extraerme otro polvo y una de mis apoteósicas meadas antes de acostarse en el suelo con intención de que utilizara mi erecta pilila para darla masajes tanto por delante como por detrás prestando una atención especial a su boca, a sus tetas, a su cueva vaginal y a su orificio anal. Cada día la joven me demostraba que era ardiente y viciosa y que estaba acostumbrada a una práctica sexual frecuente e intensa en la que el menear la pirula a un varón para sacarle la leche, incluso al aire libre y delante de la gente, era de lo más habitual en su país en donde solía hacerlo varias veces al día. Me confesó que deseaba sentir mi miembro viril dentro de su coño, eso sí enfundado en un condón y de su culo pero, a pesar de que se doblaba convenientemente para que pudiera frotar mi pito en su trasero y se sentaba sobre mi polla con cierta frecuencia, tenía miedo a que la desgarrara el orificio anal al penetrarla por lo que reprimía sus deseos aunque la agradaba que la forzara analmente con mis dedos.

Cuándo la despidió mi madre quedábamos casi todos los días para dar un paseo juntos. Siempre buscaba un banco en el que sentarnos para contarme con todo tipo de detalles algunas de sus experiencias sexuales mientras me tocaba el rabo a través del pantalón y cuándo acababa ó hacía una pausa, nos besábamos en la boca metiéndome su lengua casi hasta la garganta y me decía que no tenía nada que envidiar a sus compatriotas puesto que las dimensiones de mi miembro viril y mi potencia sexual no eran demasiado comunes y en su país, seguramente, me sería rentable pasarme el día enseñando la tranca en la esquina de una calle transitada para que, a cambio de una gratificación económica, las turistas pudieran obtener unas fotografías de recuerdo mientras me la sobaban, me la meneaban, me succionaban la abertura, me efectuaban una “chupadita” ó cada vez que tuviera necesidad de ello, me vieran mear observando como mi pis salía con fuerza hacía arriba y después de formar una curva perfecta, se depositaba en el suelo. No sé como lo conseguía pero con sus comentarios, historias y tocamientos y a pesar de mi experiencia sexual, siempre acababa con la verga bien tiesa y apuntando hacía adelante por lo que la erección se me llegaba a marcar perfectamente en el pantalón motivando que ella se partiera de risa mientras me decía:

-   “Por favor, tápate eso, papito” .

Más de una vez me puso en evidencia puesto que, cuándo alguna persona pasaba por nuestro lado, sus carcajadas la hacían mirarnos y se daba cuenta de mi tremenda erección. Una fémina llegó a recriminarme que me hubiera empalmado de aquella forma en un sitio público, otra me insultó y otra la pidió a Yanet que me aliviara el “calentón” meneándome la chorra lo que la gustaba demorar lo más posible y que, cuándo estábamos en la calle, siempre se opuso a hacer hasta que anochecía que, según ella, era el momento del día más idóneo para sacar la “salsa” a los varones mientras, abriéndola el pantalón y metiendo mi mano por su braga generalmente de color rojo, la sobaba la seta que, enseguida, se la ponía muy caldosa.

Yanet se prodigaba en “cascármela” para tenerme satisfecho y cuándo sentía ganas de que se la “clavara” y la jodiera, ya que tenía que ser cuándo ella quisiera, me obligaba a hacerlo delante de su hermana, que como ella era mestiza, para motivarse más. Tania había contraído matrimonio con un invidente español durante el viaje vacacional que este realizó a su país con intención de disfrutar del denominado “sexo turístico” y tenía un hijo de una relación anterior. Desde su llegada a España e incitada por su cónyuge, se dedicaba a pervertir a colegialas uniformadas ó en chándal a las que sobaba, masturbaba y comía la almeja hasta que terminaban tan cachondas que ninguna oponía la menor resistencia cuándo su marido, que siempre usaba preservativo, las penetraba vaginalmente. Muchas de ellas acababan tan complacidas que, antes de abandonar la vivienda, concertaban una nueva cita.

Como no siempre podía disponer libremente de mi domicilio, Tania nos ofreció su vivienda y más concretamente la habitación que ocupaba Yanet, para mantener nuestras relaciones sexuales en un plan discreto e íntimo pero con la condición de estar presente puesto que, según me explicó, después de llevar una vida sexual muy activa y frecuente desde su llegada a España se encontraba bastante sedienta de sexo ya que, además de lamentar haberse casado con un ciego al que no podía motivar con su forma de vestir, lo único que a su cónyuge le preocupaba es que utilizara toda su experiencia para facilitarle “carne fresca” y variada con la que poder retozar. El que Tania estuviera presente mientras me cepillaba a Yanet hizo que no tardara en participar activamente para hacerme todo aquello a lo que su hermana se negaba por lo que me efectuaba felaciones para que la diera “biberón”, comentando que no todos los días se podía tener la oportunidad de chupar un “instrumento” de las dimensiones del mío ni de ingerir unas eyaculaciones tan abundantes, me meneaba el cipote al mismo tiempo que me lamía y me forzaba con sus dedos el ojete y ponía su trasero a mi total disposición para que la pusiera penetrar analmente durante todo el tiempo que quisiera lo que ocasionó que, al vernos, Yanet sintiera envidia y a pesar de sus temores, decidiera dejar que se la metiera por detrás con bastante asiduidad puesto que era lo que más la agradaba aunque me comentaba que tenía la minga tan gruesa que pensaba que no la iba a entrar por el orificio anal. Aunque me permitía que se la “clavara a pelo” por el culo, en cuanto pretendía metérsela vaginalmente me “encasquetaba” un preservativo que me presionaba mucho y demoraba en exceso mi eyaculación lo que originaba que muy pocas veces llegara a culminar dentro de su chocho ya que la chavala no tenía paciencia y cuándo consideraba que la había dado el suficiente gusto, me hacía extraerla el nabo, me quitaba la goma y me lo “cascaba” para no perderse el menor detalle de como se producía mi descarga diciéndome que, por desgracia, no era demasiado habitual ver soltar tal cantidad de leche en una eyaculación tan intensa y larga. Otras veces dejaba que Tania, a la que se la “clavaba” por vía vaginal sin usar condón, me la chupara para que la diera “biberón”.

A pesar de que la hacía múltiples regalos y la pagaba lo que realmente necesitaba, como la ropa que solía acompañarla a comprar, la joven no dejaba de pedir dinero a su hermana para muchas veces gastárselo en caprichos y como había ocasiones en que no podía dárselo, Tania pensó que podían obtener un beneficio económico de nuestra relación y como a mí no me importaba tener a dos ó tres personas observándonos durante el coito, invitó a tres hembras, compatriotas suyas, para que pudieran presenciar como me follaba y la mayoría de las veces por el culo, a las dos hermanas a cambio de una módica cantidad de dinero. El boca a boca originó que, unas semanas más tarde, la habitación de Yanet se llenara de curiosas, mironas y alguna que otra salida que llegaba a desnudarse para masturbarse mientras nos miraba utilizando, además de sus dedos, consoladores, vibradores a pilas e incluso, los tacones de aguja de sus zapatos. En cuanto Tania logró contar con un buen número de adictas nos hizo mantener a diario relaciones para que aumentara la contrapartida económica que las espectadoras la abonaban tanto por vernos como por acariciarnos y sobarnos. Lógicamente, casi todas se apresuraban a besarme en la boca y a tocarme los atributos sexuales antes de que procediera a “clavarlas” el pene y entre polvo y polvo, además de sobarme, siempre había alguna dispuesta a efectuarme una breve pero intensa “chupadita” con la picha impregnada en la “fragancia” vaginal ó anal de Tania ó Yanet. Cuándo mejor estaba funcionando aquello para las pretensiones económicas de ambas hermanas y las sexuales mías puesto que tenía asegurado el echar cada día cuatro ó cinco polvos, terminó el permiso de residencia de Yanet y al no haber sido capaz de mantener ninguno de los trabajos que tuvo durante su estancia ni conseguir convencerme para que accediera a casarme con ella con intención de poder permanecer en el país, se tuvo que ir apresuradamente, al ser reclamada por el suyo. Durante varios meses seguí relacionándome con Tania, casi siempre bajo la atenta mirada de otras mujeres de las que continuó obteniendo un beneficio económico llegando, incluso, a alquilarme por horas para que, delante de ella, me tirara a las más salidas en la habitación que había ocupado Yanet pero su marido, al que hacía tiempo que había dejado de suministrar “carne fresca”, comenzó a sospechar y a pesar de su ceguera, logró complicarnos aquellos contactos, incluso cuándo decidimos mantenerlos en solitario, hasta que, después de amenazarla con echarla de casa en bolas junto con su hijo si llegaba a descubrir que le estaba poniendo los cuernos, consiguió que cogiera miedo y que dejáramos de vernos.

C o n t i n u a r á