Adicto al sexo (Parte ocho).
Octava parte de la última historia que he escrito que, además, es la más larga. Espero que las personas que la lean se vayan enganchando a ella y para bien ó para mal me dejen sus comentarios que, de antemano, agradezco.
Al día siguiente empecé a relacionarme con ellas y los primeros meses me resultaron realmente degradantes al sentirme, además de dominado, humillado y de la manera que más duele a los varones puesto que, en cuanto traspasaba el umbral de la puerta de su vivienda, me obligaban a adoptar una actitud y un comportamiento afeminado lo que ocasionó que me encontrara bastante incomodo y llegara a lamentar no haber hecho caso a Elena. Al entrar en su casa me desnudaban, entre insultos, quedándose con mi calzoncillo que depositaban en una especie de arcón metálico en el que, asimismo, conservaban un montón de bragas y sujetadores, algunos tangas y unas cajas de plástico transparente de diferentes tamaños llenas de pelos púbicos y que, al abrirlo, despedía una agradable y muy excitante “fragancia” a mujer. A pesar de que siempre la tenía larga y tiesa, mientras me iban quitando la ropa me intentaban desmotivar dándome manotazos casi continuos en la polla y en los huevos a través del calzoncillo con el propósito de que, al lucir mis atributos sexuales, el rabo me colgara ó al menos, estuviera a media asta. Después me obligaban a arrodillarme y una de ellas me introducía lo más profundo que podía en el ojete el grueso palo de una escoba ó fregona con el que me hurgaban mientras me desplazaba a cuatro patas hasta un cuarto de baño en el que me obligaban a mantener introducida mi cabeza en el inodoro durante unos minutos antes de llevarme a una pequeña habitación con una iluminación tenue en donde me extraían el palo del trasero, me acostaba boca arriba en la cama muy abierto de piernas y me hacían acariciarme y tocarme la tranca y los cojones mientras me escupían y me decían que iban a explotar al máximo mi virilidad al mismo tiempo que me facilitaban que llegara a disfrutar de algunas de las sensaciones que sentían las féminas cada vez que los hombres las “hacíamos el amor”. En cuanto la verga se me ponía bien tiesa una de ellas se dedicaba a sobarme los huevos mientras la otra me agarraba las piernas y me hacía mantenerlas elevadas y dobladas sin perderse detalle de como me la estaba “cascando”. Una vez que adoptaba la posición idónea, la primera, además de seguir ocupándose de mis pelotas, me realizaba todo tipo de hurgamientos anales con intención de llegar a excitarme a través de la próstata y asegurarse de que mi descarga sería masiva. Cuándo me encontraba a punto de eyacular me hacían levantar la cabeza y mantener bien abierta la boca de manera que, al “explotar”, la leche me cayera en la cara y en la garganta no quedándome más remedio que ingerirla en medio de sus improperios y risas. Sin dejarme modificar un ápice mi posición me obligaban a extraerme otro polvo pero sustituyendo los hurgamientos y masajes prostáticos por una especie de grueso y largo vibrador a pilas que, con el continuo mete y saca, me ayudaba a disfrutar de una descarga muy “eléctrica” con la que llegaba a sentir al mismo tiempo un intensísimo gusto tanto en la chorra y los huevos como en el culo. De nuevo, me veía obligado a recibir la lefa en mi boca y a ingerirla al igual que, unos segundos después, me obligaban a beberme mi micción. Acto seguido, se quitaban el pantalón ó la falda y me enseñaban las descomunales bragas-penes que habían mantenido ocultas bajo su ropa y agarrándome con fuerza de la cabeza, me hacían chupar aquellos “instrumentos” durante un montón de tiempo antes de colocarme a cuatro patas con el propósito de que me pudieran penetrar por el culo para, empleando cada una varios minutos en ello, darme unos envites impresionantes y poseerme mientras me insultaban, me decían que me iban a desgarrar el orificio anal y me preguntaban si me motivaba que fuera una hembra la que me estuviera forzando de esa manera. Como muchos días se meaban con la braga puesta, a mitad del proceso me introducían por el ojete una de las prendas íntimas empapada en su orina con intención de que, al sentir su humedad en mi interior, me predispusiera para la defecación. A pesar de hacer verdaderos esfuerzos para retener la salida de mi mierda ya que no me apetecía dar a aquel par de guarras el gustazo de verme cagar, con una penetración anal tan exhaustiva y larga casi siempre conseguían provocarme la defecación e incluso, en varias ocasiones lograron que evacuara más de una vez. Lo peor era que, mientras me poseían por detrás, llegaba a sentir que iba a explotar al verme obligado a retener mi caca que, buscando un lugar por el que salir, hacía mucha fuerza en mi interior hasta que, al extraerme el “instrumento”, la podía expulsar en tromba y me sentía muy aliviado. Cuándo se cansaban de darme por el culo y manteniéndome a cuatro patas, una de ellas me impregnaba el ojete con un líquido dilatador de efecto inmediato con intención de introducirme uno de sus puños, convenientemente enfundado en un guante de látex, con el que me forzaba hasta lograr que, si todavía me quedaba algo, vaciara por completo el intestino mientras la otra se ocupaba de apretarme los testículos y me iba poniendo la masa glútea como un tomate dándome cachetes para, después, utilizar una especie de fusta, una regla, una raqueta de tenis y un artilugio de madera similar a los que se usan para sacudir alfombras. Cuándo la una me extraía y de golpe el puño, la otra dejaba de martirizarme los glúteos y en su caso y con la ayuda de unas pinzas, me sacaban la braga del ojete, era cuándo comenzaba a sentir un montón de escozores y molestias anales que llegaron a ocasionar que, durante horas, me encontrara con serios problemas a la hora de sentarme y que durante una temporada me convirtiera en una persona de fácil defecación que, además, se llegaba a producir bajo los efectos de unas descomunales diarreas líquidas.
Pero no contentas con aquello, intercambiaban su posición para que la que se había encargado de forzarme analmente con su puño se ocupara de “cascarme” lentamente el cipote mientras la otra me presionaba los huevos y como una especie de desagravio, me lamía el ojete antes de introducirme sus dedos índice y corazón ó el pulgar para efectuarme un montón de hurgamientos circulares con intención de que, además de escozor, llegara a sentir más gusto y deseara echar la leche lo que tardaba en producirse puesto que la que se ocupaba de menearme la minga me cortaba la eyaculación, dándome fuertes manotazos en el miembro viril ó presionándome la base con sus dedos en forma de tijera, al observar que por la abertura hacían su aparición las gotas de lubricación previas a la descarga y que “chispeaba”. Finalmente, cuándo consideraban que había llegado el momento de dejarme soltar “lastre”, la que me la había “cascado”, se metía el nabo en la boca y me la chupaba succionándome la punta hasta que la daba un abundante y largo “biberón” y en su caso, se bebía la posterior meada ingiriendo todo ello en medio de evidentes muestras de satisfacción.
Una vez que consideraron que había superado aquel periodo inicial de dominación el desarrollo de nuestra actividad sexual durante los días laborables no sufrió muchas modificaciones puesto que, aunque fuera de una manera menos sádica, continuaron sacándome tres ó cuatro polvos y una ó dos meadas “cascándome” el pene de diversas formas y sin demasiadas delicadezas al igual que siguieron dándome por el culo y forzándome analmente con su puño pero la tarde de los viernes, sábados y algún que otro domingo en que mantuvimos un contacto sexual extraordinario, nuestros encuentros se alargaban considerablemente y su duración, tras cortarme repetidamente la eyaculación y dejarme disfrutar de algún periodo de descanso para reponerme, siempre superaba las tres horas puesto que, después de hacerme todo ó parte de lo anterior, debía de volver a colocarme a cuatro patas para que pudieran menearme la picha lentamente con intención de que aquello durara y muchas veces dándola la vuelta para que la abertura mirara hacia mis pies con lo que tanto el miembro viril como los huevos alcanzaban un mayor grosor. Sin dejar de alabar lo sumamente abierto que tenía el capullo, lo jugosa que se me ponía la “boca” de la pilila y de insultarme, se la solían meter con frecuencia en la boca para empapármela en su saliva antes de pasarme una y otra vez su lengua por la abertura para excitarme aún más. En cuanto estaba a punto de eyacular comenzaba mi calvario puesto que, a base de darme golpes secos en los huevos, lograban evitar la descarga y que perdiera buena parte de la erección mientras se reían y me decían que, a pesar de estar muy bueno, tenía que ganarme a pulso el soltar cada uno de mis polvos y sobre todo, el llegar a penetrarlas. Había ocasiones en que, diciéndome que así conseguían que el miembro viril despidiera una “fragancia” más fuerte y penetrante, las gustaba apurar al máximo y cuándo mi descarga era más que eminente me daban una brutal patada en los cojones con lo que, además de evitar la salida de mi leche, conseguían que perdiera totalmente la erección y que me retorciera de dolor mientras aquellas dos golfas me insultaban y se reían. Así una y otra vez, hasta que llegaba a implorarlas que me dejaran soltar “lastre”. Cuándo me lo permitían sentía un gusto increíble y echaba una cantidad impresionante de espesos y largos chorros de leche mientras ellas me obligaban a seguir a cuatro patas con intención de continuar disfrutando de su peculiar forma de estimularme mientras me iban sacando más polvos y tras los pares sus consiguientes meadas, hasta convencerse de que me habían vaciado los huevos por lo que, tras darme un montón de patadas por todo el cuerpo pero sin olvidarse nunca de mis testículos, me dejaban descansar unos minutos mientras me retorcía de dolor y recogían con su lengua los chorros de lefa que, en su mayor parte, se habían depositado en las toallas con las que cubrían el colchón de la cama y poniéndose en cuclillas sobre mi boca, me obligaban a efectuarlas unas exhaustivas comidas de chocho en las que no dudaban en mearse para que tuviera que beberme íntegro su pis.
Más tarde y acostado boca arriba, volvían a estimularme mamándome el capullo, pasándome la lengua reiteradamente por la abertura de la pirula e introduciéndose mis gruesos huevos en la boca con intención de chupármelos. En cuanto consideraban que mi miembro viril volvía a encontrarse en óptimas condiciones, una de ellas, poniéndose en cuclillas sobre mí, se lo introducía hasta el fondo vaginalmente y entre continuos insultos, me cabalgaba mientras la otra se encargaba de apretarme con fuerza los huevos para demorar aún más mi eyaculación que, además de que solía tardar en producirse, me cortaba una y otra vez hasta que la que me estaba efectuando la cabalgada entendía que la había dado suficiente placer y cuándo me encontraba a punto de descargar, se levantaba de golpe para que mi pito tuviera que abandonar su abierta cueva vaginal y apresurándose, me lo chupaba con ganas con intención de culminar recibiendo un excepcional “biberón”. Sin apenas descanso su prima la suplía efectuándome una nueva cabalgaba que, después de volverme a cortar varias veces la eyaculación, solía finalizar con otra soberbia descarga en su boca pero, en esta ocasión, acompañada de una copiosa, espumosa y larga meada.
C o n t i n u a r á