Adicto al sexo (Parte nueve).

Novena parte de la última historia que he escrito que, además, es la más larga. Espero que las personas que la lean se vayan enganchando a ella y para bien ó para mal me dejen sus comentarios que, de antemano, agradezco.

Pero como estaban seguras de que, aunque mis eyaculaciones cada vez resultaban más aguadas y tardaban más en producirse, mi virilidad no había llegado a su límite y que debían de vaciarme por segunda vez los huevos para que me llegaran a doler, mi siguiente obligación era la de dar por el culo acostada boca abajo a una de ellas mientras la otra, con la inestimable ayuda de una de sus monumentales bragas-pene, me poseía analmente y me obligaba a tirarme a su prima al mismo ritmo que ella me lo hacía a mí y con la salvedad de que, cuándo una de ellas liberaba su esfínter y tenía necesidad de defecar, la tenía que sacar el miembro viril para que pudieran evacuar delante de mí depositando sus excrementos en un orinal que siempre tenían a mano y en el que mezclaban la caca de ambas. A pesar de que no era demasiado habitual puesto que, para entonces, mi intestino se encontraba vacío, si evacuaba al sacarme el portentoso “instrumento” de la braga-pene del trasero, me hacían unir mi deposición con las suyas y mientras me permitían disfrutar de unos minutos de descanso, las mezclaban con una cuchara de madera y me obligaban a dar debida cuenta de todo el contenido del orinal con lo que consiguieron que acabara de habituarme a ingerir mierda y que la llegara a considerar un autentico manjar.

Además de continuar cortándome la eyaculación y dedicándome toda clase de improperios y de insultos, cada vez que me veía obligado a sacársela a una de ellas para permitirla defecar la otra me seguía dando por el culo al mismo tiempo que me meneaba la polla para mantenerla en óptimas condiciones hasta que la primera acababa de evacuar y se lo volvía a “clavar” analmente, proceso que se repetía una y otra vez hasta que me dejaban culminar echándolas la leche dentro del trasero ó dándolas “biberón” para, acto seguido, intercambiar su posición y repetir la experiencia pero con distintas protagonistas recibiendo y dándome por el culo hasta que me dejaban que mojara a la segunda con mi abundante y cada vez más aguada leche y mi consiguiente meada posterior. Al dar por concluida nuestra actividad sexual anal las suministraba un montón de crema relajante en el ojete antes de volver a tumbarme en la cama para que pudieran turnarse en chuparme el rabo en una especie de reto por ver quien de ellas era la afortunada que recibía un nuevo “biberón” que, a pesar de que resultaba bastante aguado lo que denotaba que mis huevos no daban para más y que necesitaban disponer de periodo prudencial de tiempo para reponer semen, no solía ser el último polvo puesto que intentaban sacarme otro haciendo que se la “clavara” vaginalmente colocadas a cuatro patas para turnarme en cepillármelas sin molestarse en cortarme la eyaculación e incitándome a echarlas la leche libremente en el interior de su coño lo que, en varias ocasiones, no logré a pesar de que me obligaban a seguir follándomelas hasta que alcanzaban un elevado número de orgasmos y acababan reventadas.

Así estuvimos durante bastante tiempo lo que hizo que, aparte de habituarme a desarrollar una actividad sexual tan especial con la que llegué a sentirme plenamente integrado, fuéramos cogiendo tanta confianza que, un día, Alicia me confesó que había contraído matrimonio siendo una cría y que aún estaba casada, a pesar de que llevaba más de cinco años separada de su esposo. Al sentir curiosidad la pregunté que como, siendo tan golfa y sabiendo “dar tanta caña” a los hombres, su cónyuge no había sido capaz de estar más inspirado cuándo se la tiraba durante sus casi siete años de matrimonio y la había hecho un “bombo” tras otro. Alicia se limitó a contestarme con una sonrisa pero, días más tarde, Estíbaliz me explicó que su prima siempre había controlado sus periodos fértiles y durante ellos obligaba a todas sus parejas, incluido su marido, a sacársela para que eyacularan fuera de su seta evitando que la dejaran preñada cosa que su esposo, al que no le hacían demasiada gracia los niños, nunca se llegó a plantear mientras Alicia evidenciaba que no tenía debidamente desarrollado su instinto maternal.

Aparte de las sesiones sexuales que a días alternos manteníamos a última hora de la tarde, con el tiempo conseguí convencer a Estíbaliz para que se desplazara por la mañana hasta mi centro de trabajo los días en que teníamos concertada una nueva sesión sexual para que, en mi despacho, en un ascensor que dejaba bloqueado entre dos pisos ó en un cuarto de baño, me dejara bajarla la braga y tocarla el culo mientras me sacaba un par de polvos sin excederse en cortarme la eyaculación. El primero la gustaba extraérmelo “cascándome” la tranca para poder ver lo apetitosa e inmensa que se me ponía y disfrutar mirándome el capullo bien abierto, observando como me reventaba de ganas de que me permitiera echar el “lastre” y no perdiéndose el menor detalle de mi eyaculación demostrando un especial interés por ver hasta donde llegaban a depositarse los chorros de leche para sacarme el segundo como culminación a una de las exhaustivas y largas felaciones que me efectuaba con intención de recibir en su boca un buen “biberón” y una copiosa y larga meada.

Alicia, por su parte, decidió que, para no tener que estar pendientes de cortarme la descarga, las resultaba mucho más cómodo y factible el colocarme en la base de la verga una especie de gomas anchas con las que, a pesar de que llegaba a sentir el gusto previo, me era imposible eyacular por lo que se la podía “clavar” a las dos una y otra vez a su antojo, en distintas posiciones y durante todo el tiempo que quisieran ya que las permitía llegar al clímax en múltiples ocasiones teniendo la seguridad de que, al practicar lo que denominaban “sexo limpio”, no había la menor posibilidad de preñarlas puesto que era incapaz de echar una sola gota de leche. A Estíbaliz la agradaba aprovechar las largas cabalgadas, tanto vaginales como anales, que su prima me efectuaba para ponerse en cuclillas sobre mi boca con intención de que la efectuara una exhaustiva comida de almeja sin privarse nunca de soltarme su micción, que cada día me gustaba más ingerir y de ofrecerme su ojete para que se lo lamiera mientras se tiraba varios pedos en mi cara. Cuándo vaciaban su vejiga urinaria ó llegaban a sentir orgasmos bastante secos, me quitaban las gomas y me “cascaban” ó me chupaban lentamente la chorra, que se mantenía inmensa, con lo que no tardaban en lograr que soltara la ingente cantidad de lefa que se me había acumulado en los huevos y muchas veces mezclada con pis, que salía a borbotones y se iba depositando por todo mi cuerpo, en el de ellas, en las toallas, en la almohada y hasta en el cabecero de la cama.

Las dos primas me decían que cada día las gustaba mucho más el comérmela, meneármela y ver como expulsaba la leche con fuerza y en espesos y largos chorros y como me hacía pis pocos segundos después de mis descargas pares y que era una autentica delicia sentirse penetradas y jodidas por un “salchichón” tan grueso y largo como el mío. Por mi parte, tenía claro que, a pesar de que hubiera sido a través de la dominación, aquel par de guarras habían logrado hacerme disfrutar plenamente cada vez que manteníamos un contacto sexual y sobre todo, cuándo me chupaban el miembro viril ó cuándo lo tenía dentro de una de ellas, a pesar de que con las gomas no era capaz de llegar a eyacular. Además, pude comprobar en múltiples ocasiones que eran unas autenticas pervertidas a las que encantaba el sexo duro y sucio lo que había ocasionado que prolongáramos aún más nuestra actividad sexual con intención de que las hurgara en el ojete con mis dedos, con todo tipo de “juguetes” e incluso, poniéndolas dos ó más lavativas seguidas con tal de llegar a provocarlas la defecación, verlas cagar y poder darme la satisfacción de “degustar” y comer su mierda.

Pero, cuándo más integrado me encontraba en la actividad sexual que venía desarrollando con ellas y más deseaba ponerme en sus manos para que me dieran satisfacción, tuve la mala suerte de verme afectado por un lumbago que me tuvo diez días en el “dique seco”. Durante ese periodo Alicia pensó que habría hombres que, aparte de no disponer de un miembro viril tan excepcional como el mío ni de una potencia sexual tan encomiable, estarían dispuestos a pagar a cambio de recibir satisfacción sexual de la misma forma que habían hecho conmigo y que al ser muy pocos los que conseguirían echar más de dos polvos en cada sesión se los podían sacar, sin necesidad de llegar a la penetración, a base de “cascarles” el cipote al mismo tiempo que les insultaban y les vejaban dándoles por el culo. Sin pensárselo mucho y tras comentarlo con Estíbaliz, decidió poner en marcha aquel proyecto. Aunque las costó, unos meses después contaban con una clientela bastante asidua y a pesar de que, como habían previsto, la mayoría de los varones no era capaces de echar más de dos polvos, llegaron a tener tal demanda que comenzaron a desatenderme y me pedían que intentara reprimirme un poco mientras se ponían de acuerdo con su clientela para confeccionar una especie de calendario sexual en el que me tendrían en cuenta con intención de que pudiera seguir visitándolas, al menos, un par de días cada semana. Pero entre el sexo hetero y el lesbico cada vez estaban más desbordadas y a pesar de que intentaba mantener controlado mi apetito sexual, cuándo no podía más las llamaba por teléfono para quedar con ellas pero siempre se excusaban diciéndome que tenían compromisos adquiridos y que lo más oportuno era que me aliviara haciéndome pajas a su salud. Llegué a anhelar tanto el volver a cepillármelas que no me quedó más remedio que recurrir a profesionales del sexo para solventar mis “calentones” mientras seguía esperando a que se acordaran de mí y me llamaran pero, al ver que nuestra relación había dejado de tener la debida continuidad y como deseaba continuar poseyéndolas con frecuencia, me desesperaba a cuenta de las enormes ganas que tenía de ponerme en sus manos. Varias veces la hablé de mis inquietudes a Estíbaliz que, manteniéndose fiel a nuestras citas matinales en mi oficina, me siguió meneando la minga mientras me permitía que la sobara sus partes más íntimas pero me indicaba que todos los varones estábamos siempre dispuestos a disfrutar del sexo y ardíamos en deseos de soltar “lastre” y cuanto más mejor, pero que si tenía un poco más de paciencia volverían a darme tanto placer como antes.

C o n t i n u a r á