Adicto al sexo (Parte dos).
Segunda parte de la última historia que he escrito que, además, es la más larga. Espero que las personas que la lean se vayan enganchando a ella y para bien ó para mal me dejen sus comentarios que, de antemano, agradezco.
Cada vez que algún chico ó chica quería unirse a nuestro grupo lo primero que tenía que hacer era enseñarnos sus atributos sexuales y el culo y acostumbrarse a que, delante de los demás, les hiciera todo lo que me apeteciera por lo que cada día jugábamos menos para dedicar la mayor parte de nuestro tiempo al sexo lo que ocasionó que llegara un momento en el que no me quedó más remedio que acceder a la pretensión de Mari Cruz y de Rebeca, su encantadora, escultural y pelirroja hermana mayor, dejando que se encargaran de los chicos para poder centrarme y recrearme exclusivamente con las crías.
El que Mari Cruz consiguiera convencer e involucrar a Rebeca me vino de maravilla puesto que, además de estar realmente buena y tratarse de una joven cautivadora, me facilitó que, a través de las suyas, fuera tomando un contacto regular con las tetas femeninas y que, con cierta frecuencia, pudiera darme la satisfacción de ingerir una de sus copiosas y sabrosas meadas. Además, se convirtió en mi instructora sexual enseñándome que las mujeres, al ponerse cachondas, lubrican para que los hombres las podamos “clavar” más fácilmente y más profundo el pito; que al líquido que se produce con la lubricación y que puede las llegar a gotear, se le llama flujo; que no me privara de masturbar a ninguna de las crías cuándo se encontraran con su ciclo menstrual puesto que, durante sus reglas, podía llegar a darlas un mayor placer; que a buena parte de las féminas las ponía sumamente “burras” que las insultaran durante el acto sexual; que no me conformara con lograr que alcanzaran el ansiado orgasmo una sola vez y que continuara hasta que, tras llegar en varias ocasiones al clímax, se mearan de autentico gusto; que, aunque las resultara degradante y humillante y por mucho que se opusieran, no demorara demasiado el llegar a poseer por el culo a las distintas hembras con las que me acostara y que cuándo me topara con un ojete estrecho y con escasa dilatación, no me lo pensara y procediera a abrírselo bruscamente penetrándola sin la menor contemplación en plan bárbaro. Rebeca, además de hacer que probara con ella una parte de sus enseñanzas, me enseñó las formas más idóneas para, mediante la masturbación, lograr dar la máxima satisfacción a cada una de las crías y a estimularlas el clítoris mientras las hacía unas exhaustivas y largas comidas de chocho.
La actividad sexual que llevaba a cabo tanto con mi prima Jimena como con Rebeca y mi cada día más nutrido grupo de amigos perduró lo suficiente como para que, después de mi inesperada, larga y placentera primera eyaculación nocturna, pudiera echar mi leche y en varias ocasiones, en la boca a Jimena, a Rebeca y a parte de las crías con las que, antes de comenzar nuestra andadura en el terreno sexual, jugaba en la calle que, a cuenta de su inexperiencia y de las excepcionales dimensiones que adquiría mi miembro viril, llegaban a alcanzar el clímax y con bastante intensidad, cada vez que me lo “cascaban” ó chupaban lo que, a su vez, fomentaba que, en cuanto me sacaban la leche, se encontraran de lo más predispuestas para permitir que las masturbara y comiera el coño hasta lograr que, tras disfrutar de varios orgasmos, se mearan en mi boca y acabaran tan entonadas que ninguna se opuso nunca a menearme la polla con intención de extraerme, un día tras otro, la lefa que siempre echaba en abundancia y con celeridad.
Más adelante y comprometiéndome a sacársela cuando estuviera a punto de eyacular, comencé a penetrar vaginalmente y colocadas a cuatro patas, a Azucena y Casilda, siendo esta última a la primera a la que se la “clavé”, a la primera que vi que, en cuanto se la sacaba tras mi descarga, su raja vaginal, incapaz de absorberla, devolvía parte de la leche que la acababa de echar y la que con más regularidad se colocaba en posición para que la pudiera meter el rabo y cepillármela. Pero, en cuanto las penetraba, apenas disponía de tiempo para disfrutar ya que tanto Azucena como Casilda solían mearse de autentico gusto con lo que me excitaba aún más y llegaba a sentir tanto placer y me resultaba tan agradable y delicioso el follármelas que enseguida notaba que mi descarga era más que eminente pero, por aquello de disfrutar hasta el último segundo, apuraba tanto que, a pesar de darme perfecta cuenta de las graves consecuencias que aquello podía tener, eyaculaba en su interior lo que las llegaba a complacer tanto como a mí el echarlas la leche. A las dos las había soltado varios polvos dentro de la seta cuándo Mari Cruz, animada e incitada por su hermana, se me ofreció con el propósito de experimentar lo que llegaba a sentir con una buena tranca introducida en su almeja. Desde aquel momento Rebeca estuvo pendiente para obligarme a sacársela a su hermana ó a cualquiera de las otras dos crías en cuanto consideraba que mi miembro viril tenía que estar a punto de “chispear” para proceder a meneármela con su mano hasta que mi copiosa lefa salía en espesos y largos chorros que se encargaba de depositar en la parte superior de las piernas y el exterior del trasero de la chavala a la que me había tirado aunque, más adelante, decidió que las jóvenes la recibieran en su boca para que se habituaran a ingerir la leche masculina ó que, a cambio de estar presente mientras me las trajinaba y con la obligación de “cascársela” al observarnos, uno de los chicos me ofreciera su culo en pompa para que, en cuanto se la extraía a la cría, le pudiera introducir el capullo por el ojete para, casi de inmediato, descargar en su interior llenándole el trasero de semen lo que originaba que a casi todos les entraran unas enormes ganas de defecar. En algunas ocasiones y tras encargarse de limpiarme metódicamente la punta, Rebeca me animaba para volver a “clavársela” a las chavalas y especialmente a Azucena, con intención de que pudiera disfrutar más pero, en aquel entonces, después de mi soberbia eyaculación no tardaba en perder parte de la erección lo que, unido a que las crías lubricaban de maravilla, ocasionaba que mi miembro viril se saliera una y otra vez de su caldosa cueva vaginal por lo que, en cuanto esto sucedía, prefería que me lo chuparan ó efectuarlas una comida de chocho.
Rebeca, suponiendo que la verga se me volvería a poner muy tiesa aunque no lograra descargar por segunda vez, me propuso un día que me cepillara a Casilda y una hora más tarde a Mari Cruz lo que me permitió comprobar que era capaz de volver a eyacular y de una manera más abundante, larga, masiva y placentera que la primera vez, a pesar de que mi segunda descarga tardó bastante en producirse lo que facilitó que Mari Cruz llegara a disfrutar mucho más mientras me la follaba y alcanzara un buen número de orgasmos antes de mojarla. En cuanto Rebeca se dio cuenta de que estaba descargando dentro del coño de su hermana me hizo sacársela y desde ese día, además de no dejar de recordarme que con la cantidad de leche y lo profunda que se la echaba no iba a tardar en dejar preñada a alguna de las crías, estuvo mucho más pendiente de mis eyaculaciones con el propósito de intentar evitar que las soltara más “lastre” en el interior de la seta. Más adelante y tras mi segunda descarga, me permitía disfrutar de un nuevo periodo de descanso antes de proceder a tirarme a Azucena con un resultado muy similar al obtenido con Mari Cruz y desde entonces, comencé a cepillarme y casi a diario, a las tres chavalas. Unos meses más tarde Rebeca me indicó que había llegado el momento de aprovechar que el orificio anal de Casilda dilataba de maravilla cuándo se lo lamía para comenzar a hacer mis pinitos en el sexo anal “clavándosela” por el ojete con cierta regularidad aunque muy pocas veces conseguí culminar dentro de su culo ya que la chavala liberaba con facilidad su esfínter y en cuanto empezaba a cagarse, Rebeca me hacía sacársela y bien impregnada en la mierda de la chavala, para que Casilda tuviera que defecar delante de nosotros mientras otra cría se encargaba de chuparme la chorra hasta que lograba que la diera un buen “biberón”.
Desde que comencé a dar por el culo a Casilda, Rebeca me hizo prometerla que la dedicaría dos tardes a la semana y una de ellas tenía que ser la del viernes ó el sábado, para follármela en plan cómodo, discreto e íntimo en su habitación puesto que la joven me decía que, al tener el cipote más grueso y largo, disfrutaba mucho más haciéndolo conmigo que con su novio. Aunque la encantaba que me la trajinara mientras permanecía acostada sobre mí y que, poniéndola mis manos en la masa glútea, la obligara a mantenerse apretada a mí y a moverse, Rebeca se prodigó sobre todo en efectuarme cabalgadas vaginales con todo tipo de movimientos circulares pero, en cuanto consideraba que la eyaculación tenía que estar a punto de producirse, se incorporaba para que mi minga tuviera que abandonar su húmeda, jugosa y rosada almeja y acostándose de lado junto a mí y evitando cualquier estímulo, me contemplaba el nabo hasta que se quedaba a media asta momento en el que volvía a cabalgarme proceso que repetía de dos a tres veces hasta estar segura de que mi descarga, echándola una cantidad impresionante de lefa, iba a ser masiva. Después de soltarla el “lastre” nos solíamos levantar para, en bolas, beber agua, comentar el desarrollo del último polvo ó comer algo. Una medía hora después, Rebeca consideraba que mis huevos habían tenido tiempo para reponer leche y me realizaba una exhaustiva, grata y lenta felación hasta que, en cuanto el pene lucía inmenso, me volvía a cabalgar ó se colocaba a cuatro patas para que se la “clavara” en esa posición. Lo más normal, sobre todo los viernes y los sábados, es que nos pasáramos la tarde inmersos en el sexo propiciando que llegara a echarla tres ó cuatro polvos pero lo que más gratificante me resultaba es que la agradara estar pendiente para que, cada vez que tenía ganas de mear, mi orina no se desperdiciara haciendo que se la echara íntegra dentro del chocho ó de la boca mientras me chupaba la picha. Pero, a pesar de conseguir que se me mantuviera bien tiesa tras mis eyaculaciones, la joven debió de pensar que mis cojones no eran capaces de reponer semen con tanta rapidez por lo que, para evitar “gatillazos”, nunca se atrevió a proponerme que, sin un periodo de descanso, continuara tirándomela para intentar echarla dos ó más polvos seguidos.
C o n t i n u a r á