Adicto al sexo (Parte doce).

Como todos los viernes aquí teneís parte de una de mis historias. Esta es la doce de la última que he escrito que, además, es la más larga. Espero que las personas que la lean se vayan enganchando a ella y para bien ó para mal me dejen sus comentarios que, de antemano, agradezco.

En cuanto comuniqué a Aurelio que mi relación con Alicia y Estíbaliz había finalizado me invitó a comer a su domicilio para demostrarme sus habilidades culinarias. Quedamos el sábado siguiente y cuándo llegué me encontré con la agradable sorpresa de que íbamos a compartir menú y mesa con una atractiva mujer de cabello rubio que dijo llamarse Angélica y que, aunque tenía una voz bastante aguda y era muy alta, no dejaba de demostrar ser muy femenina. Después de darnos un autentico banquete, mi amigo la pidió que nos enseñara lo sensual que era. Me quedé con la boca abierta al descubrir que, aunque se encontraba dotada de un soberbio par de tetas, usaba tanga y meaba sentada, se trataba de una “maricona transexual” dotada de un cipote que mantenía fofo y pequeño entre sus piernas pero que alcanzaba unas más que impresionantes dimensiones en cuanto se le estimulaba un poco del que colgaban unos gruesos huevos por lo que, en cuanto supe la verdad, me comenzaron a molestar sus ademanes y hasta su manera de andar, comportarse, hablar y moverse. Aurelio, diciéndome que no tenía nada que perder por probar, logró convencerme para que, dejando de lado mis prejuicios, comprobara si realmente era buena en la cama. A pesar de que nunca me he sentido atraído por la transexualidad dejé que Angélica se recreara quitándome la ropa y me acosté boca arriba y abierto de piernas en la cama de matrimonio de la habitación de Aurelio. El transexual me indicó que me limitara a dejarme hacer y en poco más de medía hora, demostró que era capaz de mantenerme lo suficientemente excitado con sus sobamientos y felaciones, con las que consiguió sacarme dos polvos y una meada, como para que, delante de Aurelio que nos observaba con gran interés y después de extraerme por tercera vez la leche “cascándome” la minga, no me lo pensara demasiado a la hora de metérsela por detrás a Angélica, acostado boca arriba en la cama y con las piernas dobladas sobre si mismo y me hartara de darle por el culo, echándole otro polvo y una nueva meada en su interior, mientras Aurelio se encargaba de menearle el nabazo que, aunque se le puso enseguida duro y tieso, tardó bastante en soltar una impresionante ración de leche en largos chorros que parecía que no iban a acabar de salir.

Al día siguiente, domingo, volvimos a quedar para comer. Esta vez fue Angélica el que se ocupó de preparar la comida para, por la tarde, volver a dedicarse a comerme el pene permitiendo que le echara la leche en la boca antes de que Aurelio, que me comentó que había llegado a ansiar darme gusto, procediera a “cascármelo” y me realizara su primera felación mientras el transexual, que volvió a tardar mucho en descargar, le daba por el culo. Aunque no me encontraba convencido de que estaba haciendo lo más conveniente para mis intereses ya que me seguía sintiendo atraído por las féminas, Alicia y Estíbaliz habían logrado convertirme en adicto al sexo por lo que, con tal de sentir placer y echar “lastre”, estaba dispuesto a todo y como en aquellos momentos no disponía de nada mejor para desahogarme sexualmente y en esas dos sesiones iniciales Angélica y Aurelio habían conseguido darme mucho gusto, acabé aceptando el liarme con ellos que, además de completar y mejorar la experiencia en el sexo anal que había adquirido en mis relaciones con Marta, Elena, Alicia y Estíbaliz, llegaron a forzarme de tal forma la picha, diciéndome que tenía que acostumbrarme a dar más leche, que llegué a disponer de una potencia sexual mucho más meritoria que antes por lo que cada vez que los viernes, sábados y domingos manteníamos un encuentro, conseguía echar un montón de polvos, aunque a partir del quinto salían bastante aguados, mientras Angélica y Aurelio no se cansaban de estrujarme los huevos hasta que comprobaban que me los habían vaciado. De la misma forma que a las hembras, les encantaba que, sin poder hacer nada por evitarlo, me meara poco después de echar los polvos pares y que al finalizar nuestra intensísima actividad sexual, cuándo la pilila aún se mantenía dura y larga pero comenzaba a quedarse a media asta, les soltara en la boca una espléndida micción llena de espuma.

Una tarde Aurelio decidió poner su culo a mi disposición para que pudiera meterle la pirula por detrás y le poseyera durante todo el tiempo que quisiera con lo que, sin pretenderlo, tuve mi primera discusión con el transexual que me indicó que llevaba bastante tiempo poseyendo asiduamente por detrás a Aurelio al que podía obligar a darme la máxima satisfacción haciéndome todo lo que me diera la gana pero sin olvidar que su trasero era exclusivamente para su disfrute personal. A pesar de ello y después de proponérselo, Angélica y Aurelio aceptaron que les forzara analmente con mis puños hasta que conseguía provocarles unas intensas y masivas defecaciones mientras ellos se prodigaban en cortarme la eyaculación, cada vez que me la “pelaban” ó me la chupaban, dándome unos golpes secos en los huevos ó ejerciendo presión en la base del pito con sus dedos en forma de tijera, tal y como antes habían hecho Alicia y Estíbaliz, para conseguir que me habituara a retener más la salida de la leche con intención de que, al echarla, sintiera un mayor gusto y la expulsara en gran cantidad lo que, a su vez, ocasionó que la mayoría de mis polvos se demoraran un poco más. Aurelio me indicó que, de aquella forma, cada vez que me follara a una mujer, por muy frígida y seca que fuera, la llegaría a reventar de gusto y se encontraría deseosa de sentirse mojada.

Meses después conseguí que Angélica me visitara, cuándo podía, en mi centro de trabajo para que, como si fuera una fulana, se colocara de rodillas debajo de mi mesa con intención de realizarme una exhaustiva felación hasta que la daba dos buenos “biberones” y me meaba en su boca pero pasadas las primeras semanas y para continuar acudiendo regularmente a mi despacho me puso la condición de que, en nuestros encuentros sexuales que seguíamos manteniendo los fines de semana en el domicilio de Aurelio, tenía que permitir que me hiciera descubrir lo grato y placentero que podía llegar a resultarme el permanecer a cuatro patas mientras procedía a “cascarme” la polla al mismo tiempo que me hurgaba enérgicamente con sus dedos en el culo obligándome a apretar con intención de provocarme la defecación para poder darse un festín con mi mierda que, según decía, era un autentico manjar al ser más dura y sólida que la de la mayoría de las féminas.

El aceptar la propuesta de Angélica originó que Aurelio se encargara de menearme el rabo pero dándole la vuelta, de manera que la abertura mirara hacía mis pies, para que tanto el miembro viril como los cojones aumentaran su grosor y se me pusieran enormes mientras el transexual se dedicaba a forzarme y de que manera, el ojete. Mientras iba notando los estragos que los dedos de Angélica causaban en mi interior, Aurelio no dejaba de pasarme su lengua por el capullo y por la punta de la tranca al mismo tiempo que, a base de apretarme los huevos en los momentos clave, lograba que la eyaculación, que siempre era larga y masiva, tardara un poco más en producirse. Pero aquello terminó siendo el preámbulo a las exhaustivas y largas penetraciones anales que, un día tras otro, me veía obligado a efectuar a Angélica, al mismo tiempo que el transexual se “trincaba” a Aurelio, teniéndole que sacar la verga varias veces durante el proceso para permitirle defecar antes de continuar con mi cometido sin importarle que, a cuenta de una actividad sexual anal tan continuada y larga, acabara sumido en unos procesos diarreicos que, a pesar de que solían ser duraderos y persistentes, le llegaban a resultar agradables al hacerle evacuar en tromba y sintiendo un montón de sensaciones muy placenteras.

Aunque Angélica y Aurelio conseguían complacerme en casi todas mis necesidades y durante los fines de semanas podía disfrutar de todo el sexo que me apeteciera echando y a plena satisfacción, montones de leche hasta que vaciaba mis huevos con sus felaciones y pajas y dando por el culo a Angélica, al que se la llegué a “clavar” de todas las maneras posibles, recreándome al máximo cada vez que le poseía por detrás y logrando que se prodigara en efectuarme cabalgadas anales, no terminaba de hacerme a una actividad, exclusivamente, homosexual por lo que, a pesar de que los domingos decidimos mantener dos sesiones, una por la mañana y otra por la tarde, con intención de que quedara pletórico para que durante el resto de la semana no tuviera el menor deseo sexual, pasado un tiempo me encontraba un tanto asqueado por haberme involucrado en aquello y cada vez que me cruzaba por la calle con una hembra medianamente potable, la chorra se me ponía dura y tiesa, la punta me salía por los laterales ó por la parte superior del calzoncillo y al desearla, la desnudaba con la vista. Llegué a anhelar tanto el poder tirarme a una mujer que, al no ser capaz de enfrentarme a Angélica y a Aurelio para romper el compromiso adquirido con ellos, me cambió hasta el carácter y al final, no me quedó más remedio que, aprovechándome de su buena situación económica y de que nunca me había negado nada, hablarle a Aurelio de mis inquietudes. Aunque se lo pensó un poco no tardó en indicarme que podía solucionar mi problema contratando a un par de fulanas para que, de una manera activa, continuada y regular, participaran en nuestras sesiones sexuales siempre que me comprometiera a mantener con él dos nuevos encuentros la tarde de los martes y jueves, al acabar nuestra respectiva jornada laboral, sin que Angélica lo supiera para que pudiera darle por el culo delante de las dos golfas. Acepté su propuesta y esa semana se entrevistó con varias prostitutas antes de decidirse por Gloria y Yolanda, dos fulanas maduritas bastante monas de cabello moreno y complexión y estatura normal, a las que me encargaba de dejar en bolas para que se prodigaran en chuparme el cipote y presenciaran el desarrollo de nuestros contactos en los que poseía por el trasero a Aurelio de una manera repetitiva pero evitando descargar en su interior para poder echar la leche en la boca a aquellas guarras hasta que decidí limitar la duración de la penetración anal con intención de disponer de tiempo para poder trajinármelas y eyacular a plena satisfacción, dentro del chocho y del culo de las fulanas a las que, cuándo no se lo echaba en su interior, obligaba a beberse mi pis que, al igual que Alicia y Estíbaliz, solían llamar “cerveza”.

C o n t i n u a r á