Adicto al sexo (Parte diez).
Décima parte de la última historia que he escrito que, además, es la más larga. Espero que las personas que la lean se vayan enganchando a ella y para bien ó para mal me dejen sus comentarios que, de antemano, agradezco.
En esta situación me encontraba cuándo conocí a Aurelio, un empresario que era casi treinta años mayor que yo. El hombre resultaba muy agradable en el trato e incluso, era atractivo lo que unido a su labia y a su posición económica, me hizo suponer que, si me mantenía a su lado, no me iban a faltar chicas jóvenes y guapas con las que poder retozar. Cierto día me decidí a hablarle de mi vida sexual más reciente y al referirme a Alicia y a Estíbaliz, me indicó que las conocía y que tenía que agradecerlas el que, después de haberse convertido en amigas íntimas de su cónyuge, fueran las culpables de su separación. Semejante noticia me sorprendió tanto que pretendí saber más sobre lo que había sucedido y Aurelio, haciéndome un relato pormenorizado de lo que había sido su vida sexual, me explicó lo siguiente:
“El estar dotado de un miembro viril que, aunque no alcanzara demasiado grosor, era bastante largo lo que permitía a las mujeres disfrutar plenamente durante el coito y el disponer de una aceptable potencia sexual me había ayudado a llevar una vida íntima bastante activa. Rara era la fémina que, después de mantener una primera relación conmigo, se negaba a repetir la experiencia por lo que, desde muy joven, conté con un buen surtido de hembras dispuestas a lucir sus encantos delante de mí y a abrirse de piernas para que me las follara” .
“Aunque mis aventuras amorosas eran frecuentes e intensas, siempre había sentido un especial interés por verme involucrado en el supuesto golferio existente en los patios de los colegios e institutos, por lo que cogí la costumbre de acudir a ellos a la hora de la salida de los alumnos para, a base de derrochar buen humor y simpatía, entablar conversación e ir cogiendo confianza con las madres que más me gustaban con intención de llegar a mantener con algunas de ellas relaciones sexuales sin compromiso de esas que, al acabar, no sabes ni el nombre de la mujer a la que te has tirado. La táctica me dio bastante buen resultado puesto que no era demasiado complicado conseguir dar con alguna que demostrara tener ganas de echar una “canita al aire”, unas porque estaban separadas de sus maridos y se encontraban un tanto necesitadas de sexo, otras porque sus cónyuges no fornicaban con ellas todo lo que deberían ó no eran capaces de satisfacerlas y otras porque en aquellos momentos estaban de lo más salidas, por lo que en cuanto se me presentaba la ocasión las enseñaba mis atributos sexuales que todas me miraban y sobaban con cara de satisfacción antes de que la mayoría procedieran a “cascármela” ó a hacerme una felación hasta que me sacaban la leche que muy pocas me permitían depositar en su boca y preferían que se la echara en la cara ó en las tetas, incluso con el sujetador puesto, mientras que otras, las menos, optaban por abrirse de piernas para ofrecerme su “arco del triunfo” aunque obligándome a usar condón ó comprometiéndome a no descargar en el interior de su cueva vaginal” .
“Durante el periodo en que me dediqué a retozar con las progenitoras descubrí que algunas de sus hijas eran ó pretendían ser tan golfas como sus madres por lo que empecé a sentir una especial predilección por las colegialas con uniforme escolar a las que, a base de darlas pequeñas cantidades de dinero y de hacerlas regalos, lograba tener de lo más deseosas y dispuestas para satisfacerme en todas mis necesidades sexuales. Solía llevarlas en mi coche a ciertos descampados en los que las enseñaba mis atributos sexuales para que me los pudieran ver y sobar mientras permanecían con su braga a la altura de las rodillas para facilitarme que las acariciara y tocara el chocho y el culo antes de hacer que se desnudaran por completo y se arrodillaran delante de mí para efectuarme una felación hasta que me sacaban la leche. Para que se fueran habituando a chuparme el nabo no me importaba el llenármelo de nata líquida ó empaparlo en alguna bebida de cola y me encantaba observarlas con mi miembro viril en su boca intentando darme el máximo placer. A las que aceptaban de buen grado recibir mi leche en su garganta, a pesar de que la mayoría terminaba por escupirlo entre arcadas y náuseas, las solía recompensar con otra pequeña cantidad de dinero. Más tarde y haciendo que se colocaran a cuatro patas ó que me cabalgaran, las penetraba por vía vaginal, con lo que desvirgué a un buen numero de crías, usando para ello preservativos ó intentando evitar que mi descarga se produjera en su interior por lo que, en cuanto sentía la proximidad de mi eyaculación, las solía sacar el pene para que me la menearan con su mano hasta que mi leche salía con fuerza para depositarse en el exterior de su coño y en la parte superior de sus piernas”.
“Después de catar a un montón de crías y a varias tan a conciencia que las llegué a desvirgar el culo, cuándo estaba próximo a cumplir cuarenta años me decidí a contraer matrimonio con Belén, una estudiante universitaria con la que llevaba diez meses manteniendo relaciones sexuales completas y a la que, desde que empecé a “clavársela”, proveía de anticonceptivos orales. La chica era una preciosidad y una excepcional “yegua”, ardiente y viciosa, a la que la encantaba “cascarme” la picha para sacarme la leche antes de que se la metiera, unas veces por delante y otras por detrás, con intención de cepillármela y descargar un par de veces en su interior con total libertad. Entre polvo y polvo me la solía chupar lentamente para darme una mayor satisfacción y para que la echara en la boca la copiosa micción que era incapaz de retener tras producirse mi segunda eyaculación. Pocos meses después de casarnos Belén decidió prescindir de los anticonceptivos por lo que no tardé en dejarla preñada y por partida doble pero, a pesar del monumental “bombo” que lucía y de que cada día su movilidad era más reducida, continuó siendo una fémina sumamente viciosa. Después de parir a nuestros dos hijos, su apetito sexual decreció de una manera considerable y aunque la encantaba menearme la pilila y que me recreara follándomela por la noche, la dejó de interesar que me la tirara al despertarnos por la mañana y la molestaba tener que desnudarse ó al menos, quitarse la braga para que me la pudiera trajinar al acabar de comer” .
“Fue entonces cuándo un buen amigo y colaborador, sabiendo que tenía a dos de mis empleadas de baja maternal, me pidió que recibiera en mi despacho a unas familiares suyas que andaban buscando trabajo lo que hice encantado al día siguiente. Se trataba de dos hembras, Inés y Noelia, que resultaron ser madre e hija. En cuanto las vi entrar en mi despacho la pirula se me puso bien tiesa ya que si Noelia, la hija, estaba realmente buena, el físico de Inés, su aún joven madre que vestía de una manera muy sugerente, era de lo más deseable y sensual. Fue Inés la que me explicó que era española pero que había vivido casi toda su vida en un país centroamericano en el que un hombre, que estaba casado y se negó a responsabilizarse de sus actos, se la cepilló en múltiples ocasiones hasta que la engendró a Noelia y la convirtió en madre soltera. A duras penas y muchas veces gracias a la caridad de personas con buen corazón, madre e hija lograron salir adelante y ahora que disfrutaban de una mejor posición económica habían decidido venir a España para que su hija hiciera algunas prácticas como becaria para poder volver con más posibilidades de, al acabar sus estudios universitarios, encontrar una ocupación laboral en una multinacional pero, como su estancia se estaba alargando más de lo que inicialmente previsto, la “plata” se las estaba terminando y pretendía ponerse a trabajar antes de que su situación fuera más acuciante. La sensualidad de Inés hizo que, sin dudarlo, la ofreciera la plaza de secretaria que se encontraba vacante y que, tras decirme que estaban viviendo en una pensión, las brindara la oportunidad de residir gratuitamente durante el resto de su estancia en un céntrico apartamento que había adquirido unos años antes con intención de usarlo como “picadero”. Cuándo las hice aquella última oferta estaba pensando en que ese ofrecimiento me ayudaría a relacionarme sexualmente tanto con la madre como la hija e Inés, leyéndome el pensamiento, me comentó que, hasta que llegaron a España, ambas disfrutaban de una vida sexual que calificó de moderada y que, en vista de lo bien que me estaba portando con ellas y de que cada día sentían unas más imperiosas ganas de retozar, pretendían recompensarme por medio del sexo permitiendo que las jodiera siempre que lo deseara” .
“Desde aquel día mi actividad sexual cambió por completo puesto que Inés, que me realizó la primera delante de su hija al acabar nuestra entrevista, resultó ser una autentica golfa a la que la gustaba hacerme cada día dos ó tres felaciones lentas, para que pudiera disfrutar durante más tiempo, que casi siempre culminaban dándola un largo “biberón” que ingería íntegro entre evidentes muestras de agrado. Para ello, me propuso iniciar nuestra actividad laboral más temprano ó prolongarla por la tarde con intención de poder estar solos y para que, al terminar de chupármela y tumbada boca arriba en la mesa de mi despacho, pudiera comerla la seta y me la follara a conciencia hasta que la mojaba con mi leche en dos ocasiones y sin olvidarme de metérsela, de dos a tres veces cada semana, por el trasero en busca de una nueva eyaculación puesto que estaba acostumbrada a una práctica sexual anal frecuente que, con descarga incluida, favorecía que su tránsito intestinal fuera bastante regular” .
“Para poder pasar las veladas nocturnas fuera de mi domicilio sin que Belén sospechara, me inventaba un viaje tras otro. Durante la noche y además de volver a trajinarme a Inés, me gustaba disfrutar de los encantos de Noelia con la que me acosté en varias ocasiones. A su madre, aunque rara vez intervenía, la agradaba vernos en plena acción y lo único que me pedía es que, cuándo se la metía vaginalmente a Noelia y sobre todo si se la “clavaba” tumbado sobre ella, lo hiciera provisto de un condón de efectos retardantes que Inés me suministraba estando pendiente de quitármelo en cuanto acababa de eyacular con intención de que, en su caso, me meara dentro de la almeja de su hija y para que esta me chupara el pito hasta que se me volvía a poner bien duro y tieso y tras colocarme un nuevo preservativo, me efectuaba una intensa cabalgada vaginal con la que siempre intentaba sacarme uno ó dos polvos más” .
“Pero el curso de perfeccionamiento y el periodo de prácticas de Noelia finalizó un año más tarde cuándo, aparte de las felaciones que Inés me efectuaba en la oficina, había comenzado a tirarme casi todas las noches y al mismo tiempo a la madre y a la hija por lo que, a pesar de decirme que se encontraban muy a gusto, tuvieron que regresar a su país de origen donde, según me indicó Inés, a Noelia la esperaba su hijo de corta edad y su novio, con el que pretendía casarse de inmediato. La madre, al despedirnos, me dijo que, si volvía a darla trabajo, estaba dispuesta a regresar para quedarse y convertirse en mi amante con intención de darme a diario la máxima satisfacción sexual hasta que decidiera separarme de mi esposa para vivir de continuo con ella. A pesar de que la oferta de Inés era muy tentadora la rechacé ya que Belén me había dado dos hijos que, junto al sexo, se habían convertido en lo más importante de mi vida” .
C o n t i n u a r á