Adicto al sexo (Parte diecisiete).

Una semana más aquí teneís parte de una de mis historias. Es la diecisiete de la última que he escrito que, además, es la más larga. Espero que las personas que la lean se vayan enganchando a ella y para bien ó para mal me dejen sus comentario que, de antemano, agradezco.

Aquel nuevo periodo de abstinencia sexual no duró tanto como el anterior y acabó cuándo los directivos de la empresa en la que trabajaba decidieron aumentar la producción lo que, a su vez, suponía incorporar más personal a las oficinas por lo que, después de producirse algunos ascensos y entre ellos el mío, comenzaron su andadura en la empresa cuatro bellas jóvenes llamadas Andrea, Beatriz, Fátima y Paloma. Como con las cuatro tenía que mantener una relación laboral más ó menos directa, no tardé en hacer amistad con ellas y al estar muy buenas, además de intentar tener algunos escarceos con ellas, me llegaban a motivar tanto durante el día que al acostarme por la noche me ponía boca abajo para restregar mi miembro viril contra la sabana pensando que me estaba tirando a una de ellas hasta que, después de echar un par de polvos, me tenía que levantar para dirigirme y con prisas, al cuarto de baño con intención de mear llegando a perder parte de mi “cerveza” por el camino.

Beatriz hacía pocos meses que había contraído matrimonio después de haber convivido durante años con el hombre, hijo de uno de nuestros compañeros que se había ganado a pulso su merecida fama de borracho y mujeriego, que había acabado convirtiéndose en su cónyuge y que, antes de su matrimonio, la había engendrado dos hijas pariendo a la primera siendo menor de edad. A pesar de que su esposo la debía de tratar de una manera bastante bárbara y sádica para que no se opusiera a satisfacerle en todas sus necesidades sexuales y de que su familia, que disfrutaba de una privilegiada posición económica, era un cúmulo de desgracias desde que una hermana de Beatriz decidió quitarse la vida tras confirmarse que se encontraba preñada, la chica tenía muy buen humor y la gustaba gastar bromas. Aunque siempre decía que quería a todos los varones bien dotados para ella, que tenía buen gusto para vestirte y que físicamente era atractiva y que Andrea me comentó que la habían hecho la ligadura de trompas para que su cónyuge no la volviera a dejar en estado, nunca me planteé el llegar a intentar un acercamiento sexual con ella.

Con Andrea me tocó compartir despacho y funciones administrativas durante bastante tiempo. Era una joven soltera de cabello claro, alta y delgada, dotada de un buen físico que, excepto en contadas ocasiones en que usaba faldas largas, sentía una especial predilección por vestir ceñidos pantalones de tonos claros en los que se la marcaban las curvas, la braga y su precioso culo. Desde que la conocí me pareció que era una golfa ardiente y viciosa que se pasaba la noche de los viernes y sábados de fiesta en fiesta para acabar tomándose unos “biberones” y abriéndose de piernas con intención de que se la cepillaran y la echaran un montón de “lastre” dentro de la seta. Pero, a pesar de compartir despacho y de evidenciar que tenía demasiadas inquietudes sexuales, transcurrieron varios meses antes de mantener mi primer contacto sexual con ella ya que Beatriz, con la que la unía una íntima amistad, se ocupaba de aliviar sus “calentones” masturbándola y efectuándola unas exhaustivas comidas de almeja en el cuarto de baño hasta que una mañana en que resultaba bastante evidente que se encontraba muy cachonda y al no poder recurrir a Beatriz, que se encontraba enferma, decidió aliviarse con el varón que tenía más próximo por lo que, tras decirme que necesitaba comerse un buen rabo y que el mío debía de ser de buen tamaño a juzgar por el “paquete” que se me marcaba en el pantalón, me hizo ponerme de pie, procedió a desnudarme de cintura para abajo, se colocó de rodillas en medio de mis abiertas piernas y sin dejar de acariciarme y de sobarme los huevos, procedió a efectuarme una agradable e intensa felación con la que llegué a disfrutar plenamente hasta que, después de darla un par de copiosos “biberones” y mientras seguía chupándome la tranca en busca de más leche, sintió que me estaba meando por lo que se la sacó apresuradamente de la boca y tras escupir en la papelera el pis que la había echado me dijo, entre arcadas y bastante enfadada, que era un cerdo y que el haber llegado a orinarme en su boca era lo más asqueroso, rastrero, repugnante y ruin que la había sucedido en toda su vida por lo que me rogaba que evitara hacer tal cosa en próximas ocasiones.

Para poder repetir la experiencia tuve que esperar a que se volviera a poner “burra” y Beatriz se encontrara lo suficientemente ocupada como para no poder atenderla de inmediato pero, poco a poco, logré que, además de chuparme la verga y de sacarse dos polvos cada vez que lo hacía, se fuera acostumbrando a ingerir mi pis hasta que, olvidándose de sus perjuicios, se dio cuenta de que el poder bebérselo la llegaba a resultar agradable y excitante por lo que durante una buena temporada y mientras me encontraba en la oficina, no tuve que acudir al cuarto de baño para expulsar mi micción. Me decía que, aunque había mantenido un montón de contactos sexuales, no había tenido mucha suerte a la hora de relacionarse con varones que, además de encontrarse bien dotados, no se conformaran con echar un único polvo por lo que la gustaba y motivaba que, cuándo me chupaba la chorra, estuviera dispuesto a repetir mi descarga.

Llegó un momento en que, además de demostrarme su gran experiencia haciendo felaciones, se habituó a bajarse ligeramente el pantalón y la braga para, intentando evitar que pudiera verla el chocho que se solía cubrir con una de sus manos extendida aunque a través de su prenda íntima podía llegar a percibir su “fragancia”, enseñarme el culo con intención de que la lamiera toda la raja con una atención especial a su ojete en el que tenía que meterla mi lengua lo más profunda que pudiera para, durante un buen rato, darla satisfacción al mismo tiempo que intentaba efectuarla una limpieza bastante exhaustiva de su conducto rectal, cosa que la agradaba y con la que se ponía muy cachonda lo que ocasionó que muchos días y sobre todo cuándo la realizaba aquellas lamidas anales por la tarde, al salir de trabajar me pidiera que la acompañara a una vivienda desocupada, propiedad de unos familiares suyos, en donde quedándonos en bolas, lo que me permitió poder verla y tocarla el coño y las tetas, procedíamos a preparar dos ó tres peras laxantes llenas de agua caliente. Después y colocándose a cuatro patas en la bañera, la metía por el orificio anal, despacio y hasta el fondo, el largo rabo de cada una de las peras y lentamente, la echaba todo su contenido dentro del trasero. Con aquellas lavativas liberaba rápidamente su esfínter por lo que comenzaba a defecar, lo que no solía ser obstáculo para continuar poniéndola las peras al mismo tiempo que la tocaba y sobaba la raja vaginal y la apretaba desde el exterior la vejiga urinaria con lo que conseguía que me deleitara expulsando una copiosa, larga e intensa meada al más puro estilo fuente. Mientras iba descargando en el interior de su culo el contenido de las peras solían producirse tres ó cuatro masivas evacuaciones totalmente líquidas que Andrea echaba sintiendo unas sensaciones bastante placenteras y aunque no se oponía a que me bebiera su pis, se negó en rotundo a que llegara a ingerir su mierda puesto que, según decía, la resultaba repulsivo y podía llegar a provocarme alguna infección. Al acabar de ponerla las peras, la sacaba lentamente el largo rabo del último aparato y esperaba a que terminara de evacuar para proceder a limpiarla el ojete con mi lengua antes de ir a una de las habitaciones, todas ellas sin muebles, en donde, volvía a ponerse a cuatro patas para que con el intestino vacío, lo que la permitía tener la seguridad de que no se iban a producir nuevas defecaciones durante el proceso, la “clavara” el cipote por detrás y me la follara analmente durante todo el tiempo que deseara echándola toda la leche y el pis que me fuera posible no tardando en descubrir que se ponía muy “burra” en cuanto notaba mi miembro viril totalmente introducido en su trasero y la comenzaba a dedicar toda clase de improperios e insultos mientras observaba que, con mis envites, sus frondosas y tersas tetas no paraban quietas un solo momento.

Algunas veces mi última descarga se resistía más de lo habitual obligándonos a alargar aquellas sesiones sexuales mientras Andrea me demostraba que, además de en hacer felaciones, tenía una gran experiencia en el sexo anal al colaborar de la manera adecuada y sobre todo, manteniendo apretadas sus paredes réctales a mi minga con intención de que sintiera más placer. Siempre me pedía que se la metiera hasta el fondo para que la punta se acoplara a su intestino y mientras la daba unos buenos envites anales y no dejaba de insultarla, la gustaba que la masajeara el clítoris y que, echándome sobre su espalda, la sobara y la mantuviera apretadas las tetas y que tirara de ellas y de sus pezones con fuerza como si pretendiera ordeñarla mientras ella, con el constante golpear de mis huevos en su cueva vaginal, sabía mantenerme de lo más motivado expulsando cortos chorros de pis con los que me empapaba los cojones. Cuándo, después de haberla mojado dos veces con mi leche y una con mi micción, me cansaba de poseerla por detrás y la sacaba el nabo, se acostaba en el suelo boca arriba y abriéndose de piernas, permitía que me recreara provocándola unos orgasmos muy “eléctricos” manteniéndola abiertos los labios vaginales con mis dedos mientras la pasaba por la raja un pequeño “juguetito” a pilas que, cada vez que pulsaba el botón situado en su parte trasera, se ponía rojo, la daba calor en la seta y cuándo menos se lo esperaba, la suministraba unas pequeñas descargas que eran suficientes para conseguir que llegara una vez tras otra al clímax y que se meara mientras su cada vez más caldosa cueva vaginal se mantenía muy abierta y dilatada.

A Andrea la agradaba culminar la sesión “cascándome” el pene para poder ver lo inmenso que se me llegaba a poner y no perderse el menor detalle de mi descarga mientras soltaba un montón de espesos y largos chorros de leche. Un día y mientras me lo meneaba me dijo que se había habituado a que la pusieran “supositorios” más ó menos gordos por el culo por lo que había llegado a adquirir tal experiencia en el sexo anal que disfrutaba tanto como el que se la estaba tirando y que, al no haber tomado nunca precauciones, no dejaba que los varones la metieran la picha vaginalmente sin usar condón aunque la encantaba que un par de hombres se la “clavaran a pelo” al mismo tiempo por delante y por detrás con intención de cepillársela y echarla libremente su leche puesto que, de esa manera, las posibilidades de preñarla eran remotas. La indiqué que, además de darla por el culo con regularidad, me agradaría llegar a tomar parte activa en alguna de aquellas sesiones con doble penetración y Andrea, riéndose, me respondió que lo que pretendía era un autentico lujo y que no accedería a ello hasta que me convirtiera en una especie de siervo suyo con dos únicos objetivos en mi mente: darla placer y obedecerla en todo. Pero después de la experiencia vivida con Alicia y Estíbaliz lo que menos me apetecía en aquellos momentos era verme dominado y sometido por otra mujer y mucho menos teniendo un carácter tan fuerte como el de Andrea que pretendía que, de lunes a jueves, me pusiera en posición para permitir que Cristian, uno de sus amigos, me diera por el culo delante de ella a cambio de participar los viernes, sábados, domingos y días festivos en las sesiones con doble penetración. Al ver que no me doblegaba a sus propósitos, comenzamos a tener roces tanto laborales como personales y la situación empeoró cuándo Beatriz la informó de que me estaba follando a Paloma, con la que mantenía una relación bastante tirante desde que un día la llamó cerda y puta delante de varios compañeros y como la gustaba disfrutar de nuevas experiencias, que decidió buscar fuera del trabajo, dio por bueno lo que había sucedido entre nosotros los últimos meses pero marcándose el propósito de que no volviera a ocurrir por lo que, cada vez que se ponía cachonda durante nuestra jornada laboral, recurría a Beatriz con la que, de nuevo, se encerraba muchos días en el cuarto de baño para poder masturbarse y comerse la almeja mutuamente.

C o n t i n u a r á