Adicto al sexo (Parte dieciseis).

Una semana más aquí teneís parte de una de mis historias. Es la quince de la última que he escrito que, además, es la más larga. Espero que las personas que la lean se vayan enganchando a ella y para bien ó para mal me dejen sus comentario que, de antemano, agradezco.

Un par de meses después de finalizar mi rollo sexual con Tania me hicieron una buena oferta económica para irme a trabajar a otra ciudad. No me lo pensé y acepté. Lo primero que hice al llegar fue alquilar un pequeño pero acogedor y coqueto apartamento amueblado que, además de en mi residencia, pretendía convertir en un “picadero”. En cuanto me instalé y al encontrarme relativamente próximo al lugar de residencia de Carol intenté ponerme en contacto telefónico con ella pero unas veces no lo cogía y otras me colgaba en cuanto se daba cuenta de que era yo quien la llamaba por lo que un fin de semana me desplacé con intención de pasarlo junto a ella e intentar retomar nuestra relación pero, por más que insistí y aunque estaba casi seguro de que se encontraba dentro de su vivienda, no me abrió la puerta. Al final, una vecina me indicó que desde que había fallecido su madre a cuenta de un fulminante tumor vaginal lo que, a su vez, había ocasionado que su padre perdiera la cabeza y la joven había parido a una niña, que deduje que era mía, su carácter había cambiado radicalmente y se pasaba horas y horas encerrada en casa sin hacer otra cosa que no fuera el contemplar al bebé. A pesar de que lo intenté, sin el menor éxito, en otras ocasiones no logré hablar con ella ni conocer a mi hija y desde que me di por vencido y durante varios meses, el que las féminas me encontraran atractivo; el ser agradable en el trato; el estar muy bien dotado y el disponer de una potencia sexual meritoria, no me sirvió de nada por lo que pasé por una época bastante negada en materia sexual motivada, sobre todo, por residir en una ciudad en la que no conocía a nadie lo que me creaba serios problemas a la hora de encontrar a alguna hembra que no se mostrara demasiado estrecha y recatada y estuviera dispuesta a acostarse y pasar un rato agradable conmigo. Llegué a estar tan sumamente salido que, más de una vez, al cruzarme por la calle con una mujer de buen ver pensé en enseñarla la pilila para ver, si en vez de escandalizarse, accedía a aliviarme el “calentón” meneándomela.

Mi situación no mejoró hasta que un sábado por la noche acudí a una discoteca pensando que allí encontraría “carne fresca” deseosa de sexo y en su lugar, me topé con un montón de gente de edad intermedia en adelante. Durante esa velada, además de beber más de lo que debía y a cuenta de mi desesperado estado, hice buenas migas con Eva, una fémina de cabello rubio, alta y gruesa, que parecía un gigantón sin demasiados atractivos físicos y bastante más edad de la que reconocía tener que no tardó en evidenciar que ardía en deseos de sentirse bien penetrada por todos sus agujeros por lo que me dirigí con ella al cuarto de baño femenino del establecimiento en el que me efectuó una breve felación antes de proceder a cabalgarme con bastante mal estilo pero consiguiendo extraerme la leche para, acto seguido y tras hacer que se pusiera a cuatro patas, meterla y sin el menor problema, toda la pirula por el dilatado ojete para poder darla por su voluminoso culo sin importarme el tener que sacársela con frecuencia para permitirla defecar. Aunque creo que fueron dos y una meada, no estoy demasiado seguro del número de polvos ni de “cervezas” que la solté dentro del trasero pero terminé tan satisfecho que, a pesar de que físicamente no me gustaba nada, quedé en volver a verla con intención de poder asegurarme el mantener relaciones sexuales.

Eva no quería que me prodigara demasiado en “clavársela” vaginalmente puesto que, aunque yo lo pusiera en duda, decía que aún podía dejarla preñada por lo que, tras comprobar que se encontraba dispuesta a obedecerme en todo y a darme plena satisfacción sexual, como no tenía a ninguna otra a la que cepillarme quedaba con ella con intención de desahogarme haciendo que me la “cascara” y chupara, cometidos en los que apenas tenía experiencia por lo que casi tuve que enseñarla, para, más tarde, hacer que se colocara a cuatro patas ofreciéndome su frondoso culo para poseerla por detrás durante todo el tiempo que quisiera mientras la insultaba y la provocaba unas masivas defecaciones para terminar bajo los efectos de unos procesos diarreicos impresionantes. A pesar de que mi relación con Eva no acababa de llenarme y llegué a decirla que eran tan sumamente fea que no me apetecía “clavársela” por el coño, continué recurriendo a ella con una relativa frecuencia después de comprobar que, desde que la conocí, se había convertido en una especie de talismán puesto que mi actividad sexual en las últimas semanas era bastante más variada y intensa que antes, sobre todo desde que comencé a disfrutar de los encantos de un par de bellas y sensuales estudiantes, llamadas Patricia y Rosana, que, por aquello de que las daba algo de dinero de vez en cuando al mismo tiempo que iban adquiriendo experiencia y las suministraba anticonceptivos orales, me visitaban, tanto juntas como por separado, casi a diario con intención de darme satisfacción sexual al mismo tiempo que ellas la recibían encantándolas que las obligara a efectuarme felaciones aguantando todo lo que podían manteniendo mi pito totalmente introducido en su boca y que las hiciera unas largas y exhaustivas masturbaciones y comidas de seta para, más tarde, “clavársela” y hasta el fondo tanto por delante como por detrás con intención de follármelas y de echarlas mi leche y mi pis en el interior de la almeja y del culo para acabar la sesión forzándolas vaginal y de una forma más ocasional, analmente con mis puños. Como con ellas aseguré el echar casi todos los días varios polvos no tardé en dejar de lado y sin darla demasiadas explicaciones, a Eva que, al parecer, se había hecho ilusiones por lo que el romper con ella la afectó bastante aunque debió de reponerse enseguida puesto que, un año más tarde, se casó con un hombre viudo y creo que sin hijos, de más edad que ella.

Aunque llevaba tiempo convencido de ello, durante mi relación con Patricia y Rosana fue cuándo más seguro estuve de que para poder disfrutar plenamente y motivarme al máximo tenía que rodearme de hembras tan sumamente cerdas, golfas y viciosas como aquellas dos jóvenes que consideraban que, en el terreno sexual, el “sumun” de las mujeres era el llegar a convertirse en una obediente perrita al servicio de un varón al que tenían que dar mucho gusto antes de pretender recibirlo y aunque me resultaba muy agradable y placentero que se abrieran de piernas para permitir que las efectuara unas exhaustivas comidas de chocho; que las lamiera hasta la saciedad el ojete; que las introdujera la lengua para limpiarlas el conducto rectal y que supieran excitarme al máximo cada vez que me efectuaban felaciones ó cuándo las penetraba vaginalmente, siempre estuve de acuerdo con ellas en que el “non plus ultra” era el llegar a “saborearlas” dándolas por el culo repetidamente, incluso atándolas de pies y manos y disfrutando al máximo de su estrecho conducto anal y más disponiendo como ellas de una buena mata de cabello del que poder tirarlas mientras las poseía por detrás, las insultaba y me demostraban que eran unas autenticas zorras, guarras, meonas y cagonas.

Meses más tarde Patricia y Rosana, convencidas de que las tenía muy vistas y de que pretendía cambiar de “yeguas”, me propusieron dejar de vernos durante una temporada, aunque no volví a saber de ellas, lo que acepté. Durante una buena temporada y aunque no fuera con toda la regularidad que me hubiera gustado, no me faltó sexo antes de volver a caer en un nuevo periodo de obligado ayuno sexual desde que, la misma semana y con dos féminas diferentes, sus respectivos maridos estuvieran a punto de sorprendernos durante el coito. La primera vez pude salir airoso de la situación sin demasiados problemas pero la segunda estaba descargando en el interior del coño de la mujer cuándo oímos entrar en la vivienda a su marido por lo que, sin haber terminado de echarla el “lastre”, tuve que sacársela para poder esconderme, desnudo y empalmado, debajo de la cama en donde permanecí un montón de tiempo ya que el hombre no dejaba de entrar y salir de la habitación hasta que se desnudó y después de sobarse y menearse la polla delante de un espejo, se dirigió al cuarto de baño desde el que llamó a su esposa, supongo que con intención de que se la “cascara” ó chupara. Una vez que la hembra, que sólo había tenido tiempo para volver a ponerse la braga, acudió a su llamada y cerró la puerta que daba acceso al cuarto de baño, salí de mi escondite, de la habitación y de la casa para esperar, en el rellano de la escalera, a que me entregara la ropa, que había escondido apresuradamente en su armario, lo que hizo unos veinte minutos más tarde por lo que, al no poder ocultarme en ningún lugar, varios vecinos me vieron en bolas y aunque más de uno se sorprendió, no me pareció que ninguno se escandalizara y algunos mantuvieron durante unos instantes su mirada fija en mi aún erecta “colita” y en mis huevos a pesar de que intenté cubrirlos con mis manos.

C o n t i n u a r á