Adicto al sexo (Parte dieciocho).
Una semana más aquí teneís parte de una de mis historias. Es la dieciocho de la última que he escrito que, además, es la más larga. Espero que las personas que la lean se vayan enganchando a ella y para bien ó para mal me dejen sus comentario que, de antemano, agradezco.
Fátima, la tercera de las incorporaciones, era una chica de cabello rubio, alta y de complexión normal, con muchos menos aires de grandeza y suficiencia que Andrea, que aún vivía con sus padres en una vivienda cercana a la mía aunque tenía novio con el que pensaba casarse en breve. Como era con la que más me relacionaba laboralmente, en poco tiempo cogimos bastante confianza aunque pasaron varios meses antes de que comenzáramos a enrollarnos sexualmente y fue a cuenta de que, al acabar mi jornada laboral, solía darme un paseo por la orilla del río sabiendo que era un lugar bastante frecuentado por parejas deseosas de satisfacerse sexualmente. Fátima, a la que la gustaba hacerlo al aire libre, resultó ser asidua a visitar aquel lugar en compañía de su novio puesto que en la misma semana la vi en dos ocasiones. La primera vez se encontraba abierta de piernas, con la falda levantada y la braga en la rodilla, besándose con su pareja que la estaba sobando el chocho mientras ella le meneaba la pilila. Me detuve al verles y les estuve observando pero enseguida le extrajo la leche y después de la eyaculación, parecieron desmotivarse y poniéndose bien la ropa, emprendieron el camino de regreso prodigándose su novio en tocarla el culo a través de la falda por lo que seguí con mi paseo para, unos metros más adelante, encontrar entretenimiento para un buen rato observando como un grupo de chicos se turnaba en “clavársela” vaginalmente a una chavala muy joven que, en bolas, permanecía a cuatro patas sobre la hierba. Cuándo estaban a punto de eyacular, se la extraían para que la chica se apresurara a darse la vuelta y les chupaba la pirula con intención de que la dieran “biberón”.
Unos días después volví a ver a Fátima y esta vez totalmente desnuda, colocada a cuatro patas y parcialmente escondida entre unos matorrales mientras su novio se la tiraba por vía vaginal dándola unos envites impresionantes y magreándolas las tetas. Al sentir que iba a eyacular, el hombre se la sacó de golpe y haciendo que Fátima se echara un poco más hacia delante, la colocó el pito en la raja de su terso y voluminoso culo y mientras la mantenía bien presionada la masa glútea, se movió un poco y la soltó una gran cantidad de leche y con tanta fuerza que los chorros, además de mojarla el trasero y la espalda, la legaron a caer en el cuello y en la parte inferior de su cabello. En cuanto acabó de descargar, se limpió la abertura de la polla en el poblado “felpudo” pélvico de la joven y tras hacer que esta se tumbara boca arriba sobre la hierba, se echó encima de Fátima y se la volvió a meter por el coño. Pude continuar observándoles hasta que se dieron cuenta de que, poco a poco, se habían ido desplazando de su posición inicial y que, aunque fuera de noche, cualquiera que pasara por allí ó por el paseo superior que existía junto al malecón podía verles por lo decidieron volver a ocultarse entre los matorrales. Para poder hacerlo su pareja tuvo que sacarla el rabo, que lucía unas más que aceptables dimensiones y me imaginé que, con todo el tiempo que había transcurrido sin dejar de propinarla unos buenos envites, habría optado por no extraérsela al sentir el gusto previo y echarla la leche dentro de la seta. Aunque pude ver que, en cuanto recuperaron su posición inicial, se volvió a echar sobre Fátima y que, de nuevo, se la “clavó” y hasta el fondo por vía vaginal, no tardé en darme cuenta de que, sin apenas luz y mientras permanecieran escondidos entre los matorrales, era absurdo que siguiera allí ya que muy poco ó nada iba a poder ver.
El lunes siguiente invité a Fátima a almorzar y sin ningún rodeo la dije que la semana anterior la había visto retozando con su novio en dos ocasiones a orillas del río. Ella se limitó a escuchar hasta estar segura de que les había estado observando mientras “se daban el lote” y me comentó que, aunque seguramente a su pareja se le habría cortado el rollo, a ella la hubiera motivado el saber que les estaba mirando puesto que, a pesar de que su novio se oponía a ello, siempre la había gustado que otro hombre la observara mientras se la cepillaban al aire libre y más si, cuándo estaba a cuatro patas, se ponía delante de ella, se sacaba la tranca y se la meneaba mientras les veía ó se la ofrecía para que se la chupara.
Al volver a la oficina me pidió que fuera con ella a un archivo donde, tras cerrar la puerta con llave, me hizo enseñarla la verga puesto que, si merecía le pena, intentaría recompensarme por los “calentones” que, sin proponérselo, me había provocado. En cuanto me bajé el pantalón y el calzoncillo y se la mostré, la encantó que la tuviera tan tiesa y larga y tras sobármela a conciencia, al igual que hizo con mis huevos y sin dejar de alabar sus dimensiones, procedió a “cascármela” despacio como queriendo recrearse en ello pero enseguida me sacó el primer polvo y al no esperarse que fuera a ser tan rápido, varios chorros de leche la cayeron en su ropa por lo que decidió seguir pero en sujetador y braga con intención de que la lefa no causara más daños en sus prendas. Diez minutos más tarde me sacó otro polvo y la soberbia meada que se producía poco después de mis eyaculaciones pares que la gustó tanto como el verme echar “lastre” de una manera tan larga y masiva. Fátima, al terminar, me confesó que mientras me la meneaba se había puesto sumamente húmeda y que la había gustado tanto “cascármela” que, siempre que nuestra actividad sexual se limitara a aquello, estaba dispuesta a repetirlo cuándo me apeteciera para sacarme un par de polvos y una micción lo que, recreándose cada día más, hizo casi a diario indicándome que al encontrarme dotado de aquella monumental chorra muy pocas damas estarían dispuestas a permitir que mis pelotas retuvieran la leche durante mucho tiempo y aunque no se prodigaba demasiado en efectuarme felaciones, la gustaba meterse el capullo en la boca y chupármelo después de las meadas puesto que, según me decía, era el momento en que el cipote estaba más sabroso.
Pero un día decidió comentar con Julia, la exuberante joven con la que compartía despacho, lo que estábamos haciendo y la chica se ofreció a menearme el miembro viril siempre que pudiera hacerlo vestida ó en ropa interior, aunque permitiendo que la tocara las tetas y el culo a través de su ropa y se limitara a “cascármelo” con lo que conseguí que una de ellas me pajeara por la mañana y la otra por la tarde. Además, logré que Julia me visitara en mi domicilio la noche de los viernes y sábados, antes de “irse de marcha” y la tarde de los días festivos para que, de una manera íntima y sin prisas, se entonara mientras me lo meneaba y me sacaba tres ó cuatro polvos y una ó dos meadas.
Al contraer matrimonio Fátima me invitó, como a la mayoría de mis compañeros, a la ceremonia y al banquete prometiéndome que, para celebrarlo, iba a permitir que en un día tan especial y después de todo el tiempo que llevaba “cascándomela” y haciéndome alguna que otra “chupadita”, la viera y tocara la almeja y el culo para lo que convinimos que la siguiera cuándo, durante el banquete, se levantara de la mesa y al pasar por mi lado me guiñara un ojo por lo que en cuanto lo hizo, aprovechando que el novio, los padrinos y tres de los invitados se habían enfrascado en una conversación bastante amena y me fui detrás de ella hasta un cuarto de baño del hotel en que se celebró el banquete. Nos encerramos en él y tras decirme que no disponíamos de mucho tiempo, se levantó la falda del vestido nupcial y me hizo meterme debajo de él para que, aprovechándome de que su braga había sido troceada y subastada entre los comensales durante los postres y de que se encontraba abierta de piernas, pusiera mi boca en su raja vaginal para, de inmediato, poder “degustar” y beberme íntegra su concentrada, exquisita y larga meada que debía de haber estado reteniendo durante bastante tiempo mientras la realizaba una breve pero intensa comida de chocho al mismo tiempo que la hurgaba con uno de mis dedos en el ojete con lo que logré que alcanzara el clímax por primera vez tras su enlace matrimonial. En cuanto disfrutó de aquel orgasmo Fátima me dijo que, si continuaba hurgándola en el ojete, iba a conseguir provocarla la defecación y aquel no era el momento ni el lugar más apropiado para ello y que, seguramente, llegaría a repetir y con más celeridad, si dejaba de forzarla analmente. En cuanto la saqué el dedo del orificio anal comenzó a soltarme una cantidad estimable de “baba” vaginal en la boca, que casi siempre iba acompañada de cortos chorros de pis, pero enseguida me dijo que, a pesar de que la resultaba muy agradable, no disponíamos de tiempo para más por lo que, tras decirme que debía de entender lo sucedido como algo excepcional y propio de una fecha tan señalada, me hizo limpiarla el coño y el ojete con papel higiénico y salir de debajo de su vestido, que se puso bien antes de abandonar del cuarto de baño tras decirme que la encantaría menearme la minga y sacarme la lefa con el vestido de novia aún puesto si se presentaba la ocasión como así ocurrió un par de horas más tarde en un oscuro rincón de la discoteca del hotel y cuándo la mayor parte de los invitados se encontraban lo suficientemente cargados como para llegar a percatarse de lo que estábamos haciendo. La velada nocturna la pasé en mi domicilio acompañado por Julia que, en tanga y bastante más entonada de lo normal, se ocupó de menearme el nabo hasta que, después de haberme sacado un montón de “lastre” y varias meadas, me venció el sueño y me quedé dormido abrazado a ella.
Julia suplió perfectamente a Fátima durante su luna de miel y su posterior periodo vacacional al encargarse de “cascarme” el pene y cada vez, dándome más gusto, tanto por la mañana como por la tarde en la oficina y algunos días por la noche en una cabina telefónica, que era algo que la ponía “burra”, antes de “rematar la faena” en mi domicilio en donde, además de pajearme, accedió a chupármela y en bolas para que pudiera coleccionar sus tanguitas una vez usados. El que me mostrara sus encantos y el que me permitiera sobarla mientras me lo meneaba y me iba sacando la leche y el pis me permitió comprobar que lubricaba de maravilla y que respondía bien a mis estímulos puesto que la seta se la ponía, enseguida, muy jugosa. La encantaba que me deleitara “haciéndola unos dedos”; comiéndola la raja vaginal; bebiéndome sus meadas ó lamiéndola el orificio anal con lo que me hice ilusiones pensando que nuestra actividad sexual no tardaría en llegar a ser completa pero una noche en que, después de masturbarla colocada a cuatro patas, intenté “clavársela” se mostró sumamente estrecha y remilgada oponiéndose, una y otra vez, a que la penetrara diciéndome que tenía un “salchichón” tan grueso y largo que podía desagarrarla la almeja y que, además, no quería exponerse a que, con la cantidad de leche que echaba al eyacular, pudiera dejarla preñada. Deseaba tanto penetrarla que su reacción me sentó tan mal que discutí con ella y a pesar de que continuó pajeándome y efectuándome felaciones aceptando de buen grado que la soltara el “lastre” en la boca, desde aquel día pareció hacerlo sin tantas ganas e interés como antes y dejó de acudir con asiduidad a mi domicilio. Pocos días después de reintegrarse Fátima, me comentó que iba a dejar de trabajar para irse a vivir con un amigo que estaba dotado de un miembro viril bastante más normalito y que, como había tenido ocasión de comprobar, debidamente enfundado en un condón la entraba sin problemas lo que ocasionó que rompiera con ella antes de que abandonara su actividad laboral para que, de nuevo, fuera la recién casada quien me “cascara” lentamente la picha con el propósito de sacarme dos ó tres polvos y una meada cada vez que se la mostraba mientras su marido debía de excitarse tanto y estaba tan inspirado al follarse a tan ardiente y bella “yegua” que tardó muy pocas semanas en preñarla. Cuándo la chica comenzó a lucir “bombo” me dijo que, a cambio de continuar meneándomela, tenía que darla gusto por el culo lamiéndola el ojete, limpiándola lo mejor que pudiera el conducto rectal con mi lengua y hurgándola con mis dedos hasta lograr que se cagara. Fátima resultó ser una fémina de fácil defecación por lo que, al notar que mis dedos se impregnaban en su mierda, se los extraía para que evacuara delante de mí pero, en cuanto terminaba, se los volvía a introducir hasta el fondo y la continuaba hurgando con intención de vaciarla el intestino haciéndola defecar y de una manera bastante líquida y masiva, una ó dos veces más.
Cierta tarde que me encontraba muy salido la propuse culminar aquellas sesiones “clavándosela” por detrás para, con su intestino vacío y sin sorpresas, poder darla por el culo durante un buen rato y echarla en su interior toda la leche y el pis que me fuera posible. La joven se lo pensó pero, al final, aceptó diciendo que, a pesar de que nunca la había agradado el sexo anal, en su estado quizás la llegara a resultar agradable y excitante. Aunque Fátima no acababa de hacerse a las dimensiones de mi pilila ni a mantenerla dentro de su culo, cada día la gustaba más que dedicara mi tiempo a darla satisfacción anal y cuanto más se aproximaba el parto y su movilidad se reducía, más la agradaba que la poseyera por detrás después de haberla vaciado el intestino con mis hurgamientos anales. Al disponer de un físico muy apetecible, deseable y sugerente, que incluso mejoró tras su primer parto, a su cónyuge no le costaba mantenerse sumamente entonado con ella por lo que en los tres primeros años de su matrimonio la engendró tres hijos con lo que, sin él saberlo, me facilitaba que pudiera prodigarme en darla por el culo durante sus embarazos y que, después de parir, pudiera “degustar” y darme auténticos banquetes con la gran cantidad de leche materna que acumulaba en sus tetas. Cuándo tuvo a su tercer hijo Fátima decidió hacerse la ligadura de trompas para que su marido no la pudiera preñar más veces y para que, además de “cascármela” a diario y de darla por el culo dos veces a la semana, se la “clavara” por vía vaginal, eso sí cuándo ella lo consideraba oportuno, para que la echara la leche y el pis dentro del chocho y del trasero hasta que, a cuenta del elevado número de veces en que llegaba al clímax, acababa reventada ó sentía orgasmos secos que la imposibilitaban para continuar. Mi actividad sexual con Fátima, que conseguí que se acostumbrara a chupármela prestando una especial atención a la abertura y al capullo para poder darla unos cuantos “biberones” mientras a ella la gustaba prodigarse en hacerme cubanas, se mantuvo durante bastante tiempo más hasta que, aunque no quería reconocerlo, comenzó a tener remordimientos de conciencia por llevar tanto tiempo poniéndole los cuernos a su marido y aunque me dijo que, tras haberme sacado y haberla echado en el interior del coño, del culo y de la boca una gran cantidad de leche, la gustaría que la dejara al margen para no llegar a convertirse en ningún obstáculo en el caso de que quisiera consolidar la relación que, por aquel entonces, mantenía con Paloma.
C o n t i n u a r á