Adicto al sexo (Parte cuatro).

Cuarta parte de la última historia que he escrito que, además, es la más larga. Espero que las personas que la lean se vayan enganchando a ella y para bien ó para mal me dejen sus comentarios que, de antemano, agradezco.

Pocas semanas después empecé a añorar la actividad sexual que había estado desarrollando con Azucena, Casilda, Mari Cruz y Rebeca y como cada día mi deseo sexual se incrementaba, cometí el tremendo error de pedir y por escrito, a Ana Isabel ( Anabel ), una vecina de mi edad, el mantener relaciones sexuales frecuentes y regulares después de que, durante un año, se hubiera convertido en una integrante más del grupo con el que jugaba en la calle periodo en el que mantuve varios encuentros sexuales a solas con ella lo que me permitió comprobar que la agradaba “cascarme” el pito y efectuarme “chupaditas”; que nos realizáramos todo tipo de tocamientos; que nos lamiéramos a conciencia el ojete antes de intentar limpiarnos las paredes réctales y que nos viéramos mear y cagar. Pienso que Anabel hubiera aceptado sin condiciones y más sabiendo que podíamos retozar con total discreción en la vivienda situada encima de la suya, que era propiedad de mis padres y que se encontraba deshabitada y totalmente amueblada, pero me empeñé en proponerla mantener tales encuentros sexuales, además de con ella, con sus amigas.

Aunque mi error no llegó a desencadenar las desagradables consecuencias en las que no pensé al escribirla la carta, cuándo Anabel leyó a sus amigas mi misiva todas se rieron de mí y decidieron por unanimidad no mantener ningún tipo de relación sexual conmigo y dedicarse a hacerme la vida imposible. Me insultaban a gritos cada vez que me cruzaba con ellas por la calle y me indicaron hasta la saciedad que iban a poner en conocimiento de sus padres lo sucedido para que hablaran con los míos y que no lo iba a poder negar ya que conservaban mi carta con lo que me llegaron a chantajear de tal forma que lograron que las hiciera los deberes y buena parte de los trabajos académicos que las mandaban en el instituto; que me llegara a convertir en una especie de “celestino” para que las facilitara ciertos acercamientos con los chicos que las gustaban con el propósito de intentar salir con ellos y que las mostrara la polla y los huevos cada vez que a alguna de ellas la apetecía y en lugares tan inapropiados como en los ascensores de algún centro comercial ó en plena calle, con lo que las agradaba ponerme en situaciones un tanto comprometidas, para poder sobármela y meneármela, observar lo enorme que se me ponía y ver quien de ellas era la afortunada que me sacaba la leche que, a pesar de lo incomodo y violento que me sentía en aquellas circunstancias, seguía saliendo en espesos y largos chorros.

Me encontré inmerso en aquella desagradable situación hasta que acabó el curso escolar y tras disfrutar de un periodo vacacional muy sosegado y tranquilo, al empezar el siguiente Sandra, una guapa y seductora integrante del grupo de amigas de Anabel, tras haberme sobado y meneado el rabo en varias ocasiones, decidió que era el momento apropiado para quedar conmigo a solas y mientras me lo “cascaba”, decirme que, aparte de librarme del acoso de sus amigas, estaba dispuesta a mantener contactos sexuales regulares siempre que me comprometía a limitarlos a la masturbación mutua y al sexo oral. Esa misma tarde y después de sacarme la leche y de prometerla que me ajustaría a sus deseos, acordamos relacionarnos los martes, jueves y sábados por la tarde aunque, un par de semanas después y en vista de los problemas que la chavala tenía para llegar puntual a nuestras citas, decidimos que nuestros encuentros tuvieran lugar los miércoles, viernes y domingos. A Sandra la gustaba que siempre tuviera la tranca tiesa y dispuesta; que nos prodigáramos en hacer largos sesenta y nueves durante los cuales y además de insultarla, la comía la seta sin importarme que durante el proceso se meara en mi boca y la lamía la raja del culo y el ojete, con lo que siempre expulsaba alguna ventosidad, en el que la introducía bien profunda mi lengua con intención de efectuarla una buena limpieza del conducto rectal mientras ella, que con mis improperios se ponía bastante “burra”, me daba satisfacción hurgándome con uno de sus dedos en el orificio anal mientras me meneaba la verga, observando lo inmensa que se me ponía hasta que “explotaba” y echaba con fuerza y en cantidad la leche. Desde el primer día se percató de que, después de mi soberbia eyaculación, la chorra se me mantenía tiesa por lo que pensó que demandaba que me la siguiera “cascando” y una tarde se decidió a hacerlo sin, al contrario de lo que me sucedía con Rebeca, permitirme el menor descanso y pensando que, con ello, me daría una mayor satisfacción. Lo que no se esperaba es que iba a lograr volver a sacarme la lefa y cuándo nos encontrábamos de lo más pletóricos celebrando que hubiera conseguido extraerme dos polvos seguidos, sentí unas enormes ganas de orinar y sin ser poder hacer nada por evitarlo, solté una impresionante meada bajo la atenta y sorprendida mirada de Sandra. La joven decidió aprovechar que se mantuviera mi erección para, poco a poco, ir aumentando mi potencia sexual hasta lograr que me habituara a echar cuatro polvos en cada uno de los contactos que manteníamos y aunque siempre me comentaba que la encantaba meneármela, reconocía que sus más gratas y mayores sorpresas habían sido el descubrir que tras mis eyaculaciones pares no podía evitar mearme y de una manera abundante y que, aunque mi primera descarga se solía producir con una relativa celeridad, las restantes se demoraban bastante con lo que la permitía disfrutar durante más tiempo “cascándome” el cipote y hurgándome en el ojete.

Pero, a pesar de ello, comenzó a colocarme gomas elásticas anchas en la base de la minga con el propósito de que todas mis eyaculaciones tardaran más en producirse y en algunas ocasiones demasiado, resultando sumamente abundantes y largas. Con paciencia y tesón, conseguí que, a pesar de su manifiesta oposición inicial, se acostumbrara a chuparme el nabo pero sin permitirme que la soltara la leche en la boca aunque no la gustaba que se desperdiciara mi micción por lo que, en cuanto se iba a producir, se metía el capullo en la boca y me lo chupaba para que la echara el pis. Más adelante logré que se colocara a cuatro patas para poder frotarla enérgicamente la almeja mientras la hurgaba en el ojete, unas veces con uno y otras con dos dedos, hasta que conseguía que se meara y que liberara su esfínter lo que la obligaba a acudir con rapidez al cuarto de baño para defecar de pie delante de mí.

En poco tiempo Sandra se acostumbró a que la lamiera, la metiera la lengua y la forzara con mis dedos el ojete hasta provocarla la defecación y al resultarla gratificante, me propuso dedicar en exclusiva otra tarde a darnos mutuo placer anal. Pero como los lunes, martes y jueves tenía contraídos compromisos familiares y no íbamos a disponer de tiempo, decidió que, aunque tuviera que dejar de salir con sus amigas el único día que podía, dedicáramos a ello la tarde de los sábados puesto que era la fecha más idónea para ello y para darnos un buen lote haciendo un sesenta y nueve sin que, al disponer de un buen poder de recuperación, pusiéramos en peligro la sesión sexual del día siguiente, domingo.

Pero la mala suerte hizo que unas semanas después de comenzar a mantener nuestro encuentro sexual de la tarde de los sábados nos encontráramos al entrar en el portal con algunas de las amigas de Anabel y de Sandra que estaban esperando a mi vecina. Al vernos llegar juntos, en una actitud bastante acaramelada y con la joven vistiendo de una manera mucho más sugerente de lo normal, sospecharon a lo que íbamos por lo que se rieron de nosotros antes de comenzar a insultarnos, siendo cabrón, golfa, puta y traidora los epítetos más suaves que nos dedicaron mientras nos apresurábamos a pasar por el medio de ellas que, además de zarandearnos, nos dieron unas cuantas patadas. Desde aquel día la mayoría no dejaron de llamar a Sandra cerda y zorra y la hacían todo tipo de desplantes mientras las demás la decían que había hecho una amistad demasiado íntima con un joven putero que no tardaría en “clavársela” por el chocho y que como la iba a gustar tenerla dentro y que la mojara con la leche, antes de quitarse la braga y de abrirse de piernas tenía que tomar precauciones para poder disfrutar del sexo sin temor a que la preñara. Como nuestra menguada economía no nos permitía pensar en comprar anticonceptivos ó condones y la vivienda en la que manteníamos los encuentros era antigua y no disponía de bañera ni de bidé en los que la chica pudiera darse un baño vaginal al acabar, Sandra pensó que lo más apropiado para avanzar un poco más allá del sexo oral era efectuarme una especie de cabalgada restregando su coño contra mi pene pero con la braga y el calzoncillo puestos. En tales condiciones la encantaba sentir las dimensiones que llegaba a alcanzar mi miembro viril y ver como la punta iba apareciendo por la parte superior de mi prenda íntima hasta que culminaba con una soberbia descarga en la que echaba tal cantidad de leche que, además de en la parte superior de mi cuerpo, llegaba a depositarse en la almohada y el cabecero de la cama.

C o n t i n u a r á