Adicto al sexo (Parte catorce).
Una semana más aquí teneís parte de una de mis historias. Es la catorce de la última que he escrito que, además, es la más larga. Espero que las personas que la lean se vayan enganchando a ella y para bien ó para mal me dejen sus comentario que, de antemano, agradezco.
Aún no había roto con Yolanda cuándo conocí a Carolina ( Carol ), una preciosa joven de cabello claro, altura y complexión normal, que era unos meses mayor que yo y vivía a casi doscientos kilómetros de distancia pero que tenía familia en la ciudad en la que yo residía a la que solía visitar dos ó tres veces al año. Al sentirnos fuertemente atraídos, el tener que vivir separados y muchas veces sin otro contacto durante semanas que el postal y el telefónico, no fue ningún obstáculo para que decidiéramos hacernos novios formales con el propósito de llegar a vivir juntos, sin descartar la posibilidad de contraer matrimonio, en cuanto Carol, que estaba trabajando parala Administración, lograra hacerse con la primera vacante que se produjera en la capital en la que yo residía para lo que, de inmediato, comenzó a realizar los largos y tediosos trámites que aquella pretensión llevaba consigo. Como a la joven la gustaba la marcha y la “salsa” masculina me ayudó, sin saberlo, a dejar en el olvido mi mala experiencia sexual anterior. Cuándo hablábamos por teléfono la encantaba que mantuviéramos conversaciones bastante subidas de tono para, al menos, poder escucharme mientras me la meneaba a su salud mientras que ella solía “hacerse unos dedos” al acostarse con el gran aliciente que la suponía el disponer de una buena colección de fotografías mías, con primeros planos de mi verga bien tiesa y con el capullo totalmente abierto; impregnada en la lubricación previa a la descarga; en plena eyaculación y hasta meando, que solía sacarme cuándo me la “cascaba”, cosa a la que siempre se mostró muy dispuesta. Cada vez que me desplazaba para pasar con ella el fin de semana, solíamos frecuentar, tanto por la tarde como por la noche después de cenar, una cafetería que disponía de un reservado con una luz muy tenue en el que, unas veces solos y otras acompañados por parejas en actitudes más ó menos amorosas, me efectuaba unas largas felaciones. Aunque, al principio, demostró que no tenía demasiada experiencia en ello como la encantaba chupármela se convirtió en una alumna aventajada y no tardó en lograr perfeccionarse para que pudiera disfrutar más y al disponer de unas buenas “tragaderas”, la gustaba introducirse entera mi chorra y mantenerla totalmente metida en su boca durante unos instantes, al igual que hacía con mis huevos, sobre todo cuándo me encontraba a punto de descargar con intención de succionarme la punta con lo que favorecía que mis eyaculaciones no tardaran en producirse. Aunque la solía echar la leche en la boca y llegaba a “degustarla”, pocas veces se la tragó íntegra por lo que solía retenerla en su garganta para escupirla en cuanto podía. Lo que nunca permitió es que se desperdiciara mi “cerveza”, que siempre catalogó de abundante, apetitosa y sabrosa. Al ser una magnífica “yegua” y tras haberse prodigado a lo largo del día en “cascarme” y chuparme el cipote, por la noche solía compartir conmigo la habitación del hotel en el que me alojaba con el propósito de poder sobarnos a conciencia y efectuarme una nueva felación antes de que procediera a “clavársela”, encantándola que lo hiciera tumbado sobre ella y que, sin modificar nuestra posición, la echara un par de polvos y su posterior meada en el interior de su abierto y chorreante chocho sin que, a pesar de que no tomábamos ningún tipo de precaución, llegáramos a pensar en la posibilidad de dejarla preñada. Lo peor era que, al tardar bastante en producirse cada una de mis descargas, Carol perdía la cuenta de sus orgasmos, se meaba dos ó tres veces de autentico gusto al más puro estilo fuente y estaba desfondada cuándo me encontraba en el punto álgido de la sesión lo que me solía fastidiar puesto que, al encontrarse exhausta, lo más que conseguía era que permaneciera con las piernas abiertas para permitir que la efectuara una buena comida de coño para que, después, me “cascara” la minga con intención de sacarme otra lechada con lo que la daba tiempo a reponerse y como al verme eyacular se entonaba bastante, algunas veces lograba que me efectuara una cabalgada, aunque siempre terminaba moviéndose tumbada sobre mí, para culminar la sesión echándola un nuevo polvo.
Los progenitores de Carol resultaron ser unas personas abiertas y liberales por lo que, desde que me invitaron a asistir a la cena de celebración del cumpleaños de su madre, esta me indicó que prefería que me follara a su hija, con la debida discreción e intimidad, en la habitación de la joven a que lo hiciera a escondidas en la calle ó en hoteles por lo que, desde entonces, cuándo iba a pasar el fin de semana con Carol, dormía en su domicilio y compartiendo su cama lo que nos permitía retozar tanto al acostarnos como al despertarnos a la mañana siguiente hasta que, después de tirármela y la mayoría de las veces colocada a cuatro patas y echarla dos ó tres polvos, la joven quedaba exhausta y visiblemente complacida.
Aunque me suponía que no la iba a dispensar la misma acogida ni a dar el inmejorable trato que estaba recibiendo de los progenitores de Carol cuándo iba a visitarla, me decidí a llevarla a mi domicilio para que mi madre pudiera conocerla aprovechando uno de los desplazamientos que, periódicamente, efectuaba con el propósito de pasar el fin de semana a mi lado. Aquel fue otro grave error por mi parte puesto que mi progenitora se enfadó al considerar que tenía que haberla hablado previamente de ella y haberla pedido permiso para que Carol traspasara el umbral de nuestra casa antes de que, de una manera muy poco sutil, la echara de la vivienda. Aunque esa noche la pasamos juntos retozando en la habitación del hotel en el que se alojaba cada vez que me visitaba para no molestar a su familia y tener plena libertad a la hora de mantener relaciones sexuales y me sacó dos polvos y su oportuna meada efectuándome una larga felación antes de que la comiera la seta hasta que logré beberme su “lluvia dorada” para terminar desfondándola tras cepillármela tumbado sobre ella, con Carol acostada sobre mí y a estilo perro, echándola dentro de la almeja tres polvazos y otra copiosa micción, desde aquel día nuestra relación se deterioró bastante y aunque hicimos todo lo posible por evitarlo, el vivir distanciados y el que mi madre se enterara de los proyectos que teníamos en mente cuándo nuestra relación estaba mejorando y faltaba poco para que la concedieran el traslado por lo que habíamos empezado a planear el vivir juntos, acabó de romperla lo que ocasionó que, además de lamentar que se me hubiera escapado casi virgen por el trasero puesto que sólo se la “clavé” por detrás en dos ocasiones y la primera, que fue cuándo se lo desvirgué, no me fue posible culminar en su interior al verse afectada por un proceso diarreico mientras la poseía, me deprimiera lo que llegó a afectar a mi potencia sexual durante una buena temporada.
Como estaba muy resentido con mi madre, a la que no perdonaba que se hubiera metido por el medio en mi relación con Carol y que no se diera por satisfecha hasta que logró que rompiera con ella y al ver que mi situación no mejoraba en los meses siguientes puesto que, al fiarse mucho más de lo que la decían los demás que de mí, no me dejaba consolidar ninguna relación con las chicas que me gustaban y con las que salía en plan más ó menos formal porque la joven de turno tenía más edad que yo, porque me merecía una chavala mucho más cualificada y preparada ó sencillamente, porque no la agradaba, durante un tiempo estuve centrado en mantener un buen número de relaciones sexuales de las llamadas esporádicas y sin ningún compromiso en las que, como en su día dijo Aurelio, al acabar me daba cuenta de que no conocía ni el nombre de la mujer a la que me había follado.
C o n t i n u a r á