Adicta a las pajas (8)
Inmerecido e inoportuno descanso.
Por fin, después de muchas semanas, tenía una entrevista de trabajo. Solo era el primer paso, por supuesto, pero en tiempos de crisis, darlo supone ya un motivo de alegría. Las perspectivas del puesto, además, eran bastante buenas. Buen salario, buen horario, nada despreciables extras... lo único malo era la situación, que me obligaría a coger coche y estar una hora de camino para ir y otra para volver cada día. Algo perfectamente asumible, dadas las circunstancias, no obstante. Contenta, pero nerviosa, comencé a prepararme para la entrevista. Al tiempo que practicaba preguntas trampa e iba pensando en buenas respuestas, comencé a vestirme y arreglarme. Semidesnuda ante el espejo, mientras me maquillaba, mi cabeza comenzó a asediarme con la idea de hacerme un dedete rápido, solo para calmar los nervios. Yo sabía que era un farol, y que en el momento en que empezase, sería incapaz de parar. Ya me ha pasado antes, y no podía permitirme perder otra oportunidad de trabajo. Deseché la idea no sin esfuerzo y me preparé una tila para combatir los nervios al estilo tradicional. Volví a repasar mentalmente la lista de señales corporales favorables, las destrezas y las preguntas preparadas. Respiré profundamente, me puse los zapatos y salí de casa en dirección al coche. El taconeo de los zapatos sobre el cemento del aparcamiento saturó mis sentidos, dejándome la mente en blanco. "En blanco es mejor que pensando en masturbarme con la palanca de cambios metida en el coño, por lo que de momento las cosas van bien", pensé interiormente. Un momento... Mierda, no, otra vez inundaba mi cabeza la idea de tocarme. Intenté sacudirme las ideas de la mente. No era el momento, estaba claro. Dentro de un par de horas podría hacer lo que quisiera, pero ahora debía centrarme. Arranqué el motor, embragué la primera y salí del aparcamiento. A mitad de camino, sentí un extraño calor. Las manos me sudaban ligeramente y mi ritmo de respiración se había incrementado. Bajé la ventanilla para que entrara algo de aire fresco, pero lo cierto es que no solucionó absolutamente nada. Mis sentidos estaban hipersensibles y sentí un escalofrío. Inconscientemente, cada vez que tenía que cambiar de marcha, me relamía mientras apretaba con fuerza la palanca de cambios. El roce de los muslos en combinación con la textura de las medias me resultaba en extremo agradable. Incluso el cinturón de seguridad situado entre mis pechos tenía algo de especial que no podía llegar a definir. Extrañas ideas volvieron a flotar por mi mente como tenues nubes pasajeras... o quizás no tan tenues, quizás eran el aviso de una tormenta por venir. Quizás no era tan mala idea. Llevaba unos minutos de adelanto. Algo rapidito. Mis muslos buscaban el calor del contacto mutuo. No quería aceptarlo, pero me estaba poniendo tremendamente cachonda. El destino es traicionero, procurando siempre poner trampas en el camino, y en aquel momento de bajón, no se le ocurrió mejor cosa que poner un área de descanso. Mi cuerpo se anticipó a una decisión que mi cerebro llevaba tomando desde unos cuantos kilómetros antes. Puse el intermitente, tomé la salida y me dirigí con pulso firme hacia la zona designada, vacía a esas horas, lo cual beneficiaba a mis intenciones. Detuve el coche, sin llegar a parar el motor. Intentaba combatir el furioso deseo de correrme en aquel sitio solitario. Cálidos rayos de sol elevaban la temperatura de mis manos sobre el volante. Respiré profundamente, pero no había nada que decidir. Mis muslos se frotaban ya entre sí y mi conejito ya estaba calentorro, pidiendo atenciones mayores. Cuando giré la llave y el silencio invadió el lugar, definitiva perdí contra mí misma y mis deseos. Mientras mis piernas se entrelazaban como dos serpientes en celo, mis manos comenzaron a prodigar caricias por doquier, empezando por el pelo y el cuello, y descendiendo lentamente. Los botones de la blusa iban cayendo a medida que mi brazo continuaba implacable su camino. Recliné el asiento hacia atrás, entregada a lo que estaba haciendo. Ya más cómoda, mis manos se ocuparon de mis sensibles pechos. Mi coño era una pequeña estufa. Me remangué la falda y puse una mano sobre las braguitas de encaje. La presión sobre la zona me hizo soltar un gemido. Notaba la humedad a través de la fina tela sin problema alguno, y entre tanto, el suave tacto de mis piernas acariciándose la una contra la otra colmaba de sensaciones mis sentidos. La mano libre jugueteaba con la teta opuesta, esquivando el pezón, apreciablemente marcado bajo el sujetador a juego con las bragas. Perdí la noción del tiempo, y solo la llamada al teléfono móvil, probablemente del entrevistador, me devolvió a la realidad. Pero fue breve la vuelta. En lugar de coger la llamada e intentar inventarme alguna excusa, el móvil acabó entre mis piernas, pegado al tejido empapado de mis braguitas y llevándome al éxtasis más genuino como si de mi mejor vibrador se tratara. Di gracias a dios por la enorme insistencia de quien me llamaba. Pero como toda buena droga, nunca hay suficiente. Me deshice de las bragas y comencé a masturbarme con ritmo, en busca de un segundo orgasmo. Un dedo siguió al otro y pronto me sentí llena, experimentando un intenso placer. Esa sensación de plenitud, mientras los dedos en mi interior se bifurcan y exploran cada uno por su cuenta, ensanchando mi raja, adaptándose a los toqueteos... Y otra llamada. Intenté agarrar el móvil, pero se me resbaló de las manos, cubiertas de flujos naturales, y cayó al suelo, donde hacía tiempo que yacían mis bragas. Mis dedos aceleraron el ritmo tras dar con una zona demasiado especial. Un terrible orgasmo comenzó a sacudir mi cuerpo, y me dejé llevar como quien se deja arrastrar por una ola de increíbles proporciones. Más tarde, ya desfogada y relajada, traté de ponerme en contacto con la empresa y me inventé una mala excusa para mi ausencia. Al menos, conseguí que me concedieran otra oportunidad la semana siguiente.