Adicta a las pajas (5)

Un viejo recuerdo piscinero mientras me distraigo de compras.

Antes de nada, me gustaría agradecer a todos aquellos que me han ofrecido su apoyo, bien en los comentarios, bien por correo electrónico. Salís todos muy guapos, por cierto, tanto los que me habéis enviado fotos de cuerpo entero, como los que me las habéis enviado de vuestras pollas o vuestras tetas. Muchas gracias por las ofertas de "evita tus ganas de masturbarte cabalgando mi montura" sin coste añadido, o para "dar rienda suelta a la adicción vía webcam", pero de momento prefiero seguir intentándolo con mi psicólogo. No me esperaba un recibido semejante, por lo que vuelvo a agradeceros el caluroso recibimiento.


Después del agotador día en que opté por zambullirme en mi adicción, pensé que si había alguna forma de quitarme de la cabeza las ganas de masturbarme, sería con mi otra gran afición: ir de compras. Me calcé los primeros zapatos que encontré, agarré el bolso y me largué hacia uno de esos mega-centros comerciales con decenas de tiendas de todo tipo: de zapatos, de pantalones, de ropa a la última, de moda vintage, de complementos, de lencería, incluso de calcetines. La idea era pasar el día allí recluida. De una tienda a otra probándome modelitos y, en caso de encontrar alguna ganga, darle caña a la tarjeta de crédito. El período de rebajas ya había pasado hacía tiempo, aunque algunas tiendas aún anunciaban alguna que otra oferta para paliar la crisis económica y que la gente continuase comprando. La nueva temporada de verano estaba en pleno apogeo. Bikinis, prendas vaporosas y sandalias eran sin lugar a dudas las máximas estrellas. Revisando bikinis, me encontré con uno clavadito a uno que tengo. La braguita color pistacho con las costuras azul cielo, y la parte superior a la inversa, azulona con las costuras de color verde. Me vino a la cabeza aquel domingo por la mañana, en plena resaca, en la piscina de la comunidad. Era temprano y tenía la piscina para mí sola. El agua estaba ligeramente fría y causaba impresión al principio, pero una vez dentro, estaba riquísima y era imposible quererse salir antes de acabar con las yemas de los dedos como pasas. La quietud de la soleada mañana invitaba a todo tipo de pensamientos obscenos, al menos en una mente degenerada como la mía. Los chorros de agua del ciclado del agua aún estaban encendidos. ¿Quién no se ha puesto de espaldas al chorro, pegada al borde de la piscina como si de un hidromasaje se tratase? ¿Quién no se ha dado la vuelta, poniéndose de frente, impactando el agua contra el pecho? ¿Quién no ha pensado en lo delicioso que sería ese chorro de agua enfocado a esa zona que todos estamos pensando? ¿Y quién no lo ha probado? Formando un ángulo de noventa grados en el borde, con los senos aplastados contra el árido suelo bajo el peso de mi propio cuerpo, con las piernas en el agua y el furioso chorro de agua impactando directamente en el sitio más adecuado. La excitación creciendo de forma exponencial cada minuto, mordiéndome los labios para procurar evitar armar un escándalo, los ojos cerrados mientras imagino al dios Neptuno hurgando en mis intimidades, buscando la forma de deshacer los nudos de la braguita del bikini y poder poner así en funcionamiento un tridente de pollas. Y cuando una de mis manos, haciéndose la distraída y disimulando a la perfección, hace a un lado la prenda y el agua impacta violentamente contra mi monte de venus, ¡zas!, los inoportunos vecinos del 2º izquierda hacen acto de aparición. Se trata de esos instantes de sufrimiento después de la interrupción. Sabes que el calentón te va a durar unos minutos más, que podrías retomarlo casi desde el punto en que lo dejaste. Pero si se supera el tiempo crítico, si se rebasa el Punto de No Calentón, todo se va al traste. En aquellos días, vivía en pleno éxtasis onanista, me pasaba las calurosas tardes de verano sudando la gota gorda y corriéndome una y otra vez. Aquel fue el verano de la toalla enrollada, un método de masturbación realmente satisfactorio, pero volviendo a la piscina, salida como estaba no iba a dejar ni que se acercara el PdNC. Me sumergí de nuevo por completo en el agua, ocultando así el exaltado estado de mis pezones sobre el bikini, y aguardé a ver si los vecinos se metían o no. Mientras esperaba, una de mis manos se ocupaba de mantener mi conejito alerta. Tras comprobar que no tenían intención alguna de meterse, desaté los nudos laterales de la braguita. La sensación de desnudez bajo el agua me puso más cachonda aún. Mi mano derecha comenzó a causar estragos en mi coño calentorro, alternando esporádicas caricias sobre el clítoris y breves incursiones digitales en mi interior con palmaditas sobre los labios, estas últimas resultando en una erótica combinación de la presión submarina y las vibraciones de los golpecitos sobre el clítoris. Por supuesto, el factor morbo de estar pajeándome a escasos metros de mis vecinos también jugaba un factor importante en aquella ofrenda a Onán. Entonces todo se precipitó. Mi vecina se incorporó, disponiéndose a darse un bañito refrescante. Mi cerebro dio la orden de parar a mis manos, pero estas la interpretaron al revés, y en lugar de parar, incrementaron el ritmo. Dos dedos se incrustaron en lo más profundo de mi coño, llevándome en volandas hacia un éxtasis total y absoluto. No sabía dónde meterme. El orgasmo se acercaba tan rápido como mi vecina. La mano libre, que sostenía la braguita del bikini, se abrió y descendió a ayudar a la otra con caricias sobre mi pubis y sobre el centro del placer de toda mujer. Empecé a sentir la gestación de esa súbita energía liberada en cada orgasmo. Me mordí los labios, cerré los ojos y me sumergí por completo bajo el agua. Me corrí como nunca. Exhalé una bocanada de aire que fuera del agua se habría convertido en un estruendoso grito de placer, pero que en este caso se limitó a una retahíla de burbujas. El cuerpo me temblaba sin control. Aunque estaba en una situación peliaguada, en los segundos que siguieron a aquella inmensa explosión de placer solo había una idea pululando por mi cabeza: tenía que repetirlo. Por fortuna, cuando los estertores del orgasmo fueron desapareciendo, recuperé algo de sentido común. Saqué la cabeza fuera del agua, me enjuagué los ojos y vi cómo mi vecina se agachaba en el borde de la piscina y recogía la parte del bikini que mi mano traviesa había soltado instantes antes. Mis mejillas fueron adquiriendo un marcado tono carmesí. - No te preocupes, me tranquilizó, a todas nos ha pasado alguna vez - me aseguró con una amplia sonrisa que me dejó descolocada. - Yo... Me extendió la pequeña prenda, y procedí a colocármela, torpemente. - Desde que me pasó una vez en la playa y tuve que salir tapándome con la mano, ya solo uso bikinis de una pieza, nada de cordones ni nudo. Acompañó la aclaración dando un ligero tironcito a la goma de su bikini mientras reía. Algo de tranquilidad invadió mi ser al darme cuenta de que no había sido "cazada". No obstante, salí igualmente disparada de la piscina, tomé la toalla y regresé a la seguridad del hogar. Fue allí donde descubrí que me había puesto la braguita al revés, la parte trasera al frente y la delantera atrás, quedando mis nalgas ligeramente al descubierto. Dejé el bikini en su lugar, y miré a uno y otro lado en la tienda. Tal vez solo hubieran transcurrido unos breves segundos, pero mi mente se había recreado con esos recuerdos con una lucidez inaudita, en lo que a mí me parecieron interminables horas. Un ligero picorcillo característico emergió desde mi bajo vientre. Decidí cambiar de tienda, con la esperanza de que se me pasara.