Adicta a las pajas (4)

De perdidos al río, o cómo regodearse una tarde entera en la propia adicción. De paso, os presento a mi amigo del alma.

En cuanto entré en casa, me recriminé mi actitud, y la facilidad con la que había caído en el onanismo más exacerbado. No podía ser que terminase tan fácilmente tocándome el higo. Debía resistir las ganas por intensas que fuesen. Me paré a estudiar las posibles razones del suceso de la azotea. El solecito, la brisilla, las fragancias de la ropa limpia ondeando en el aire, la extraña mezcla de exhibicionismo e intimidad que otorga la azotea de un edificio de ocho pisos... Me descubrí a mí misma excitada de nuevo. La almeja me palpitaba solicitando atención. De todos es sabido que las adicciones, especialmente las más fuertes, es imposible dejarlas bruscamente. El "mono" es simplemente brutal, insuperable por la mayoría. Es mejor reducir la "dosis" de forma progresiva. Si la semana pasada me había pasado horas y horas hurgándome en el chirri, era absurdo intentar reducir drásticamente la tasa de orgasmos, y pasar de la docena diaria (y más...) a cero. Dicho así, con un calentón tremendo encima, sonaba incluso razonable. Mi lado oscuro había vuelto a ganar. Pero una cosa estaba clara, si iba a infringir la restricción de forma voluntaria, sería a lo grande, es decir, con el grande, con "El rojo". Estoy hablando de mi consolador favorito, por supuesto, un enorme cacharro alargado de goma color rojo, formado por diversas elipses como si de la polla del muñeco Michelín se tratase, de tamaño más que considerable y una curvatura sencillamente ideal. Naturalmente, con vibrador incorporado y cabeza giratoria, y con esa especie de lengua bífida que tan bien sirve para hacerte estallar el clítoris como para acariciarte el ano sutilmente. Una auténtica joya, número uno en ventas en el sex-shop en el que lo compré, o eso me aseguró el dependiente mientras me desnudaba con la mirada y se follaba mi tarjeta de crédito. La noche del estreno fue espectacular, los orgasmos se sucedían uno detrás de otro hasta que las baterías dijeron basta. Quedé tan rendida que ni fui capaz de ponerme el pijama e irme a la cama, simplemente cerré los ojos y amanecí a la mañana siguiente tirada en el sofá, con las vergüenzas al aire, apestando a interminables horas de sexo, con una sonrisa enorme en el rostro y un pequeño resfriado. Por supuesto, aquello se repitió. De camino a mi cuarto, me fui quitando la ropa, dejándola tirada por el suelo, hasta quedarme totalmente desnuda. Me gusta la sensación de andar desnuda, agudiza los sentidos, especialmente el del tacto; y aunque me encuentre en la seguridad y la intimidad del hogar, en cierta manera también me pone cachonda. Me puse de puntillas tras abrir la puerta del armario, para intentar llegar a la parte superior del mismo, donde acostumbra a descansar una caja de zapatos que no contiene zapatos. Mis músculos se tensaron con el esfuerzo y un escalofrío me recorrió el cuerpo. Agarré finalmente la caja y la abrí, ansiosa. En su interior había varios frascos de aceites eróticos, mis bolas chinas y el clásico vibrador de plástico duro y de un color amarillo chillón. La decepción momentánea dejó paso al instante al recuerdo de que había estado usando "El rojo" unos días antes. Abrí el cajón de la ropa interior y allí estaba. Lo tomé con mis manos y descubrí enfadada que unas de mis braguitas se quedaban pegadas al aparato. Me odio a mí misma cuando no limpio los juguetes después de jugar. Antes de lavarlo, comprobé que las baterías funcionaban aún. A pesar de que funcionaba al máximo sin problemas, decidí asegurarme y sustituirla por una cargada a tope. Cogí una toalla, el botecito de esencias de azahar y me dirigí al salón. Contrariamente a lo que mucha gente piensa, a las mujeres nos gusta el porno. Así, en general, y sin necesidad de que al final la prota se case. Un buen rabo en pantalla, una golosa mamada, un polvo salvaje, una jugosa comida de coño o una multitudinaria orgía. En lo personal, me gusta el porno "musical", si se puede llamar así, con melodías suaves que destacan por encima del sonido del sexo y los gemidos. Al fin y al cabo, probablemente me oiga más a mí que a la televisión, por lo que una sensual musiquilla de fondo se agradece. Al momento de darle al PLAY al reproductor, comenzó una escena lésbica entre dos mujeres ataviadas con sendos conjuntos de lencería, una de negro, la otra de blanco. Tomé el frasco de aceite y rocié mis pechos con una generosa cantidad, comenzando a masajearme a mí misma, esparciendo el lubricante por mi cuerpo. Aunque los pezones ya estaban duros desde hacía rato, decidí ignorarlos por esta vez, y seguí extendiendo el aceite por mi cuerpo, regodeándome en el excitante olor del azahar. Por el cuello, por los senos, por el vientre, unos centímetros por debajo del vientre... Las mujeres de la película se comían la una a la otra en un sensual sesentaynueve, y mis manos comenzaban ya a hacer virguerías en mi animado conejito. Los roces casuales fueron sustituidos por suaves palmaditas sobre mi coño, para a continuación refrotar las palmas de las manos. Casi sin querer, un dedo se coló en mi interior. Estaba realmente resbaladiza, tanto por el aceite como los jugos segregados por mi cuerpo. Di un ligero respingo al sentirlo, presa de mi excitación. Al lamerme el dedo, una curiosa mezcla de sabores regocijó mi paladar. Cerré los ojos y me imaginé lamiendo un jugoso chochete. Mi otra mano se movía en círculos sobre mi monte de venus. Estaba realmente cachonda. Cuando quise abrir los ojos, la escena de la peli ya había terminado, y ahora una morena pechugona estaba siendo tomada a la vez por dos fornidos hombretones. Estiré la mano y cogí el vibrador, dispuesta a empalarme con él. Lo pasé por mis pechos, mojándolo así y lubricándolo bien con el aceite de masaje. Con aquellos entre mis senos, no puedo evitar sacar la lengua y darle un amistoso lametón en la gorda punta, que giraba lenta e irregularmente al mínimo de potencia. Se me hizo la boca agua. Me abrí los ojos con una mano y dirigí el brillante consolador hacia mi vagina, donde penetró sin dificultad alguna hasta hacer tope. La lengüita del vibrador se ubicó sobre mi clítoris, provocándome cosquillas. Subí un nivel de intensidad y aquel instrumento del placer comenzó a causar estragos en mi interior. Comencé a mover aquella polla vibratoria en mi interior. Despacio, de adentro afuera, ladeándolo a un lado y luego al otro, con movimientos cortos pero firmes. La protuberancia viperina me acariciaba el clítoris de forma intermitente, elevando mi placer a cotas inimaginables. Y entretanto, la cabeza rotatoria de aquel engendro mecánico repasa las paredes de mi vagina, sacándome de mis casillas y haciéndome generar flujo vaginal por litros. En la televisión los dos tíos estaban pajeándose ante la mujer morena, de rodillas ante ellos, relamiéndose en espera de una ducha láctea. Volví a desplazar el selector de intensidad y las revoluciones del consolador volvieron a crecer, llevándome al límite del orgasmo y zambulléndome en él, degustándolo al máximo. Estaba animada y estaba caliente, y como quiera que probablemente me iba a arrepentir más tarde pensándolo más fríamente, me lancé de lleno a los brazos del onanismo. Mientras los últimos latidos del orgasmo aún coleaban, retomé el mete saca y me prodigué en caricias sobre el clítoris, que comenzó a reunir fuerzas a rápida velocidad, preparándose para un segundo orgasmo. Mis dedos se movían instintivamente, sin que mi cabeza les indicara cómo hacerlo, y así me corrí por segunda vez en apenas unos minutos al sacarme el vibrador de golpe. Paladeé el electrizante placer orgásmico, tragué saliva, respiré profundamente y cuando la última gota del orgasmo alcanzaba los dedos de los pies, volví a penetrarme con furia y a torturar mi clítoris erecto. Podía sentir cómo se generaba una nueva explosión de placer en mi interior, los segundos transcurrían a cámara lenta, mis jadeos eclipsaban el sonido de la televisión, y en un instante me quedé casi muda, exhalando un ronco gemido creciente en intensidad a medida que las mieles de un tercer orgasmo recorrían mi cuerpo. A quienes han sentido el fenómeno de la multiorgasmia no hace falta explicárselo, y a quienes no lo han vivido es imposible decirles lo que se siente con palabras. Es difícil ponerse a contar en una situación así, sobre todo a partir de ciertas cantidades, pero no me equivoco al decir que he llegado a superar la docena de orgasmos seguidos. Esta vez, la cosa se quedó en seis. Exhausta, dejé caer el consolador sobre la mesa. El coño me palpitaba, confundido aún en un mar de placer. Con la mente en blanco y la mirada perdida, me dediqué a recuperar energías durante los siguientes diez minutos. El segundo asalto prometía ser, como mínimo, igual de bueno. "El rojo" nunca me ha defraudado.